Lo que está ocurriendo en Chile, en Argentina, en Bolivia, en Ecuador, en cualquier lugar donde se quiera echar una mirada, es que la historia no ha muerte, es el neoliberalismo el que puede haber empezado a morir. No son rumores sediciosos. Son hechos. Acontecimientos protagonizados por los pueblos en las calles o en las urnas. Pueblos que del sufrir tienen mucho aprendido, y que se han decidido escribir su propia historia, para no ser escritos por los que solo supieron poner frustración y dolor en sus libretos. Los que defienden a dentelladas sus privilegios, tuercen el gesto cuando ven a esta turba que ya no acepta aborregarse en manso trote hacia el abismo. Quieren lo que les pertenece. Han cometido la osadía de tomarse en serio la palabra “democracia”, comparando su etimología con esa farsa formalista y plutocrática que solo los convoca para legitimar con su voto su despojamiento ciudadano.
Lo que está ocurriendo en nuestros países no fue previsto por los gobernantes, ni vaticinado por sus astrólogos mediáticos. El pueblo vio lo que los medios ocultaron sistemáticamente, y lo vio no por haber aprendido a leer entrelíneas, sino porque los efectos del neoliberalismo son visibles en todos sus detalles en la realidad cotidiana, en cada uno de los gestos que se cumplen para cumplir eso que ahora se ha vuelto una proeza: sobrevivir. Los pastores mediáticos ya no pueden controlar el rebaño. Los que quieren al pueblo dócil para siempre y con la documentación en orden, se han puesto muy nerviosos. Son muy peligrosos. Están dispuestos a todo para defender sus privilegios, las fuerzas represoras de Chile lo han dejado claro: 19 muertos, miles de heridos, una enorme cantidad detenidos. Pero sus argumentos ya no son considerados infalibles, porque la realidad no encaja nunca en sus explicaciones; así lo hicieron saber los cerca de un millón doscientas mil personas que salieron a las calles de Santiago,
No se trata de cambiar el agua a los peces, sino de romper la pecera, para que los peces recuerden eso que alguna vez se llamó río. La utopía, como se llama desde Tomás Moro en adelante. La que siempre tiene que relampaguear en ese horizontes que nace en nuestros pies.
Para acercarnos más a la realidad chilena vamos a compartir un poema escrito por Raúl Zurita, y un texto de Vicente Huidobro que nos recordó nuestra colaboradora Antonella Sepúlveda. Ninguno de los dos textos es reciente, pero los dos tienen una poderosa actualidad, porque se trata de voces alumbradoras de un Chile que ha vuelto a nacer.
El horror continúa, la dictadura continúa
Raúl Zurita
El horror continúa: el asesinato de Camilo Catrillanca perpetúa todos los crímenes, los repite con mayor ferocidad en el pueblo mapuche.
¡Asesinos! ¡asesinos! ¡asesinos!
Presidente ¿cuántos les faltan por matar todavía?
Con este asesinato la democracia se transforma en una mascarada sangrienta, en un disfraz lleno de sangre, el estado de derecho es solo una careta que oculta y perpetúa a los criminales.
No hay democracia, no hay derecho, no hay justicia, solo hay crimen y horror. Frente al asesinato de un hombre esas palabras son obscenas, podridos escupitajos.
Solo hay crimen y horror.
Las bandas armadas del Comando “Jungla”, por este crimen dejaron de ser agentes del Estado para ser asesinos al servicio del Estado, y mil veces más asesinos que los asesinos que se cebaron con sangre en la dictadura.
¿A qué país quieren llevarnos los criminales, los sanguinarios? ¿Éste es el progreso? ¿Que las bandas armadas ataquen a las comunidades y asesinen a mansalva a los comuneros?
¿Es este el diálogo con la Araucanía ministro Moreno? ¿Es este su nuevo país presidente Piñera?
¿Solo sangre y más sangre? ¿Solo sangre y más sangre? ¿Solo sangre y más sangre?
Chile, levántate, no dejes que maten a tu gente.
Y ahora que se declare duelo nacional, que todos los edificios públicos pongan su bandera a media asta. Que el Congreso Nacional ponga su bandera a media asta y que los parlamentarios sesionen con crespones negros en sus brazos.
Que el rostro de Camilo este en todas las estaciones de metro, en la vallas publicitarias, en las salas de embarque de los aeropuertos.
Que su rostro de 24 años cubra el horizonte.
Foto 2
Texto de Vicente Huidobro
Desde hace algunos meses el gobierno venía preparando ocultamente un pretexto para poder ejercer la violencia contra el pueblo que clama en la desesperación y la miseria. Nunca la maldad humana entre nosotros había actuado en forma más criminal contra la vida inocente de miles de ciudadanos como al inventar estos famosos complots comunistas.Es inútil pretender imponer a la fuerza y sin ninguna protesta la aceptación de los negociados de un clan de amigos y familiares. Es inútil querer dominar al país por medio de la violencia.
Un gobernante puede tiranizar a un pueblo, pero no puede hacerse amar de él. Puede dominar el cuerpo de sus habitantes, pero no conquistar sus corazones. Mucho menos doblegar sus conciencias.
El estado de sitio y la censura sólo sirven para acallar la crítica, la voz de la justicia verdadera, el derecho de protesta de los ciudadanos honrados y de los desvalidos explotados. El estado de sitio y la censura, todas las leyes represivas, sirven para mantener al país sumido en la oscuridad y permitir a las manos de los ladrones ejercer su infame oficio.
Chile no merece la afrenta que significa esta tiranía enmascarada de constitucionalidad. Chile no merece la bofetada cotidiana de un gobierno incompuesto de sus deberes elementales.
Se encarcela y se relega a centenares de ciudadanos sin ninguna forma de proceso. Se flagela salvajemente a Elías Lafferte porque es un hombre de ideología poderosa y realista, cosa que nuestros gobernantes no perdonan porque nunca han alcanzado. Se apalea a los obreros en vez de darles nutrición y ropas para cubrir sus carnes desnudas. Se trata de encadenar la voz de los periodistas valientes y previsores y halagar a los vendidos. y en este caso el gobierno parece ignorar que no hay honor más grande que llevar la misma cadena que ata a la nación.
Se trata de crear las tinieblas y acallar las protestas y la crítica por todos los medios posibles. Esto no es vivir; esto es morir. Es la muerte inicua, la muerte degradante, la muerte por asfixia de un país que tiene tanto derecho a su existencia y a manifestar sus sufrimientos como cualquiera otro. Un país encadenado por un gobierno que cuenta con la fuerza bruta y no con la adhesión de sus gobernados, es un esclavo, no un pueblo en el ejercicio de su dignidad.