martes, 21 de agosto de 2018

Los grandes maestros

Jorge Boccanera












  Personajes que no sé si los busqué o los encontré, pero que han sido maestros. El guatemalteco Luis Cardoza y Aragón, por ejemplo.  A los 25 años ya había viajado por Estados Unidos y Europa, y estaba empapado del espíritu vanguardista de la época, como lo demuestran sus libros Luna Park, Instantánea del Siglo 2X y Maelstrom (films telescopiados), editados en París. Amigo de algunos surrealistas, impregnado en la atmósfera febril de las escuelas de ruptura conoció a Bretón, Marinetti, Maiakovski, pero ninguno le impactó tanto como Lorca, con quien escribió un libro
  en el año 29,en Cuba. Uno de los vanguardistas de América Latina más importantes y menos conocidos. Es uno de los secretos mejor guardados de la literatura hispanoamericana. Lo traté en México –donde vivió mucho más tiempo que en su propio país- y hasta viví en su casa del Callejón de las Flores, en Coyoacán.
  Me tocó conocer a un escritor y periodista de Costa Rica, Joaquín Gutierrez, que fue traductor de Shakespeare, de poetas chinos,  amigo de Neruda, corresponsal de guerra –en Vietnam se hizo amigo de Ho Chi Min-, maestro internacional de ajedrez, editor, autor de novelas y libros infantiles.  Un poeta de lirismo fresco, zumbón, que se detiene en lo cotidiano. Lo guiaba el vicio de la curiosidad y el músculo de la imaginación. Yo tenía veinte años y seguía la voz de ese hombrón al que apodaron "el caballo de hierro", escuchando todas sus historias.
  Javier Villafañe, poeta y trotamundo, considerado uno de los grandes titiriteros del siglo veinte,  a quien incluí en un libro que se publicó en Costa Rica, “Malas compañías”. Siempre me gustó su modo de viajar la vida, de gozarla. Lo visitaba mucho para que me contara sus historias. Tenía una oratoria y una inventiva magníficas.
  Con Juan Gelman compartimos cuarenta años de amistad.  Lo conocí en 1975, cuando accedió a conversar con los poetas que formábamos un grupo literario  en una pieza que alquilábamos en la calle Suipacha; hacía rato que su voz sobresalía en el panorama local y muchos éramos los que nos sabíamos de memoria poemas suyos. Compartimos muchos momentos, buenos y de los difíciles también. Recuerdo rondas de mates de muchas horas. En esas conversaciones uno no hablaba banalidades, pero siempre había humor. A veces uno vive cosas que después las piensa y les resultan muy curiosas. Recuerdo ahora una. Estábamos en un bar y me empezó a hablar del padre, que no se llamaba Gelman sino Mirochnik –Gelman era el nombre de un pasaporte falso con el que viajó el padre a la Argentina, inaugurando así la saga de los pasaportes falsos de la familia-. Y en un momento me dice que no tenía ni una foto del padre. Yo le dije que si no lo tomaba a mal yo le  podía regalar una , porque yo había investigado mucho su vida para el primer libro que hice sobre él –“Confiar en el misterios”-. Después vi un documental que hizo Jorge Denti sobre Juan, en el que aparece esa foto del padre, hecha estudio, solemne como las que se hacían en el pasado.
  Personajes que me siguieron contando las historias que yo leía en las revistas de historietas que frecuentaba de chico. Gente que ofrece esos lados de la vida que no son los de la rutina. Los hombres que tienen la llave de la calle.

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