Muchos premios recibió Tomás Eloy Martinez en su vida, pero el “Rodolfo Walsh”, es, quizá, el que más orgullo lo hizo sentir. Admiraba "Esa mujer", "Fotos", "Irlandeses detrás de un gato", a los que consideraba cuentos de perfección borgeana;
y coincidía con García Marquez en la calificación de la “Carta Abierta a la Junta Militar", como "obra maestra del periodismo universal"-.
"Lo conocí viajando en micro de Buenos Aires a La Plata. Hablamos de una revista en ciernes, Panorama. Años después, María Victoria, la hija de Rodolfo, entró a trabajar a la revista. Un día me dicen que había llegado la información por télex de que habían matado al sindicalista Augusto Vandor -de la Unión Obrera Metalúrgica-. En la redacción sólo estaba Victoria y la mandé a cubrir el asesinato. Justo a María Victoria...".
Es necesario contextualizar ese lamento retrospectivo. Cuarenta días antes de que fuera asesinado el sindicalista, Walsh había publicado "¿Quién mató a Rosendo?", una investigación sobre la pelea entre burócratas sindicales y peronistas de base, en la que hacía foco directamente sobre Augusto Vandor.
"Enseguida lo llamé a Rodolfo y le dije: Acabo de mandarme una macana, mandé a María Victoria a cubrir el asesinato de Vandor. Y él me contestó: Dejala, dejala, hay que tener a alguien de los nuestros para ver qué está pasando. En 1971, en Francia, volví a encontrar a Rodolfo y Lilia Walsh. Ahí me dicen que el cuerpo de Evita estaba en Europa. Yo les digo: Si desplazaron el cuerpo vamos a buscarlo...Y él me contesta: No, esa mujer no es mía. El dice eso y después, en su escrito "Esa mujer", queda más clara su posición. Ahí cuenta que Perón, cuando había visto fotos de lo que se había hecho con el cuerpo de Evita, exclamó: "esa mujer es mía".
Cuando las fuerzas represivas hicieron los primeros ejercicios de su ofensiva sangrienta, Walsh se refugió en la casa de Martínez. Nada era seguro.
"Cuando fueron los fusilamientos de Trelew -el 22 de agosto de 1972-, yo escribí una nota con el título La sangre de los argentinos, donde decía que el gobierno no debía permitir que se derramase la sangre de los argentinos. Eso me valió el exilio. Ahí, Lilia le dijo a Rodolfo: Esta casa no es tan segura. La última vez que nos vimos fue en 1975, en la ciudad de Buenos Aires. Ahí me dijo: “Yo no puedo hacer por vos lo que vos hiciste por mí”. Por eso yo considero a este premio Rodolfo Walsh, como una devolución"
ESCRITOR Y PERIODISTA.
Las fronteras están hechas para ser burladas, es el corolario que se extrae de la lectura de sus textos. No hay aduana que impida el permanente intercambio de recursos que literatura y periodismo celebran en la escritura de Tomás Eloy Martínez. "No separo un trabajo del otro. Creo que todos son la misma efusión de un mismo ser". Por eso, es un prófugo de los cancerberos que con su sofocante manía clasificatoria, custodian militarmente que cada género quede inmovilizado en su lugar.
-¿Eso implica considerar al periodismo como un género literario?
Hay que entender al buen periodismo siempre como buena literatura y no hay que vivirlo como una escisión ni fingir hacer la actitud con la que se encara un texto, y además de que no hay que mentir en el periodismo, lo que sí puede uno hacer en la novela, el periodista que no piensa en su lector, no lo reconoce, ni sabe a quién le está hablando, está perdido; en cambio, el escritor que tiene en la cabeza todo el tiempo a su lector está perdido porque escribe para halagarlo, y se le olvida que la única fidelidad que debe tenerse es hacia sí mismo.
