martes, 9 de octubre de 2018

Entrevista a Rodolfo Livingston: Cuba resiste


Viajó 32 veces a Cuba, desde el año 1961,  no por turismo sino para trabajar como arquitecto y hacer su aporte a esa revolución a la que se siente ligado entrañablemente. Es autor de los libros “Cuba existe” y “Cuba rebelde, el sueño continúa”. Aquí comparte para “Calibán” algunos de sus recuerdos caribeños y ofrece su mirada sobre esa revolución que, contra todos los pronósticos de su vecino imperial, sigue vivita y coleando.



P. Como  sos un hombre que siempre ha defendido a la Revolución Cubana y te vamos a trasmitir algunas críticas que se le suelen hacer: La primera, la que está en los manuales de todos los buenos discípulos mediáticos del sistema es “Cuba no es una democracia”.

R.L.: En este lado del mundo, los gobiernos occidentales que se dicen democráticos lo son, según todos ellos, porque hacen elecciones cada cuatro años y hay partidos políticos. Pareciera que la democracia se agota en la elección de un partido que gobierne el país. En realidad, democracia no es eso. Hay que recordar la etimología de la palabra:  “demo”  -pueblo- y “cracia” que quiere decir poder. Entonces, ¿es el poder del pueblo o no es el poder del pueblo? Es curioso porque muchas veces no ha habido elecciones y el pueblo, sin embargo, se ha sentido representado: los seguidores de Jesucristo no votaban, sino que simplemente lo seguían porque estaban de acuerdo. Nosotros sabemos la cantidad de elecciones que hay en Sudamérica, en donde se elige a un partido y no una idea-porque ahora las ideas se están igualando y casi no existen-, y sin embargo nos cuesta hablar plenamente de democracia. En cambio, en Cuba, se dice, no hay democracia porque no hay elecciones. Es una falacia, en primer lugar, porque sí hay elecciones. No son elecciones de partidos sino de personas que deben ser queridas en su barrio, provistas de valores que la gente aprecia. Y así surgen Fidel o el Che Guevara; no por pertenecer a partidos, sino por tener un arraigo popular extraordinario. 
Nunca hay que perder de vista que democracia significa “poder del pueblo”, no hay que permitir que se deforme su contenido hasta vaciarla de sentido. Ocurre como con la religión católica. Los principios cristianos no decían que la gente no debe tener hijos siendo soltera, esa fue una de las muchas cosas que se fueron agregando con los años. Tampoco los cristianos tenían como símbolo un instrumento de tortura, la cruz, que es como homenajear con estampitas la picana eléctrica. Eso  lo inventó la Iglesia, no Jesucristo.

P.: Va otra muletilla: “el pueblo cubano es un pueblo aborregado por el miedo a la represión.”

R.L.: No se ve por la calle a represores, soldados, perros de policía; todos los perros son civiles. ¿Cómo sería esa represión en Cuba? ¿Quién la ejerce? ¿Acaso los dentistas? Porque realmente no se ven por las calles camiones hidrantes, a nadie le tiraron un chorro de agua colorada. Por la calle se ven uniformados, absolutamente desprovistos de todo empaque, alegres como todos los demás, sentados en sillas en la vereda bromeando y conversando con todos. Esa es la “Policía”. Nadie se cuadra ante nadie. No hay carros azules, ni gases lacrimógenos.En las cárceles no se tortura - yo he estado en algunas y he hablado con presos: lo peor que ha pasado es que cuando se ponen muy revoltosos les tiran un balde de agua fría-. Pero no hay picana eléctrica, no hay tortura, ¿y cómo se yo que no hay? Porque los opositores más recalcitrantes no lo dicen, sin dudas que si existiera lo proclamarían a los cuatro vientos. Un cartel que dijese “¡Basta de torturas!” en Cuba conmovería de la risa. Acusan a Cuba de haber montado un sistema represivo; porque no pueden comprender cómo se ha mantenido hasta ahora. No tienen en cuenta al pueblo.

P.: ¿Viviste en Cuba?

