lunes, 3 de septiembre de 2018

Eduardo Galeano, "El nacedor"


       


                                                                                                               Sergio Marelli


     "La división internacional del trabajo consiste en que uno países se especializan en ganar y otros en perder", así comienza "Las venas abiertas de América Latina". Un comienzo que para muchos lectores es tan inolvidable como "En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme" o "Al despertar Gregorio Samsa, una mañana, tras un sueño intranquilo...". Para muchos toda la cuantiosa obra de Galeano está cifrada en ese libro, escrito en noventa noches de cóleras, amores y estupores. "Las venas difunde hechos que muestran que la realidad latinoamericana
actual no proviene de ninguna indescifrable maldición. Yo quise explorar la historia para impulsar a hacerla, para ayudar a abrir los espacios de libertad en los que las víctimas del pasado se hacen protagonistas del presente", escribió Galeano. Pero solamente desde una mirada empobrecedora se puede pretender reducir una obra múltiple y selvática en su variedad, que ignora hermosamente las prisiones de los géneros, a un solo libro, aunque ese libro -no es contradictorio decirlo-,  es una obra maestra que desafía victoriosa los años y los cambios de época.
Eduardo Galeano cuenta la historia desde el punto de vista de los olvidados, ya sean los hombres  y mujeres desnudos de la Indias que el 12 de octubre de 1492 descubrieron el capitalismo y se convirtieron en las víctimas del más gigantesco despojo de la historia universal; o los que tienen que respirar salteado para poder sobrevivir en un mundo que desprecia la honestidad, castiga el trabajo, recompensa la falta de escrúpulos y alimenta el canibalismo. No es difícil encontrar a Galeano, siempre está del lado de los solos, de los perdedores, de los que corren descalzos sobre vidrios tras el pan ajeno de cada día nuestro, de los hijos de nadie y los dueños de nada, los que cuestan menos que la bala que los mata.    
No da respuestas, ayuda, como los verdaderos maestros, a formular claramente las verdaderas preguntas que ramifican y multiplican alimentando la incesante curiosidad del que las lee. Sus textos son la caja de resonancia de los obligados a callar; no otro fue el cometido que se propuso con la revista "Crisis", que fundó en la década del 70, en la que colaboraron, entre otros, Haroldo Conti, Rodolfo Walsh, Juan Gelman, Julio Cortázar y Paco Urondo, y que fue la revista cultural de mayor venta en toda la lengua española.
            Nunca aceptó que este mundo fuera el único mundo posible, creyó en lo entrevisto por Paul Eluard: "hay otros mundos, y están en este". No puede ser único un mundo donde cada minuto mueren diez niños por hambre o enfermedades curables y cada minuto se gastan tres millones de dólares en la industria militar, dice despidiendo relámpagos azules de sus ojos y caminando erguido aunque el viento sople en contra. Pero ante esta realidad abrumadora  parida en el horror de una pesadilla que pesa como una montaña sobre los hombros, no dice como su compatriota Lautreamont: "Déjame partir, para ir a ocultar en el fondo el mar mi tristeza infinita"; sino que la mira de frente, y la interroga: "¿Por qué unos países se han hecho dueños de otros países, y unos hombres dueños de otros hombres, y los hombres dueños de las mujeres, y las mujeres de los niños, y las cosas dueñas de las personas?".  Preguntas que nacen del misterio que todos llevamos en el alma por el hecho de estar vivos, pero también preguntas que nacen de la rebeldía ante un mundo gobernado por los Señores de las Finanzas y de la Guerra.  Preguntas que clava como estacas en el corazón de un tiempo vampírico  -estacas que son a un tiempo flores de polen incendiario-. Eduardo Galeano es un niño perplejo e indignado entregado a la vigilia de soñar con ese mundo que está dentro de este mundo, y que nos está esperando. Lucha obstinadamente contra la desesperanza de tantos que se bajan del caballo cansado de los sueños en un desánimo que crece como la mordedura de la lepra, y vindica el derecho al delirio, clavando los ojos más allá de la infamia, adivinando un mundo donde el aire estará limpio de todo veneno que no venga de los miedos humanos y de las humanas pasiones;  donde el mundo ya no estará en guerra contra los pobres , sino contra la pobreza, y la industria militar no tendrá más remedio que declararse en quiebra; donde la educación no será el privilegio de quienes pueden pagarla  y la policía no será la maldición de quienes no pueden comprarla.

