jueves, 9 de enero de 2020

CORAZONES INÉDITOS DE RODOLFO BRACELI

                                                        



                                                           CORAZÓN DE LA PIEL




Se trata de un hombre y de una mujer.
Él de pronto la encuentra.
Ella está ahí, de par en par.
Ella es un abecedario con más letras que estrellas hay en el sumo cosmos. 
Él la lee la lee
mientras la lee su saliva se incendia.
Él, de pronto, escucha el olor de ella.
Enloquece, alarida sus gemidos.
Él, mirándola, se está latiendo.

((
Él siente un oleaje que lo alumbra desde muy adentro y piensa en voz alta:
–Tantos años, ¿cómo, cómo hice para suceder vivo sin leerla, sin escuchar su hondo olor?
))

                                           CORAZÓN QUE TARDA EN VOLVER



–Todo te lo puedo perdonar, corazón, porque al fin de cuentas humano eres.
Todo, salvo la desolación que me atravesó de costado a costado
aquella vez que muy de pronto desperté 
y me encontré con que no estabas en mi pecho.
Sin abrigo y sin bufanda y sin gorra te habías ido, y sucedía invierno; noté que faltaba por primera vez la llave de la casa… ya asomaba el amanecer y no volvías
y no volvías.
Insoportables horas habían pasado, cuando por fin regresaste. Abriste la puerta, sigiloso entraste en puntas de pie y sin palabras te metiste otra vez en mi pecho. Temblabas de frío.

((
–Corazón mío, que esto no vuelva a suceder.
Nunca, jamás de los jamases nos dejemos 
más solos de lo que estamos,
y estaremos.
))

                                                     CORAZÓN DE VISTALBA



Se fue dejando el pelo largo aquel muchacho y, a medida que crecía, eso lo autorizaba a presumir de filósofo por las mañanas y, llegando el atardecer, de poeta. Así deshojaba su rutina; un día se supo su precioso nombre: se llamaba Serafín Vistalba. Vistalba con peligrosa frecuencia caía en la tentación de enarbolar sermones. Sucedía que se sentía destinado, trascendental; mientras tanto envejecía como cualquier infeliz, como cualquier inocente.
Solo de toda soledad, entrada la noche, Vistalba entusiasmado por unos tragos de vino que le musicaban la sangre, solía treparse a la única mesa de su casa y desde ese púlpito laico ensayaba discursos dirigidos a imaginarios discípulos que vaya a saber si algún día encontrarían el esperma que los hiciera nacer o algo así. Cuando sermoneaba en la calle, un cajoncito que fue de manzanas le servía de púlpito.

Ahora mismo, lo podemos ver: ahí está Vistalba, con voz y gestualidad solemne, derramando su sabiduría pueril en una esquina de cualquier vereda. No seamos impiadosos al escucharlo en este sorprendido minuto:

–Aunque nuestra eternidad nos dura menos que un pestañeo, por lo general los humanos encontramos consuelo haciendo sucesivos testamentos.
No hay caso con los humanos, no podemos dejar de sentirnos cruciales:
cada pisada que damos con los zapatos embarrados deja su marca.
Y nos creemos, inflando el pecho, que cada una de esas marcas es un legado.
Pobrecitos, ni llegamos a enterarnos de que las marcas de esas pisadas duran tan poco como cualquier eternidad.
No nos enteramos de que, antes de dar un paso más, el próximo, ya se habrá desfigurado la marca del anterior.

((
Se habrá borrado antes, incluso, de que un gallo que ni siquiera nació cante tres veces. O dos. O ninguna.
))

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