Küla huapi (tres islas)
Küla Co (Tres Arroyos)
No sé cómo escribir,
Sargento Tantén,
sobre sus Remington Patria modelo Argentino,
prolijamente enfilados en su sala de armas
que abrieron sus bocas de pillanes de acero,
volcanes para frenar la maloca,
el cabalgar de mi tío abuelo
que enrojeció el pastizal.
Iba en busca de ganado,
pampa adentro,
cuando el disparo dio en el blanco de su pecho
y no pudo irse al humo en el entrevero.
Su hermano, mi abuelo Ignacio,
pudo escapar hacia Tres Arroyos
y comprar su primer traje en Casa Mulazzi,
la esquina del buen vestir,
y alzarse los bigotes a lo mostacho
como le enseñó Don Leopoldo, su dueño,
para pasar desapercibido
como un italiano del sur.
¿”Ka mapu iem Ka mapu iem”,
cantaría mi abuelo en la otra tierra
en un Nguillatun?
Atrás habían quedado Los Toldos y La Verde,
y aún volaban cenizas de un rewe
mientras su padre, el lonko Ragnin Keupü,
era bautizado por el lazarista Birot
en Martín García, la isla de la prisión.
¿Mi laku tendría el mandato ancestral,
el küme felen,
la voz que le diría: “No abandones a tu gente,
que vendrá a tocar tu puerta,
a sanar su kutran”?
¿Sabría que iba a encontrarse
con la cristiana María Salomé de Subiza,
a quien llamarían La Madre María?
¿Mi abuelo curaría con plantas,
les hablaría?
Tampoco sé cómo escribir,
Sargento Tantén,
sobre sus morteros pesados
que en 1982 se hundían
en la espera untuosa de la turba
con cada disparo
de esas balas que besé
antes de ser lanzadas
a otro ejército invasor.
¿Cómo empezar un poema
sobre la nueve milímetros que me entregó
para ir a las islas? “Vas a necesitar
mucha suerte con ésta” –me dijo–,
¿Cómo escribir sobre
la noche de mis costillas
tatuadas por sus borcegos?
¿Qué versos sobre el día
de mi partida del Ejército
que finalicen con el arma que desenfundó
en la cancha de Gimnasia y Esgrima?
(ya había terminado la guerra
y allí nos dieron las medallas
a nuestro valor en combate
que arrojamos al viento
como cucarachas)
No sé escribir
sin hundir en mi lengua castellana
piedritas del mapudungun,
no para conspirar contra usted,
tampoco para no olvidarlo,
porque ya lo he olvidado.
Escribo sin gloria y sin pena
para seguir domando
los caballos de mi canto
que renacen y rastrillan
los caminos de mis venas.