miércoles, 26 de diciembre de 2018

ENTREVISTA A JUAN SASTURAIN:"EL ÚLTMO HAMMET"



                                                                                                 Por Santiago Marelli y Guido Guaragna
                                                                                                       

El último Hammet es el más reciente libro de Juan Sasturain. Un libro que tiene la antigüedad de una obsession. Hacerlo le llevó  diez años de escritura y casi seiscientas páginas. Autor de más de treinta libros - Manual de perderdores, Arena en los zapatos, Picado grueso, La patria transpirada, El dudoso Noriega , entre otros,-, Sasturain es uno de los cultores argentinos de la llamada novela negra, y con este libro, al mismo tiempo monumental y ágil, rinde un díscolo tributo a uno de los mayores nombres del policial estadounidense que presidió con su sombra toda su vida de escritor.


P.: Diez años de escritura, 688 páginas. Has demostrado una gran perseverancia.

J.S.: Sí, supongo que sí. Siempre decimos que el problema básico de los escritores es sentarse, ser capaz de poner energía, canalizarla y superar los motivos constantes que tenemos de postergación o dejar para Adelante:  la pereza, las ganas de distraerse y, sobre todo, de poner el esfuerzo de trabajar. No quiero decir que sea una tarea penosa, al contrario, pero como escribir es una cosa que nos gusta, y  como las cosas que más nos gustan, es decir, con las que estamos comprometidos afectivamente y espiritualmente, son aquellas que más nos cuesta encarar. Esta es una idea que tenía muchísimas ganas de llevar adelante, que había sido algo que me acompañó durante muchos años, y ése, precisamente, es un dato que prueba que me interesaba en serio.

P.: En tiempos de lectura ligera, libros voluminosos como el tuyo pueden disuadir a ciertos lectores; por eso vale la pena resaltar que un libro de  cincuenta páginas puede ser un bodrio interminable y, por el contrario,  libros del tamaño del tuyo una fiesta que el lector nunca quiere que termine.

J.S.: Todo puede suceder: libros gordos que son una plomada, libros gordos que son lindos y libros flacos que son insoportables. No tiene nada que ver la extensión con la literatura.

P.: ¿Cuándo te agarró el metejón con Hammet?

J.S.: Cuando lo leí. Este es el libro de un lector. Por lo menos el hecho de la escritura o la vocación del escritor está sostenida habitualmente, consciente o inconscientemente, con la lectura previa. Escribimos porque hemos leído, no hay muchas otras razones. Eso no quiere decir que todo el que lea termine siendo buen escritor, pero es muy raro que haya escritores que no reconozcan o no vean en su práctica la experiencia de una lectura anterior. En el caso mío, he sido básicamente un lector desde pibe. Lector de todo tipo de cosas, y el descubrimiento de cierto tipo de narrativa que llamamos genéricamente novela negra -autores como Hammet, Chandler, Jim Thompson-,  implicaron un descubrimiento importante en mi experiencia de lector, y eso sumado a otras cosas que leí, muy puntuales, el hecho de que Hammet haya dejado una novela inconclusa ( todo lo inconcluso deja la invitación a terminarlo, aunque sea de otro),  de que él haya sido un personaje de una carnadura intelectual y moral muy interesante, de tener una vida con muchos aspectos novelescos y muy integrada a lo que fue las experiencias políticas y sociales de la mitad del siglo XX, me decidieron a escribir el libro. Hay que tener  en cuenta que fue un escritor norteamericano que participó de las dos guerras,  un autodidacta, un escritor que inventó una manera de narrar el policial, un hombre de izquierda y un antifascista convencido, y por esas convicciones terminó en la cárcel en determinado momento de su vida, durante el macartismo. Hammet tiene muchos aspectos interesantes de su vida y además dejó una novela inconclusa, asi que todos esos elementos reunidos están en el impulso que me llevó tomarlo a él y a ese texto como punto de partida para escribir mi novela.




P.: No debe ser fácil ser escritor y andar el último trecho de tu vida sin ninguna historia para contar como le pasó a Hammet.

J.S.: No sé si es que no tuvo historias para contar, o las que se le ocurrían no le llenaban. El texto que dejó inconcluso se llama “Tulip”- unas sesenta páginas-,  lo encontró la que había sido su compañera durante muchos años, la también extraordinaria escritora Lillian Hellman. No es un texto policial, es un largo diálogo con un amigo que viene a visitarlo y lo encuentra en una situación que era más o menos la situación en la que él objetivamente estaba. Es perfectamente autobiográfico el texto: estaba viviendo de prestado en las afueras de New York y cae este amigo y le pregunta qué hacia viviendo ahí, a lo que Hammet respondió “estoy tratando de escribir, pero no quiero hablar con vos sobre eso”, y el otro le responde “vos lo que tenés que hacer es escribir sobre mí”, y es toda una discusión respecto de qué escribir y qué significa escribir. Ese es el punto de partida hammetiano, que no tiene nada de policial; a ese texto inicial yo lo convertí en una novela extensa, mezclando personajes reales con ficticios sumido en una historia policial.

