miércoles, 11 de julio de 2018

Leila Guerriero: "La única manera de seguir avanzando en la escritura es tomando riesgos"


                                                

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  Leila Guerriero es una gran escritora que hace periodismo, ¿acaso dejan de hacer literatura cuando escriben sus notas Martin Caparrós,Jorge Bocanegra, Cristián Alarcón, o para irnos un poco más atrás en el tiempo , José Martí, Ernest Hemingway, Gabriel García Márquez? Se me dirá que los nombrados además de hacer periodismo, alimentaron una obra literaria.
Y es cierto, pero no estoy hablando desde el punto de vista de la escritura sino de la lectura. Uno lee las notas de Leila Guerriero y las lee con el mismo placer con que lee buena literatura.
   Si bien lo de Leila Guerriero no encuadra en lo que llamamos literatura, toda su escritura demuestra un gran dominio de los resortes más secretos del arte de narrar y es, además, una prosa iluminada por relámpagos de poesía que los clasificadores compulsivos la ubiquen en el casillero que les parezca. Sus lectores les seguiremos rindiendo gratitud por darnos con su periodismo el mismo asombro, entretenimiento y placer que nos depara la literatura.
  Pregunta: ¿Cuando empezaste a mirar donde nadie mira, quiero decir, cuando empezaste a sentirte periodista?

  Leila Guerriero: Me empecé a sentir periodista cuando empecé a trabajar en periodismo. Porque yo no sabía que era periodista. Si bien quería escribir, el periodismo no aparecía como una posibilidad en ese momento para mi. Pero empecé a trabajar y recuerdo con enorme placer cómo cuando me preguntaban a los veintiuno o veintidós años “¿Que hacés? o ¿a qué te dedicas?”, yo respondía periodista, y era algo de una tamaña satisfacción. En esa época en Ezeiza, cuando ibas a viajar, tenias que completar  en la ficha de inmigraciones cuál era tu profesión y yo siempre ponía “periodista”. Recién me empecé a sentir periodista cuando empecé a trabajar como tal, a partir del año 1991, ´92, y no antes porque jamás había sospechado esa posibilidad para mí. Despues, mirando un poco en retrospectiva,  uno se da cuenta que siempre hubo resortes de curiosidad poderosos, de un gusto por meterse en mundos inaccesibles, raros o ajenos a uno. Esa compulsión casi a la curiosidad infinita que estaba gritando, sin ser demasiado escuchada, que este podía ser un oficio estupendo para mi. Pero como vos dijiste, yo nací en Junin, una ciudad que quiero mucho, pero era una ciudad pequeña en la que el periodismo no aparecía como un horizonte posible y la literatura de escritura de no ficción menos que menos. En otras palabras, era estar condenado a morir de hambre o suicidarse, dejar un cadáver joven ( RISAS).

  P.: Además del orgullo de poner periodista a la hora de llenar un formulario ¿Qué otros síntomas empiezan a aparecer cuando uno se siente periodista?

  L.G.: Hay algo que es maravilloso del oficio y es que realmente la excusa perfecta para desplegar esta enorme curiosidad de la que te hablaba con un sentido, porque uno como un ciudadano de a pie no le esta tocando timbre de las casas a la gente preguntándole: “¿Puedo pasar a ver cómo vive usted señor?”. Y creo que es esa sensación de ser una privilegiada, como lo somos todos los periodistas, de poder ver los mundos ajenos desde muy primer plano. Aquello se me reveló como una maravilla rápidamente. Me dio como una gula; recuerdo que quería contarlo todo. Desde las cárceles hasta las villamiserias, pasando por los mundos de la militancia política, de los coreanos en Buenos Aires, los judíos ortodoxos, los gitanos, los actores, músicos de rock. 
A veces me preguntan por qué me interesan los temas que me interesan. La verdad es que en mi vida he hecho una cantidad de cosas tan diversas, desde crónicas de viajes hasta  mirar más a fondo pequeños mundos dentro de la ciudad, que están a un tiro de piedra y no los vemos; los mundos culturales, las bambalinas de los teatros, etc. No hay un hilo que una todo eso, más que esta especie de curiosidad compulsiva, pero creo que el síntoma más fuerte puede ser esa especie de gula y desesperación; decirse a si mismo que no le va a alcanzar la vida para contarlo todo.