Un núcleo común irradia las semejanzas entre periodistas y escritores. Ambos hablan desde una subjetividad, desde una visión del mundo forjada desde sus convicciones más íntimas. Subjetividad que se alza para ofrecer su relato al mundo. Ni el escritor ni el periodista, si son verdaderos, creen en el mito de la objetividad, "inventado por las agencias de noticias", sí creen en su portentosa capacidad de contar. Por eso, se puede ver, desde lejanos tiempos, literatura y periodismo paseándose como hermanas gemelas tomadas de la cintura. Mirando de cerca, Tomás Eloy Martínez, asegura que se puede comprobar la sustancia periodística de todas las grandes ficciones latinoamericanas.
"Todos, absolutamente todos los grandes escritores de América Latina fueron alguna vez periodistas. Y a la inversa: casi todos los grandes periodistas se convirtieron, tarde o temprano, en grandes escritores. Esa mutua fecundación fue posible porque, en cada una de sus crónicas - aún en aquellas que nacieron bajo el apremio de las horas de cierre-, los maestros de la literatura latinoamericana comprometieron el propio ser tan a fondo como en el más decisivo de sus libros. Un hombre no puede dividirse entre el poeta que busca la expresión justa de nueve a doce de la noche y el gacetillero indolente que deja caer las palabras sobre las mesas de redacción como si fueran granos de maíz. El compromiso con la palabra es a tiempo completo, a vida completa. Puede que un periodista convencional no lo piense así. Pero un periodista de veras no tiene otra salida que pensar así. El periodismo no es algo que uno se pone encima a la hora de ir al trabajo. Es algo que duerme con nosotros, que respira y ama con nuestras mismas vísceras y nuestros mismos sentimientos".
MAS SOBRE PERIODISMO Y LITERATURA.
Literatura y periodismo nacieron para lo mismo: contar historias. Y contarlas de la mejor manera posible, con un lenguaje seductor y convincente que busque siempre el roce de la belleza. "Ya que escribes en verso, podrías hacer los yambos un poco más hermosos", le recomendó en una carta Marx a Lasalle, poeta social. El periodista que no asuma el desafío de saber contar con gracia y convicción la realidad de la que es testigo, no tendrá plena conciencia del sentido de su oficio.
"El periodismo nació para contar historias, y parte de ese impulso inicial que era su razón de ser y su fundamento se ha perdido ahora. Dar una noticia y contar una historia no son sentencias tan ajenas como podría parecer a primera vista. Por lo contrario: en la mayoría de los casos, son dos movimientos de una misma sinfonía. Los primeros grandes narradores fueron, también, grandes periodistas. Entendemos mucho mejor como fue la peste que asoló Florencia en 1347 a través del Decamerón de Bocaccio que a través de todas las historias que se escribieron después, aunque entre esas historias hay algunas que admiro como A Distant Mirror de Barbara Tuchman. Y, a la vez, no hay mejor informe sobre la educación en Inglaterra durante la primera mitad del siglo XIX que la magistral y caudalosa Nicholas Nicleby de Charles Dickens. La lección de Bocaccio y la de Dickens, como la de Daniel Defoe, Balzac y Proust, pretende algo muy simple: demostrar que la realidad no nos pasa delante de los ojos como una naturaleza muerta sino como un relato, en el que hay diálogos, enfermedades, amores, además de estadísticas y discursos".
La infinita materialidad del lenguaje es el territorio común de escritores y periodistas. Aunar el potencial expresiva del lenguaje literario -y su riquísimo arsenal de recursos-, a la acuciosa seriedad de la información presentada; es la clave de perdurabilidad que distingue la obra periodística que dejaron los más grandes escritores. No se trata de pergeñar una helada teoría que de cuenta del cruce entre literatura y periodismo. La cosa es mucho más simple, basta con releer las crónicas de escritores como José Martí o Rubén Darío, para verificar como el talento narrativo es un atributo que puede dar a la información su más luminosa visibilidad.
