Macedonio Fernández
Buenos Aires, 5 de octubre de 1926
Señor Director de una Revista:
Nada tenía de qué alegrarme cuando comprando la revista de su mando en uno de los kioscos donde las prestan, veo transcripto un producto de mi ingenio que protuberó a cierta altura de la columna de la amable MARTIN FIERRO. Un estudio grave y retirado (de entre los escombros) acerca de la súbita declinación de la Arquitectura (de “El Tropezón”) con citas bien confundidas de Ruskin Cornian y Flatacho. El material de estas referencias era tan valioso que se podía ganar dinero rematando la demolición de mi escrito. Asimismo era breve; artículos mucho más cortos ocupan dos columnas; el mío, solo la altura de caerse de una. Esto era todo: no tenía adiciones, pues en el suceso de aquel derrumbe quedaron tantas sin pagar que se ha hecho hábito no abonar añadidos literarios.
Seguramente que la publicidad en vuestra revista me lisonjea y contenta –siempre que no me paséis una cuenta extremosa atento a que me falló el pedido de 10.000$ que hice al Congreso en compensación de cuyo socorro me comprometía a permanecer ausente del país hasta mi regreso: intriga fácil de explicar si digo que soy el único habitante que se ha impuesto la absorbente ocupación de cumplir todas las leyes dictadas cada semana, lo que me da aires tan tristes y desbaratado que constituyo para los congresales un espectáculo lacerante, irrisorio, un asedio de remordimientos y malos recuerdos.
Por cierto me fue grato verme transcripto, pues, además, ello comprueba dos agradables propiedades de lo literario. Por tal reproducción descubro que todavía soy autor de dicho artículo, condición que no sabía durara tanto y que los artículos sirven para dos y más veces y se parecen, entonces, al levantarse de la cama que con una valiente vez por la mañana basta para el día entero; o al apagar el candelero (no nombro la vela porque no se usan ya) que soplando bien un tiro no hay que seguir de soplador, cual con el fuego; o como el silencio de los tartamudos que no es salteado cual su hablar sino tan liso, seguido como el de los bien parlantes y si no se empecinaran en hablar nadie los conocería, como a un bizco que duerme.
De esto no se habla más y siga Ud con lo mismo. El caso es que con la publicación suya me convenía yo la hubiera tenido oculta cual buena suerte de egoísta. Pero en revista de máxima difusión en nuestro país uno de los millares de lectores se lo dijo a otro (sin lo cuál éste otro, por más lector que fuera, no lo habría sabido) y se propaló cierto error vuestro: se me atribuye nacionalidad uruguaya, lo que vengo corriendo, en tren perdido (tal es el apuro y apartándome de la respetada práctica de no viajar en él) a rectificar antes que lleguen la protestas de Montevideo.
No tengo de uruguayo más que la circunstancia de haber vivido siempre en Buenos Aires, pues empleo no consigo ninguno, aunque desde muchos años lo solicito; y seguiré hasta que sean 25 años. Entonces me jubilaré de pedirlo: mi vacante será muy disputada porque la competencia para pedir empleos no es aptitud exclusiva mía; a nadie le falta; sólo sí el empleo.
Hace quince días de lo comentado. Sería yo de los uruguayos más jóvenes; pero es tarde para nacer. Es cierto que he estado en Montevideo, Soriano, Fray Bentos, Canelones, Tacuarembó, Mercedes, sin contar otros departamentos en que no he estado. Pero era sólo de paseo: ni una vez nací en tantas jiras. Muy muchacho, en Pocitos, me mordió un caballo el hombro y casi me extrajo así de encima. Qué animal paciente: tironeaba y seguía tirando, pero como era tan largo (caballos tales debían alquilarse con impreso para consultarlo cuando hay que desmontar: es difícil hacerlo de memoria en un apuro), entre los dos no conseguíamos salirme de él. En Ramírez me puse a buscar aire en un pozo bajo el agua y saltaba hacia la superficie, pues no encontraba sótano al líquido; hice esto tantas veces que un testigo viendo que con tal tejemaneje yo saldría de todos modos a flote, me sacó. Es la única vez que se me ha visto sudando por ganarme la vida, pero malamente, pues me encaprichaba en respirar en el momento menos acertado, siendo que nunca había parado atención en esta función del organismo que ahora me entusiasmaba. La natación era mi talento; tan metido con el agua que al rato no se me veía, nadaba, nadaba hasta que me salvaran; inventé el braceo náufrago. En Mercedes dediqué todas mis temporadas al caballo: nunca he andado tanto a pie. Allí una muchacha más bien fea me dijo tilingo. Otra señorita, de nombre Mecha, me besó. Este último sistema -¿con quién lo habría aprendido?- me pareció bien; busqué a la primera y se lo comparé: se quedó reflexionando, a mi juicio, derrotada.
Mas por todo esto no soy uruguayo; es exagerado. Nací tempranamente; en una sola orilla (aun no me he secado del todo) del Plata. Me encontraba en Buenos Aires a la sazón; era en 1875; fue el año de la revolución del 74, como después tuvimos un año, no recuerdo cual, de la revolución del 90. Pocas personas han empezado la vida tan jóvenes (si hace 50 años era tanta mi juventud como no lo sería mucho más tarde Alcibíades hace 3000 y qué extraordinario puede ser que las bellas se enamoraran de su perro). Durante un minuto fui el americano de menos edad; y creo que ya en ese instante oí tres himnos a Sarmiento y Rivadavia fundó las escuelas. Es verdad que de esto quedé algo sentido hasta hoy.
