jueves, 5 de julio de 2018

Entrevista a Diego Lucero






Nació el 14 de junio de 1901. Fue el único periodista que cubrió todos los campeonatos mundiales de fútbol desde 1934 hasta 1998. Pero el fútbol era sólo una de las muchas pasiones que ardían en el alma de ese hombre, que manejaba con idéntica gracia el "lenguaje del tablón" y las hebras más sutiles del idioma poético. Muchas cosas
aprendió "en esa gran aula a la intemperie con cielorraso de cielo, que son la calle y el mundo", casi tantas como en los libros cuya compañía siempre buscó sediento a lo largo de los años. Tuvo una participación decisiva en el nacimiento y en la fama de algunos de los más importantes medios gráficos de ambas orillas del Río de La Plata -"El Nacional" y "Marcha", en Uruguay; "Crítica" y "Clarín", en Argentina-. Sus andanzas por el mundo, llevado tanto por exigencias del oficio como por curiosidad de vagabundo, lo acercaron a la Guerra Civil Española -donde estuvo a punto de ser fusilado por los franquistas-, por las calles de Madrid vio, con Pablo Neruda, un río de sangre sin consuelo. Siguió muy de cerca las vicisitudes de la Segunda Guerra Mundial -como corresponsal, entrevistó tanto a Goebbels como a integrantes de la resistencia francesa-, reflejando toda el horror y toda la dignidad con un lenguaje exquisito que en el periodismo actual va camino al olvido. Tenía una facilidad congénita para acertar con la palabra justa, con la música secreta de cada frase. Varias veces dio la vuelta al mundo, siempre tras la divisa blanca de los soñadores de la libertad. Esa fiebre del alma que le cosquilleaba en los pies, lo hizo caminar con familiaridad por una Europa de piedras enamoradas de los siglos, pero también disfrutaba estar presente allí donde la historia cruje y estalla, mezclándose con las víctimas, en el humo y en el estruendo, con una vocación desesperada de dar testimonio desde el lugar de los hechos, aunque estos fueron "un oscuro rincón del mundo" como los bautizaría muchos años después el mayor terrorista de la historia. Le gustaba quemar largas horas de chamuyo con los frates, con los compañeros de quehaceres y quesoñares, porque nunca creyó que el tiempo valiera oro. "Eso del time in money es otra mentira de los ingleses, esos grandes pipetas que desde antiguo nos fumaron en cachimbo. Porque nuestro tiempo lo que quieren es que lo transformemos en trabajo y de nuestro trabajo, el money es para ellos y para nosotros, sólo la fatiga". Miraba con desdén la atroz banalidad de estos tiempos donde reina la mezquindad y la "mentalidad shopping center". Se burlaba, con un humor bien criado, de los ignorantes llenos de certeza, de los eruditos en pequeñeces, de los "ortojodos". Cultivaba fervientemente la martiana rosa blanca de la amistad, la poesía, la conversa estirada en tardes color de mate compartido, la música de Troilo -"cuando le arranca a su bandoneón esas extrañas armonías parece que le sacara virutas transparentes al alma de una niña enamorada"-. Sus pies nunca perdieron la costumbre de pisar la realidad, por eso siempre caminó, con los ojos bien abiertos, hacia la tierra de los sueños. Y todavía sigue caminando. Porque si bien es cierto que el 3 de junio de 1999 murió Luis Alfredo Sciutto, Diego Lucero vive, para siempre en la historia grande del periodismo rioplatense. Lo que sigue son algunos extractos de esa conversación que mantuvimos a lo largo de varias tardes del año 1993.

Pregunta: Usted tiene una memoria incorruptible, con los recuerdos ordenados como naipes. ¿Por qué no escribe un libro autobiográfico?

Diego Lucero: Los libros son un asunto muy serio. Cuando uno ve en las librerías miles de volúmenes, piensa que cada uno de sus autores imaginó escribir un libro que hiciera historia; sin embargo, allí están, todos amontonados. La Antigüedad ha dado algunos pocos libros en los que está resumida toda la sabiduría y toda la gracia de la que el hombre es capaz. El resto son sólo refritos.

P.: ¿Cuáles son esos libros fundamentales?

D.L.: La Biblia, El Quijote, La Divina Comedia, y algún otro. Todo lo que puede crear el ingenio humano está metido allí. Todo lo demás es viruta.

P.: ¿Qué mirada tiene sobre estos tiempos?

