Nació el 14 de junio de 1901. Fue el único periodista que cubrió
todos los campeonatos mundiales de fútbol desde 1934 hasta 1998.
Pero el fútbol era sólo una de las muchas pasiones que ardían en
el alma de ese hombre, que manejaba con idéntica gracia el "lenguaje
del tablón" y las hebras más sutiles del idioma poético.
Muchas cosas
aprendió "en esa gran aula a la intemperie con
cielorraso de cielo, que son la calle y el mundo", casi tantas
como en los libros cuya compañía siempre buscó sediento a lo largo
de los años. Tuvo una participación decisiva en el nacimiento y en
la fama de algunos de los más importantes medios gráficos de ambas
orillas del Río de La Plata -"El Nacional" y "Marcha",
en Uruguay; "Crítica" y "Clarín", en
Argentina-. Sus andanzas por el mundo, llevado tanto por exigencias
del oficio como por curiosidad de vagabundo, lo acercaron a la Guerra
Civil Española -donde estuvo a punto de ser fusilado por los
franquistas-, por las calles de Madrid vio, con Pablo Neruda, un río
de sangre sin consuelo. Siguió muy de cerca las vicisitudes de la
Segunda Guerra Mundial -como corresponsal, entrevistó tanto a
Goebbels como a integrantes de la resistencia francesa-, reflejando
toda el horror y toda la dignidad con un lenguaje exquisito que en el
periodismo actual va camino al olvido. Tenía una facilidad congénita
para acertar con la palabra justa, con la música secreta de cada
frase. Varias veces dio la vuelta al mundo, siempre tras la divisa
blanca de los soñadores de la libertad. Esa fiebre del alma que le
cosquilleaba en los pies, lo hizo caminar con familiaridad por una
Europa de piedras enamoradas de los siglos, pero también disfrutaba
estar presente allí donde la historia cruje y estalla, mezclándose
con las víctimas, en el humo y en el estruendo, con una vocación
desesperada de dar testimonio desde el lugar de los hechos, aunque
estos fueron "un oscuro rincón del mundo" como los
bautizaría muchos años después el mayor terrorista de la historia.
Le gustaba quemar largas horas de chamuyo con los frates, con los
compañeros de quehaceres y quesoñares, porque nunca creyó que el
tiempo valiera oro. "Eso del time in money es
otra mentira de los ingleses, esos grandes pipetas que desde antiguo
nos fumaron en cachimbo. Porque nuestro tiempo lo que quieren es que
lo transformemos en trabajo y de nuestro trabajo, el money es para
ellos y para nosotros, sólo la fatiga". Miraba con desdén la
atroz banalidad de estos tiempos donde reina la mezquindad y la
"mentalidad shopping center". Se burlaba, con un humor bien
criado, de los ignorantes llenos de certeza, de los eruditos en
pequeñeces, de los "ortojodos". Cultivaba fervientemente
la martiana rosa blanca de la amistad, la poesía, la conversa
estirada en tardes color de mate compartido, la música de Troilo
-"cuando le arranca a su bandoneón esas extrañas armonías
parece que le sacara virutas transparentes al alma de una niña
enamorada"-. Sus pies nunca perdieron la costumbre de pisar la
realidad, por eso siempre caminó, con los ojos bien abiertos, hacia
la tierra de los sueños. Y todavía sigue caminando. Porque si bien
es cierto que el 3 de junio de 1999 murió Luis Alfredo Sciutto,
Diego Lucero vive, para siempre en la historia grande del periodismo
rioplatense. Lo que sigue son algunos extractos de esa conversación
que mantuvimos a lo largo de varias tardes del año 1993.
Pregunta: Usted tiene una
memoria incorruptible, con los recuerdos ordenados como naipes. ¿Por
qué no escribe un libro autobiográfico?
Diego
Lucero: Los
libros son un asunto muy serio. Cuando uno ve en las librerías miles
de volúmenes, piensa que cada uno de sus autores imaginó escribir
un libro que hiciera historia; sin embargo, allí están, todos
amontonados. La Antigüedad ha dado algunos pocos libros en los que
está resumida toda la sabiduría y toda la gracia de la que el
hombre es capaz. El resto son sólo refritos.
P.: ¿Cuáles son esos
libros fundamentales?
D.L.: La Biblia, El Quijote,
La Divina Comedia, y algún otro. Todo lo que puede crear el ingenio
humano está metido allí. Todo lo demás es viruta.
P.: ¿Qué mirada tiene
sobre estos tiempos?
