martes, 19 de junio de 2018

Arte y locura. Conversación con Abelardo Castillo

Muchas de las entrevistas que le hice a Abelardo Castillo, a lo largo de casi tres décadas, serán reunidas en un libro –“Póker de ases”-, que será publicado en breve por la editorial cordobesa “Alción” –en el que Castillo, aparece en compañía de Armando Tejada Gómez, David Viñas y Dalmiro Sáenz-. La siguiente entrevista, hecha hacia fines de la década del 90, ha quedado –por razones de espacio-, fuera del libro. Tiene como tema único la relación entre arte y locura.
                                                                                                                
                                                                                                        Sergio Marelli

Resultado de imagen para abelardo castillo




¿Cómo reconocer el límite entre arte y locura?

Abelardo Castillo: No hay un límite preciso entre la locura y la normalidad. Los psiquiatras se han venido rebanando los sesos desde haces muchos años para establecer ese límite. Cuando se nos lleva al límite entre la locura y el arte esto se transforma todavía en algo más delgado y sutil, y hasta peligroso. Si nosotros entendemos por artista loco a hombres como Holderlin, Strindberg, Baudelaire, Poe, o un pensador loco como Nietzsche, a Nerval, a Jacobo Fijman, a Artaud, a todos los que me dejo por el camino, a Maupassant, en vez de estar cayendo en la excepción, casi pensamos en la generalidad, dado que la dimensión de estos nombres hacen pensar que la 
norma es que en el artista se de la locura. 

¿Esto significa que para ser artista hay que tener alguna forma de locura?

A.C.: De ninguna manera. Pero daría toda la impresión de que un gran artista es siempre más o menos loco.  La pregunta que se instala inmediatamente es doble. ¿Es la locura la que llevó a estos hombres a expresarse, me refiero tanto a pintar como a hacer música (Schumann murió loco) como a hacer literatura, ¿es la locura la que llevó a estos hombres a esos límites del arte? ¿O es el arte el que enloqueció a estos hombres?. Y una tercera pregunta que anularía aquellas dos: ¿no hay realmente un punto de contacto entre la creación estética y la locura? 

¿Y cuál es la respuesta a esa andanada de preguntas?

A.C.: Por supuesto que no soy yo quien está dotados para contestarlas. Es un hecho evidente que la influencia que hoy tiene la obra de los llamados artistas locos, la obra de los  grandes paranoicos, la obra de hombres como Strindberg, como Baudelaire, como Van Gogh, tienen una influencia muy grande sobre la sociedad entera, sobre aquellos que somos o nos decimos normales. ¿Qué significa esto? ¿Qué es lo que ocurre para que hablen tan fuertemente con nosotros las obras de arte de hombres que estaban clínicamente locos, y de hombres que murieron previamente sin demostrar del todo su locura? Cuando uno lee a Kafka, ve los diarios de Kafka piensa que muy probablemente la tuberculosis salvó a Kafka de la locura. El mundo kafkiano es el mundo de los sueños, el mundo de lo irracional y el mundo de la locura. ¿Qué hubiera pasado con un Kafka si hubiera muerto a la edad de Strindberg? ¿Por qué nos hablan estas obras con tanta fuerza? 

¿Qué es un loco? 

A.C.: Un loco evidentemente es un ser subversivo o transgresor. Es un ser que molesta a la sociedad. Se comporta de una manera no habitual. Da la impresión de hacer lo que quiere, de hablar cuando quiere, y de decir las cosas que piensa exactamente en el momento en que las piensa. 

Esto también es un artista. 

A.C.: Si, pero un loco tiene percepciones que están mucho mas allá de las percepciones normales y que se diferencian únicamente de las percepciones normales en su intensidad, de modo que yo pienso que un loco es sencillamente alguien que siente, sufre, tiene celos, tiene manías persecutorias, que son exactamente las mismas de las personas llamadas normales, pero que se manifiestan en él con un grado de intensidad tan grande que no las puede manejar y que lo llevan a la enfermedad. Pero, es cierto, esto también se da en un artista. No hay más que ver la fuerza que tenía en un hombre como Strindberg los celos, la fuerza que tenía en un hombre como Van Gogh la angustia, o en artistas insospechadamente anormales, el caso típico del artista apolineo sería Goethe. Goethe cuenta con absoluta normalidad como ha estado él sentado en su escritorio y ha venido Goethe a hablar con Goethe. Y no es que lo comenta alguien malintencionado. No, dice Goethe que tuvo la percepción del doble de la manera más natural del mundo.

Esto no es lo que llamaríamos un comportamiento normal.

