CORAZÓN DE 1976
Cuando el mar nos quiere decir algo grave, es la mar, honda, la que nos avisa.
Ella, la mar, algo le está diciendo a la planta de mis pies: mis pasos empiezan a crepitar, escandalizados.
Aquí, está ocurriendo aquí: de pronto, en la orilla única de la mar asoman las nucas de demasiadas piedras; todas, ¡piedras con forma de corazón!
Pero ¿por qué será que ahora me doy cuenta que en esa orilla que le queda a la mar, hoy hay ¡ay! demasiadas piedras con forma de corazón?
Y esas piedras, madremía, ¡están latiendo!
Con unas pobres pocas palabras alcanzo a enhebrar mi desgarrada pregunta: estas piedras, estas nucas sin rostro, ¿alguna vez habrán sido corazones?
Corazones, ¿de quiénes? habrán sido.
Vientre que me parió, respóndeme: ¿Dónde están los que no están?
¿Dónde viven, ahora, los cuerpos de esos corazones?
No te vayas, madre, tienes que responderme algo más grave todavía: ¿dónde están los corazones de nuestros cuerpos vacíos? ¿Dónde, dónde se habrán ido? ¿Qué fue de ellos?
Madre y padre que me parieron, de una vez díganme: ¿será posible seguir viviendo así, pisando
pisando
pisando nucas de corazones?
Dime, vientre… dime, simiente… ¿de dónde venimos a dónde vamos qué somos qué hacemos en este espantoso valle de alaridos estrangulados?
¿Por qué ahora el sol se está tapando el rostro, allá, en la cima del cielo?
A su rubor amarillo, ¿lo está acogotando la insoportable vergüenza ajena?
Con tu vergüenza, sol, ¿nos estás condenando a ser sólo la sombra de un cólico arrinconado en el limbo del infierno?
¿O será que, cómodos olvidadizos olvidadores, estamos reducidos a la obscena impunidad de ser nada más que intestinos caminantes, hacedores de una perpetua digestión, eructando esquirlas de conciencia por todos nuestros agujeros posibles?
No podemos, no debemos ocultarlo: sumidos en el espeso caldo de la indiferencia activa, nos hemos inoculado un nuevo pecado original. Pertenecemos a la condenada estirpe de los resignados.
Pero, ¿hasta cuándo condenados? ¿hasta cuándo con el mentón vencido sobre nuestro pecho?
Desolados, desalmados, descorazonados, ¿atravesaremos la inexplicable vida siempre sin nacer?
Insiste la mar: nos devuelve nos descubre nos regresa cantidad de piedras con formas de corazón. Piedras que brotan pronunciando silencio.
Silencio, dinos: ¿hasta cuándo la desmemoria podrá esconderse en el olvido?
Silencio, ¿hasta cuándo, sabiendo que aquí la condición humana ha sido desnucada?
La mar no me suelta una sola palabra.
El sol sigue tabicándose la mirada.
La vida hace lo de siempre: continúa.
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¿Pensamos seguir haciéndonos los distraídos?
Con el cordón umbilical anudado al cuello, no hay caso, no podemos escapar ni soltarnos; no podemos partir ni llegar.
No, así nunca conseguiremos salir del cascarón.
Demasiada sombra, demasiada ciénaga, demasiado limbo. En el vientre de la sucesiva noche sólo acontece pesadilla. Es inútil. Anegados de cuentas pendientes, hemos extraviado el sol; ya no lo podemos ni presentir.
Sin dejarlo para mañana tendré, tendremos, que hincarnos sobre esta orilla de la mar y hacernos cargo de las piedras, y empezar a deletrear corazones no identificados. Son muchos más que demasiados... nos llevará una interminable eternidad la búsqueda. Sobre todo, si insistimos en no nacer.
))