jueves, 7 de junio de 2018

Juegos de la memoria: donde nadie asume nada.



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Enrique Pinti
       Cuando uno empieza en esta vocación - en mi caso, a muy temprana edad-, comienza como un juego. Luego, va incorporando un montón de cosas -no me refiero sólo a los contenidos, sino también a la manera de armar un relato-. El cuento puede ser bueno, regular o peor, pero tiene que  ser interesante. Y eso –que siempre se presenta como un desafío Nuevo- es lo que hace a nuestra profesión tan apasionante.

              En general, yo creo que uno tiene una visión- cuando se pone a hablar sobre la realidad- porque hay distintas maneras de comunicarse dentro del arte interpretativo. Entonces muchos actores se refugian en personajes, por lo tanto, abrevan en la fuente de los grandes autores o de los autores nuevos, los de antes o los de ahora, y se meten en las entretelas de los personajes. Así uno crea un personaje que de alguna manera significa un reflejo de una parte de la realidad.  Uno puede dar su opinión sobre el mundo haciendo una ficción, porque elige determinadas cosas o determinados criterios. Se puede ver Hamlet hecho por una persona y el mismo Hamlet hecho por otra y la capacidad del director, del autor, del traductor y del actor va a ser siempre diferente. No será la misma obra, sino que irá variando de acuerdo quién lo haga, cómo lo haga y desde qué concepción.
            Cuando uno elige el camino que desde hace muchos años elegí yo - el camino de reproducir esta realidad caótica que nos rodea y darle una  organización para que la gente pueda sino entenderla, por lo menos, desdramatizarla en el mejor sentido de la palabra y deconstruirla también para no encerrarse en códigos estrechos-, se entrega a una tarea apasionante, como quien se arroja a  un abismo magnífico.
            Cuando éramos chicos jugábamos a  tal cosa y tal otra y, nos las creíamos profundamente: el que tenía que hacer de malo hacía de malo y el que tenía que hacer de Bueno, también. El cowboy era el cowboy y el príncipe era el príncipe. Lo teníamos claro, y  así organizábamos las cosas. Lo hacíamos con la ingenuidad pero, al mismo tiempo, con la seriedad con que siempre juega un niño.
            Uno siempre tiene que fijarse en el origen de las cosas. Cuando las cosas se complican tanto en la vida personal, individual, familiar y en la vida como ciudadano, generalmente se debe a que se pierde la noción de la memoria. Al creer que la memoria es atarse al pasado y no proyectar al futuro para no repetir  errores; cuando uno cree que la memoria es un enemig,o entonces uno empieza a no ver la vida o verla con un sesgo totalmente estrecho. Cuando uno, en cambio, interroga permanentemente a la memoria: “¿de dónde mierda viene esto? ¿por qué hice aquello?”,  tanto desde el punto de vista individual como desde nuestra responsabilidad como ciudadadons; damos con la mejor manera de desentrañar los problemas, de vivir con auténtica pasión e intentar, si no encontrar una salida del laberinto, por lo menos, entenderlo.
            Es muy difícil en estas épocas de caos total y absoluto - todas las épocas lo fueron, lo que pasa es que hay momentos en los que uno los vive con mayor intensidad- , abstraerse de una disyuntiva que antes  uno ni siquiera se  planteaba: ¿puedo pagar la tarifa de la luz o el gas? No es una pregunta individual en mi caso gracias al público que me viene sosteniendo hace más de treinta años dejando su dinero en la boletería. Yo vivo gracias a ese aporte, no se lo debo a ningún gobierno sino a que lo que yo hice, gusto. La gente compra su entrada y yo cobro una parte de lo que la gente deja en la boletería. Eso me permitió tener una posición sino de millonario( nada que tenga que ver con eso), la de  una persona que puede pagar las tarifas, pero vive en una sociedad donde un 60 %, seguramente no  -o para pagarlas tendrá que cometer crímenes,  recurrir a préstamos o hacer corer sangre-. Esa injusticia hace que una cosa tan tonta como llegar a tu casa, prender la luz, o que haga un frío de cagarse y prender una estufita, se haya convertido en una especie de problema de conciencia. Entonces, un montón de gente- un 60 por ciento que ya mencioné- no puede pagar las tarifas y el resto que sí lo podemos hacer tenemos que sufrir las consecuencias de la bronca que produce aquél hecho. Esto es tan elemental, que ni siquiera habilitaría un análisis. Sin embargo, horas y horas en el Congreso, manifestaciones, golpes, patadas, empujones, declaraciones de la señora que se fue con respecto a la señora que está sentada ahí como la señora vicepresidenta, señora gobernadora y la puta que los parió. Y, mientras tanto, hacen piezas de oratoria maravillosas y el problema es tan ridículo que cuando uno se pone a pensar de dónde viene y a dónde va uno no encuentra el sentido.
            Que un país esté desesperado por no poder pagar el gas, la luz y el teléfono porque no está en sus posibilidades son cosas similares como decir dentro de un tiempo que  parte del territorio argentino puede respirar oxígeno y la otra parte no, porque el oxígeno desapareció. Entonces la gente que vive donde no hay oxígeno se asfixia… No faltarían, entonces, los que dirían: “¡Pero esta gente! ¿Cómo no se dio cuenta antes? ¿Por qué lo votaron?”. Son cosas que realmente dan vergüenza y que se escuchan en el Congreso, en el gobierno, en la oposición; y que dan ganas de vomitar.
            Estamos en un país que padece de desmemoria crónica: la falta de de memoria absoluta es lo que genera el problema, porque siempre decimos “nunca como ahora” y, en realidad, no tenemos noción de lo que pasó. Yo escucho a mucha gente- incluso en los canales de televisión a informadores que tienen entre 35 y 45 años-, que dice “cuando yo era chico se podía jugar en la calle”. Ahora, cuando ellos eran chicos, hace 20 años, tampoco se podía caminar por la calle. Yo me acuerdo que mediados de la década del 80 gritaban las viejas de todos los barrios de Buenos Aires y del conurbano: “¡Si esta es la democracia, que se vayan a la mierda! ¡Hay inseguridad, no se puede caminar por la calle!”. Entonces, este señor o esta señorita que dicen en la televisión que en su infancia no pasaba absolutamente nada, ¿qué memoria tienen? La de un mosquito enfermo. Yo, que tengo 79 años, puedo decir que hace 70 años atrás sí se podía jugar en la calle, porque me acuerdo como era entonces; pero estas señoritas de blazers con el pelo batido y estos señores jugando al ejecutivo junior sin corbata - al estilo Macri- que tienen 40 años y que están hablando por televisión en todos los putos canales de este país tienen -, se olvidan hasta de lo que les pasó cuando eran chicos. Deforman la realidad para que su discurso sea correcto. A partir de esta falla de memoria,  estamos en un desbarajuste total donde nadie asume nada. Y cuando uno habla del pasado,  esta gente se ofende y dice que “no se puede hablar de esa época, porque fue hace mucho” ¿Por qué? Porque es la mía y no la tuya, anda a cagar.