lunes, 17 de agosto de 2020

CORAZÓN DE JOSEFINA. Por Rodolfo Braceli

 


Tan bajita, delgadísima, una hilacha su cuerpo, ¿dónde llevaba su correspondiente corazón la Josefina?

Posiblemente en el puño de su mano izquierda. Porque seguro que algo escondía en ese puñito siempre apretado, la Josefina.

Pronuncio Josefina y el sonido de sus cuatro sílabas me desemboca en una pregunta que ya presiente la respuesta: los sucesos más tristes del vivir, ¿siempre ocurren los domingos a la tarde? Porque para mí la muerte nació un domingo a la tarde, aquel.

Arriba había un cielo de plomo y abajo, sobre las cosas y las casas, estaba el frío; nos sucedía el pleno invierno, seguro. En el patio de mi casa yo pateaba y pateaba una pelota de goma mientras transmitía un partido imaginario; la Josefina, siempre hacendosa, descansaba tejiendo. De repente brotaron unos gritos desfigurados. Nos asomamos a la vereda. No vimos a nadie en la cuadra; los gritos ya eran alaridos. Con la Josefina de la mano corrimos hasta la esquina y vimos, a la vuelta de mi casa, a la orilla de la vereda, a un muchacho que se retorcía. Era como si un rayo lo hubiera alcanzado. Yo no conocía ni la palabra; con el tiempo supe que era un ataque de epilepsia.

Cuando los alaridos concluyeron, siguió el jadeo, espuma en la boca, los ojos en blanco y la lengua doblada asfixiando la garganta. Después de unos sacudones aquel cuerpito retorcido se aquietó.

Se está muriendo, se está muriendo. Eso repetían algunos vecinos.

Josefina, ¿y yo también me voy a morir?

No. Vos no te vas a morir.

¿Seguro que yo no?

Los demás sí, vos no.

De verdad nunca me voy a morir yo, ¿nunca nunca?

Vos nunca nunca ¡nunca!

((

Hace setenta años que esto viene siendo verdad; la Josefina tenía razón. A mí no me va a pasar nunca eso que sí les pasa a los demás. Lo voy comprobando: por esto o por aquello, tarde o temprano, los demás uno a uno se van muriendo; yo no.

Tiene razón, es muy cierto lo que me dijo ella, pero ocurre que ya no puedo agradecérselo: la Josefina se murió hace como treinta años.

No estando ella ni en las mañanas ni en las tardes ni en las noches, no estando por ningún lado, ¿seguirá siendo cierto lo que me dijo besándome la mollera aquel domingo a la tarde?

¿O será que yo también tengo los días contados?

Y las noches.

))


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