Con la globalización como concepto de
“integración” e Internet como muestra de “avance tecnológico”
y algún que otro invento más, los amantes de la música popular
hemos tenido acceso a diferentes melodías, ritmos y cantores de las
más diversas partes del planeta. Nos hemos asombrado y hasta
emocionado con melodías africanas, voces del Asia y tambores
caribeños interpretados por cantores populares. Hace unos años
redescubrimos a viejos próceres de la canción como Chavela Vargas
volviendo a cantar después de los 80 años; con el Compay Segundo a
sus 90, ambos ya sin voz, con toda la fuerza de su trayectoria y de
sus canciones populares…
Pero seguimos avergonzándonos de
mirar hacia adentro.
No miramos con los mismos ojos a una
anciana coplera de los valles Calchaquíes, a dos tonaderos cuyanos o
a un grupo de chamameceros haciendo nada más ni nada menos que
nuestra música. Es mas, algunos ni siquiera abrimos nuestros oídos
para permitirnos escucharlos.
Es
cierto que la buena música no tiene fronteras y que uno no debiera
perderse de oír ninguna propuesta, pero nos han enseñado a mirar
hacia fuera. Y saludamos con regocijo al Buena Vista Social Club o se
nos pianta un lagrimón si una murga uruguaya, genuina representante
de la Cultura de ese País, entona una retirada. Y seguimos
avergonzándonos de mirar hacia adentro.
Es que los de aquí, los de la ciudad,
¿nos sentimos mas iguales al habitante de Río, de La Habana o del
Distrito Federal que a los del interior? ¿Nos identificará más un
fado que una zamba, una bulería que una cueca o será simplemente
que nos da vergüenza disfrutar lo nuestro?
Ha habido, hay y seguramente habrá en
nuestro país buenos músicos. Algunos trascendieron la Argentina y
otros han muerto ignorados o despreciados por los supuestos
defensores de Nuestra Cultura.
No se rescata al Chango Rodríguez o a
Margarita Palacios o disfrutado al Chivo Valladares, El Cuchi
Leguizamón ha compuesto melodías brillantes, geniales y es uno de
los compositores mas cantados del folklore de nuestro País, pero
solamente es reverenciado por aquellos que han escuchado su música.
Para muchos fue, es y será un desconocido aunque hayan oído o
cantado sus canciones más de una vez.
Tampoco ayuda que muchos de aquellos
que se dicen artistas y compositores de nuestra música compongan
solamente para sus pares, como dijo hace poco un conocido músico
argentino, ni ayudan aquellos que miran con vergüenza y resquemor a
algunos artistas legítimamente populares y enfrían nuestra música
llevándola casi a la categoría de “para entendidos”
Nosotros, difusores y amantes a
ultranza de las músicas populares de otras latitudes también nos
olvidamos de ellos.
Encontramos
originalidad en las voces ancestrales de otros pueblos, tal vez
atraídos por lo exótico o simplemente nos conmueve lo desconocido.
Me ha contado el escritor Leopoldo
Brizuela que cuando tomo clases con Leda Valladares en el año 1984,
la primera clase era oír cantos ancestrales de todo el mundo: de
África, de Asia, de Norteamérica, etc. Al hilo y sin interrupción.
Entre medio había ensartada una baguala. Había que adivinar. Era
imposible.
Ella
decía: ¿ven? Es toda una misma dimensión. Lo que los medios
dejaron fuera.
Hay una inclinación a pensar que es
“políticamente correcto” decir que uno disfruta, por ejemplo, de
un blues, pero no pasa lo mismo si lo que suena es una vidala, la
forma musical mas comparable de nuestro folklore con el lamento del
pueblo negro de EEUU.
Tal es el pudor a mirar hacia adentro
que me encuentro escribiendo estas líneas y lo primero que uno
tiende a pensar ¿me tildaran de patriotero, de facho, de
nacionalista por reflexionar sobre nuestra cultura? Estoy convencido
que no es así. Que por estos lados ha habido y hay un bagaje
cultural desconocido para muchos y que hay que empezar a mirarlo sin
rubores. A saborearlo, a degustarlo. Solamente así podremos mirar
hacia fuera y absorber tanta diversidad de Culturas desconocidas y
encontrarles semejanzas y diferencias con la propia.
Proponemos, aunque sea de vez en
cuando, sentarse a oír alguna música de por aquí sin rubores, sin
prejuicios. Solo así podremos empezar a abrir nuestros oídos
correctamente hacia afuera.