P.: Repasando datos: el ultimo texto de Hammet data de 1934 y  murió en el ´61. Hubo veintisiete años en blanco.

J.S.: Lo que pasa es que el fenómeno de Hammet es en términos estrictamente literarios similar al de Roberto Arlt.  Arlt  vivió muy pocos años, apenitas más de cuarenta. Nació con el siglo y murió en 1941. Toda su obra narrativa, las novelas y los cuentos, la escribió en un periodo muy breve, entre 1926  -año en que salió  El juguete rabioso-, hasta 1933 que publicó El amor brujo. En el medio se editaron Los siete locos, Los lanzallamas. Después Arlt dejó de escribir ficción, a los treinta y pico, pero toda su obra narrativa está apiladita en esos años. En el caso de Hammet, que había nacido a fines del siglo XIX, empezó a escribir como autodidacta absoluto a los veinticinco, cuando estaba enfermo de tuberculosis y con un horizonte de vida muy problemático. Se puso a escribir para las revistas populares de entonces que publicaban novelitas de kiosco, por ejemplo, la revista Black Mask que publicaba historias de cowboys y de misterio, y entonces tuvo la posibilidad de escribir un montonazo de cuentos ahí y fue serializando sus primeras novelas. Eso fue entre 1922 y 1934, en doce años. Antes de cumplir cuarenta años Hammet se había convertido - publicando varias decenas de cuentos y cinco novelas-, en un escritor extraordinario, muy exitoso, ganó muchísima guita, fue a Hollywood y  le filmaron varias películas.

P.: Y reconocido por otros grandes escritores como Raymond Chandler.

J.S.: Ni hablar, porque tenemos que hablar también de las novelas de Hammet. Todas son obras maestras absolutas. La primera que se llama Cosecha roja, después La llave de cristal y El halcón Maltes, que es la más famosa. En el caso de esta última, además de ser una hermosísima novela, tuvo el espaldarazo, la popularidad que le dio la versión de Jean Cocteau en los años cuarenta, que ya era la tercera versión que se hacía de la novela en Hollywood. Le puso a uno de los detectives que Hammet inventó en la historia la cara del duro y sensible Humphrey Bogart, que es el arquetipo de detective de novela del cine negro. Hammet ocupó un lugar central de la literatura a secas, no solo de la literatura policial. Es un narrador extraordinario porque inventó un estilo y una manera de narrar: lo de Hammet se parece a Hemingway, no se parece a Agatha Christie. Es un narrador de recursos genuinos, un estilo conductista, un estilo que es como una cámara que se pasea, que no trabaja en la indagación psicológica sino que los personajes se expresan a través de lo que hacen y de lo que dicen, con una economía de recursos extraordinaria. Además tiene la capacidad testimonial de reflejar un mundo - que es el mundo de la Ley Seca y la Gran Depresión, de los años veinte y treinta norteamericanos-;  regido por la violencia y  las crisis que genera un capitalismo salvaje y las luchas por el poder. En fin, temáticamente además, esas novelitas que aparentemente son nada más que de detectives y de crímenes, son una radiografía extraordinaria de la sociedad norteamericana de entonces.

P.: Volviendo a “Tulip”, ¿Se sabe si lo dejó inconcluso porque no le encontraba la vuelta o porque la muerte no le dio prórroga para terminarlo?

J.S.: No le encontró la vuelta. No tenía la suficiente energía y motivación para hacerlo. No hay que mentir, lo dice el texto. Lo que no se permitió por su honestidad brutal, fue no hacer trampa. Si no tenes algo que decir no podes usar los viejos trucos aprendidos en el oficio para contar cosas que no te interesan. No era cuestión de volver a hacer algo que ya había hecho.

P.: ¿Cuáles otros autores de la novela negra admirás?