  P.: Para contar el universo, porque todo es misterioso y todo es digno de ser mirado de cerca…

  L.G.: Yo lo creo, aunque no sea de las personas que dicen que todo el mundo tiene una historia para contar. A mí la gente cuando me empieza a decir “Ay, si yo te contara mi vida” tendría ganas de que se calle lo antes posible.

  P.: Contame de alguna entrevista que estabas segura de no poder hacer y que salió magnifica.

  L.G.: No sé si te puedo contestar esa pregunta porque se ve que yo tengo como una negociación interna previa a proponer algo a un editor, que tiene que ver con las posibilidades acceso. Como yo me paso mucho rato con la gente, necesito que ese acceso sea fluido. Entonces, a veces me pierdo hasta de contar algunas cosas porque se que ese personaje va a ser super inaccesible o nunca va a entender lo que quiero hacer. O me va a dar una entrevista de quince minutos, como podrían hacerlo un mandatario o un presidente, o un músico que son estrellas internacionales. 

Pero, por ejemplo, hace dos años hice una entrevista para la revista Rolling Stones a una persona que llego a estar en la cúspide de la ola hace mucho años, que es Palito Ortega. Siempre me pareció una persona muy interesante porque ha tenido muchos giros en su vida. Desde aquel recital de Frank Sinatra en el que perdió todo, se fue afuera con su familia y luego volvió, terminó siendo gobernador de Tucumán, tiene toda esta trupp de hijos que son increíbles y talentosos, esta mujer tan misteriosa que es Evangelina Salazar. Me lo propusieron hacer en la Rolling Stones y yo estaba segura de que Palito, que es una estrella de rock a la vieja usanza,  estaba habituado a que los periodistas de pronto van y hablan con él quince minutos, media hora y asunto terminado. Y yo el planteo que hice fue entrevistarlo seis o siete veces, hablar con toda su familia. Sumamente convencida de que me iban a decir de ninguna manra. Para responder un poco esto que vos me estas preguntando, para mi gran sorpresa y beneplácito, dijeron que si y lo entreviste como siete veces y lo vi en diversas situaciones: en shows privados, en su estudio, en las afueras de Buenos Aires, en su quinta que se llama “La Negrita”, en su propia casa, tuve acceso a sus hijos. O sea fue una sorpresa grata, de lo que recuerdo ahora últimamente. 
Después hubo notas muy complejas. Yo soy atea pero me interesan mucho la fe de las personas, en que cree la gente y cómo viven esa fe. Y una vez propuse en La Nacion  hacer una nota con el núcleo más duro de los judíos ortodoxos en Buenos Aires, que forman parte de una colectividad enorme. Estaba casi segura de que no iba a poder tener acceso y, sin embargo, estuve prácticamente tres meses con esa gente. Por supuesto que tuve que respetar una serie de cosas, por ejemplo, usar falda, taparme los codos, ir con el cabello recogido. Lo usual cuando vos entras a un mundo que no es el tuyo y al que le tenes que deber respeto. Pensaba que me iban a decir que no principalmente porque es un mundo muy masculino y yo soy una mujer. Pero creo que con paciencia y cuando uno explica más o menos lo que busca casi todo se puede hacer.

  P.: Vos haces lo que se llama periodismo narrativo, ¿qué diferencia encontrás entre el periodismo narrativo y el periodismo a secas?

