jueves, 16 de mayo de 2019

LA ÚNICA ENTREVISTA A MACEDONIO FERNÁNDEZ





Una elocuencia de pocas palabras y hasta de frases truncas, era la de Macedonio Fernández. Sabemos de ello por quienes lo conocieron personalmente y compartieron con él esas conversaciones en el café de La Perla del Once, que empezaban a las nueve de la noche y se dilataban hasta el alba. Como lo señaló Tomás Eloy Martinez,  Macedonio parece, a veces, más un personaje inventado que real. Un personaje nacido de la admiración de Jorge Luis Borges. Tenía desconfianza hacia las palabras escritas. Consideraba que escribir y publicar eran tareas subalternas. Por lo cual, lo central de Macedonio era una oralidad de la que solo nos han llegado retazos. Hay una única entrevista a Macedonio Fernández que se conoce, fue hecha en 1950, publicada en un libro inhallable de Vicente Trípoli, y que hoy compartimos con nuestros lectores.

Con este convencimiento fuimos a visitarlo a su hogar de la calle Las Heras, cuando todavía su figura gozaba de la casa, del afecto filial, de la luz. Cuando Macedonio, sentado frente a su propio espectáculo, conversaba de sus temas cotidianos y respondía a las preguntas de los jóvenes amigos de entonces. Era un hombre de setenta y cinco años, delgado, gris, envuelto en sacos a su gusto, con boina y bufanda. Le gustaba fumar una especie de cigarrillos, que él solo gustaba. Y mientras hablaba, se recostaba en un sillón hamaca. Cuando escuchaba a su interlocutor solía apoyar la barbilla en las manos, con un gesto de atención.

Nos dijo entonces, cuando le expusimos las causas de nuestra visita, que no siendo un improvisador en cuestiones de entrevistas periodísticas, le hubiera gustado contestar por escrito un cuestionario. De todas maneras aceptó la conversación informal que siguió y que, con poco de más o de menos, sin cambiar lo fundamental, publicamos por primera vez.

-Se habla, don Macedonio, y se divulga, que la cultura argentina de hoy está en decadencia, y la causa de esa decadencia se atribuye a la existencia de un poder político avasallador. Este con su presencia hace desaparecer por absorción los medios promotores del sentimiento del arte. Según esta situación el creador contemporáneo se ve constreñido a realizarse en pequeños círculos y por eso las posibilidades de ser oído y comprendido por vastos sectores de la comunidad son mínimas.

Macedonio Fernández se echa hacia atrás un mechón gris, que se evade de su boina, se respalda, piensa como siempre antes de contestar, y luego dice:

-No hay decadencia alguna –afirma- El hombre conserva su poder creador, pero es la grandeza y la audacia de los actos del poder político de nuestro tiempo realizados en el seno de la sociedad donde vive el artista, la causa que aminora la visibilidad o audibilidad de sus producciones. Esto lo obliga a esmerar su trabajo en la sociedad hasta el heroísmo, para evitar su eclipse en los movimientos sociales que encierran y lo arrastran. Este hecho explica una mejor nitidez en el logro poético de las generaciones actuales, a quienes considero, en este sentido, mejores que las anteriores, porque hay en ellas la aplicación de una técnica, con la cual antes nadie se sentía obligado.

-En nuestro país, ¿crée usted. don Macedonio, que el gobierno, absorbente por propia gravitación de todos los órdenes de nuestra vida, desviará hasta anular la posibilidad de nuestra auténtica cultura?

-Un presidente –caudillo nacional- es por consecuencia de la acción, un pasionista en el arte de gobernar. Siente la voluptuosidad de gobernar por sobre todas las cosas. Siendo su vocación manifiesta y realizada, no puede hacer otra cosa.

-¿Y qué reflexiones le merece este predominio de la pasión política en la vida nacional, en lo que respecta al escritor? ¿No hay pérdida de la libertad como fundamento de su creación?

-Han dominado el mundo hoy los vocacionales del mando, y nosotros los escritores somos los sacrificados a esa pasión sin medida pero actuante de gobernar con pasión. Téngase en cuenta que nosotros integramos un país en formación política, intelectual, jurídica. Dentro de eso tenemos derecho romano, mas no argentino. Carecemos por lo tanto de lo otro, de eso que otorga los antecedentes necesarios para la concreción final de una comunidad auténtica.

-En la Argentina actúan los elementos de una posible cultura definida. Tenemos un ser humano con diferenciaciones de carácter típico. ¿Es previsible el tiempo donde se dará la conquista de un prototipo cultural, sobre esta base tan primaria?

-En nuestro país puede darse y llegar a ser. Esta es la tierra de la elementalidad y sobre ella puede construirse la nación más grande de la Tierra. Partiendo desde el principio puede avanzarse hacia la nueva o hacia la propia forma de cultura. Todo está por hacerse, y si se concreta ha de ser fatalmente nuevo, representativo de un tipo humano.  En principio toda grandeza es posible en nuestro país, ya que en él no se ha dado todavía la expresión final de su grandiosidad como pueblo.