A.C.:. Como tampoco es normal el mundo de Poe, tan cercano a la locura aunque clínicamente no pudiera tratárselo de loco, aunque murió muy probablemente en estado de locura dado su alcoholismo. Es el mundo también de Lovecraft. Pero en el caso de Goethe es mucho más impresionante porque Goethe es casi el símbolo del artista clásico. Es el creador del arte 
romántico, pero es el mismo hombre que teniendo el poder de esa cosa irracional que tiene el arte romántico declara, en un momento de su vida, lo romántico es lo enfermo, lo clásico es lo sano. Y es como si se dedicara a preservar su salud, y junto con su salud toda su obra durante toda su vida.

¿Y cuáles son las diferencias que hay entre el arte y la locura?

A.C.: Hay algo que domina la obra de los grandes artistas, estén o no locos, que es la necesidad maníaca de perfección y de precisión sobre la obra. Todos los grandes artistas, locos o no, han tenido algo así como una obsesión por la forma. No hay más que pensar en obras de hombres no locos como Proust para darse cuenta que lo formal era esencial para su escritura. Pero si uno piensa en la obra de artistas como Van Gogh, se da cuenta que la preocupación de Van Gogh por la forma era inmensa, de lo contrario no hubiera pintado cuadros pequeños. Poder meter todo ese mundo caótico en el marco del cuadro muy chico exige un control sobre sí mismo, un control sobre el pincel, un control sobre la materia que es el mismo control que podía tener Leonardo cuando estaba pintando un lienzo. Y la otra característica es la claridad casi estremecedora que han tenido los artistas locos para detectar su propia locura. Es notable el famoso texto de Baudelaire cuando anota en su diario, hoy fecha tal del día tal me ha rozado el hada de la imbecilidad. Como una autoprofecía. Baudelaire muere literalmente imbécil. El dueño de todas las palabras llegó a estar reducido a tener dos o tres palabras en su vocabulario. Sin embargo una de las características notables de la poesía de Baudelaire es su perfección formal. Es como si a través de la forma, se pudiera contener ese mundo alucinatorio, enloquecido y romántico, y pudiera encajonar su propia racionalidad dentro de márgenes muy claros para él. No es casual que Maupassant, que literalmente murió loco, y que estaba muy loco cuando se volvió loco, haya sido un cuentista extraordinario. El cuento es el género más estricto que se conoce. No es casual tampoco que Van Gogh haya pintado cuadros de muy breve dimensión. Si ustedes se imaginaran a Van Gogh pintando murales se imaginarían a un hombre absolutamente perdido en la forma. Empezaría a pintar en París y terminaría en Holanda. Con el carácter que tenía Van Gogh, evidentemente no podía manejar su pintura nada más que en límites muy estrechos, que 
deberían ser muy dolorosos, pero que lo contenían.

Los poetas escriben desde una zona que fácilmente puede confundirse con la locura.

A.C.: Es como si la forma poética - no estoy hablando ni del sentido ni del estilo, contuviera esa cosa irracional que tienen los creadores que terminan o no en la locura, y que es como su autoterapia, por llamarlo de alguna manera. 

¿Te has sentido cerca de la locura?

A.C.: Sé bastante sobre la locura y no por razones estéticas. He bebido durante quince 
años, soy lo que se dice un alcohólico, en el sentido estricto de la palabra, aunque hace muchos años que no bebo más. He tenido como la percepción desde el centro de la locura de lo que es la locura. Esto no significa que me esté poniendo al mismo nivel de los artistas que he nombrado. Y acá voy a recordar un chiste: había un tendero sanpedrino que decía "jarro, gatichaves, nosotros mismos"; no, no es mi caso. La salud a mi criterio habría que definirla como la cantidad de enfermedad que pueda resistir un hombre sin que eso lo mate o lo destruya. Y del mismo modo habría que definir la normalidad en el sentido psicológico que es la capacidad de locura que es capaz de tolerar una mente sin que enloquezca. No hay grado reales de diferencia entre lo loco y lo normal, entre lo enfermo y lo sano. Daría la impresión de que hay grados de resistencia a eso, y que hay pequeñas técnicas que utilizan los llamados sanos para defenderse de los 
llamados por la enfermedad - en este sentido utilizo la palabra llamado en otra dimensión-, esos clamores de la enfermedad y de la locura.

Es interesante ver cómo ha variado el concepto de locura a lo largo de la historia.

A.C.: El loco ha tenido desde tiempos inmemoriales una influencia muy grande sobre la sociedad. Desde los griegos ya viene "el loco sagrado", la pitonisa, el hombre que se pone en comunicación con los dioses, el propio Sócrates hablaba de su Daimon personal (hoy se lo encerraría en el Borda, y se diría alucinaciones auditivas, vamos a hacerle pintar unos cuadros o que cante en el coro, porque este hombre no da más). Pero ¿qué es lo que diferencia a estos locos a los que Jaspers llamaría "loco superior", del loco que no puede manejar su locura?

