lunes, 29 de octubre de 2018

Reseña de “Historia de los trabajadores argentinos -1857/ 2018", de Norberto Galasso y Alfredo Ferraresi.- Editorial Colihue



                                                                                                                          Sergio Marelli

Siempre la aparición de un nuevo libro de Norberto Galasso es un acontecimiento digno de celebrarse. Los que practicamos con avidez la costumbre de ser sus lectores, esperamos con gula, cada año, una nueva obra suya. Porque necesitamos conocer nuestra historia, saber quiénes somos, de dónde venimos, en qué suelo hunden sus raíces nuestros sueños. Norberto no sólo es un historiador sino que ya es parte de nuestra historia. Su obra sistemática, precisa, minuciosamente lúcida y sólidamente fundada, es la obra historiográfica que más nos ha ayudado a vernos con nuestros propios ojos, desde abajo y desde adentro, La historia de nuestro pueblo, tantas veces asesinado y tantas veces resucitado. La épica cotidiana del hombre de a pie  desde los paisanos pobres, los indios, los gauchos levantisco que lanza en mano lucharon por la libertad de estas tierras, y los patriotas que fueron condenados a la soledad y al exilio, hasta los más recientes gobiernos populares que se empeñaron en mantener vivo el espíritu de una patria grande y de restaurar, siquiera un poco, de la dignidad perdida.

