Vicente Zito Lema
Enrique Pichón Riviere, en todas sus facetas –médico, psicoanalista, intelectual y periodista-, siempre cuestionó el Poder. Cuando creó la psicología social puso en juego una nueva noción de la salud pública,
que puede sintetizarse así: “La salud hay que cuidarla más desde la prevención que desde la curación”. Su gran sueño era la prevención de las afectaciones psíquicas, y creía que ese nuevo instrumento –la psicología social- iba a ser mucho más apto para prevenir los trastornos de la conducta; más que a nivel de las personas, de la sociedad.
Hace más de cuarenta años publiqué un libro de conversaciones con Enrique Pichón Riviere –reeditado en estos días-. Un libro que sigue vigente, porque su manera de entender la psicología sigue siendo necesario para enfrentar una situación social crítica. Si las angustias que él veía en esa época hubieran sido superadas, el libro no sería tan necesario; pero hoy la sociedad argentina está padeciendo hondamente grandes confiscaciones de su alegría que la ponen en una situación, también, de afectación de la salud mental comunitaria, al sufrir grandes angustias espirituales que son el correlato de grandes dolores sociales.
En la novela “Una luz en la selva”, investigué sobre la infancia de Enrique, en la zona de Chaco y Corrientes, donde él vivió hasta la primera juventud en que partió hacia Buenos Aires a estudiar medicina. El eje de ese libro es la importancia que tuvo en su formación la cultura guaraní. Una cultura que él siguió estudiando y valorando toda su vida, y que fue, sin duda, una de las mayores culturas originarias de lo que hoy llamamos Sudamérica.
Robert Arlt fue de alguna manera su hermano mayor, el que lo recibió y acompañó a Pichón en sus primeros años en Buenos Aires, abriéndole las puertas del diario Crítica donde encontró su lugar para hacer periodismo.
Pichón fue un hombre muy marcado por el surrealismo. Vió en Lautreamont uno de los grandes precursores del surrealismo. El autor de “Los cantos de Maldoror”, creó un mundo donde parece reinar más que la imaginación, la propia locura. Una locura apenas domada por la poesía. Una locura llena de esplendor literario. Eso lo llevó a Enrique Pichón Riviere a investigar la vida de Lautramont, nacido en Montevideo, hijo del cónsul francés, y que pasó toda la infancia y primera juventud bajo el sitio que Rosas determinó para vencer la ofensiva imperial en Montevideo. Con ese material Pichón construye un libro casi sin antecedentes en el mundo, que él llamó “Psicoanálisis del conde Lautreamont”, donde él, con toda su formación de psicoanalista, trata de llegar a lo más profundo de la personalidad de Isidoro Ducasse, a partir de la lectura de su libro fundamental. Abre una aventura diferente para el psicoanálisis. Hasta ahí nadie se había atrevido a sacar a luz el inconsciente de una persona a partir de sus escritos. Es un libro único y, quizá, por eso mismo, no ha tenido la difusión acorde a la potencia que tiene.
Pichón pensaba que la felicidad se juega a cara o cruz en la manera de entender la vida de todos los días; y veía en la poesía es la única posibilidad humana de plantarse con dignidad frente a la muerte e interrogarla.
Es indispensable mantener viva la historia, el pensamiento, y las prácticas de uno de los mayores intelectuales que dio la Argentina en el siglo veinte. Y que yo sigo considerando mi maestro.