jueves, 10 de marzo de 2022

ANTONIO MACHADO por RAÚL GONZÁLEZ TUÑÓN

 


Cada año que cae del almanaque, desde el día de su muerte en Colliure, en la Francia de Blum y Daladíer, luego - del martirio que comenzara el día del éxodo trágico- se agranda la figura de Antonio Machado -otro caso típico de poeta que lo fue por sus versos y por su vida-, víctima de los traidores a su patria, el nazifascismo, la farsa de la No Intervención.

En plena gloria y en su espléndido otoño compuso hermosos poemas y prosas de rica sustancia, inspirado por la guerra civil. Una manera de ser consecuente con su poesía anterior, luminosa y transparente, plena de contenido humanista. Fue el gran lírico que llegó al poema civil cuando era necesario, y cuando algunos maduros asustados y algunos jóvenes de mentalidad vieja se refugiaban en la torre de marfil (resultó una torre de alfeñique) temiendo que su poesía se manchara en la sangre y en el barro. Pero la sangre y el barro pueden ser dos de los muchos elementos de la poesía, que además no solo supone escribir versos. Si la sangre hizo al Cristo, ese Jesús de una iglesia humilde alcanzada por un bombardeo, junto a cuya madera quemada - los milicianos colocaron un pequeño cartel con esta leyenda: ”Tú eres de los nuestros"- y del barro ascendió él, de la - sangre y el barro qué surge a veces eventualmente la más pura estatua animada de la poesía. Y Antonio Machado escribió algunos de sus mejores poemas "entre olores de pólvora y romero".

Las páginas escritas por el poeta en esas horas dramáticas continúan vivas y seguirán vivas porque a la fuerza varonil y al aliento social de su fondo unía el aliento lírico claro y profundo. Demostró, una vez más, que la poesía no está reñida con la vida, con el destino, con el futuro; no es recinto cerrado ni puerta sella da. Trasciende el drama personal, es el otro viento del mundo, y siempre, cuando es verdadera, puede transformarse en la herramienta que ayude a las luchas del hombre sin menoscabo de la libertad creadora, que es su secreto. Hay que captar la honda finura de este equilibrio.

Conocí a Antonio Machado el día que se inauguró en Valencia el segundo congreso internacional de escritores (1937). Allí, en acto solemne, escuchamos su conmovedor discurso de apertura y de bienvenida a los delegados extranjeros. Al final de su discurso rindió homenaje a la memoria de - García Lorca. (Esa misma mañana, durante la sesión, el dirigente socialista Fernando de los Ríos relató, con detalles dados por un prisionero, las circunstancias de la muerte del poeta, apresado en casa de un amigo por fascinerosos franquistas, conducido a la cárcel, y poco después a los fosos del cementerio).

Evoco a don Antonio descendiendo del coche que lo traía de su casa campestre: allí, frente a la plaza principal de Valencia, aquel día no olvidado, Manolo Altolaguirre lo acompañaba cuando nos acercamos a saludarlo. Al decir Manolo: "amigos argentinos", él nos miró con una amplia sonrisa, cruzada por esa luz que se hace en el rostro de quien ve de pronto a unos amigos lejanos. Y la pampa que nosotros traíamos en nuestros ojos, muchísimo más extensa que Castilla, se hizo, apenas un llano pequeñito dentro de la inmensidad de Castilla que se perdía en el fondo de los ojos del queridó maestro. Días después nos hizo llegar cordiales palabras, a propósito de unas prosas poéticas nuestras aparecidas en la revista Hora de España, luego incluídas en mi libro Las puertas del fuego.

Ahora el poeta descansa. ¿Descansa? He tenido estos días en mis manos y ante mis ojos sus poemas, tan frescos como la brisa que agita los álamos del río Ebro, Duero, Jarama, Guadalquivir; tan calientes como el pan de hogaza de los mesones extremeños; tan oloroso como el espliego de los muebles familiares; tan nobles como el vino de la tierra; tan firmes como las manos de los campesinos; tan delicados como lo fue el bondadoso y valiente hombre que los compuso; tan de la superficie y tan del aire; tan españoles y tan del mundo.

¿Dónde está su tumba? Allá en Francia, en el pueblecito llamado Colliure. Algún día llevaremos sus restos a España; esto es seguro. Nosotros lo sabemos. Lo saben sus hermanos Joaquín y José, quienes viven en Chile el decoro de la pobreza en el exilio. A uno de ellos alude en el poema: - "Ya está en la sala familiar, sombría/ y entre nosotros querido hermano que en el sueño infantil de un claro día/vimos partir hacia un país lejano". No lloraremos por lo que no pudimos hacer para salvarlo. Sobre la hierba crecida de su memoria repetimos el juramento: ser fieles a su recuerdo y a su ejemplo, y vengarlo

Ahora el poeta duerme. ¿Duerme?. Su voz no se ha extinguido, como no se ha extinguido ni se extinguirán las voces de aquellos que trajeron un sueño, un mensaje al mundo, los cuales permanecen siempre como la luz de las estrellas más remotas


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