D.L.: Son tiempos desconcertantes, de una peligrosidad de tal tipo y naturaleza que uno piensa que el desenlace puede ser muy dramático. Da la impresión de que estamos asistiendo a la muerte de un mundo. Cosas que para nosotros tenían un valor fundamental van rodando hacia el vacío. La honradez y el honor ya no tienen peso. A dónde van a desembocar estos tiempos, ese es el gran misterio. El mundo se está quedando sin agarraderas, no tiene de donde sostenerse. Son tiempos de un feroz materialismo impulsados por una mentalidad de "shopping center", tiempos donde reina una necesidad increíble de tener dinero para satisfacer pequeñas ambiciones, haciendo que el hombre se convierta en un ser indigno, servil, con tal de acumular dinero.

P.: ¿En qué pasiones se ve usted reflejado con mayor fidelidad?

D.L.: Primero, la del trabajo. Es una forma vital de sobrevivir justificadamente. Mi trabajo de pequeño periodista y pequeño artesano, son para mí un fenómeno de extraordinaria vitalidad y alegría. Ahí ve usted el marco de ese espejo que cincelé en plata, es una muestra de mi pasión por la artesanía, que me provoca tanto goce como escribir una buena crónica periodística. Esas son las alegrías de mi modesta vida.

P.: Usted ha presenciado todos los Mundiales, cuál de todos le ha parecido más memorable.

D.L.: El de 1970, en México, fue el Mundial más hermoso. Primero, porque era un momento en que el nivel del fútbol mundial estaba muy alto. A ese campeonato fueron equipos de primerísima línea: Inglaterra, que fue a defender el título ganado en 1966, y luego, Alemania, Italia y Brasíl, que tenían un valor futbolístico superior. También había una segunda línea de equipos fenomenales: Rusia, Bélgica, Perú -que había eliminado a Argentina-, Uruguay -capitaneada por el Negro Cubillas. Futbolísticamente ese campeonato fue excepcional. Pero además, hay que agregar que el pueblo mexicano generosamente contribuyó a la belleza del acontecimiento, vistiendo sus trajes regionales, haciendo de cada partido una fiesta.

P.: ¿Cuándo comenzó su relación con el fútbol?

D.L.: Tendría que remontarme a los primeros años de mi vida. Una niñez muy humilde. El único entretenimiento de los niños pobres es la pelota. La pelota tiene otra virtud, sirve para que jueguen muchos a la vez. Eso explica por qué los africanos van a ser campeones del mundo dentro de poco, porque la pelota es el único juguete que tienen de niños y los acompaña a lo largo de su vida, jugando descalzos como jugábamos nosotros, para defender los botines con los que teníamos que ir a la escuela.

P.: También tuvo una precoz vocación de dirigente de fútbol.

D.L.: No lo plantée en esos términos, porque alguno puede creer que en algún momento de mi vida he querido parecerme a los dirigentes de fútbol actuales. Nada más lejano a la verdad. Con mis amigos del barrio fundamos un club, como yo tenía un chamuyo más fino que los demás, era la cara visible del grupo, eso es todo.

P.: ¿De dónde le venía el don del chamuyo?

D.L.: A los once años ya era mensajero de la compañía telegráfica Western, eso me daba la posibilidad de tener contacto con muchas personas, a la hora de distribuir los telegramas. Otro factor que contribuyó a mi formación es, que en mi barrio había un centro anarquista llamado "Centro de Estudios Sociales Brazo y Cerebro", que tenía una importante biblioteca. Gracias a eso pude acercarme a la obra de Bakunin, Kropotkine, Emilio Zola y todos los grandes escritores de la literatura revolucionaria. Eso fue determinante para que empezáramos a soñar con el ideal de la redención humana.

P.: Volvamos al club que usted contribuyó a fundar, ¿cómo se llamaba?

D.L.: "Suarez", porque así se llamaba la calle principal del barrio. Ingresamos a la liga en los campeonatos de ascenso. Cada domingo, un partido, y cada partido, una batalla. Entonces el fútbol era muy divertido. Jugábamos por el prestigio del barrio y por la bandera del club, que para nosotros era un símbolo de alto valor emocional.

P.: Luego le tocaría jugar en uno de los importantes equipos de Uruguay, el "Nacional" de Montevideo.

