Julio Cortázar jugaba con las posibilidades interminables del idioma, y en sus libros de misceláneas esa diversión se explaya sin disimularse bajo el peso de situaciones dramáticas o la búsqueda profunda de valores. Donde otros podrían ver frivolidad, Cortázar encontraba un nuevo enfoque para dar su propia intuición de la realidad. “Un tal Lucas” se publicó diecisiete años después de “Historias de cronopios y de famas”, y ambos libros supieron abrir la puerta para que los lectores salieran a jugar. El siguiente texto fue publicado en la revista Cuadernos Hispanoamericanos en el número octubre-diciembre de 1980, y no fue incluido en ningún libro publicado por Cortázar.
Lucas, sus hipnofobias
En todo lo que toca al sueño Lucas se muestra muy prudente. Cuando el doctor Feta proclama que para él no hay nada mejor que el apoliyo, Lucas aprueba educadamente, y cuando la nena de su corazón se enrolla como una oruguita y le dice que no sea malo y la deje dormir otro poco en vez de empezar de nuevo la clase de geografía intima, él suspira resignado y la tapa después de darle un chirlito ahí donde a la nena más bien le gusta.
Pasa que en el fondo Lucas desconfía del sueño llamado reparador porque a él no le repara gran cosa. En general antes de irse a la cama está en forma, no le duele nada, respira como un puma, y si no fuera que tiene sueño (ésa es la contra) se quedaría toda la noche escuchando discos o leyendo poesía, que son dos grandes cosas para la noche. Al final se mete en el sobre, qué va a hacer si se le cierran los ojos con saña tenaz, y duerme de una sentada hasta las ocho y media, hora en que misteriosamente tiende siempre a despertarse.
Cuando rejunta las primeras ideas que difícilmente se abren paso entre bostezos y gruñidos, Lucas suele descubrir que algo ha empezado a dolerle o a picarle, a veces es un diluvio de estornudos, un hipo de pótamo o una tos de granada lacrimógena. En el mejor de los casos está cansadísimo y la idea de cepillarse los dientes le parece más agobiante que una tesis sobre Amado Nervo. Poco a poco se ha ido dando cuenta de que el sueño es algo que fatiga horriblemente, y el día en que un hombre sabio le dijo que el organismo pierde muchas de sus defensas en aras de Mofreo, nuestro Lucas bramó de entusiasmo porque la biología le estaba refrendando la cenestesia, si cabe la perífrasis.
En esto por lo menos Lucas es serio. Tiene miedo de dormir porque tiene miedo de lo que va a encontrar al despertarse, y cada vez que se acuesta es como si estuviera en un andén despidiéndose a sí mismo. El nuevo encuentro matinal tiene la ominosa calidad de casi todos los reencuentros: Lucas 1 descubre que Lucas 2 respira mal, al sonarse siente un dolor terrible en la nariz y el espejo le revela la irrupción nocturna de un tremendo grano. Hay que convencerse: estaba tan bien la noche antes y ahora, aprovechando esa especie de renuncia de ocho horas, su toma de aire aparece coronada por este glorufo que le hace ver el sol e l'altre stelle porque como tiene que sonarse a cada momento because el resfrío matinal, qué te cuento lo que duele.
Las anginas, la gripe, las maléficas jaquecas, el estreñimiento, la diarrea, los eczemas, se anuncian con el canto del gallo, animal de mierda, y ya es tarde para pararles el carro, el sueño ha sido una vez más su fábrica y su cómplice, ahora empieza el día, o sea las aspirinas y el bismuto y los antihistamínicos. Casi dan ganas de irse a dormir de nuevo puesto que ya muchos poetas decretaron que en el sueño espera el olvido, pero Lucas sabe que Hipnos es el hermano de Tánatos y entonces se prepara un café renegrido y un buen par de huevos fritos rociados con estornudos y puteadas, pensando que otro poeta dijo que la vida es una cebolla y que hay que pelarla llorando.