Hoy volví.
Como un día más, no volví a vos.
Pero volví a uno de los tantos lugares,
que visitamos juntos.
Mientras intentaba recrearte,
y recrear el apuro que nos invadió esa media tarde delante de la farmacia,
un hombre al que la bebida volvió algo trágico se sienta en la mesa número 11:
la mesa de al lado.
Y pide una cerveza doble.
Habla alto. Me señala, me molesta.
El camarero tarda minutos en echarlo.
Agradezco.
De todas formas, alego en mi innecesaria defensa,
que no hay derecho a este tipo de cosas.
Comprende, que si yo fuera un personaje alto y ancho,
de complexión mayor que la suya y con carácter algo más agresivo,
quizá si tuviera piernas fibrosas y no finas,
él no me habría molestado.
El camarero, para compensarme, trae a la mesa colocada en frente de la farmacia,
el aperitivo.
Son las 17:14 de un agosto que se perfuma jactándose en sus cuarenta grados.
Yo buscaba una cafetería para escribir,
pero acabé al lado de una farmacia y sentada en un bar.
Ayer me aburrí tanto que hoy necesité acercarme a ti,
a la adrenalina de esos los sabores,
y las emociones curvas y picadas, con agujeros.
Necesité acercarme a algo de nosotros,
para ver qué fue de eso.
De ese mundo negro lleno de neones que había pedido a gritos la propia censura.
Quería brillo y, luego, oscuridad.
Brillo en la oscuridad.
A veces creo que aún lo llevas contigo.
Y yo llevo un poco de lo oscuro tuyo ahí adentro.
O quizá lo prefabricaste antes de que yo llegara,
como yo pedí cita con antelación para llegar a usted:
y no se la pedí a usted.
Aún siento ese otro verano,
no con cuarenta grados,
frío, seco, un lugar sin ventanas,
apartados. Engranándonos como pudimos,
repetíamos los mismos movimientos,
con apenas unas sábanas y el eterno sonar del tocadiscos.
Perdóname por seguir entregándote una forma y guardándote un lugar.
No es a propósito. No quiero un alma empolillada.
Pero mi doble,
mi doble dice
que brillo sin noche no es brillo;
no es amor.
y todos lo sabían.
No encuentro la noche si no me hundo en ti,
si no consigo acercarte.
Y todo me parece sin brillo y sin noche.
Y las luces tan débiles y lejanas …
Los pájaros, atontados por el calor, no paran de revolotear sobre las mesas.
Y me viene tu voz, porque la arroja a mi cabeza una idea que hace de brisa.
- Me gusta que hayas venido a este lugar vestida así.
Y de nuevo yo, brillando en su oscuridad.
Rodeada de cosas que enseñaste.
Rodeada de cosas que dejaste por hacer.
Cómo se brilla sin oscuridad…
Cómo vive el brillo sin oscuridad,
si la polilla, excitada,
muere cuando conoce la luz.
María Solá Oteyza
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