J.S.: Los que todos los que nos arrimamos a esa zona coincidimos en nombrar. Habitualmente los que primeros llegan a la memoria son Hammet y Chandler, que son muy distintos entre sí. En el caso de Hammet, se trata de una persona muy cuidadosa en su estilo, con tramas muy complicadas, pero uno se queda con el clima, el diálogo, las situaciones o los personajes. En fin, estamos hablando de una prosa muy elaborada. Después hay otros tipos como Jim Thompson, de la década del '50, que tiene unas novelas como “El asesino dentro de mi” o “1280 almas”, que son de una violencia tremenda y en las que, sobre todo, trabaja con la psicología del criminal. A la inversa, hay tipos como David Goobis (el autor de “Viernes 13”) , que por ejemplo cuenta más del lado de la víctima. James Cain, tiene historias de amor trágico también. Hay un universo narrativo de gran valor, y en estos casos con la impronta estadounidense. Forman parte del cuerpo de narrativas más importante del siglo XX. Los novelistas y los cuentistas de EEUU fueron lo más importantes que le pasó a la narrativa occidental. A nosotros como lectores - los que empezamos a leer en los '60-, nos marcaron más los autores norteamericanos que otras literaturas como la francesa.

P.: Cuando hablás de novelas policiales que te atraen, te referís a los policiales que buscan descifrar una realidad social y no tanto a los enfrentamientos de bandas. 

J.S.: Quizás voy a decir algo desubicado. No soy lector de policiales, soy lector de autores. A mí me gusta la literatura, no soy lector de géneros. Los autores trascienden los géneros que practican.

P.: Si tuvieras que armar un podio de películas policiales, ¿Cuáles serían?

J.S.: A mi me gusta mucho “El tercer hombre”. Es una novela corta y es una obra maestra absoluta estéticamente, por guión, por las interpretaciones y por lo notable escritor que es Graham Greene. Casi todo lo suyo se ha filmado. Otra joya suya es “El ídolo caído”. 

P.: ¿Con alguna serie te has enganchado últimamente?

J.S.: La acompaño más a mi mujer en eso, que sabe mucho más que yo. Además es una extraordinaria guionista. 

P.: ¿Qué lugar ocupa la historieta en la actualidad?

J.S.: En la Argentina ocupa un lugar importante, porque siempre hay buenos autores. Lo que ha cambiado es el tipo de circulación y el peso relativo que tiene la cultura popular. Por ejemplo, a comparación de otras épocas, prácticamente hay un espacio que ha quedado vacante para la historieta argentina que son los kioscos. Durante décadas el lector encontraba revistas ahí. Eso por razones múltiples se ha modificado y desaparecido. Lo que vas a encontrar ahora en los kioscos son los superhéroes,  que provienen de un circuito de producción que no es nuestro, es solamente la traducción de contenidos generados en otros contextos que no esta ni mal ni bien pero que ocupan un lugar monopólico. Si Clarín o La Nación tienen que hacer historietas, llaman a Marvel, les sale más barato y tienen el apoyo del cine y la tele. Es un negocio global masivo, que hace que la experiencia de la historieta sea eso. En este mundo globalizado la voracidad del Imperio te deja pocas alternativas. Ha desaparecido la historieta argentina como un fenómeno de consumo masivo, las aventuras hoy en día pasan por las pantallas.

P.: Con “Ver para leer” apostaste a que los libros pudieran encontrar lectores a través de la television. ¿Cómo ves el espacio que la television dedica a ese tipo de desafíos?

J.S.: Comparado con otro momento, relativamente puede ser que esté un poco mejor. Antes no había nada, después hubo algunos intentos. Se mantienen algunos programas de comentarios de libros, han aparecido varios más. Aunque la actual gestión ha tratado de torpedear un proyecto extraordinario como era el canal Encuentro, hay espacios para la literatura y la difusión de la cultura. En otros momentos no había mucho, así que no creo que sea en comparación muy distinto. Lo que sí, la televisión de aire es deplorable, hay mucha creatividad pero hay mucho boludeo, y da lástima.

P.: ¿Pensás que antes no se escribía sobre fútbol porque no formaba parte de lo que se entendía por alta cultura?

J.S.: Exactamente. Fue cambiando paulatinamente en tanto y en cuanto fue modificándose el concepto de la cultura. Entró dentro del marco general de la discusión de lo que fue el cultura popular. Ese tipo de cosas aparecen como discusiones académicas y universitarias, a fines de los años '60 y tiene que ver con la política. La revalorización de ciertas conductas comunitarias, un concepto de cultura mucho menos restringido a la información cultural que tiene que ver con las prácticas, con la identidad. El fútbol para bien o para mal tiene que ver con algunos aspectos de nuestra identidad como país. Este juego tiene su lugar, ponemos parte de nuestro corazón ahí, y hay que darle bola a eso. 

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