D.L.: Son tiempos
desconcertantes, de una peligrosidad de tal tipo y naturaleza que uno
piensa que el desenlace puede ser muy dramático. Da la impresión de
que estamos asistiendo a la muerte de un mundo. Cosas que para
nosotros tenían un valor fundamental van rodando hacia el vacío. La
honradez y el honor ya no tienen peso. A dónde van a desembocar
estos tiempos, ese es el gran misterio. El mundo se está quedando
sin agarraderas, no tiene de donde sostenerse. Son tiempos de un
feroz materialismo impulsados por una mentalidad de "shopping
center", tiempos donde reina una necesidad increíble de tener
dinero para satisfacer pequeñas ambiciones, haciendo que el hombre
se convierta en un ser indigno, servil, con tal de acumular dinero.
P.: ¿En qué pasiones se
ve usted reflejado con mayor fidelidad?
D.L.: Primero, la del trabajo.
Es una forma vital de sobrevivir justificadamente. Mi trabajo de
pequeño periodista y pequeño artesano, son para mí un fenómeno de
extraordinaria vitalidad y alegría. Ahí ve usted el marco de ese
espejo que cincelé en plata, es una muestra de mi pasión por la
artesanía, que me provoca tanto goce como escribir una buena crónica
periodística. Esas son las alegrías de mi modesta vida.
P.: Usted ha presenciado
todos los Mundiales, cuál de todos le ha parecido más memorable.
D.L.: El de 1970, en México,
fue el Mundial más hermoso. Primero, porque era un momento en que el
nivel del fútbol mundial estaba muy alto. A ese campeonato fueron
equipos de primerísima línea: Inglaterra, que fue a defender el
título ganado en 1966, y luego, Alemania, Italia y Brasíl, que
tenían un valor futbolístico superior. También había una segunda
línea de equipos fenomenales: Rusia, Bélgica, Perú -que había
eliminado a Argentina-, Uruguay -capitaneada por el Negro Cubillas.
Futbolísticamente ese campeonato fue excepcional. Pero además, hay
que agregar que el pueblo mexicano generosamente contribuyó a la
belleza del acontecimiento, vistiendo sus trajes regionales, haciendo
de cada partido una fiesta.
P.: ¿Cuándo comenzó su
relación con el fútbol?
D.L.: Tendría que remontarme
a los primeros años de mi vida. Una niñez muy humilde. El único
entretenimiento de los niños pobres es la pelota. La pelota tiene
otra virtud, sirve para que jueguen muchos a la vez. Eso explica por
qué los africanos van a ser campeones del mundo dentro de poco,
porque la pelota es el único juguete que tienen de niños y los
acompaña a lo largo de su vida, jugando descalzos como jugábamos
nosotros, para defender los botines con los que teníamos que ir a la
escuela.
P.: También tuvo una
precoz vocación de dirigente de fútbol.
D.L.: No lo plantée en esos
términos, porque alguno puede creer que en algún momento de mi vida
he querido parecerme a los dirigentes de fútbol actuales. Nada más
lejano a la verdad. Con mis amigos del barrio fundamos un club, como
yo tenía un chamuyo más fino que los demás, era la cara visible
del grupo, eso es todo.
P.: ¿De dónde le venía
el don del chamuyo?
D.L.: A los once años ya era
mensajero de la compañía telegráfica Western, eso me daba la
posibilidad de tener contacto con muchas personas, a la hora de
distribuir los telegramas. Otro factor que contribuyó a mi formación
es, que en mi barrio había un centro anarquista llamado "Centro
de Estudios Sociales Brazo y Cerebro", que tenía una importante
biblioteca. Gracias a eso pude acercarme a la obra de Bakunin,
Kropotkine, Emilio Zola y todos los grandes escritores de la
literatura revolucionaria. Eso fue determinante para que empezáramos
a soñar con el ideal de la redención humana.
P.: Volvamos al club que
usted contribuyó a fundar, ¿cómo se llamaba?
D.L.: "Suarez",
porque así se llamaba la calle principal del barrio. Ingresamos a
la liga en los campeonatos de ascenso. Cada domingo, un partido, y
cada partido, una batalla. Entonces el fútbol era muy divertido.
Jugábamos por el prestigio del barrio y por la bandera del club, que
para nosotros era un símbolo de alto valor emocional.
P.: Luego le tocaría jugar
en uno de los importantes equipos de Uruguay, el "Nacional"
de Montevideo.