D.L.: En esa época "Nacional" era uno de los equipos más famosos del mundo. El pase de este modesto jugador de fútbol, de la tercera extra al club Nacional, se negoció por doscientos pesos, que era una suma que producía marea por su magnitud. Así empecé a jugar en la primera división, y al primer año ya me había ganado un puesto en la Selección Nacional.

P.: ¿Cómo fue su retiro?

D.L.: En un partido contra Paraguay tuve el infortunio de sufrir una lesión de menisco. Me empujaron, caí mal, y tuve una torsión de rodilla tal que me cambió para siempre la suerte como jugador. En ese entonces no se operaban los meniscos. Anduve a los tumbos durante bastante tiempo, jugando remendado, hasta que no pude más. Entonces, no sabiendo qué hacer con los pies, me hice periodista.

P.: ¿Esa fue su partida de nacimiento como periodista?

D.L.: La afición de escribir me venía ya de muchacho. El Centro de Anarquistas nos había ilustrado lo suficiente como para hacerme pretensiones de escritor. Le escribía versos a la novia, pequeñas crónicas de los partidos de fútbol que jugaba -siempre y cuándo ganáramos-. Un día, en una comida de un muchacho del barrio que se casaba, yo hice una larga verseada exaltando las virtudes del novio. Había en la reunión algunas personas vinculadas al diario de Carlos Quijano, "El Nacional". Sin saberlo, había dado mi examen de ingreso al diario. Así, en 1929, empecé el ejercicio profesional de periodismo, con una sección de anécdotas deportivas.

P.: Carlos Quijano es una figura fundamental del periodismo uruguayo.

D.L.: No sólo del periodismo sino también de la política. Una figura de relieve mundial. El fundó "El Nacional", de Montevideo, venía de cumplir una beca en París. Había sido medalla de oro en la Facultad de Derecho. Venía inflamado con el espíritu europeo en materia política y periodística. Yo colaboré humildemente con él en la fundación de "Marcha", un semanario de trascendencia continental, en el que colaboraron escritores de la valía de Onetti y Mario Benedetti.

P.: Otra gran figura del periodismo rioplatense con el que usted trabajó estrechamente, fue Natalio Botana.

D.L.: "Crítica" era una fragua de grandes figuras. Toda la producción cultural entre los años '20 y '45 salió de allí. Los hermanos González Tuñón, Borges, Roberto Arlt, "El Negro de la Tribuna" o sea Pablo Rojas Paz. Hubo un momento en que el diario fue el gran rector de la vida argentina.

P.: Con una relación zigzagueante con el Poder.

D.L.: Cuando ocurrió el golpe militar de 1930, Botana tuvo un fuerte desencuentro con Uriburu, razón por la cual decidió irse a vivir a Montevideo. Pero, era tan poderoso, tenía tanto peso que, cuando decidió volver a Buenos Aires, la gente pensaba que no bien llegara lo iban a poner preso, en lugar de eso, fue recibido por el Canciller. Fue el fundador de un diario formidable que nació y murió con él. Muerto él en un accidente de automóvil, se formaron dos bandos, el de los varones -el Tito y el Poroto Botana-, y el bando de las mujeres -la China, y la viuda, Salvadora Medina Onrubia-. Todos tenían afán de dirigir el diario, pero de resultas de esa pelea el diario se fundió y terminó sin gloria, a punto tal que la sede del diario, que era un gran baluarte de Buenos Aires, casi un lugar de peregrinación, tuvo un final bastardo funcionando ahora, en ese lugar, un organismo de policía.

P.: Usted tuvo la oportunidad de conocer a algunas de las personalidades más importantes del siglo veinte.

D.L.: Es verdad, lástima haber perdido tanto material. Me he mudado varias veces, y es bien sabido que tres mudanzas equivalen a un incendio. En el traslado de Montevideo a Buenos Aires he perdido muchísimas cosas.

P.: Voy a preguntarle por alguna de las figuras que entrevistó. Empecemos por Federico García Lorca.

D.L.: Lo conocí en Montevideo. Era muy divertido y humilde. Llevaba un traje blanco, de verano, y una especie de polera a rayas blancas y azules. Charlamos con él en Radio "El Espectador", que era una especie de baluarte intelectual de la primera etapa de la radiotelefonía en el continente. Compartimos esa charla inolvidable con un alto poeta uruguayo, Carlos Sabat Ercasti -tío de Hermenegildo Sabat-, quien fue maestro de Neruda. Luego de la entrevista, los tres nos fuimos al cementerio a poner unas flores en la tumba del pintor Rafael Barradas, que había trabajado mucho tiempo en Europa, donde se hizo amigo de Lorca.