  L.G.: Yo creo que en el fondo siempre uno hace esas clasificaciones para que los periodistas entendamos de qué estamos hablando, pero a la gente eso no le importa. A mí me parece que de lo que se trata es de dividir entre buen periodismo y mal periodismo. El periodismo narrativo es un tipo de periodismo que tiene mucha tradición en España, en nuestro continente y se trata, para explicarlo más sencillamente, de una pieza de un documental audiovisual, pero escrito. Con todo lo que eso significa: pasar mucho tiempo recogiendo imágenes, reporteando, etc. Después cómo montar la película con una cantidad de recursos narrativos lo más ricos posible.
El periodismo tradicional a secas no sé lo que es. Me parece que el periodismo tiene varios géneros.  El periodismo narrativo es uno, el periodismo urgente de noticias es otro, y creo que cada uno de esos géneros merece la pena de ser practicado, y que cada uno de los periodistas tiene más desarrollado un talento u otro. Pero no pienso en el periodismo narrativo como un género superador de otros géneros periodísticos. A mí si me pusieras a hacer periodismo en un periódico pienso que me echarían a los diez minutos o menos. 
San Agustín decía que “si no me preguntan lo sé y si me lo preguntan no lo sé”. Yo creo que con el periodismo narrativo pasa un poco así; cuando vos ves una pieza o una nota larga, en la que el paso del tiempo ha quedado en el texto, el periodista se ha visto muchas veces con el entrevistado y ha pasado mucho tiempo con esa historia, que a la hora de narrar se ha tomado el trabajo de hacer un ejercicio con la aplicación de las técnicas narrativas que excede lo obvio y que intenta ser una pieza que no tenga fecha de vencimiento, que se pueda leer dentro de veinte años con la misma fruición con la que se lee ahora, que la pueda leer un habitante de México, España o de Noruega sin demasiado ripio. Eso es lo que caracteriza al periodismo narrativo, te diría que es un tipo de periodismo  que no se ocupa en absoluto de la coyuntura, iría en sentido contrario a la noticia, a lo urgente. Garcia Márquez decía que un buen reportaje debe tener las mismas reglas de escritura y de disfrute y de trascendencia que tiene un buen relato de ficción.

  P.: Vos das mucha importancia a la lectura de los grandes escritores y, en ese sentido,  ¿recomendarías que en la facultad de Periodismo, por ejemplo, se analicen los mismos grandes autores que se estudian en la facultad de Letras?

  L.G.: ¡Si,si,si! Por favor, hagamos una moción. Es una gran idea, no porque yo lo venga diciendo sino porque lo que acabas de decir es perfecto: contagiar al programa de Periodismo con el del programa de lectura de Letras. A mi me parece que los periodistas, en general, leen poco. Tienen un universo lector muy acotado. No leen poesía, por ejemplo, que es fundamental para encontrar su propia voz, para conocer la música del idioma. No saben mucho de literatura, quizás conocen algún clásico de oídas, pero no literatura contemporánea o incluso lo que se está escribiendo en sus países. Leen casi sólo periodismo; su corpus de lectura está (con suerte) formado en clásicos periodísticos, y hay una fuerte carencia de lecturas. A mí me parece muy curioso porque si uno quiere escribir es porque primero ha querido leer o ha sentido el impulso de leer. ¿Por qué uno quiere escribir? El escritor es una persona, en el fondo, asquerosamente omnipotente. Quiere ser mejor que alguien a quien leyó y le gustó mucho. Querés empardarle el punto a los escritores que te gustan cuando empezas a leer. Me parece que ese mecanismo es un mecanismo más o menos común, sea cuando fuere que empieces a leer. Pero si me resulta muy curioso: yo doy varios talleres, no sólo acá en la Argentina sino afuera, y preguntar nombres más o menos obvios supongamos de la narrativa contemporánea de ficción y la mayoría nos los conocen. A veces ni siquiera la narrativa de no ficción. Conocen como los cuatro o cinco autores de cabecera: Truman Capote, Gay Talese y Ryszard Kapuscinski. Y de pronto, quizás, ni siquiera los leyeron. Sólo conocen el folklore nominal.

  P: Y si, además, hubieran leído literatura los leerían de otra manera también.

  L.G.: Yo creo, porque, además, es como si no fueran demasiado conscientes de que esas personas que escriben no ficción y que tanto les gustan a ellos, son personas que alimentan su obra de la lectura de muchas cosas. Estos señores han leído a Dostoievski, se han tomado el placer y el trabajo de tener una cabeza bien amueblada con lecturas. No sólo con lecturas, sino también con otra infinidad de cosas de las que se tiene que nutrir la prosa, como la música o el cine.

  P.: Leila, la manera en que encarás el relato de una historia surge del tanteo, del ensayo y error, o la experiencia  acumulada a estas alturas te da una intuición inmediata de por dónde ir, como si la historia tuviera en sus entrañas la manera en que reclama ser contada.

