Al hombre público, muy especialmente al político, hay que exigirle que posea las virtudes públicas, todas las cuales se resumen en una: fidelidad a la propia máscara. Un hombre público que queda mal en público es mucho peor que una mujer pública que no queda bien en privado. Bromas apartes, reparad en que no hay lío político en que no sea un trueque, una confusión de máscaras, un mal ensayo de comedia, en que nadie sabe su papel.
Procurad, sin embargo los que vais para políticos, que vuestra máscara sea, en lo posible, obra vuestra; hacéosla vosotros mismos, para evitar que os la pongan –que os la impongan- vuestros enemigos o vuestros correligionarios; y no la hagáis tan rígida, tan imporosa e impermeable que os sofoque el rostro, porque más tarde o más temprano, hay que dar la cara.Escribir para el pueblo ¡qué más quisiera yo! Deseoso de escribir para el pueblo, aprendí de él cuanto pude, mucho menos, claro está, de lo que él sabe. Escribir para el pueblo es escribir para el hombre de nuestra raza, de nuestra tierra, de nuestra habla, tres cosas inagotables que no acabamos nunca de conocer. Escribir para el pueblo es llamarse Cervantes, en España; Shakespeare, en Inglaterra; Tolstoy, en Rusia. Es el milagro de los genios de la palabra. Por eso yo no he pasado de folklorista, aprendiz, a mi modo, de saber popular. Siempre que advirtáis un tono seguro en mis palabras, pensad que os estoy enseñando algo que creo haber aprendido del pueblo.
Si algún día alcanzáis un poco de notoriedad seréis interrogado sobre lo humano y lo divino: “¿Qué opina usted, maestro, del porvenir del mundo? ¿Piensa usted que el pasado puede ser totalmente abolido?”, etc. Y habréis de responder, so pena de pasar por descorteses o por usurpadores de una reputación totalmente inmerecida. Tendréis, sobre todo, que aceptar entrevistas y diálogos con hábiles periodistas, que os harán decir en letra de molde, con vuestras mismas palabras, no precisamente lo que vosotros habéis dicho, sino lo que ellos creen que debisteis decir y que puede ser lo contrario.
Hay en esto un problema difícil, que los viejos políticos resuelven, a su modo, con ciertas bernardinas y frases amorías, hábilmente combinadas, las cuales, vueltas del revés, vienen a decir aproximadamente lo mismo que al derecho. Y el mayor peligro para vosotros es que déis en imitar a los viejos políticos.
La política, señores, es una actividad importantísima…Yo no os aconsejaré nunca el apoliticismo, sino, en último término, el desdeño de la política mala que hacen trepadores y cucañistas, sin otro propósito que el de obtener ganancias y colocar parientes. Vosotros debéis hacer política, aunque otra cosa os digan los que pretenden hacerla sin vosotros y, naturalmente, contra vosotros. Sólo me atrevo a aconsejaros que la hagáis a cara descubierta; en el peor caso con máscara política, sin disfraz de otra cosa; por ejemplo: de literatura, de filosofía, de religión. Porque de otro modo contribuiréis a degradar actividades tan excelentes, por lo menos, como la política, y a enturbiar la política de tal suerte que ya no podamos nunca entendernos.
Y a quien os eche en cara vuestros pocos años bien podéis responderle que la política no ha de ser, necesariamente, cosa de viejos. Hay movimientos políticos que tienen su punto de arranque en una justificada rebelión de menores contra la inepcia de los sedicentes padres de la patria. Esta política, vista desde el barullo juvenil, puede parecer demasiado revolucionaria, siendo, en el fondo, perfectamente conservadora. Hasta las madres -¿hay algo más conservador que una madre?- pudieran aconsejarla con estas o parecidas palabras: “Toma el volante, niño, porque estoy viendo que tu papá nos va a estrellar a todos –de una vez- en la cuneta del camino”.
Limpiemos nuestra alma de malos humores, antes de ejercer funciones críticas. Aunque esto de limpiar el alma de malos humores tiene su peligro; porque hay almas que apenas si poseen otra cosa y, al limpiarse de ella, corren el riesgo de quedarse en blanco. Pureza, bien; pero no demasiado, porque somos esencialmente impuros. La melancolía o bilis negra –atrabilis- ha colaborado más de una vez con el poeta, y en páginas perdurables. No hemos de recusar al crítico por melancolía. Con todo, un poco de jabón, con su poquito de estropajo, nunca viene mal a la grey literaria.
La inseguridad es nuestra madre; nuestra musa es la desconfianza. Si damos en poetas es porque convencidos de esto, pensamos que hay algo que va con nosotros digno de cantarse. O si os place, mejor, porque sabemos que males queremos espantar con nuestros cantos.
El que no habla a un hombre, no habla al hombre; el que no habla al hombre no habla a nadie.