Quizá algún día, en los libros de historia se diga la verdad:  Eduardo Galeano es el verdadero descubridor de América, el descubridor de las historias que proliferan en todos los rincones del sur del mundo, esta región maldita condenada a padecer el desarrollo desigual promovido por un sistema de poder que con una mano te presta lo que con la otra te roba. Los nunca escuchados son los que nos hablan desde sus páginas, donde las bocas muertas vuelven a cantar, y los acallados por la brutalidad dejan oír sus verdades por sobre la letanía mendaz del Poder. Galeano ama esta tierra desde sus primeras voces - la de la mujer y el hombre americano que soñaban que Dios los estaba soñando-; no hay herida ni cólera, llaga ni rebeldía de este continente, que no esté inventariada luminosamente en sus libros. En "Espejos" -libro publicado en 2008-, va más allá de América, habla de la casa que quiso ser de todos: el mundo;  del arcoiris de la tierra que tiene más colores que el arcoiris del cielo, de nuestros abuelos africanos -porque Adán y Eva eran de allí, ya que fue en África donde empezó el viaje humano en el mundo- ; nos cuenta del rey que quiso vivir para siempre; el emperador que vivió construyendo su muerte; Don Quijote; la primera rebelión de los esclavos en América; las aventuras de la razón en tiempos de cerrazón; del hombre que fue música -Mozart- o de aquel otro que supo darle forma y color a las voces rotas de su tiempo -Goya-. Es una sinfonía que eleva sus notas desde cada rincón del planeta, y que demuestra que el universalismo es todo lo contrario a la globalización. "Espejos", fue escrito cuando Galeano atravesaba un  estado crítico de salud, y sintió que la tarde se le iba convirtiendo en sombra. Cuando le diagnosticaron la enfermedad, en lugar de inmovilizarse en el desánimo y aprender los lentos gestos de la resignación, se lanzó con ferocidad a la escritura de un libro que, con el tiempo, quizá sea vista como el pico más alto en la imponente cordillera de su obra. Así como Scherezade iba cambiando un cuento por cada día de vida, Galeano con el último relato del libro termina de alejar la intrusa, luego de preguntarse por los sueños peligrosos, las promesas traicionadas y las esperanzas rotas. "Si no están en la luna, ¿dónde están?. ¿Será que en la tierra no se perdieron? ¿Será que en la tierra se escondieron?"

Tuvo una infancia muy católica -en la que Dios era algo así como un Jefe Universal de Policía- que se frustró por su tendencia irresistible al pecado. Se define como polígamo de una sola mujer -ya que Helena Villagra  -la soñante- contiene un harén; detesta las óperas y los manteles de plástico y las computadoras -aunque se sabe que esta fobia se ha atenuado con los años-. Es un mendigo de buen fútbol que, sombrero en mano, va recorriendo los estadios de todo el redondo mundo suplicando  "una linda jugadita, por amor de Dios". Gracias a esa pasión escribió uno de los más bellos libros jamás escritos sobre ese deporte: "El fútbol a sol y sombra". "Como todos los uruguayos, quise ser jugador de fútbol. Yo jugaba muy bien, era una maravilla, pero sólo de noche, mientras dormía: durante el día era el peor pata de palo que se ha visto en los campitos de mi país". El libro recorre la historia del fútbol -ese "triste viaje del placer al deber"-, pasando por el lenguaje de "los doctores del fútbol", el retrato de grandes jugadores y partidos inolvidables, y un anecdotario riquísimo donde se mezclan la historia y la política. Una celebración de esa gran misa pagana "que tan distintos lenguajes es capaz de hablar y tan universales pasiones puede desatar".