  L.G.: Es un poco así, yo nunca me siento a escribir si no tengo como la primera línea del texto y una idea del primer párrafo. Ahora, eso me viene dado un poco desde la historia misma. Una vez que yo tengo todo el material reunido, de la etapa del trabajo de campo y la investigación, me siento y leo todo ese material a lo largo de un día, dos días o el tiempo que me lleve. Ahí es cuando la historia empieza a aparecer, ese principio se dibuja de una forma muy clara. Creo que lo que primero aparece es una especie de idea casi universal, o sea, el tema por detrás del tema. Puede ser un perfil de un escritor, pero a su vez para contar ese perfil del escritor tiene que haber un tema universal por detrás; a ver qué es esto: la parábola del héroe caído, el hombre que se ha reiventado a si mismo cientos de veces, el sujeto pobre que pensaba que no iba a llegar a ninguna parte y llegó. Me refiero al gran tema, las tres o cuatro cosas sobre las que escribimos siempre. A partir de eso empiezo a generar un texto gigante, monstruoso, enorme, legible, que es la primera versión.
Eso sirve, en definitiva, simplemente para hacer una especie de explicación anterior ante mi misma de por dónde van los tiros. Es como contarme la historia a mi misma, como si se tratara de un mal trago necesario. Porque te digo que es abrumador todo eso, pero ahí es donde voy escarbando todo lo que si va  y dejo afuera todo lo otro, y entonces es completamente necesario. 
En ese proceso creo que hay mucho de un músculo que se pone en marcha y tiene que ver muchísimo con la intuición y también con la experiencia. Me da un poco de pudor decirlo porque uno parece que fuera una especie de gurú y no es así, pero después de unos cuanto años de trabajar ya uno sabe más o menos que es lo funciona y que es lo que no va a funcionar nunca. A su vez, eso es un equilibrio bastante complejo con algo que a mí me gusta siempre que es tomar riesgos, porque  es como mandar siempre la locomotora por el mismo tren que uno sabe que va a llegar a destino y a mí me gusta, aun a riesgo de equivocarme, tratar de probar cosas nuevas.

  P.: Tomar riesgos, probar cosas nuevas y tus entrevistas son distintas al común de las entrevistas que uno lee, porque generalmente se toma como piedra de toque de las buenas entrevistas las preguntas, y tus entrevistas están construidas a partir de la mirada. Pareciera que te apoyas tanto o más en lo que ves que en lo que escuchas.

  L.G.: Si, a veces me han propuesto hacer entrevistas pregunta- respuesta y la verdad que es un género que a mí me encanta leer, pero me cuesta mucho escribir por dos motivos. Primero, hay algo del orden del regocijo de la escritura que no me sucede en una entrevista pregunta-respuesta. Aunque, por supuesto, también es un artefacto narrativo y es muy difícil armar. No es una desgrabación de lo que uno habla con una persona una entrevista de ese estilo. Después, porque yo siempre creo que hago preguntas obscenamente estúpidas. Me parece que si yo reprodujera mis entrevistas en crudo la gente pensaría “pobre mujer”. Por supuesto que se mucho e investigo mucho a las personas que voy a entrevistar, pero las preguntas nunca intentan demostrarle al entrevistado que soy inteligentísima. Entonces, siempre estoy como en un lugar mucho más modesto, oculto, pregunto apenas. Voy más bien tirando de un hilito para que el otro diga, pero sin que eso se transforme en una especie de cosa inquisitoria. Son preguntas siempre cortas, no me tomo mucho rato para preguntar. 
Además, como veo muchas veces a la gente, siempre hay un momento para hacer las preguntas incomodas que no necesariamente es como la primera vez. Como vos decis, a mi me sirve mucho mirar. Mis trabajos con la gente con la que hago perfiles no es nada más sentarme en una silla, en un sofá o en un living y entrevistar a esa persona, sino también seguirlo en diversas circunstancias. Si es un músico, ir a ver cómo graba un disco, verlo en un recital, verlo en bambalinas, cómo se prepara antes, si está nervioso o si no, cómo funciona con sus músicos o cómo da órdenes y pide cosas. Todo eso termina diciendo de la gente cosas muy genuinas, porque no van a estar bajo control todo el tiempo de lo que hacen o no hacen. Para mí eso es muy nutritivo y rico, esa mirada es algo que resulta muy agotador para el que la está ejerciendo, y que también hay que ejercitar. Esa mirada no se desarrolla si estas mucho tiempo sin ejercerla, sino que se aburguesa y dejas de entender que es lo que tenes que mirar.

  P.: ¿Cuáles son para vos los grandes textos periodísticos, es decir, aquellos que un estudiante de periodismo no debiera desconocer?

