jueves, 7 de junio de 2018

Dudemos de Todo


José Pablo Feinmann

América Latina fue integrada al sistema-mundo capitalista en el modo de la apropiación y la masacre. Con esa -conquista- nace el capitalismo como hecho fáctico. Como hecho subjetivo, lo hará con Descartes. El despojo de nuestro continente será la condición de posibilidad del capitalismo. Así, tanto Adam Smith como Marx conceptualizan ese acontecimiento como el más importante en la historia de la humanidad.


De ahí en más, en nombre de la racionalidad occidental, despojo y masacre serán grandes constantes para América Latina, interrumpidas con persistencia por luminosos intentos de emancipación. En la modalidad colonialista primero- con la ocupación efectiva de los países a los que sometía-, y luego en la modalidad imperial- es decir, por la vía de los lazos comerciales- el capitalismo mantuvo su dominio sobre América Latina hasta hoy.

Los países latinoamericanos, entregados al imperio por sus clases dominantes, por la oligarquía local que obtenía materias primas con gozosa facilidad, se adhirieron a este esquema por considerarlo, sin más, el -progreso-.

Progreso y civilización, entonces, fueron los valores en nombre de los cuales se conquistó, se mató, se ancló a América Latina en el rol atrasado de proveedor de recursos naturales. En tanto, el imperio desarrolló sus industrias, su mercado interno, sus naciones; en síntesis: encarnó el verdadero progreso.

Esta dinámica, con valiosos intentos contrahegemónicos, no se ha alterado hasta nuestros días. Si antes se mataba y se reprimía en nombre del progreso, hoy se esgrime la eficacia  o la -inserción en el mundo-. No obstante, la razón capitalista- por dominio efectivo, comercial o, según su última mutación, comunicacional- sigue teniendo a América Latina como víctima de su voracidad.

Es así que América debe buscar su propia voz. Su ontología. Su modo de ser en el mundo. Su filosofía.

América Latina no puede participar del Ser del mismo modo en que lo hace el imperio. Si no encuentra la capacidad de pensarse a sí misma, quedará para siempre sometida al proyecto imperial.

Surge entonces la necesidad de analizar algunas de las ideas más pujantes que ha dado el continente. Figuras que, sin estar exentas de ambiciones personales o incluso de una desatinada arrogancia, se atrevieron a pensar de otro modo. Se posicionaron con libertad para pensar una realidad que los sojuzgaba, y honraron así aquello que Marx postulara con tanta belleza en su Tesis 11, sobre Feuerbach: no se trata sólo de interpretar el mundo, sino de transformarlo.

Bartolomé de Las Casas, una de las primeras voces en contra de la aniquilación de los pueblos originarios. Simón Bolívar, con su proyecto de la unidad latinoamericana. José Martí en Cuba. José Carlos Mariátegui y su lúcida adaptación del marxismo a la realidad peruana. John William Cooke y la izquierda peronista. El Che Guevara. Salvador Allende y su intento de vía pacífica al socialismo. Todo este corpus de ideas latinoamericanas fue además llevado a la praxis: la Revolución Cubana, la Revolución Mexicana, el proteccionismo de Juan Manuel de Rosas, la unión de los caudillos federales con un Paraguay asediado hasta la destrucción.

El recorrido por estos pensamientos autónomos y sus acciones concretas sobre una realidad opresiva nos brinda una entrada posible a la filosofía de América Latina. Allí bien pueden residir los elementos para un camino diferenciado, que América Latina deberá determinar siempre con especial atención a la historia de sus despojos, de todas aquellas agresiones que le hicieron perder autonomía e identidad.

En ese sentido se destacan dos elementos de pasmosa actualidad. En primer lugar, el rol de las clases dominantes cómplices, entregadas invariablemente a los intereses hegemónicos de las grandes potencias, una y otra vez en cada uno de los procesos históricos. En un dato que pone de relieve la necesidad de desarrollar una clase formada por un sujeto liberacionista atento a la hegemonía estratégica de la nación. Una idea de nación que quizás ya no pueda ser la gran nación latinoamericana que proponía Bolívar, pero que por lo menos conserve de ella la dignidad de cada una de las naciones de América Latina.

El segundo elemento, surgido de la revolución mediática del capitalismo luego de la caída del muro de Berlín, es la revolución comunicacional. Jean Baudrillard escribió un libro llamado El crimen perfecto en el que afirma: se ha cometido el crimen perfecto, se asesinó a la realidad.La realidad, hoy, la construyen los medios. No vemos la realidad, sino la realidad que las empresas mediáticas nos hacen ver. Y esa es la realidad de sus intereses. Finalmente, para nosotros, la realidad es la realidad de los intereses de las empresas mediáticas.

Aquí podemos recurrir a Descartes, quien dijo: -voy a dudar de todo-.Dudemos de todo, porque efectivamente nos están mintiendo. Y para saber que nos están mintiendo debemos elaborar nuestra propia verdad, que es nuestra propia visión del mundo, nuestra propia conciencia crítica. Aquello que hace de nosotros un ser humano. Alguien que habla y no es hablado. Que piensa y no es pensado. Que interpreta y no es interpretado.

Mi mayor deseo sería que este abordaje del colonialismo, el pensamiento latinoamericano y la posibilidad de una filosofía propia sirva para hacernos sentir que América Latina debe ser libre, consciente de sí y posicionarse de un modo distinto frente al poder- local y global- que históricamente ha venido despojándola. Escuchemos entonces cada una de sus voces, en el intento siempre vigente de integrarlas en una misma voz.

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