P.: Pasemos del ángel al demonio. Hábleme de su entrevista con Goebbels.

D.L.: Lo entrevisté cuando fui acreditado como periodista en las Olimpíadas de 1936 y él era el Jefe de Prensa. Fue una gran sorpresa que el hombre fuerte de la propaganda del régimen atendiera a los pequeños periodistas del mundo que había ido a las Olimpíadas. Era un hombre pequeño, con un defecto en un pie. O sea, un hombre torcido no sólo espiritualmente.

P.: Cuénteme de su amigo Simón Radowistky.

D.L.: Ese fue un ejemplar fenomenal. Estuvo 21 años preso en Tierra de Fuego, y salió en libertad por obra de "Crítica".

P.: ¿Cómo fue esa historia?.

D.L.: Simón le debió su libertad a doña Salvadora Medina Onrubia de Botana. Una mujer anarquista, bellísima, que vestía la mejor ropa que venía de París. Era espiritista. En una sesión de espiritismo que compartió con el entonces Presidente de la república, Hipólito Yrigoyen, consiguió arrancarle la firma del indulto de Simon Radowistky. Desde los 18 años estaba preso, cuando puso la bomba al coronel Falcón y su secretario, Lartigué. Era un hombre romántico que se jugó la vida por sus ideales.

P.: Hasta ahí fue Salvadora y no "Crítica" quien contribuyó a la libertad de Simón.

D.L.: Ocurre que el decreto si bien se había firmado, se pactó no darlo a conocer hasta que "Crítica" creara un estado de ánimo favorable en la población. Entonces, el diario, llevó adelante una campaña, con argumentos sentimentales que exaltaban el idealismo y la abnegación de Radowitsky. Las mejores plumas del diario se dedicaron a esa tarea apologética, y de exhortación al Presidente. Luego de lo cual, Yrigoyen publicó el decreto que hacía varios días tenía redactado. La libertad de Radowitsky pasó a la cuenta de un gran triunfo periodístico de "Crítica".

P.: ¿En qué circunstancias usted conoció personalmente a Radowistky.?

D.L.: La dictadura de Uriburu, aplicó salvajemente la ley 4144 -conocida como ley de residencia-, expulsando a sus países de origen a los muchos anarquistas españoles e italianos que había en Buenos Aires. Eso entrañaba un riesgo tremendo, porque en España estaba el régimen dictatorial de Primero de Rivera, y en Italia gobernaba Mussolini. Entonces, los anarquistas se organizaron para rescatar a esos presos cuando llegaban a Montevideo. Simón era uno de los cabecillas del movimiento. Ocurre que en un barco no pueden llevar a un pasajero que viaja contra su voluntad. Se aplicaba un reglamento de tipo internacional por el cual todo pasajero embarcado contrariando su voluntad, debía ser desembarcado en el primer puerto que tocara el barco.

P.: ¿Cuál era su papel en ese movimiento?

D.L.: Yo, por ese entonces, era un veterano telegrafista., trabajaba en relaciones públicas. Tenía franquicia de subir a los barcos antes de que se le concedieran la "libre práctica". Con mi uniforme de mensajero de la Western Telegraph Company -que me daba un aire casi militar-, era el primero en subir a bordo junto con Inmigración y Policía, no bien llegaba el barco. Yo iba a ver al comisario del barco y le preguntaba cuántos presos llevaba a bordo. Me decía la cantidad y los nombres. Yo hacía la lista y con un mensajero se la enviaba a Simón Radowistki. El, en el puerto, ya estaba preparado con una máquina de escribir, hacía un escrito -no había más que agregar los nombres- pidiendo a la Prefectura el desembarco de quienes eran trasladados en contra de su voluntad. Esas es la misión que me tocó desempeñar y que sigue siendo uno de los mayores orgullos de mi vida.

P.: ¿Hasta cuándo se frecuentaron con Simón Radowistky?

D.L.: Hasta que Simón se fue a México. Allí murió, víctima de la tuberculosis que había contraído en Ushuaia. Estaba deformado por los trabajos humillantes que le hicieron cumplir durante sus largos años de prisión. Tenía una gran calvicie. Era de verdad un tipo simpatiquísimo. Tengo de él el mejor de los recuerdos.


Por Sergio Marelli