  L.G.: Hay muchos. Pienso en la forma de libro, hay uno que es la Biblia total que es “Hiroshima” de un periodista americano, John Hersey, que reconstruye lo que fue la bomba de Hiroshima, pero a partir de lo que ocurrió después de la bomba. Reconstruye la vida de algunas personas que pasaron por ese momento, con un nivel de detalle asombroso. Es un libro espeluznante y maravilloso. Aquí tenemos, obviamente, a “Operación Masacre” de Rodolfo Walsh, es un libro que me encanta,  tanto como su diario “El violento oficio de escribir”, que me parece una lección de escritura, de vida y de un montón de cosas. Después, hay una autora americana que a mí me gusta mucho, que se llama Joan Didon. Ella tiene un libro estupendo que se llama “El año del pensamiento mágico”, que es un libro pequeñito y fantástico que utiliza con una materia prima muy terrible que es la muerte de su esposo, un minuto después de que volvieran de ver a su propia hija internada en una clínica en coma. Hace con esa materia super difícil de contar un libro espeluznantemente hermoso y duro. Muy difícil mirar tan de cerca una tragedia propia con una sequedad tan enorme de recursos. Creo que hay un libro de Martín Caparrós que se llama “Larga Distancia”. Otro es “La guerra moderna”.

  P.: Dos librazos. Que cronista Caparrós…

  L.G.: Pienso que es el mejor realmente. “El interior” también es otro libro estupendo. Después se me ocurre un libro de Janet Malcom que se llama “Ifigenia en Forrest Hills”, que es la historia de un juicio en Estados Unidos contra una mujer musulmana acusada de matar a su marido, que es aterrador porque evidentemente la mujer no es culpable pero terminan condenándola a cadena perpetua. La historia desarma todo el mecanismo de funcionamiento de la justicia, cómo todo lo que puede ser usado a tu favor también puede ser usado en tu contra. El último libro de esta autora se llama “ “Cuarenta y un retratos fallidos” y el retrato que inicia el libro y le da el título se llama Cuarenta y un retratos fallidos y son retratos que dibujan un perfil de un artista plástico norteamericano y, desde el punto de vista de la estructura y de la narración, es una delicia, porque es una cosa dificilísima de hacer. Como transformar un fracaso, porque la mujer nunca llegó a entender quien era este hombre, en un texto exitoso. Esta también Thomas Lynch, que es un poeta y funebrero estadounidense, que relata su propia historia de vida en un texto de no ficción (aunque él no sea periodista) y es maravilloso; es una crónica de la vida de un poeta que tiene una casa funeraria de generaciones  en un pueblo nevado en el medio de Estados Unidos.

  P.: Un poeta al que no le tienen que contar que es la muerte.

  L.G.: Exacto. Ya lo sabe todo. Bueno hay muchos libros, a mi me gustan los libros pequeñitos de columnas, por ejemplo, “El equilibrio” de Pedro Mairal, que es un libro de recopilación de columnas que él publicaba en el diario Perfil. En esa tónica, me parece que acá tenemos a un maestro absolutamente insuperable que es Roberto Arlt. Cuando uno lee todos sus textos- él escribía una columna por día-, queda maravillado.

  P.: Sin dudas, uno las vuelve a leer hoy con un regocijo inmenso.

  L.G.: Era gente que se la pasaba mirando, con una chispa inmensa.

  P.: Ahí estaba la clave… Dentro de tus textos, ¿cuales son aquellos que más satisfecha te han dejado?

  L.G.: Que difícil… Yo creo que cuando uno entrega un trabajo está satisfecho con el trabajo porque si no ese trabajo no lo entregás. Pero, por ejemplo, hay crónicas que por diversos motivos te quedan más pegadas en la memoria. Los dos libros, “Los suicidas del fin del mundo” y “Una historia sencilla” creo que son dos trabajos en los que dejé un poco todo. Me gustó mucho hacer eso. También recuerdo un perfil con Guillermo Kuitca que me sigue pareciendo un talento increíble. Un trabajo con el equipo de Antropología Forense. Lo que hice con Palito Ortega, que fue un trabajo larguísimo. Un perfil que hice de Maria Luján Rey, la madre de uno de los chicos que falleció en el choque de trenes de Once, hace poco para la Rolling Stone. En definitiva, son muchos. Tengo que nombrar los perfiles incluidos en “Plano Americano” y el perfil de Rodolfo Fogwill.

