lunes, 13 de agosto de 2018

Hay que sospechar de aquellos que no se ríen


Juan Sasturain
                














  Yo he sido, sobre todo, un lector de Fontanarrosa, como creo que la mayoría de nosotros. No he sido tan amigo del negro ni me reivindicaría como eso. Acaso no me animé a ser más amigo de él de lo que me merecería, pero he sido un profundo admirador de él.

  Fontanarrosa era lo que parecía, por lo menos, lo que hemos conocido de él durante tantos años: no había una diferencia muy marcada entre lo que uno percibía en él y lo que evidentemente era- sin hacer un psicoanálisis barato ni pensarlo dos veces-. Pero el negro era así exactamente. Hay una definición
muy linda de él que decía que tenía mucha actitud y  vocación para la rutina: el hecho de que haya vivido mucho tiempo en Rosario, se haya mudado un par de veces y no a demasiadas cuadras de donde nació, el hecho de que hiciera lo mismo todos los días y esa dedicación de sentarse todos los días para laburar más allá de que tuviera una obligación inmediata o no, muestra un aspecto de su personalidad que es bastante definitorio. 

El Negro en el fondo era un tipo reservado, muy centrado en las cosas que hacía, muy equilibrado y con una altísima capacidad de percepción de lo que lo rodeaba (como todos los grandes humoristas). Él definía siempre el papel  del humorista como una especie de laboratorio en el que él procesaba todo lo que recibía- era un perceptivo excepcional-. Era todo lo contrario a un humorista explosivo y tenía una notable inteligencia por sobre todas las cosas. Hay que pensar que también la hombría de bien y la urbanidad son rasgos de la inteligencia; el negrito tenía un poco de todas esas cosas.

Era una persona, en general,  sin contraindicaciones. Era alguien en quien uno podía descansar y confiar. Su definición de la amistad- la repetimos porque es una de las cosas más hermosas y más precisas, y en el fondo, también menos impostadas- era acerca de qué es un amigo, porque él tenía muchos “amigos” y no tantos probablemente. Uno conoce mucha gente con la cual se trata  amistosamente, pero no necesariamente somos amigos: somos cercanos, nos llevamos bien. Él tenía amigos y su definición de amigo era: “¿Sabes que es un amigo? Aquel con el cual no hay que andar aclarando cosas”.

Esta todo más o menos claro. Viene un día y te dice: “acabo de ver una película iraní extraordinaria”, y vos le podes decir: no me empieces a romper las pelotas. Ese es un amigo, aquel con el cual los códigos son lo suficientemente grandes que todas las diferencias carecen de importancia porque hay un carozo central de complicidad, o mucho más que complicidades, de lugares o espacios de convivencia y  de comprensión mutua. Por eso todo el mundo lo podía sentir cercano y él, por otro lado, no necesitaba prodigarse ni en el elogio ni en la alcahuetería ni la promoción o cosas por el estilo.

  Yo tuve la suerte de conocerlo en 1979, como tantos de nosotros, para hacerle una nota. Yo trabajaba en esa época, en las postrimerías de la dictadura, en la revista Folklore, y tengo una foto que nos sacamos ese día en el balcón de aquella revista de la calle México. Escribí una nota que después se llamó Siete vueltas alrededor de Inodoro, y el Negro me gastaba porque yo hacía análisis sociológicos y  psicosociológicos de Inodoro, a donde iba a parar la gauchesca, etc. Y el negro me miraba con escepticismo en el fondo. Una vez me hizo un regalo de un dibujito que decía “Para Juan, que me justifica sociológicamente”. Así lo conocí a Roberto. 

                                                        

Hay una cosa que a veces perdemos de vista: es el hecho de que Fontanarrosa, como no tanta gente, fue bueno, muy bueno, y en algunas cosas fue probablemente de los mejores en distintos rubros de la actividad. Eso no es frecuente, tiene un cierto grado de excelencia muy poco fácil de encontrar en personalidades de nuestra cultura o de cualquier quehacer. Piensen ustedes que Roberto fue un extraordinario dibujante- no sólo un dibujante bueno-, fue un notable escritor y fue un increíblemente buen humorista. Son tres cosas distintas por las cuales, si hubiera sido sólo una de esas cosas, hubieran bastado para que lo tuviéramos  muy presente en ese rubro de su actividad. Pero fue muy bueno en esas tres cosas. Es muy probable que haya sido su condición de narrador, de inventor de historias, la que perduró más en él, la cual estuvo más presente a lo largo de su vida o en la cual, en última instancia, puso mayor cantidad de energía.





  Por ejemplo, podemos analizarlo, mirando su trayectoria,  que el narrador  fue quitando espacio al dibujante; el negro dibujaba más en función del relato, el cuento, etc. Pero si nos detenemos un poquito en su condición de dibujante, es un dibujante realmente excepcional.  Roberto se expresaba muy bien- habla sobre el video-. Además, el explica y hace referencia (fíjense con que precisión) acerca de sus orígenes cómo dibujante y cómo el humor le viene después y cómo el relato lo incorporó probablemente y subconscientemente con la lectura de historietas.  

Fue un lector voraz de  literatura popular, como éramos todos los chicos. Él tuvo una formación poco académica: una formación de pibe de clase media de los años ´50 y ´60, pero fíjense que Roberto siempre señalaba que en su formación, el dibujó porque copiaba. Nunca tuvo una formación ortodoxa, como la inmensa mayoría de los dibujantes  que se han hecho en la obra grafica; ustedes le preguntan a Quino con quien aprendió: con nadie, es autodidacta. 

