martes, 16 de julio de 2019

JUAN JOSÉ ARREOLA SEGÚN JOSÉ EMILIO PACHECO. DOS MEXICANOS QUE OPONEN LA IMAGINACIÓN A LA OPACIDAD DEL MUNDO




El 25 de abril de 1962, en el suplemento “La Cultura en México”, de la revista Siempre –número 10-, apareció este texto del poeta mexicano José Emilio Pacheco –quien por entonces  tenía 23 años y faltarían 47  para que obtuviera el Premio Cervantes-, saludando la aparición de “Confabulario total (1941-1961) de su compatriota Juan José Arreola –de quien Borges  estimaba “su ilimitada imaginación regida por una lúcida inteligencia” para explorar las posibilidades fantásticas del universo.


La corriente imaginativa, que aclimató en nuestra prosa de ficción La Cena, un cuento escrito por el joven Alfonso Reyes en 1910, ha alcanzado su máxima expresividad en los textos de Juan José Arreola, ahora reunidos por el Fondo de Cultura Económica en el volumen Confabulario total, que muestra en toda su amplitud la importancia y la significación del gran prosista mexicano.

Trece años después de su primer libro, Varia inversión, Juan José Arreola perdura en su maestría. El único cuentista con verdaderas dotes para ese género que hemos dado en denominar fantástico, Carlos Fuentes,d espués de un excelente tomo de cuentos, Los días enmascarados, prefirió el amplio registro de la novela para continuar su vocación. La influencia de Arreola, no obstante, se manifiesta en todo su vigor si examinamos lo que han escrito varios de los más jóvenes narradores. A partir del primer Confabulario (1952), anterior en un año al espléndido Llano en llamas de Juan Rulfo, Arreola ha compartido con su coetáneo y coterráneo la hegemonía en la cuentista nacional. Su importancia en las letras puede medirse no sólo por el descubrimiento de una nueva prosa artística: Arreola, como editor de la más recientes generación en sus dos series, Los presentes y El Unicornio, ha colaborado ampliamente a la transformación del panorama literario de México. Por si eso fuera poco, su única obra teatral, La hora de todos (incluida asimismo en este libro), representa una innovación singular para nuestra escena, el tratamiento de problemas contemporáneos con una técnica en nada parecida a la que entonces empleaba el teatro mexicano.

El discernimiento de los méritos presentes en el Confabulario total corresponde a la crítica, no a esta reseña informativa. Acaso no es inútil señalar (o repetir) algunas impresiones que tal vez hagan justicia a Arreola. Es fácil reducir su obra a un esquema y designarlo “fantástico”. Pero habría que investigar nuestro concepto sobre el qué y el por qué de la literatura fantástica y aun preguntarnos –en un sentido estético y estricto-, cuál es para nosotros el significado de realidad y fantasía. Lo que es más; toda “literatura fantástica”, generalmente enclaustrada bajo el cómodo término de “evasión”, es en esencia una crítica de la realidad, una actitud que no niega el mundo concreto y cotidiano, sino lo reconoce y desentraña, acomete la empresa de ir más allá de las apariencias, ya sea para crear una realidad propia e intransferible (como en Kafka o en Borges), que es todo lo contrario de la utopía, pues ahí todos los horrores esenciales de la vida están referidos con otra visión; o para transponer, de modo aislado o recurrente, los problemas comunes a lo hombres, mediante un proceso que al desvincularlos del conjunto de actos que forman nuestra existencia les otorga, paradójicamente una realidad todavía mayor. No se trata en suma, de negar el realismo en su sentido tradicional ni de oponerlo a las corrientes en las que prevalece la imaginación. En el orbe de la literatura hay campo para toda expresión, y el predominio no es asunto de escuelas sino de talentos. Es preciso anotar que el hecho de elegir fórmulas no encaminadas a reproducir los hechos como son, como ocurren todos los días ante nuestra mirada, no necesariamente entraña un olvido de los conflictos esenciales del hombre. La realidad no es verbal, pero toda actividad artística es en último término esencialmente humana, y por tanto asume las circunstancias históricas y biográficas que rodean al hombre ene le momento de escribir. La rebeldía, en su acepción menos espartaquista, se encuentra también en la obra del escritor que –por el hecho mismo de serlo-, no acepta el mundo como es y trata, de algún modo, de colaborar en la tarea común de mejorarnos, de concedernos una libertad que no asfixien las presiones de una sociedad fragmentada por la ineficacia y el descrédito de sus normas vitales. Oponer la imaginación a la opacidad del mundo, servirse de una mirada que descubre en lo diario la riqueza del mundo, es ya aspirar a una manera de ser libre, así sea dentro de los límites que todo arte señala al mismo acto creador.