Ahora, el desafío que se propuso Norberto es contar la historia de los trabajadores argentinos desde 1857 a 2018. Obra ambiciosa: más de 160 años de historia. No ha estado solo en esta empresa. Lo ha acompañado Alfredo Ferraresi, un sindicalista de muy larga y combativa trayectoria, que durante muchos años fue adjunto del recordado Jorge Di Pascuale, quien consideraba que la defensa de los derechos obreros no debía marginarse de la defensa del patrimonio nacional, y que las movilizaciones por aumentos salariales no debían estar aisladas de la conquista del poder político. Di Pascuale es uno de los desparecidos por la última dictadura, pero su defensa de los intereses de la clase trabajadora sigue siendo un modelo muy vivo para aquellos sindicalistas no dispuestos a seguir los rituales de la traición burocrática. Ferraresi, recordado entrañablemente en el prólogo de Norberto, sumó su voluntad a este proyecto de contar desde las primeras luchas la voluntad de la clase trabajadora para transformar la realidad.
Con la convicción de que no se puede soñar un futuro desmemoriándose del pasado, recuerdan desde las primeras huelgas hasta la actual y muy trabajosa reorganización del campo popular para enfrentar a la política antiobrera y antinacional que tanta devastación y dolor está causando a lo largo y a lo ancho de nuestra patria.
Seguir los avatares de la historia de los trabajadores argentinos es invitarnos a repensar la historia argentina desde la segunda mitad del siglo 19. Y eso es lo que hacen estos autores:  descubrir la historia de las luchas obreras encubiertas por los vencedores que se han quedado no sólo con el botín sino que han trampeado el relato de la historia para que nos quedemos sin memoria. La amnesia siempre ha sido funcional al Poder. Galasso y Ferraresi descorren los pesados telones de la mentira, para que veamos a los verdaderos actores del drama nacional: los trabajadores que desde el principio de nuestro nacionalidad tuvieron la rara pretensión de querer vivir dignamente. Así vemos a los anarquistas, los primeros socialistas, los medios de prensa artesanales a través de los cuales se expresaban. Anarquismo y socialismo, esas dos grandes ideologías del movimiento obrero que se van a ver reflejadas en la Primera Internacional que se reúne en Londres en 1864, donde quedan expuestas las diferencias entre los socialistas representados por Karl Marx y Frederick Engels y los anarquistas representados por Proudhon y Bakunin. La dos corrientes coinciden en la necesidad de derrotar a la burguesía para construir una nueva sociedad. Los marxistas planteando la creación de partidos obreros y  dando tanta importancia a la actividad política como a la sindical; y los anarquistas priorizando la actividad sindical oponiéndose a los partidos políticos. El socialismo argentino siempre fue muy atípico, muy poco socialista, fíjense que en el número uno de La Vanguardia dice: “somos los herederos de Smith, Ricardo y Marx”, en ese orden. Un socialismo obediente a las reglas del juego impuestas por una sociedad ferozmente clasista, que, entre otras cosas, había naturalizado el fraude electoral; con la luminosa excepción  de gente como Manuel Ugarte –tan estudiado por Norberto, que juntó en un mismo haz el socialismo y la cuestión nacional. Y aquí aparece otra cuestión tratada en el libro el incipiente desencuentro entre esos primeros brotes de organización obrera y el movimiento nacional que comenzaba a gestarse por entonces. Dramático desencuentro que se ha mantenido a lo largo de la historia argentina. Y en el que el partido comunista argentino también estuvo incurso hasta que recientemente incluyó a los movimientos nacionales en el cuadrante de su brújula.
Vemos ahora como en el Congreso los representantes del pueblo votan leyes que claramente van contra los intereses del pueblo: la ley de presupuesto del Fondo Monetario Internacional, la ley de reforma laboral, y toda la batería de leyes que los amos financieros del mundo imponen y que los gobernantes cómplices cumplen con disciplina escolar. En este libro se resalta aquellos momentos en que el Congreso traicionó sus funciones, convirtiéndose en verdugo de quienes por su voto son sus auténticos mandantes. Así se recuerda que para prevenir huelgas se sancionó la ley 4144, llamada “ de residencia”, nacida de la pluma de un escritor uruguayo radicado en Argentina, Miguel Cané,  quien además de escribir Juvenilia es autor de esa ley que otorgaba facultades al Poder Ejecutivo para desterrar de la Argentina a “los agitadores de nacional extranjera”, ley que, dicho sea de paso, estuvo vigente hasta 1958. En el libro no sólo se señala la legislación antiobrera, sino también la represión llevada adelante por el sistema desde los apodados “cosacos” - por su similitud con la policía del zarismo-, en adelante; incluyendo, por supuesto, la masacre del 1 de mayo de  1909 , donde se produjo la gran matanza del coronel Ramón Falcón en la Plaza Lorea en Buenos Aires. En un acto en conmemoración  de la primera huelga por las 8 horas de trabajo llevada adelante por los mártires de Chicago. Los anarquistas habían estimado en 300 mil los trabajadores reunidos ese Primero de Mayo y Falcón que se encontraba cerca, mandó a la  policía para que recibiera a los trabajadores con fuego. Los obreros iban con sus mujeres y sus niños porque querían que vieran el recordatorio. Cayeron inmediatamente 6 obreros. Luego Falcón ordenó a la caballería atacar a sablazo duro. Se produjo una masacre.  Naturalmente, al día siguiente los diarios conservadores felicitaron a Falcón porque los obreros en vez de ir a trabajar, ‘molestaban ocupando las calles principales’.  La Semana Trágica, de enero de 1919, y otra vez a la represión a los obreros por parte de los uniformados, esta vez, con la ayuda de los muchachos del barrio Norte, las guardias blancas, la llamada después “Liga Patriótica Argentina”.  