R.L.: Yo viví dos años en Cuba. Llegué en 1961, poco después de la invasión de Playa Girón, para dirigir  la erradicación de una Villa Miseria en Oriente, y treinta años después regresé, ya no para  fabricar casas sino arquitectos especializados en atender a las familias. Se instaló un movimiento llamado Arquitectos a la comunidad, donde era muy importante la entrevista con el cliente en el que éste  cuenta como se perfila su proyecto. A esas entrevistas van chicos mayores de siete años que tienen opiniones también. Eso es el sistema democrático: no hay elecciones, no hay partidos pero la gente participa en cómo quiere que sea su vivienda. Es un ejemplo de democracia.
Viajé en total treinta y dos veces a Cuba. Estuve en todas las provincias con arquitectos y gente común con problemas en su casa. Al mismo tiempo, trabajé como periodista. Tuve una columna en Juventud Rebelde durante dos años que se llamó “Apuntes de un turista” que eran notas cortas que se publicaban todos los sábados. Después se reunieron esas notas en dos libros que se editaron en Cuba y también en Argentina.

P.: Sabemos que sos amigo de Roberto Fernández Retamar, ¿nos podés contar alguna anécdota divertida que tengas con él?

R.L.: Con Roberto Fernández Retamar tengo muchas anécdotas. En una oportunidad estábamos alojados, cada uno por su lado, en el hotel Comodoro. En esa época corría muchísimo, alrededor de siete u ocho kilómetros. Una tarde salí a correr, vuelvo al hotel, me baño y estiro la mano hacia donde solía estar la toalla, pero no había toalla. Entonces, veo que la puerta de mi cuarto estaba levemente abierta, pasa una mucama y le pido: “Mire, por favor consígame una toalla que si no voy a empapar todo, además tengo que vestirme para ir a trabajar”. Sin cambiar la velocidad del paso, ella me contesta: “Bueno, trataré de de informar…” Era una burócrata, especie que en Cuba prolifera. ¿Qué hice entonces? Salí al pasillo alfombrado totalmente desnudo y levanté la voz no enojado sino con más potencia: “Bueno, voy a bajar así al lobby en vista de que en este hotel…” Y de lejos vi dos caritas de mucamas que salían y miraban horrorizadas. En ese momento le dije a mi mujer “vas a ver que en menos de dos minutos llegan las toallas” Efectivamente, llegaron ambas con las toallas. Después le cuento a Roberto Fernández Retamar en un almuerzo y cuando voy por la mitad me dice “¿Me imagino que salió desnudo a quejarse, no?”  Fue increíble pensé, a los dos se nos ocurren las mismas cosas. Después de esa conversación con Roberto pasé a ser “El señor de la toalla” para todos los cubanos.

P.: Si tuvieras que hacer una crítica a la Revolución cubana, ¿cuál sería?

R.L.: Hay mucha burocracia, los reglamentos y los paradigmas que se cumplen son prioritarios. Estos casos que conté son así; ellos no estaban haciendo nada anti reglamentario. Entonces el excesivo reglamentarismo es la crítica que hago, que no es propia solamente de Cuba, sino también en empresas particulares (aquí las conocemos nosotros también).

P.: ¿Qué es lo que más te gusta de La  Habana?

R.L.: Me encanta La Habana: las sorpresas por las calles, una orquesta en cualquier esquina, los autos viejos, la gente –y su humor-, el Malecón - donde salía a trotar-, y el clima general de la ciudad.

P.: Con todos los movimientos políticos que ha habido en Cuba a partir de la muerte de Castro, ¿qué futuro avizorás para Cuba?

R.L.: Creo que la Revolución va a seguir y  mejorar. No se va a convertir jamás al capitalismo porque salieron de allí y el espíritu revolucionario ha penetrado tanto en la gente, que ningún cubano quiere volver  a ese pasado.  Va a mejorar,  a desburocratizarse, hacerse más flexible, por ejemplo, los cubanos podrán vender una casa- antes solamente podían trocarla o cambiarla por otra, pero no venderla-. Para ellos ser revolucionario es ser patriota: el tema que une a los cubanos es la independencia nacional. Y está el orgullo de haberle ganado, siendo tan chiquitos, a un enemigo inmoral y poderoso que aún hoy les hace la vida imposible.

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