No he conocido otro hombre de genio que respete tanto a sus semejantes ni que los entienda mejor. Lo conocí personalmente en la Feria del Libro, en el ochenta y siete, y me tocó estar a su lado el día que el rey de España le entregó el Premio Cervantes. Es un hombre tímido, sensual, de esos que hacen que uno también se crea inteligente. Yo estaba de paso por Madrid y Carmen Balcells me llamó de su parte para invitarme a la ceremonia. Tuve que alquilar un frac de apuro y un amigo me prestó un par de zapatos negros con cordones. Nunca me había vestido de esa manera y así disfrazado, pero tanto más elegante, me lo encontré a él en la Universidad de Alcalá de Henares: “Qué papelón, Soriano”, me dijo por lo bajo mirándose la ropa. Hablaba uno de sus personajes, avergonzado y pudoroso ante tanto agasajo. Bioy odia llamar la atención pero a veces, por cortesía, tiene que jugar el juego. Ese día supo, sin duda, que había conseguido el objetivo del adolescente que soñaba con la gloria; no fue el tenis lo suyo, ni el boxeo como hubiera querido, sino la literatura. Novelas, cuentos, ensayos, diccionarios humorísticos, antologías, sin sus libros nosotros no seríamos, bien o mal, lo que somos.
Los climas de sus cuentos y novelas son sobrecogedores. Bioy introdujo para
siempre a Buenos Aires en el vértigo de la perplejidad y el horror. La obra de
este coloso describe un Buenos Aires fantástico y aparentemente apacible, una
ciudad que nunca existió y que sin embargo todavía existe. Un ámbito que Bioy
ha explorado en busca de personajes y amores deslumbrantes. Hay mucho de
extraño en Buenos Aires, en sus atardeceres de sol y luna, algo propicio para
que un mundo de calma cansada se convierta de golpe, gracias a Bioy, en pura
inquietud e incertidumbre.
En su mundo no hay marginales, travestis, ni drogadictos. La ciudad más
embarullada del mundo cuida las formas de su agonía. Las apariencias son su
preocupación principal. Sin embargo, “El sueño de los héroes”, situada en los
días de la Semana Trágica, a comienzos de los años veinte, es una novela negra,
nocturna, mitológica. No conozco un escritor que no hubiese querido escribirla
él. Ni ésa ni las otras obras de Bioy son aleccionadoras en un sentido
político. Son historias sugeridas, como si luego de elaborarlas y pulirlas, el
autor las contara en voz alta. Entre “La
invención de Morel” y “Un campeón
desparejo” hay otros libros inolvidables como “Plan de evasión”, “Diario de
la guerra del cerdo” y “Dormir al sol”.
Además de los cuentos, Marcelo Pichon Rivière, amigo de Bioy, envidiable
novelista y poeta, editó una selección imperdible que incluye los mejores
relatos. Si queda alguien que aún no se haya iniciado en la obra de Bioy, ese
volumen será su tesoro más preciado.
En la conversación, al evocar sus arrebatos de amor y de genio, hace lo
imposible para que su inteligencia no nos hiera. No he conocido otro hombre que
respete tanto a sus semejantes. Bioy se incomoda si alguien lo elogia, pero no
lo contradice nunca. “Cuando alguien dice
que un libro mío es espléndido, yo, un poco por cortesía y por ser agradable,
creo, por lo menos durante la visita de esa persona, que mi libro es espléndido”.
Por mucho tiempo, ese recato lo colocó a la sombra de su amigo Borges. Juntos
crearon un alter ego, Bustos Domecq, al que prestaron muchos cuentos
excelentes. Bioy entró metódicamente a los suburbios y a los libros. Dedicó un
tiempo de su vida a cada lectura y a cada barrio. Nació y vive en la Recoleta,
uno de los pocos lugares de la ciudad que no se parecen a sus libros. Los
personajes de sus cuentos y novelas andan por regiones más grises y ambiguas,
en las que todo es posible: una noche de juerga en el apático Parque Chacabuco
se vuelve aventura fantástica en el desolado pasaje Owen que apenas figura en
los mapas. El de Bioy es un Buenos Aires tan sobrenatural y siniestro como las
islas y los campos que imaginó en sus textos fantásticos.