Una constante en su vida, y en sus escritos -correspondencia infrecuente en el mundo de la literatura, por no hablar del mundo, a secas-, es la osadía con que generosamente defiende sus ideas allí donde esté. Un disidente de todos los dogmas,  un desobediente de todas las disciplinas,  un excomulgado por todas las ortodoxias, un hereje de la religión de mercado sostenida por la dictadura del miedo -miedo de ver cómo somos, miedo de imaginar cómo podríamos ser-. Enemigo de todas la dictaduras que desangraron nuestros países, y del sistema globalizador que tiene el alma gangrenada de codicia y transpira injusticia por todos los poros. Su osadía  no tiene que ver con el ciego coraje de los aventureros sino con el humor de quien vive jugando a estar vivo. Es un jilguero entre pinguinos, una carcajada que revienta cualquier ataúd.  Desde ese humor luminosamente sencillo supo escribir el Diccionario del Nuevo Orden Mundial, en el cual, por ejemplo, apartheid era un sistema original de África del Sur, destinado a evitar que los negros invadan su propio país; la libertad del dinero es definida como el rey Herodes suelto en una fiesta infantil, y el mercado, un lugar donde se fija el precio de la gente y otras mercancías.
Eduardo Galeano se reía de esos plumíferos clasificadores que cobran sueldo de críticos, y que lupa en mano, se preguntan en qué casillero caben esos textos: literatura, periodismo, historia, sociología, poesía. Su mano se mueve libre como un pájaro sin jaula y vuela dibujando en el aire las más secretas verdades escritas en el corazón de la tierra, viajando por los misteriosos caminos de la palabra y la imaginación.
Fue uno de los más cautivantes contadores de historias de la literatura contemporánea. Se pueden leer una y mil veces los textos de Galeano, y nunca se encontrará una palabra de más. Jamás dijo cuando el silencio decía mejor. Lección aprendida de su maestro Juan Carlos Onetti quien, citando mentirosamente un proverbio chino, decía "que las palabras que valen la pena son las palabras mejores que el silencio". También reconoció el magisterio verbal de Juan Rulfo. "Maestro de la palabra desnuda. Gran escritor y gran tipo. Me enseñó que se escribe con la otra punta del lápiz, no con el grafo, sino con la goma". El silencio pule como el agua la piedra de su lenguaje, tallándolo de manera inconfundible, llegando al hueso limpio de la palabra, abriendo las puertas más secretas del alma del lector. Tiene como pocos un sutil comercio con esa magia. No en vano "abracadabra" es una de sus palabras favoritas. "Envía tu fuego hasta el final, ese es su significado", aclara. Tiene roto el bolsillo de la imaginación, y por allí se escapan trocitos de magia que descubrió mirándolo todo con el sol en los ojos, voces recogidas en los caminos, sueños de andar despierto. Golpea los muros hasta nacerles ventanas diminutas como su libretita de andar la vida y anotar destellos; ventanas sobre los seres y los haceres; ventanas sobre navegantes con ganas de viento para quienes la memoria es un puerto de partida; o ventanas sobre los hombres de éxito que no pueden mirar la luna sin calcular la distancia ni mirar una mujer sin calcular el riesgo. Escribe para juntar los pedazos rotos del espejo de la historia humana,  haciendo visible lo invisible, desafiando lo imposible y lograr que el pasado vuelva a ocurrir, como si la Historia fuera una madre que nos cuenta la vida desde el principio.
Eduardo Galeano hizo del acto de escribir no un gesto náufrago en el vacío sino una manera de comunión con los que tienen hambre y sed de abrazos y justicia, autor de libros amados para siempre, escritos no con tinta sino con sangre de sueños. Momentos donde el cielo y la tierra se tocan y tiemblan con el temblor de las palabras.  Alguien que fue al mismo tiempo escritor y artesano de bellísimas ánforas donde guardar el vino de la memoria. Un marinero atento a las mismas estrellas que lo guían desde su primer día de navegación, sintiendo en las entrañas las mismas convicciones y valores, que no tienen cotización financiera, pero justifican la aventura del bicho humano sobre la tierra. Un hombre que disfruta como pocos el inaudito asombro de estar vivo, sabiendo que no habrá otra vida para pasar en limpio este borrador que somos, pero que siempre hay posibilidades de sentir que uno es algo en la infinita soledad del universo: algo más que una ridícula mota de polvo, algo más que un fugaz momentito.

"Yo nací y crecí bajo las estrellas de la Cruz del Sur. Vaya donde vaya, ellas me persiguen. Bajo la cruz del sur, cruz de fulgores, yo voy viviendo las estaciones de mi suerte. No tengo ningún dios. Si lo tuviera, le pediría que no me deje llegar a la muerte: no todavía. Mucho me falta andar. Hay lunas a las que todavía no ladré y soles en los que todavía no me incendié. Todavía no me sumergí en todos los mares de este mundo, que dicen que son siete, ni en todos los ríos del Paraíso, que dicen que son cuatro. En Montevideo, hay un niño que explica: -Yo no quiero morirme nunca, porque quiero jugar siempre."

TESTIMONIOS SOBRE EDUARDO GALEANO

Fernando Birri














"A quien va a engañar Don Eduardito de que se ha muerto...Porque no es un recuerdo más el que se merece nuestro querido Galeano, sino una cantata cuyos ecos se desparramen como semillas al voleo en toda nuestra América, "su" América con memoria del fuego. Una cantata a la alegría y a la sabiduría y a las tripas del coraje, en medio de tanta carbonizada hambruna y tanto negro pesimismo imperial. ¿A quién va a engañar...?. Porque su lección magistral es de esperanza (y de lucha por ganarse esa esperanza) renovada cada deslumbrante amanecer. Porque su sabiduría es milenaria. Su lucidez contemporánea. Y su intacta capacidad de estupor es pre-natal" (Fernando Birri, director de cine)



Roberto Fernández Retamar










"Aprecio altamente la faena de Eduardo Galeano. Junto a Mario  Benedetti, Galeano es sin disputa el escritor uruguayo  cuya obra recibe la mayor atención no sólo en su país ni sólo en América, sino en el mundo todo. Asumiendo la perspectiva de los que Martí llamó "los pobres de la tierra", trazó con gran originalidad nuestra historia común en tres admirables volúmenes ígneos, y suele revelar lo grande en lo aparentemente pequeño o volandero. De su libro de 1970, Las venas abiertas de América Latina, se sabe de sobra que le reportó las sandeces de los incurables idiotas y la profunda admiración de quienes defienden las mejores causas." (Roberto Fernandez Retamar, poeta cubano, presidente de Casa de las Américas).