martes, 12 de noviembre de 2019

GOLPE DE ESTADO EN BOLIVIA




Revista Caliban nació para dar un espacio a la literatura y al pensamiento que ayuda a librar la batalla cultural contra el neoliberalismo, pero sin zambullirse en la actualidad noticiosa. Pero ante la muy grave situación que está atravesando el pueblo boliviano solo podemos hacer una cosa: asumir nuestra responsabilidad intelectual y condenar sin atenuantes este golpe militar llevado adelante contra el gobierno encabezado por Evo Morales, y perpetrado con encubrimiento mediático y respaldo de los Estados Unidos. Tenemos la urgente obligación de colaborar en la denuncia de este tipo de atropellos que, ingenuamente, pensábamos ya desterrados de la práctica política latinoamericano. 


Hay muchos que se dejan llenar el cráneo de mentiras y difamaciones, y creen que la causa de este golpe son los argumentos leguleyos esgrimidos por los golpistas: la derrota de Evo Morales en el referendo para cambiar la Constitución. La verdadera causa es otra: que el pueblo boliviano, bajo el liderazgo de un indio, hubiera iniciado una nueva era, donde los recursos naturales pertenecieran a todos los bolivianos, y llevara adelante un gigantesco proceso de redistribución de riquezas para que las inmensas mayorías, secularmente marginadas, iniciaran su camino hacia la dignidad. A pesar de las cortinas de humo, el juego es muy claro: echar a los indios, sino de su país, de los lugares donde se toman las decisiones de gobierno.

Lo que está ocurriendo en Bolivia nos toca de lleno. Es un drama que busca imponer una moraleja: aquellos que quieran ampliar los límites de las conquistas sociales y quemar las vesánicas recetas del neoliberalismo, serán perseguidos con el lawfare, y donde no alcance el largo brazo de la judicatura corrupta, cumplirán su tarea profilácticamente –en el doble sentido del término- los uniformados custodios del sistema. No se perdonará a nadie que quiera saltar las alambradas que cercan los privilegios de un Poder que se cree con derechos divinos. Eso en lugar de atemorizarnos y empujarnos a una resignación suicida, tiene que llevarnos a buscar nuevas líneas de fuerza para abrir todavía más el campo de lucha contra la contraofensiva de los poderes fácticos guionados y respaldados por los EE UU; hacer verdaderamente nuestra la democracia –en el sentido más profundo de la palabra, el etimológico- y no conformarnos con la ceremonia de las urnas y el mantenimiento de las muy necesarias formas de participación reglada. La calle tiene que ser nuestra cuando la democracia esté amenazada, en nuestro país o en cualquier otro país de esa patria grande sin la cual seremos solo pedacitos de un mapa por hacer. No debemos olvidar nunca que la esperanza  se convierte en fuerza cuando es encarnada por los pueblos.

El caso Bolivia es uno de los sorbos más amargos que nos toca beber de este cáliz que nos ofrece la realidad latinoamericana. Se está vejando a todo un pueblo en la persona de un presidente que valerosamente defendió los intereses de quienes lo colocaron a la cabeza del proceso de reparación social más profundo y verdadero que conoció ese país en toda su historia.

Hay que denunciar lo que la prensa del sistema pretende ahogar entre eufemismos y complicidades, abriéndonos paso contra viento y censura, contra desinformación y marea. Por eso, queremos compartir con nuestros lectores este muy lúcido análisis hecho por Atilio Borón.

                                        EL GOLPE EN BOLIVIA: Cinco lecciones.





La tragedia boliviana enseña con elocuencia varias lecciones que nuestros pueblos y las fuerzas sociales y políticas populares deben aprender y grabar en sus conciencias para siempre. Aquí, una breve enumeración, sobre la marcha, y como preludio a un tratamiento más detallado en el futuro.  Primero, que por más que se administre de modo ejemplar la economía como lo hizo el gobierno de Evo, se garantice crecimiento, redistribución, flujo de inversiones y se mejoren todos los indicadores macro y microeconómicos la derecha y el imperialismo jamás van a aceptar a un gobierno que no se ponga al servicio de sus intereses.