¿Se puede estar muy loco y hacer igual arte?

A.C.: Es un problema estremecedor. Hölderlin, que escribió varios de sus grandes poemas estando loco, estuvo cuarenta años loco. Gerard de Nerval,  escribió sus mayores obras estando clínicamente loco. Son dos casos muy atípicos. En general para poder pintar, para poder hacer música, para poder hacer arte hay que estar lo menos loco posible en el momento de hacerlo. Uno puede ser todo lo loco que quiera, todo lo borracho que quiera, todo lo drogadicto que quiera, con su vida haga lo que le parezca, pero en el momento de sentarse a escribir hay que poseer una enorme lucidez y un gran control  sobre lo que se está haciendo, de lo contrario no caemos en el arte sino que ingresamos en el mamarracho.
Esperá un momento…

(Castillo se levanta. Abre una carpeta, revuelve los papeles. Parece haber encontrado lo que buscaba. Llena su pipa. La enciende. Sigue hablando)

Esto lo escribió un loco internado en un manicomio de Francia:

 "…ojos verdes que cantaban dulzuras infinitas, 
ni los rizos ardientes de tus rubios cabellos,
donde nuestras manos a menudo se encontraban unidas"

Fijate la imagen: los cabellos de ella, donde las manos de los dos se encontraban unidas. Esto lo puede firmar cualquier poeta sin discusión.

"Ni tu boca que tenía la ilusión de los cielos
cuando embriagado bebía borracheras benditas
ni todo lo que formó nuestro amor joven o viejo
que entonces tú querías y ahora reniegas"

Y lo que viene ahora es como si el demonio lo hubiera agarrado de las solapas y le hubiera impedido seguir en el mismo nivel que tenía.

"Pero lo que hace sobre todo que nada pueda opacar
y me conmueve todavía más vivo
es el recuerdo de todo lo que fuiste y yo hice
son, esos peditos sonoros y turbadores 
conque gratificabas riendo mis narices
y que apestaban tan bien bajo el alba de las sábanas blancas".

Uno acá siente realmente el choque con lo otro. Una especie de inquietud que nos hace repensar nuestra propia condición. Pero ¿por qué la siente? La siente porque todos estamos al borde de esto, estamos al borde de dispararnos hacia esa zona desde la que no se vuelve. ¿Qué es un artista? Es un hombre que se mete en esa zona, en su infierno personal, en su propio mundo despedazado, y reuniendo esos fragmentos, de alguna manera, consigue un objeto estético, ubica algo otra vez sobre un mundo, y cuando puede, si es que vuelve sano de ahí, agrega en el universo un objeto bello, que es el fin de todo comportamiento estético.

La diferencia esencial es entonces la posibilidad de ir y volver.

A.C.: Sí, pero al bajar a esas zonas dantescas no hay garantías de que se vuelva. Todo salto hacia esa zona es también un salto hacia la locura. ¿Qué es lo hace que algunos hombres vuelvan y otros no?  Yo no tengo la respuesta. 

En todo caso, hay que ser muy cauto a la hora de hablar de locura.

A.C. La misma cautela que hay que tener para hablar de todo. Un paranoico es quizá un hombre  superior que está fuera de lugar. Imaginemos a un hombre con el cerebro de Einstein, pero entre los hotentotes; tratando de describir con palabras que el espacio es curvo, que la ley de gravitación de Newton no se cumple. Pero en un medio que no es apto para comprender esas ideas. Empieza a comunicarse por carta con el jefe de la tribu, o con el brujo de su tribu, o con su señora. Sigue sin ser comprendido y empieza a creer que lo persiguen. En realidad está creyendo algo que es real. Es decir, nadie lo entiende. Ese es un pensamiento loco, naturalmente. Uno tendría que empezar a pensar si puede entender a los demás. Perfecto, pero en este caso concreto, este hombre fuera de aquella situación que hubiera sido la que le permite su salud mental, se transforma sencillamente en un paranoico. 

La locura sería un índice del desacomodamiento del hombre con el medio, ¿y el arte qué papel jugaría?

A.C.: El artista es el que puede resolver el problema de esa locura latente, reestructurando su propio mundo despedazado, y el mundo despedazado que ve en una obra ya concreta en una forma concreta. Incluso bajar nuevamente hacia esos lugares inflamables y volver con su propia solución.

Presentación

Una forma distinta, propia, de mirar la realidad y contarla. Sumate a este proyecto de periodismo gráfico y audiovisual, para defender c...