"Un periodista no es un novelista" -dice Tomás Eloy Martínez-, " aunque debería tener el mismo talento y la misma gracia para contar de los novelistas mejores. Un buen reportaje tampoco es una rama de la literatura, aunque debería tener la misma intensidad de lenguaje y la misma capacidad de seducción de los grandes textos literarios. Y, para ir más lejos aún y ser más claro, un buen periódico no debería estar lleno de grandes reportajes bien escritos, porque eso condenaría a la saturación y al empalagamiento. Pero si los lectores no encuentran todos los días, en los periódicos que leen, un reportaje, un solo reportaje, que los hipnotice tanto como para que lleguen tarde a sus trabajos o como para que se les queme el pan en la tostadora del desayuno, entonces no tendrán por qué echarle la culpa a la televisión o al internet de sus eventuales fracasos, sino a su propia falta de fe en la inteligencia de sus lectores"
FUNDACION MITICA DEL PERIODISMO CULTURAL.-
Para Tomás Eloy Martínez el instante en que nació en América Latina lo que se conocería después como "nuevo periodismo", data de 1953 y está referido al desembarco de un joven periodista colombiano en el aeropuerto de Caracas, después de tres años de escribir en Roma sobre los ataques de hipo de Pío XII y de terminar los originales de su segunda novela en el invierno implacable de París. El joven colombiano, claro, era Gabriel García Márquez. Y así recuerda las grandes crónicas de aquellos años fundacionales:
"Estaba a punto de secarse el dique de La Mariposa, y en vez de decirlo así, con esas palabras de álgebra, García Márquez inventaba a un personaje que para poder afeitarse en la ciudad sin agua se mojaba la cara con jugo de duraznos. Se caía a pedazos la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, y para no contar la historia como en los telegramas de las agencias de noticias, el joven narrador de La hojarasca explicaba que, a los hombres de la resistencia, "los días les estaban quedando cortos". Enriquecido por un lenguaje de novela, transfigurado en literatura, el periodismo desplegaba ante los ojos del lector una realidad aún más viva que la del cine. Todo parecía tan nuevo como si, al cabo de un largo olvido, las cosas pudieran ser nombradas por primera vez.".
Si bien los Estados Unidos reivindica para sí la invención de las factions o de las "novelas de la vida real", nacidos brillantemente de las plumas de Norman Mailer, Truman Capote y Joan Didion, Tomás Eloy Martínez asegura que es en América Latina donde nació el género y donde alcanzó su genuina grandeza. Aunque su experiencia del periodismo estadounidense, le ha permitido conocer maneras del relato periodístico que agarra de las solapas al lector para dejarlo gozosamente inmovilizado en la lectura.
"El New Yorker -que me parece que es la mejor revista que se hace en el mundo entero-, cuando terminó el episodio Mónica Lewinsky-Clinton, congeló la escena central en el baño de la oficina oval. Y le dijo a diez escritores norteamericanos: ¿cómo narrarían ustedes esto?. Entonces, las diez fueron piezas maestras, escritas, entre otros, por Toni Morrison y Doctorow. Algunos de ellos no son norteamericanos, como Salman Rushdie. Pero estos diez dieron un retrato de esa escena central, de esa "escena primaria" de la política norteamericana, e hicieron diez piezas excepcionales, ejemplares, que transmitían de un modo mucho más vivo el conflicto político, ético, de costumbres, de violación del puritanismo norteamericano que había en esa escena, que cualquier relato hecho de otro modo por la televisión, por la radio o por la prensa convencional.”
Así como los grandes periodistas se hacen diestros en el manejo de técnicas literarias, para ser escuchados con mayor claridad, y llegar más hondo y más lejos en la sensibilidad de sus lectores. Muchos grandes escritores, por su parte, han recurrido a mecanismos connaturales al oficio periodístico, para desarrollar sus ficciones. Hay una anécdota muy ilustrativa al respecto. En un tiempo cundían en Suecia los accidentes en las rutas y habían muerto muchos chicos atropellados por automóviles. El gobierno pidió a ciertos escritores, periodistas y gente de la cultura que hicieran algo en contra de eso. En general eran textos, notas, afiches donde se pedía los automovilistas que manejaran con más cuidado, más despacio, sobrios, cosas así. Ese era el resultado obtenido de los simples contadores de noticias, los notarios de la fugacidad informativa, los artesanos aplicados dispuestos a escribir casi sobre cualquier cosa. En cambio, Stig Dagerman escribió "Matar a un niño", uno de los cuentos más trágicos y hermosos de la literatura sueca. El horror de esa muerte absurda, un domingo, un día soleado de casi perfecta felicidad para una pareja que inocentemente va en auto hacia una playa pero termina matando a un niño. El efecto devastador que produce el cuento, no se obtiene con la mera crónica periodista de un accidente callejero, editorializando un sermón vial, o con la foto morbosa de un niño bajo las ruedas de un auto -trofeo preciado por cierto tipo de periodismo incapaz de respetar la dignidad de la vida ni de la muerte-. La clave está en saber contar. Enseñanza que asimilan los periodistas que se internan en los socavones de la literatura, y los escritores que no se privan de uno solo de los recursos que ofrece el mejor periodismo. De éstos últimos, piensa Martinez, abundan los ejemplos en Latinoamérica.