Las calles de Buenos Aires quedaron teñidas de sangre obrera. La Patagonia Trágica, esas jornadas de 1921, cuando los peones de los campos de la Patagonia argentina se alzaron en huelga, con reclamos tan elementales como que las instrucciones de los botiquines estuvieran en castellano o que fueran un poco más el número de velas que se dieran por mes o que no los estafaran tan alevosamente con el pago en vales , y el ejército se ocupó de  esos reclamos fusilando a quienes se animaron a hacerlos. La Masacre de Napalpí, de 1924, donde esta vez las víctimas fueron las comunidades originarias que habitaban el territorio del Chaco que reclamaban se les permitiera trasladarse a Salta o Jujuy donde dicen los autores del libro “las condiciones de explotación parecían ser un tanto menores”. Se escucha en las páginas de este libro El Grito de Alcorta lanzada en las zonas rurales por los chacareros arrendatarios, y leyendo el libro nos sentimos parte, como en una película de Eisenstein, de la gesta contra la privatización del Frigorífico Municipal “Lisandro de la Torre”. Participamos del plenario de El Congreso de la Falda y Huerta Grande, ocupamos fábricas en los años del peronismo proscripto y asistimos al nacimiento de la CGT de los Argentinos –ese gran momento del sindicalismo argentino donde confluyeron experiencias históricas,  ideológicas y tradiciones culturales distintas, por primera vez desde el golpe de 1955. Donde pudieron coexistir sin subordinaciones jerárquicas católicos y marxistas, obreros y estudiantes, peronistas y radicales. Discutían hasta caerse de cansancio pero se respetaban porque tenían una tarea compartida, descripta muy bien en libro: construir la unidad desde abajo y junto a las bases, apoyando a los obreros en los conflictos suscitados en todo el país, coordinando la ayuda a los despedidos, desalojando a la traición de las conducciones obreras y creando una fuerte conciencia de clase. Gracias al libro vuelve en toda su fuerza El Cordobazo y la figura de ese héroe del pueblo que es Agustín Tosco, o ese segundo Cordobazo que fue el Viborazo que puso al gobierno militar de entonces en retirada, y las elecciones del 11 de marzo, el regreso de Perón, la primavera camporista, la tercera presidencia de Perón, la muerte del líder, y lo que vino después, la prefiguración de los años más negros de la historia argentina.
Por supuesto, el capítulo 19 se aboca al análisis de los años de la dictadura genocida y la brutal transferencia de ingresos que se inauguró en ESOS años y que en estos años ha reaparecido con la misma intensidad y desparpajo. Hay un análisis muy agudo de los trabajadores bajo la dictadura, la desaparición de muchos laburantes y algunos dirigente, la intervención de gran cantidad de sindicatos y federaciones. Y luego, con la recuperación de las formas institucionales, una democracia que no terminó de serlo porque se mostró impotente para dar de comer, educar y curar a las grandes mayorías.
  El libro es un exhaustivo inventario de todos los estallidos protagonizados por los trabajadores cuando se irguieron en toda su estatura armados de dignidad hasta los dientes y de las feroces represiones sufridas, que mostraron todo el rostro de su crueldad, por supuesto, bajo las dictaduras, como la instaurada por la revolución fusiladora y el plan de exterminio que se abrió en 1976.
Para dar inteligibilidad a las luchas obreras en el libro se les da el contexto en el cual se fueron eslabonando las mismas. Se señalan con mucha claridad las coordenadas que la oligarquía trazó desde fines del siglo 19, para estructurar nuestro país como semicolonia dependiente, en un comienzo del Imperio Británico, y posteriormente del Imperio norteamericano y los amos financieros internaciones. Y, por supuesto, hay un análisis meduloso de lo que significó el peronismo como fuerza que nació apoyándose en los trabajadores para enfrentar la ofensiva patronal y el imperialismo yanqui. Y así el pueblo laburante, desterrado en su propia tierra, mudo de tanto acallarlo a palazos, como dijo Eduardo Galeano: “encontró patria y voz en ese hombre que se ponía siempre de su lado”. Y así, ese joven coronel que se hizo cargo de la Secretaría de Trabajo afirmaba: “Los intereses de la nación deben ser los mismos que los de los trabajadores”. Uno leyendo este libro vuelve a conmoverse con la gesta del 17 de octubre, el recuerdo de Raúl Scalabrini Ortiz, Eva Perón –esa insolente que se salió de su lugar, que vengó  las humillaciones del pobrerío-, la resistencia, John William Cooke.. Es que en el libro no podía faltar el análisis de ese fenómeno intransferiblemente argentino, que Norberto estudió como nadie en su obra, en particular en sus dos volúmenes dedicados a Perón.
Es un libro que habilita muchas zonas de discusión, y eso lo hace inmensamente valioso. El capítulo 21 se inicia con un párrafo que quiero compartir íntegramente porque es un análisis impecable e implacable que es imperativo tener en cuenta para llevar adelante la discusión que tenemos que darnos todos los argentinos:
“Los planes de ajuste en perjuicio de las mayorías populares, impuestos por el FMI y la oligarquía transnacionalizada, necesitan contar con determinadas condiciones. A veces, el ajuste se sostiene con represión violando las disposiciones constitucionales a través de un golpe militar, en otras oportunidades ha sido mediante el fraude electoral que burló la voluntad popular de las urnas. Pero, en uno u otro caso, los sectores dominantes recurren a la perversión del sindicalismo creando una élite de gremialistas privilegiados que contienen el malestar de las bases trabajadoras. Surge así la burocracia sindical como elemento clave de la dependencia y la política obrera”.
La abdicación de buena parte de la dirigencia sindical, con su complacencia, su venalidad y su miedo al carpetazo, fue la condición de posibilidad para que esta política ferozmente antipopular en curso avanzara hasta este punto tan dramático de entrega de soberanía, vaciamiento patrimonial, despojo de derechos sociales, y vulneración despiadada de los derechos individuales. “Historia de los trabajadores argentinos”, opera, en tal sentido, como un urgente llamamiento a recobrar la conciencia colectiva de que únicamente si los trabajadores unimos gramo por gramo nuestra fuerza y latido a latido nuestro pulso podremos recuperar lo que desde siempre nos pertenece: la patria. Este libro nos ayuda a abrir los ojos para empezar a soñar los nuevos sueños. Hay un solo lugar donde eso es posible: y ese lugar se llama ahora.

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