D.L.: En esa época "Nacional"
era uno de los equipos más famosos del mundo. El pase de este
modesto jugador de fútbol, de la tercera extra al club Nacional, se
negoció por doscientos pesos, que era una suma que producía marea
por su magnitud. Así empecé a jugar en la primera división, y al
primer año ya me había ganado un puesto en la Selección Nacional.
P.: ¿Cómo fue su retiro?
D.L.: En un partido contra
Paraguay tuve el infortunio de sufrir una lesión de menisco. Me
empujaron, caí mal, y tuve una torsión de rodilla tal que me cambió
para siempre la suerte como jugador. En ese entonces no se operaban
los meniscos. Anduve a los tumbos durante bastante tiempo, jugando
remendado, hasta que no pude más. Entonces, no sabiendo qué hacer
con los pies, me hice periodista.
P.: ¿Esa fue su partida de
nacimiento como periodista?
D.L.: La afición de escribir
me venía ya de muchacho. El Centro de Anarquistas nos había
ilustrado lo suficiente como para hacerme pretensiones de escritor.
Le escribía versos a la novia, pequeñas crónicas de los partidos
de fútbol que jugaba -siempre y cuándo ganáramos-. Un día, en una
comida de un muchacho del barrio que se casaba, yo hice una larga
verseada exaltando las virtudes del novio. Había en la reunión
algunas personas vinculadas al diario de Carlos Quijano, "El
Nacional". Sin saberlo, había dado mi examen de ingreso al
diario. Así, en 1929, empecé el ejercicio profesional de
periodismo, con una sección de anécdotas deportivas.
P.: Carlos Quijano es una
figura fundamental del periodismo uruguayo.
D.L.: No sólo del periodismo
sino también de la política. Una figura de relieve mundial. El
fundó "El Nacional", de Montevideo, venía de cumplir una
beca en París. Había sido medalla de oro en la Facultad de Derecho.
Venía inflamado con el espíritu europeo en materia política y
periodística. Yo colaboré humildemente con él en la fundación de
"Marcha", un semanario de trascendencia continental, en el
que colaboraron escritores de la valía de Onetti y Mario Benedetti.
P.: Otra gran figura del
periodismo rioplatense con el que usted trabajó estrechamente, fue
Natalio Botana.
D.L.: "Crítica" era
una fragua de grandes figuras. Toda la producción cultural entre los
años '20 y '45 salió de allí. Los hermanos González Tuñón,
Borges, Roberto Arlt, "El Negro de la Tribuna" o sea Pablo
Rojas Paz. Hubo un momento en que el diario fue el gran rector de la
vida argentina.
P.: Con una relación
zigzagueante con el Poder.
D.L.: Cuando ocurrió el
golpe militar de 1930, Botana tuvo un fuerte desencuentro con
Uriburu, razón por la cual decidió irse a vivir a Montevideo. Pero,
era tan poderoso, tenía tanto peso que, cuando decidió volver a
Buenos Aires, la gente pensaba que no bien llegara lo iban a poner
preso, en lugar de eso, fue recibido por el Canciller. Fue el
fundador de un diario formidable que nació y murió con él. Muerto
él en un accidente de automóvil, se formaron dos bandos, el de los
varones -el Tito y el Poroto Botana-, y el bando de las mujeres -la
China, y la viuda, Salvadora Medina Onrubia-. Todos tenían afán de
dirigir el diario, pero de resultas de esa pelea el diario se fundió
y terminó sin gloria, a punto tal que la sede del diario, que era un
gran baluarte de Buenos Aires, casi un lugar de peregrinación, tuvo
un final bastardo funcionando ahora, en ese lugar, un organismo de
policía.
P.: Usted tuvo la
oportunidad de conocer a algunas de las personalidades más
importantes del siglo veinte.
D.L.: Es verdad, lástima
haber perdido tanto material. Me he mudado varias veces, y es bien
sabido que tres mudanzas equivalen a un incendio. En el traslado de
Montevideo a Buenos Aires he perdido muchísimas cosas.
P.: Voy a preguntarle por
alguna de las figuras que entrevistó. Empecemos por Federico García
Lorca.
D.L.: Lo conocí en
Montevideo. Era muy divertido y humilde. Llevaba un traje blanco, de
verano, y una especie de polera a rayas blancas y azules. Charlamos
con él en Radio "El Espectador", que era una especie de
baluarte intelectual de la primera etapa de la radiotelefonía en el
continente. Compartimos esa charla inolvidable con un alto poeta
uruguayo, Carlos Sabat Ercasti -tío de Hermenegildo Sabat-, quien
fue maestro de Neruda. Luego de la entrevista, los tres nos fuimos al
cementerio a poner unas flores en la tumba del pintor Rafael
Barradas, que había trabajado mucho tiempo en Europa, donde se hizo
amigo de Lorca.