Empero, no se trata de incurrir en generalizaciones. Lo anterior no pretende abolir la licitud de Arreola cuando escribe meros juegos lingüísticos o parábolas metafísicas. Simplemente, no me parece justo alabar o censurar sobra sólo en cuanto atañe a los problemas del estilo. Si atendemos a este punto, es notorio que Arreola pertenece al nada extenso grupo de escritores caracterizados, desde un principio, por una instintiva comprensión de la naturaleza de la forma. El lenguaje, para Arreola, es una materia dada a la que simplemente añade sus invenciones o sus observaciones, sus sentimientos o sus pensamientos. Ese don formal deviene voluntad de estilo en el transcurso de su desarrollo. El caudal de su prosa va incrementándose con lecturas (con influencias) que personaliza o incorpora. Sin embargo, lo que propiamente constituye el oficio del escritor (y recordemos que la literatura no es sólo un oficio, pero sin forma no puede haber arte), es en Arreola el incremento de algo que desde siempre ha sido suyo. De allí también, de esa prodigiosa, capacidad, que en algunos momentos su mayor don se transforme en peligro y su estilo simule retórica, particularmente a causa de un cierto abuso en la adjetivación. Pero tales reparos se desvanecen ante el total de lo obtenido. (Los problemas de lenguaje y estilo en la obra de Arreola se vuelven más complejos sino se olvidan textos como El Cuervero -1943- donde le habla regional de Jalisco está recreada con habilidad, en su zona intermedia que concilia polos opuestos, mundos que han erigido los dos cuentistas más notables de este momento literario.

En la que se refiere a la temática, Arreola la temática parece obstinada en reformar la tradición pero también se sirve de temas próximos a las reglas del juego de la ciencia-ficción. Tal es el caso de Alarma para el año 2000, Flash, Baby HP y Anuncio. La ironía, el amargo reflejo de esta mirada, cae sobre las deformaciones contemporáneas; el envío de los textos es para e que sepa, entre líneas, descubrir lo omitido. A mayor abundamiento, la biografía imaginaria, el poema en prosa, el texto casi aforístico o epigramático son campos en los que Arreola despliega eficazmente su talento. Los antecedentes mexicanos de estas formas (Reyes, Torri, Monterde, Genaro Estrada), representan esa continuidad que Arreola ha sabido modificar. Por otra parte, su Bestiario –manual de zoología tangible-, es el camino propicio para el escritor que sabe y puede llevar las palabras hasta sus consecuencias últimas, inéditas; y el rechazo o acopio de aquella rama humanística que quiso ver en el reino animal el espejo (quién sabe si deformado o deformante) de nuestra infortunada condición. El deslumbramiento del amor, de la belleza que a la postre también resulta olvido; el horror y la fascinación del erotismo, el sentimiento de la angustia y la humillación el desengaño y tantos rastros, en fin, que es necesario seguir en este total Confabulario, queden propuestos, señalados. Por ahora me basta destacar la impostergable significación de un libro que cierra la época inicial en la obra que hoy ya prosigue, con su mejor afán, Juan José Arreola.

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