Macedonio Fernández se echa atrás y permanece en situación de descanso. Enciende un cigarrillo y luego se queda meditando. Nosotros recordamos entonces una página leída en Papeles de recienvenido. Allí dejó escrito hace tiempo: “Nosotros somos espectadores y por eso América es un continente banal. Actuar en la vida como espectadores –muy pocos como lectores- no trae más que consecuencias baladíes. El estado de banalidad trae hasta la apetencia de la muerte y eso hace que aquí suela decirse del que se ha muerto: Ese se libró…”

Luego del respiro hacemos las últimas preguntas.

-Don Macedonio, sabemos bien que usted nunca se sometió a un reportaje. Sólo este medio siglo cumplido –siglo XX- nos impone la tarea de pedirle opiniones sobre literatura y cultura. Nos gustaría saber las diferencias aunque fueran sutiles entre la producción de nuestro tiempo y la de su juventud.

-Hay muchas. Paso algunas por conocidas y trascendentales, y se refieren a los cambios sociales, sobre los cuales se afirman ellas. Los campos de acción son distintos y las vocaciones de ahora no son tan fácilmente llevaderas. Si bien es cierto que han aumentado los escritores y los lectores, en comparación, para superar esa actividad general los jóvenes se ven precisados a una severa autocrítica y a desbrozar tenazmente lo superfluo. Esta situación ha llevado a la poesía actual a una manifestación muy cercana a lo perfecto y a un elevado tono lírico.

-¿Cuáles son a su criterio los escritores de su tiempo que perdurarán en las generaciones siguientes?

-Prefiero no contestar a esa pregunta. Tengo muchas razones, las cuales van desde la falta de una información completa hasta la falibilidad del juicio. En cambio puedo dar una razón que me inhibe y es ésta: desde siglos atrás la humanidad lee unos pocos e idénticos libros, lo que supone la representación de un drama de innumerables actos para los escritores contemporáneos. Dentro de él nosotros, todos, somos los protagonistas.

A don Macedonio se le ha apagado el cigarrillo y lo vuelve a encender. Esta acción nos hace acordar algunas opiniones sobre su personalidad. Uno de sus amigos de generación literaria escribió en Proa, en 1925: “Detrás de un cigarrillo y en tren afable de semidiós acriollado, sabe inventar entre dos amargos un mundo y desinflarlo enseguida”. Por su parte, nuestro extraño escritor había confesado en la misma revista: “ Nunca me he sentido efímero. Importante, si, ¿pero efímero?...Más bien me siento inventor del tiempo y creo que el individuo se creyó mortal. Si muero será con mucha sorpresa de mi parte y no lo callaré. Estoy comodísimo con el existente arreglo de resucitar cada mañana, calzarme el mismo cuerpo de nuevo. Y también entiendo que alguna vez será otro el cuerpo que nos pondremos, o ninguno. No es indeclinable la materia”.

Macedonio Fernández escribió muchas páginas involuntarias y entre ellas una biografía que dice así: “ Se cansó de estar parado, se cansó de estar sentado, se cansó de estar acostado y dio por concluido el vivir”. En El hombre que está solo y espera, Scalabrini Ortiz lo definió: “Para siempre el primero y más grande en la escuela de profetas porteños”. En esa página se afirma que era un hombre solo que esperaba y seguiría así “por los siglos de los siglos”.

Don Macedonio ha concluido de fumar y creemos oportuno hacerle otra pregunta.

-Usted es contemporáneo con Guiraldes, quien ha escrito el libro más editado de cuantos imprimieron los hombres de su época. Quizá pueda aclararnos las causas contradictorias entre una crítica adversa y el éxito editorial de Don Segunda Sombra. 

Le hacemos esta pregunta porque luego de aquello, los jóvenes de hoy han vuelto a plantear la cuestión en torno de su valor representativo. Se le discute su verdad.

-El libro de Guiraldes es un comienzo de novela y quienes le niegan esta condición tienen razón en gran parte. Le fue imposible a Ricardo construirla técnicamente con el sólo diálogo entre padrino y sobrino. Por ejemplo al considerar “la verdad” en el capítulo del duelo entre el protagonista y el tape Burgos. La tramitación, el proceso, los detalles del mismo son fantásticos y no representan esa “verdad” que alegan los comentaristas, pues no responden a la naturaleza del gaucho ni de nuestro hombre de campo. Crítica aparte, creo que la causa del éxito de Don Segundo Sombra, el que tanto ha sorprendido a los entendidos, se debe al poder de simpatía que surge espontáneamente del personaje y del relato. Este éxito lo gozó Guiraldes, pues gracias a Don Segundo vivió días muy felices.

-Gracias Macedonio Fernández.

Nos retiramos de su casa frontera del Jardín Botánico, cuando las sombras primeras de la noche empezaban a oscurecer los árboles de la ciudad. Nos llevamos con nosotros la imagen gris del hombre de letras olvidado en su propio país. Nos sonrió con afecto desde su ya alta edad, y vimos caer de nuevo el mechón gris bajo la boina. Tenemos todavía en el recuerdo su figura huesosa, que nunca más volveríamos a ver de pie, o meciéndose frente a su mesita de trabajo, con sus cigarrillos y su inalterable bondad de sabio criollo conocedor de su destino. Mientras nos alejábamos su mirada nos acompañó largo trecho a través de los vidrios de su ventana a la calle.