Si bien la relación de Miguel Grinberg con Henry Miller comenzó antes, hay una carta de 1964, del poeta y monje trapense Thomas Merton, que alude muy claramente a ese encuentro: “Estimado Henry Miller: Me alegra que le hayan gustado las fotos [de Thomas Merton y Miguel Grinberg. A esta altura ya debe haberlo visto a Grinberg en persona. Es un joven promisorio y lo que más me gusta de él es que está libre de la amargura, la frustración y la auto-conmiseración que se está comiendo a tantos buenos poetas. Él ha decidido realmente que las cosas son buenas y que va a tratar de mejorarlas. Es de los que no volarán al mundo en pedazos. Tal vez alguno
de sus mayores lo hagan antes de que él logre lo que procura. Pero si su grupo lo consigue, entonces tal vez quede esperanza. Thomas Merton”. Más de cincuenta años después, el poeta y periodista Miguel Grinberg, en el programa “La calle de todos los encuentros” –lunes de 22 a 24 hs, Radio Universidad de La Plata-, hizo una semblanza de uno de los mayores escritores contemporáneos que tuvo la fortuna de conocer personalmente.
Si no es uno de los mayores escritores del siglo veinte, me atrevería decir que, por su profundidad, Henry Miller es el más sintonizado en el mundo que se iba y en el mundo que venía. Mi encuentro con él sucedió de una manera fortuita, a través de un amigo en común. Yo sacaba en aquella época una revista literaria llamada “Eco contemporáneo”, con la que establecía contacto con artistas muy disímiles. Uno de ellos le dio una carta mía a Henry Miller, que me contestó, espontáneamente. Henry tenía una idea fija: pensaba que Tierra del Fuego era una tierra que ardía, me preguntaba si era verdad. Así empezó mi vínculo con él. Le ofrecí la presidencia del Movimiento de Poetas, cosa que aceptó –con reservas, porque él no creía en los movimientos-. Cuando llegué a los Estados Unidos me armé el itinerario para pasar por Los Angeles, donde él vivía –en Pacific Palisades-, y como yo me manejaba perfectamente con el idioma inglés pude mantener con él conversaciones muy ricas. Me invitó a almorzar en su casa, con su hija y un amigo. El amigo no se animó a sentar a la mesa, comió en la cocina porque el viejo le criticaba a la hija sus amigos, peleaban continuamente por ese motivo. Era tan fino y tan caro el lugar donde vivía, que no había colectivos. Mandó a su secretaria para pasarme a buscar por el hotel donde me alojaba. Pasamos momentos muy divertidos. Miller en aquella época era medio sordo. A veces le hablaban, y no contestaba. No se sabía si era por desinterés o porque no había escuchado. Me hizo un favor: me prestó cien dólares. Con eso llegué a la frontera. No me los reclamó nunca. Era un hombre que percibía la descomposición del mundo moderno y el papel protagónico que cumplen los Estados Unidos en esa descomposición, marcando el fin de un capítulo de la historia humana en la tierra. Un libro maravilloso que retrata toda esa crisis es “El coloso de Marusi”, aunque los “Trópicos” son mandados a hacer de las alturas, tienen una visión única de la fragilidad humana de la tierra y el hombre. Llegó temprano para el reparto de papeles en la película del ecologismo, fue un crítico muy lúcido del lado materialista de la vida cotidiana. Si la vida es solamente consumir y pagar impuestos, indudablemente la vida no vale la pena. Él lo supo expresar desde una perspectiva desafiante y transformadora, y con un enorme talento literario.