  P.: Hablando de estas notas que te han dejado satisfecha o que, al menos, te han sacado una sonrisa, estaba pensando cómo hace una periodista que acierta al tomar un camino para no volver una y otra vez a su camino conocido que supongo que va perdiendo misterio a medida que se lo transita.

  L.G.: Un poco lo que te decía antes, tratando de tener conciencia de que la única manera posible de seguir avanzando en la escritura es tomando riesgos y ponerte en una situación de incomodidad en algún punto. Ir un poco en contra de tus propias habilidades. Yo lo noto sobre todo, no sólo en la forma de escribir, sino también en los recursos que uno utiliza mucho y luego se desgastan, y uno ya no siente que esa escritura fluya de manera orgánica, como si ya se estuviera impostando alguna cosa. Por ejemplo, en una época yo usaba muchísimo la fragmentación, todos eran pequeños panes de textos fragmentados, con frases super cortas y no más de tres líneas. Ahora siento que esta todo mucho más integrado; grandes espacios en blanco de textos o fundidos a negro entre bloques de textos ya no aparecen. Pero creo que eso es porque yo también me cansé de ese recurso y porque en algún momento siempre me aparecen estas preguntas: ¿Ésta es la única manera en la que lo puedo resolver o es la mejor manera, lo que necesita el texto? ¿Realmente no puedo encontrar otro recurso? ¿Y si no puedo encontrar otro recurso, es que el lugar del que venían los recursos se secó o no estoy haciendo el trabajo necesario para que esos recursos vuelvan a fluir? Siempre estoy ejercitando ese músculo de buscar algo distinto.
  La pregunta más importante y que englobaría la cuestión seria: ¿Estoy siendo una narradora con recursos limitados o sigo cómoda con una gran paleta de recursos disponibles? ¿Achiqué mis recursos o los estoy agrandando? También lo noto mucho en las temáticas. Uno va cambiando con el tiempo de intereses en algún punto. Al principio, cuando empecé a trabajar, durante muchísimos años estaba muy fascinada por todas las historias que estaban relacionadas con los márgenes, lo marginal, lo sórdido. Creo que a todos los periodistas les ha pasado eso y es muy noble, porque es visibilizar una parte que está siempre en desventaja con los centros del poder. Pero, con el tiempo, me parece de pronto mucho más desafiante hacer historias relacionadas con el poder, por ejemplo, con gente que toma decisiones que después nos terminan afectando a todos. Y son mucho más difíciles. El acceso es mucho más complejo, pero me parecen historias muy interesantes.

  P.: Apelaste varias veces en esta conversación a una expresión muy provocadora y muy necesaria: “tomar riesgos”. Por eso te pregunto, ¿cuándo vas a publicar los poemas que tenes guardados?

  L.G.: ¡Ja, Ja! No, no tengo poemas guardados. Escribí poemas siendo chica, joven, adolescente, pero ya no escribo. Tampoco escribo ficción, ni en mis ratos libres. Yo creo que, comparados con los poetas, lo que hacemos los demás es como lucha en el barro.

  P.: Pero hay muchos momentos de poesía en tus textos…

  L.G.: ¿Vos decis? 

  P.: Si, absolutamente.

  L.G.: Ojalá, elijo creerte.

  P.: Para ir cerrando, Leila, supongo que ahora el mejor vino que podés comprar no es el peor vino que venden en el supermercado chino. Por eso vamos a servirnos una copa de buen vino y te pido que hagas un brindis.

  L.G.: Siempre es un momento complicado el brindis.

  P.: Y, sobre todo, hacer un brindis sobrio.

  L.G.: Obviamente, en el momento del brindis uno ya esta como muy achispado. Hacer un brindis para uno es un poco egoísta además. Pero quisiera brindar por un año sereno, que sea bueno para todos. Siempre pienso en un mundo utópico, en el que cada una de las personas pueda tener el trabajo que quiera tener; en el que tener un laburo no implique una maldición y que no estes esperando que llegue el Viernes a la tarde para irte rajando a tu casa porque no te aguantas más estar en la fábrica o en el banco, o en donde sea. Seria lindo brindar por un país en el que cada uno pudiera estar un poquito más cerca de vivir de lo que quiere hacer, donde uno pueda desarrollar sus talentos y que esos talentos no te condenen a tener que vivir una vida horrible.

  P.: Agregaría nada más que se lea literatura en la facultad de Periodismo.


  L.G.: ¡Si, eso es más posible!



Por Santiago Marelli

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