"Creo que todas las novelas tienen un proceso de investigación periodística. Así fueron hechas Cien años de soledad, de García Márquez, o Yo, el Supremo, de Augusto Roa Bastos, por ejemplo. Yo creo que para poder fabular uno primero tiene que conocerlo todo sobre lo que va a escribir. No se puede fabular con la ignorancia y el desconocimiento. La novela tal cual yo la veo no solo es un proceso de escritura, sino también de investigación. En general, la novela contemporánea trabaja mucho en esa dirección. Flaubert escribía de ese modo, igual que Dumas, y hoy Claudio Magri, Don DeLillo, Julián Barnes."
Si bien la curiosidad por la condición humana y la necesidad de construir una sólida visión de la realidad, entrelazan las raíces del escritor y el periodista, notorias diferencias los separan.
"William Faulkner y Truman Capote decían que la diferencia entre periodista y escritor es que este último si tiene que sacrificar a su madre para ser quien es o para poder escribir, lo hace. Claro, eso dice en el momento en que está escribiendo y son frases; pero, en el caso del escritor es una especie de sacerdocio. Las dos condiciones centrales que ambas profesiones requieren son: mutua alimentación, obsesión, paciencia y esfuerzo. La inspiración sólo llega o nos baña después de mucho tiempo de darle vueltas a una misma frase, y siento que ahí está, no es la musa que llegó, es todo el trabajo y sudor que se le metió a esa frase. El periodista tiene que ser leal al lector y n engañarlo. El escritor tiene que ser fiel a sí mismo. Me desesperaba cómo hacer para conciliar esos dos tipos de fidelidades. Entonces encontré una forma de literatura en la cual lo central es ser fiel a mí mismo, mientras que finjo ser fiel al lector, advirtiéndole que no confíe en mí.”
UNA VOZ PARA PENSAR LA REALIDAD.
El periodismo requiere una voluntad de testigo acucioso, incorruptible, apasionado por la verdad. No es un simple medio de vida, es una manera de mirar la vida. Tomás Eloy Martínez dice no haber elegido el oficio de periodista, sino a la inversa.
“El periodismo no es algo que tú elijas. El periodismo te elige a ti. Ejerciendo este oficio aprendí a separar mis dos pasiones en la vida. Aprendí que somos un solo ser en tanto que eres un escritor que puede escribir en los periódicos y a la vez escribir novelas. Un de las distinciones básicas entre periodismo y literatura es que en el primero debes pensar siempre en el lector, en la segunda si piensas en el público estás perdido. La persona que escribe una cosa y la otra es la misma. Lo único que debe tener presente es la fidelidad a sí mismo. Cuando eso ocurre eres incapaz de escribir un texto torpe, deshonesto o descuidado. Hay que estar inmune ante esas tentaciones. De todas las vocaciones del hombre, el periodismo es aquella en la que hay menos lugar para las verdades absolutas. La llama sagrada del periodismo es la duda, la verificación de los datos, la interrogación constante. Allí donde los documentos parecen instalar una certeza, el periodismo instala siempre una pregunta. Preguntar, indagar, conocer, dudar, confirmar cien veces antes de informar: esos son los verbos capitales de la profesión más arriesgada y más apasionante del mundo.”
Por Sergio Marelli