P.:
Pasemos del ángel al demonio. Hábleme de su entrevista con
Goebbels.
D.L.: Lo entrevisté cuando
fui acreditado como periodista en las Olimpíadas de 1936 y él era
el Jefe de Prensa. Fue una gran sorpresa que el hombre fuerte de la
propaganda del régimen atendiera a los pequeños periodistas del
mundo que había ido a las Olimpíadas. Era un hombre pequeño, con
un defecto en un pie. O sea, un hombre torcido no sólo
espiritualmente.
P.: Cuénteme de su amigo
Simón Radowistky.
D.L.: Ese fue un ejemplar
fenomenal. Estuvo 21 años preso en Tierra de Fuego, y salió en
libertad por obra de "Crítica".
P.: ¿Cómo fue esa
historia?.
D.L.: Simón le debió su
libertad a doña Salvadora Medina Onrubia de Botana. Una mujer
anarquista, bellísima, que vestía la mejor ropa que venía de
París. Era espiritista. En una sesión de espiritismo que compartió
con el entonces Presidente de la república, Hipólito Yrigoyen,
consiguió arrancarle la firma del indulto de Simon Radowistky. Desde
los 18 años estaba preso, cuando puso la bomba al coronel Falcón y
su secretario, Lartigué. Era un hombre romántico que se jugó la
vida por sus ideales.
P.: Hasta ahí fue
Salvadora y no "Crítica" quien contribuyó a la libertad
de Simón.
D.L.: Ocurre que el decreto si
bien se había firmado, se pactó no darlo a conocer hasta que
"Crítica" creara un estado de ánimo favorable en la
población. Entonces, el diario, llevó adelante una campaña, con
argumentos sentimentales que exaltaban el idealismo y la abnegación
de Radowitsky. Las mejores plumas del diario se dedicaron a esa tarea
apologética, y de exhortación al Presidente. Luego de lo cual,
Yrigoyen publicó el decreto que hacía varios días tenía
redactado. La libertad de Radowitsky pasó a la cuenta de un gran
triunfo periodístico de "Crítica".
P.: ¿En qué
circunstancias usted conoció personalmente a Radowistky.?
D.L.: La dictadura de
Uriburu, aplicó salvajemente la ley 4144 -conocida como ley de
residencia-, expulsando a sus países de origen a los muchos
anarquistas españoles e italianos que había en Buenos Aires. Eso
entrañaba un riesgo tremendo, porque en España estaba el régimen
dictatorial de Primero de Rivera, y en Italia gobernaba Mussolini.
Entonces, los anarquistas se organizaron para rescatar a esos presos
cuando llegaban a Montevideo. Simón era uno de los cabecillas del
movimiento. Ocurre que en un barco no pueden llevar a un pasajero que
viaja contra su voluntad. Se aplicaba un reglamento de tipo
internacional por el cual todo pasajero embarcado contrariando su
voluntad, debía ser desembarcado en el primer puerto que tocara el
barco.
P.: ¿Cuál era su papel en
ese movimiento?
D.L.: Yo, por ese entonces,
era un veterano telegrafista., trabajaba en relaciones públicas.
Tenía franquicia de subir a los barcos antes de que se le
concedieran la "libre práctica". Con mi uniforme de
mensajero de la Western Telegraph Company -que me daba un aire casi
militar-, era el primero en subir a bordo junto con Inmigración y
Policía, no bien llegaba el barco. Yo iba a ver al comisario del
barco y le preguntaba cuántos presos llevaba a bordo. Me decía la
cantidad y los nombres. Yo hacía la lista y con un mensajero se la
enviaba a Simón Radowistki. El, en el puerto, ya estaba preparado
con una máquina de escribir, hacía un escrito -no había más que
agregar los nombres- pidiendo a la Prefectura el desembarco de
quienes eran trasladados en contra de su voluntad. Esas es la misión
que me tocó desempeñar y que sigue siendo uno de los mayores
orgullos de mi vida.
P.: ¿Hasta cuándo se
frecuentaron con Simón Radowistky?
D.L.: Hasta que Simón se fue
a México. Allí murió, víctima de la tuberculosis que había
contraído en Ushuaia. Estaba deformado por los trabajos humillantes
que le hicieron cumplir durante sus largos años de prisión. Tenía
una gran calvicie. Era de verdad un tipo simpatiquísimo. Tengo de él
el mejor de los recuerdos.
Por Sergio Marelli