Segundo, hay que estudiar los manuales publicados por diversas agencias de EEUU y sus voceros disfrazados de académicos o periodistas para poder percibir a tiempo las señales de la ofensiva. Esos escritos invariablemente resaltan la necesidad de destrozar la reputación del líder popular, lo que en la jerga especializada se llama asesinato del personaje (“character assasination”) calificándolo de ladrón, corrupto, dictador o ignorante. Esta es la tarea confiada a comunicadores sociales, autoproclamados como “periodistas independientes”, que a favor de su control cuasi monopólico de los medios taladran el cerebro de la población con tales difamaciones, acompañadas, en el caso que nos ocupa, por mensajes de odio dirigidos en contra de los pueblos originarios y los pobres en general.

Tercero, cumplido lo anterior llega el turno de la dirigencia política y las elites económicas reclamando “un cambio”, poner fin a “la dictadura” de Evo que, como escribiera hace pocos días el impresentable Vargas Llosa, aquél es un “demagogo que quiere eternizarse en el poder”. Supongo que estará brindando con champagne en Madrid al ver las imágenes de las hordas fascistas saqueando, incendiando, encadenando periodistas a un poste, rapando a una mujer alcalde y pintándola de rojo y destruyendo las actas de la pasada elección para cumplir con el mandato de don Mario y liberar a Bolivia de un maligno demagogo. Menciono su caso porque ha sido y es el inmoral portaestandarte de este ataque vil, de esta felonía sin límites que crucifica liderazgos populares, destruye una democracia e instala el reinado del terror a cargo de bandas de sicarios contratados para escarmentar a un pueblo digno que tuvo la osadía de querer ser libre.

Cuarto: entran en escena las “fuerzas de seguridad”. En este caso estamos hablando de instituciones controladas por numerosas agencias, militares y civiles, del gobierno de Estados Unidos. Estas las entrenan, las arman, hacen ejercicios conjuntos y las educan políticamente. Tuve ocasión de comprobarlo cuando, por invitación de Evo, inauguré un curso sobre “Antiimperialismo” para oficiales superiores de las tres armas. En esa oportunidad quedé azorado por el grado de penetración de las más reaccionarias consignas norteamericanas heredadas de la época de la Guerra Fría y por la indisimulada irritación causada por el hecho que un indígena  fuese presidente de su país. Lo que hicieron esas “fuerzas de seguridad” fue retirarse de escena y dejar el campo libre para la descontrolada actuación de las hordas fascistas -como las que actuaron en Ucrania, en Libia, en Irak, en Siria para derrocar, o tratar de hacerlo en este último caso, a líderes molestos para el imperio- y de ese modo intimidar a la población, a la militancia y a las propias figuras del gobierno. O sea, una nueva figura sociopolítica: golpismo militar “por omisión”, dejando que las bandas reaccionarias, reclutadas y financiadas por la derecha, impongan su ley. Una vez que reina el terror y ante la indefensión del gobierno el desenlace era inevitable.

Quinto, la seguridad y el orden público no debieron haber sido jamás confiadas en Bolivia a instituciones como la policía y el ejército, colonizadas por el imperialismo y sus lacayos de la  derecha autóctona.  Cuándo se lanzó la ofensiva en contra de Evo se optó por una política de apaciguamiento y de no responder a las provocaciones de los fascistas. Esto sirvió para envalentonarlos y acrecentar la apuesta: primero, exigir balotaje; después, fraude y nuevas elecciones; enseguida, elecciones pero sin Evo (como en Brasil, sin Lula); más tarde, renuncia de Evo; finalmente, ante su reluctancia a aceptar el chantaje, sembrar el terror con la complicidad de policías y militares y forzar a Evo a renunciar. De manual, todo de manual. ¿Aprenderemos estas lecciones?
                                                                                Atilio Borón

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