Le preguntan al negro Cris, que es un primo-hermano de Fontanarrosa en muchos aspectos (aunque ha pasado por una escuela de Bellas Artes, su formación viene de otro lado): ¿de dónde viene su formación entonces? Viene, sobre todo, del relato aventurero. Vieron que el único nombre propio que apareció tres o cuatro veces en sus menciones es Pratt, que es el autor del “Corto Maltes”- a posteriori, cuando se volvió a Europa en los ´60-. Pero Pratt fue el dibujante que todos los chicos que leíamos revistas de aventura admirábamos más. De ahí viene el hecho de que ahí provenga su dibujo y no del monito humorístico. Es decir, viene de otro lado. En el caso de cris también,  aunque en él haya más huellas de otro tipo de dibujante, que tiene que ver con el expresionismo y con un montón de cosas que en el caso de Fontanarrosa no, porque sus fuentes son puramente de la ilustración y el relato: siempre fue un narrador.

Y no sólo fue un narrador, sino que fue un narrador omnívoro, es decir, recibía todos los mensajes de los medios de comunicación. Es mucho más hijo de los medios de comunicación que de la literatura (la literatura entendida como los libros de aventuras, etc.); fue más lector de historietas, espectador de cine y escuchador de radio, como corresponde a su generación, que lector de libros. Una de las primeras cosas que se publican en los libros de antología- entre tanto papelerío- aparecen algunas historietitas hechas durante el secundario y una de ellas es un dibujo que hizo a las catorce años que era una parodia de una película de cine italiano, por tanto, el mecanismo humorístico paródico está en el origen y que los relatos a partir de los cuales parte son los relatos de los medios masivos.

No hay demasiada diferencia entre ese experimento hecho en su primera adolescencia y lo que hizo en Hortensia: allí hace una serie experimentos narrativos que eran parodias de combate, de una serie negra, ¿qué es sino el Inodoro Pereira?... Es una parodia. Tomar un relato como el  Martín Fierro, cierta terminología propia de las sambas de Tejada Gómez, con el dibujo de Castagnino. La ilustración de Inodoro es una versión pasada por Fontanarrosa del Martín Fierro.

Siempre son relatos construidos a partir de otros relatos con la complicidad del lector. Fontanarrosa, sobre todo con la herencia de Quino, apela a la inteligencia del lector, a su complicidad. Uno no se podía reír del primer Inodoro Pereira si no escuchaba la radio, si no había leído el Martín Fierro, porque no sabías de quién se estaba cagando de risa. Hay una parodia lingüística y un juego con todo ese tipo de cosas. Esa apelación a la inteligencia es lo que hace a la modernidad de esos humoristas que aparecen al principio de los años setenta. El humor de Paturuzú había caducado. Lo nuevo fue Hortensia y Satiricon, esos trabajaban con otro tipo de información, con la complicidad de lectores que querían saber.

Por eso el humor de Fontanarrosa, además de ser tremendamente efectivo, es muy complejo. Pertenece al mismo tipo de humor de los sesenta que es el humor de Quino, Les Luthiers, el espíritu de Tato Bores. Eso con respecto a las cosas que se hacían antes, pero también otras que se hacían simultáneamente: sin hablar de elitismo, existía en lo que hizo el negro una apelación a reírse juntos de aquello que consumimos, que circula: no existiría Boogie si no existía Harry El Sucio (film). Hay mucha cultura gráfica que supo incorporar extraordinariamente.

Siempre decía un extraordinario cuentista como fue Isidoro Blaistein que aspiraba de todo lo que escribía que “quedara un cuento”, y otro rasgo del Negro tenía que ver con esto: su generosidad creativa. Es impresionante lo que ha producido, incluso hasta una semana antes de morirse, cuando aun se prestaba a dar charlas,  nunca se escamoteó. Y como autor, también fue muy generoso con semejante cantidad de creatividad plasmada. Cada dos años tenía un gran libro de cuentos (alrededor de veinticinco cuentos).

El “problema” de Fontanarrosa con la literatura es muy simple: hace humor. El Negro, además, publicó siempre en una editorial que publicaba humor. Entonces, el prejuicio: ¿cómo va a ser bueno si hace chistes? Es el problema que tienen los géneros literarios que se los suele considerar con cierta ceguera como necesariamente portadores de su literatura, aunque lo que hay son autores. Los géneros son frecuentados por mediocres y por buenos talentos. Como en todo. Es tan difícil escribir una buena ópera que en un buen cuento.
Entonces, en el caso de Fontanarrosa hay una doble dificultad para percibir lo que realmente hace- al que considero uno de los más notables escritores argentinos y un brillante cuentista-: me detengo en el humor, porque también es lo que ha tardado la literatura norteamericana, una de las más grandes en los últimos dos siglos, para nombrar a una una figura como Mark Twain. Este escritor es un uno de los grandes hitos de la literatura universal y, probablemente, el mejor escritor norteamericano de esos tiempos. Pero ha sido necesario que pasara mucho tiempo para que Huckleberry Finn no sea considerado un mero relato juvenil, sino una de sus novelas más poderosas. Pero el lastre del humor en  Mark Twain siempre fue  algo que lo “disminuyó” como escritor. La literatura no sólo es una manera de escribir, sino una manera de leer y de clasificar cómo se lee y cómo las distintas épocas leen los textos y los ubican. El humor siempre ha tenido esa cualidad para generar equívocos. La gran mayoría de nuestros grandes escritores han sido notables humoristas, empezando por Borges, pasando por Marechal, Walsh y Cortázar. Fueron tipos con humor. Hay que sospechar de aquellos que no se ríen.