Por Homero Carvalho Oliva
El cuento es el infinito cuya puerta es la página. Si el poeta Vicente Huidobro propone que “el verso sea una llave/ que abra mil puertas”, que el narrador sea quien nos cuente porqué están esas puertas. En la superficie llana del papel el narrador recuerda que es un cazador perdido, contando historias alrededor del fuego de la horda, y ahora intenta atrapar el dinosaurio de Augusto Monterroso; mientras persigue las huellas del animal da cuenta del universo. Lleva la cuenta de los hechos y los transforma en palabras, las palabras se convierten en imágenes y la historia de la humanidad sigue su curso. El cuento es la fuente eterna de la comunicación, en la que se mezcla lo popular y lo sublime, buscando nuevas formas de significar lo ya dicho, en la búsqueda cotidiana de escapar de la mediocridad. Hace un tiempo atrás escribí estas definiciones: La novela es un caballo desbocado cabalgando hacia el vacío; el cuento es un salto mortal sin saber la distancia del vacío; y la poesía — ¡ah, la poesía!— es el par de alas que sobrevuelan al vacío.
El escritor es un marinero desatando nudos para levar anclas y navegar en las ominosas aguas del lenguaje, la mar oceánica de las palabras, al mismo tiempo que busca a la ballena blanca. Es un náufrago solitario escribiendo un diario con su bitácora terrestre. Es un jugador de ajedrez, las palabras son las piezas y el argumento el tablero; juega contra sí mismo tratando de no descubrirse o ser descubierto en el otro. Es un buscador de tesoros, el brillo de las palabras lo deslumbra y sólo su experiencia puede hacerlo distinguir el oro entre la arena de los ríos de la memoria. Es un ser inconforme, un rebelde, nunca se siente a gusto con lo que escribió. Es un guerrero, aprende de cada una de las batallas y no espera morirse en el próximo combate: el miedo lo mantiene con vida. El miedo, el gran hacedor de historias. El narrador es Descartes insepulto, vive en sus palabras; escribe, luego existe.
Es Homero relatando la historia de una guerra causada por un simple lío de faldas y contando que los dioses traman desgracias para que los hombres tengamos algo que contar. Es Odiseo atado al mástil de la nave para escuchar los cantos de sirena, porque sin el riesgo la vida no vale nada. De sirenas y de prostitutas está hecha ahora la noche y la calle y por ahí andamos sin ángel de la guarda. Es un asesino privilegiado, es el único con licencia para matar. Así como es testigo omnisciente de los grandes acontecimientos de la humanidad, tanto pasados, presentes, como futuros; es también un historiador de las rutinas cotidianas, de las epopeyas domésticas. Es un niño frente a una pared blanca y un lápiz en las manos, está fascinado con el desafío de transformarla; es un adolescente encantado mirando a su vecina desnuda. El narrador es el hada de la mañana, el pirata del mediodía, la enamorada mirando llover en una tarde gris y el fantasma de la medianoche.
El narrador sabe que en los jardines la maleza siempre puede esconder algo y que los espacios vacíos pueden llenarse con lo sobrenatural. Es un músico sin instrumento, que busca en su propia voz los sonidos que le darán el tono necesario para satisfacer el estilo que cree suyo entre inagotables estilos que están en la memoria de la Tierra desde que el hombre aprendió a escribir. Es un alquimista buscando la piedra filosofal en el alfabeto. Es un hierofante, un sacerdote que oficia rituales sin feligreses presentes. Es un adicto, sabe que el relato de hoy no será el último. El narrador es Giacomo Casanovas, los vacíos sin palabras le sugieren el cuerpo de la mujer deseada, es el amante que cuida de no violar la hoja virgen, simplemente la seduce. Es un onanista, la escritura es su orgasmo. Es un hacedor, inventa y destruye mundos en cada oración. Es un pequeño dios creando personajes, circunstancias, espacios, tiempos y, sin embargo, sus personajes, como en toda creación, cobran sus propias vidas y se encarnan en la mano del escritor. Sabe que hay muchos mundos y que todos ellos están en su interior, su imaginación es su propio universo, diverso, multiverso, que discurren como un río en su interior. El narrador es un hechicero penitente, sabe que su escritura no cambiará el mundo y aspira a que, por lo menos, lo ayude a cambiar a él mismo.
(*) Homero Carvalho Oliva, Bolivia, 1957, escritor y poeta, ha obtenido varios premios de cuento a nivel nacional e internacional como el Premio latinoamericano de cuento en México, 1981 y el Latin American Writer’s de New York, 1998; dos veces el Premio Nacional de Novela con Memoria de los espejos (1995) y La maquinaria de los secretos (2008). Su obra literaria ha sido publicada en otros países, traducida a otros idiomas y figura en más de treinta antologías nacionales e internacionales como Antología del cuento boliviano contemporáneo e internacionales como El nuevo cuento latinoamericano, de Julio Ortega, México; Profundidad de la memoria de Monte Ávila, Venezuela; Antología del microrelato, España y Se habla español, México. En poesía está incluido en Nueva Poesía Hispanoamericana, España; Memoria del XX Festival Internacional de Poesía de Medellín y Festival de Poesía de Lima. Entre sus poemarios se destacan Los Reinos Dorados, El cazador de sueños y Quipus. El año 2012 obtuvo el Premio Nacional de Poesía con Inventario Nocturno y es autor de la Antología de poesía del siglo XX en Bolivia, publicada por la prestigiosa editorial Visor de España. Premio Feria Internacional del Libro 2016 de Santa Cruz, Bolivia. En el 2017, Editorial El ángel, de Ecuador, publicó su poemario ¿De qué día es esta noche?, Antología de poesía boliviana contemporánea, publicada por Amargord editores, de España y Antología de la poesía amazónica de Bolivia, publicada por Ediciones Sur, de Cuba; editorial Cintra y ARC, de Brasil reeditaron dos libros suyos.