martes, 26 de junio de 2018

"Los días de Kirchner" de Fito Páez




Agosto 2013
La china deambula por el living, igual que un animal enjaulado.
- ¡Ahora no sé si quiero que seas el padre de mis hijos! Me acusás de llegar tarde una noche porque me fui a comer con una amiga y vos… la cantidad de noches que te la pasás borracho con tus amigos… ¡Machista!
-  No fue una noche. Fueron tres, y dos veces seguidas sin avisar.
El Mono apaga el reproductor de música con el control remoto, prende un cigarrillo y Jobim se esfuma del aire. La comida que preparó con amor se enfría en la heladera.

- Además no tenés línea argumentativa para condenarme- continúa La China-¿no eras vos el artistas refinado que se inspiraba en los diálogos de Hemingway y en el “devenir del río”de Juan L.? “La extraña posibilidad argentina”, la llamabas. Más bien pareces una bestia incivilizada que no sabe que la mujer lleva más de dos siglos ganando lugares de privilegio.
- ¡Oh, privilegios!
- No te rías. Sabés que estás a un segundo de la violencia de género, ¿no? La violencia no es solamente física.
- ¿No se podría llamar debatir, o discutir?
-  No te burles. Estás riéndote de todas las mujeres que dejaron su vida obteniendo y defendiendo sus derechos de igualdad ante los hombres. Y además no soy una drogadicta, como esas estúpidas con las que te acostaste todos estos años… Soy una mujer constituida, gano mi dinero y pago mis cuentas, que haya salido de joda unas noches no me convierte en una loquita.
El Mono se propone no emitir sonido. No quiere embarrarla. Lo había hecho en distintas oportunidades, con palabras filosas. La había herido y lo sabía. La adora. Está enamorado. Él tiene 52 años y un montón de libros editados: novelas, cuentos, guiones de cine, textos de historia, psicoanálisis, política, filosofía, investigaciones periodísticas. Anduvo por el mundo ganando premios de todos los colores y es el padre que puede de Ringo, su hijo adolescente. Un hombre de mirada firme, guapo de una manera no convencional. No ostenta medallas. Ella está empezando su vida, entre una última adolescencia tardía y el posible amanecer de una mujer. Mercedes Botana porta veintinueve años. Milita en una agrupación política de moda entre los jóvenes progresistas y escribe sus primeros artículos en diarios alternativos allegados a la militancia kirchnerista. Es salvajemente bella. Ojos achinados, pelo negro hasta la cintura y una boca estupenda de labios gruesos. Las calzas apretadas marcan un cuerpo estilizado que crece en la mejor dirección con tacos de doce centímetros. Una muchacha chic de los setenta expulsada hacia el futuro, fuertemente politizada. Criada entre algodones por una familia pudiente de clase alta en un paraje bellísimo en los alrededores de Cafayate, provincia de Salta. Carácter impetuoso y un sex appeal irresistible.
- No grites, vas a despertar a Ringo, son las cinco de la matina y tenés que irte a trabajar a las ocho.
- ¡No te hagas el progre responsable ahora, policía! Cuando llegué por poco me dijiste que era una puta… Ringo debe estar escuchando todo.
- Nena…
- ¡No me digas nena, no sos mi papá!
- Ok, me pasé, perdóname.
El Mono se levanta para abrazarla. Ella lo retira.
- Siempre te pasas. Fuiste muy ofensivo- dice La China con lágrimas en los ojos.
- ¿Por qué no hacés unos fideos y bajamos revoluciones?
- ¿Y por qué no los hacés vos?
- Porque no sé cocinar.
- Yo tampoco.
- No soy una esclava. Sé hacer otras cosas.
- Y muy bien, por cierto…
- ¡Qué ordinario!
- Ok, sin fideos.
- Soy libre, ¡hago lo que quiero! No preciso de vos ni de tu inteligencia. ¿Sabés qué? No vas a verme nunca más.
La China toma su bolso, las llaves de su auto y se escapa de ese lugar ajeno.
El Mono Vargas se queda en silencio por un instante, sentado frente a la mesa ratona del living, escuchando los ecos de esta vieja y nueva fractura en su vida. Va hasta el escritorio, se sienta delante de la notebook y escribe la escena tal como sucedió. O casi. “Qué gran arranque para una novela”, piensa.


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