La orilla era la derecha yendo al centro; sirve igual que la otra, y los que vienen de Europa la llaman izquierda hasta que familiarizan con el idioma; pero es la misma. Cierto que se consultó al Uruguay si haría objeción a que naciera yo allá. La respuesta no pareció entusiasta; no decía que sí o que no; exigieron datos sobre mi carácter e ideas y por fin el gobierno uruguayo escribió: “Por nosotros no se preocupen; están Uds. perdiendo el tiempo, ya podía haber nacido.”
¿Qué se temía de mí? Yo no traía intención de daño a nadie, a ningún empleo ocupado; no portaba ni un cortaplumas; y hoy mismo con todo lo que he leído y cursado, no soy tan inocente como aquél día, tan inexperto en nacer que fue preciso llamar una señora experta, que lo hubiera hecho muchas veces. Oh, qué mal momento ¡qué molesto! ¡qué peligro de vivir, cómo me sucedió! No encontré una persona conocida. O me tomaban por otro. Nadie que dijera viéndome aparecer: “Esa facha yo la conozco”. ¡Oh, fue angustioso! No lo volveré a hacer. Y no se lo deseo al mayor enemigo: (el hombre que saca un papel de 10 pesos para pagar el tranvía, poniéndonos súbitamente tristes a todos, pues sabemos que el guarda se volverá con sorna hacia nosotros aparentando alguna esperanza y nos solicitará cambio). No es cierto lo que se dice que yo enseñé a los techos a lloverse, a los llaveros a quedarse en el pantalón para salir al teatro; y el que no puede pasarse de leer en alta voz en el ómnibus a Góngora, Nuñez de Arce. ¡Oh!, yo no duermo de ese lado, no sirvo para lector de soniditos. Cervantes, Gómez de la Serna, Estanislao del Campo, Poe, me tienen despierto. No nombro a Quevedo y Mark Twain porque no me conviene y en los momentos en que uno no sabe dónde ha nacido se le confunde también el nombre de sus inspiradores.
Pero, aunque sólo sea por ociosidad, examinemos, sin ocuparnos de lo que perdería el Uruguay, qué ganaría yo con nacionalidad nueva.
Veamos: ¿cuántos tomos de Historia es la del Uruguay? Aunque sólo sea la 5ta parte que la de acá no me le atrevo. ¿Cuántas batallas, valor indomable, aniversarios, centenarios, cincuentenarios de genios y patriotas? ¿Allá se usan también la diabetes, reuma, los sustos, como casos de “muerte por la patria” y cambio de nombre para las calles?¿Las pensiones son para los contemporáneos del héroe, que tuvieron que soportarlo, o para gente que nada le padecieron, como acá? ¿Quién es el Sarmiento para himno de ustedes?¿Se inunda el arroyo Maldonado también allá? ¿La esquina de Callao y Avenida de Mayo es allá como acá peor que una consulta de médicos? (Se debiera dar en el acto, en el Molino, un banquete a la persona que la cruza sano y salvo, una vez, partiendo de la plaza Congreso y alcanzando a llegar a dicho banquete).
No; no voy; digo, no soy. Además hay un puntito de sentimiento en mi determinación. Lo trataré bajo el título de “Una novela que comienza”. Allí se verá que al presente vivo en una espera romántica indeclinable que debe suceder en Buenos Aires. Es verdad que caballero tan de nacimiento confundido, es de alegre esperar y puede aguardar lo bueno debajo de una cornisa que se traslada.
Soy del sr Director con vivo aprecio.
Macedonio FERNANDEZ
Nota. El que sí es uruguayo es el buenazo de Don Juan. Pero se muda; ayer lo vi con un paquetito. Unas quince veces por año cambia de domicilio y manda a decir a sus amigos: “El cambio de domicilio que ocupo ahora es calle Lavalle 1025”. Para esto no usa equipaje; cuando lleva un paquete o los bolsillos abultados está de mudanza. En junio salió de Libertad 443; en agosto volvió a Libertad, pero no al 4to piso de antes, sino al 5to. de María. La del 4to supo que estaba en el mismo edificio pero ignoraba en qué piso.l ¡Será posible, exclamaba anoche acostada, que no me haya visitado o dicho a qué vino! ¿Dónde se habrá metido Don Juan! No sé si lo tengo arriba o lo tengo abajo, yo que conocía tanto su costumbre.
Este Don Juan, tan buen amigo, figurará y estoy seguro que observará una alta moral, en mí cada día menos evitable romance, si para entonces vive; pues mi novela no admite sino a vivientes so pena de confundirse con la Historia donde los muertos lo hacen todo, se lo llevan todo por delante. En dicha novela repetiré algunos de los chistes aquí intentados, pues espero llegar a un extremo de garantías y seriedad de mis bromas, ensayándolas en varias reiteraciones; además, así se entretendrá algún exigente de originalidad, quien descubrirá que una idea mía es de Sterne o Rabelais, cuando no habrá sido tomada de allí sino de mí mismo; y de la primera vez que la dije en el estado de repetición se parecerá textualmente a la idea de Sterne, pero antes se parece a la mía primera.
M.F.