lunes, 24 de diciembre de 2018
UN DÍA DE MUCHO FRÍO
Por Sergio Marelli
Se fue un imprescindible y nos quedamos muy solos. No sólo ponía el oído en los ayes de la victimas sino que sus causas las hacía propia y salía a defenderlas con sus palabras y su cuerpo, en sus notas y en las calles. Desafió con coraje y una profunda vocación desmitificadora el andamiaje de mentiras de la historia oficial. Gracias a él supimos de esos gauchos patagónicos que en la década del 20, armados de dignidad hasta los dientes, salieron a defender lo que con tanta ferocidad les era negado. Sin él, Severino Di Giovanni, Simón Radowitzky, Kurt Wilckens y tantos otros anarquistas, serían sólo nombres en el Museo de cera de la truculencia o muertos anónimos arrojados a la fosa común donde van los ladrones pequeños, los muertos en eterna borrachera, la putas envejecidas en la pobreza, los piojosos encontrados en los basurales, las sirvientitas muertas en abortos ilegales. Sus investigaciones históricas sobre el Coronel Varela o Ramón Falcón, fueron más efectivas que cualquier atentado: los dejaron desnudos para todos los tiempos. Era un pacifista consumado pero llevó al más alto terreno de la discusión ideológica el tema de la violencia política –asignatura no saldada en la historia argentina, porque pocos intelectuales tuvieron el coraje de Osvaldo de abordarlo de frente-. Fue un hombre de una coherencia encarnizada para quien la democracia que de veras merece ese nombre es la que permite a todos vivir sin hambre, con salud, abrigo y escuela, y que mientras la palabra democracia no se llene con ese contenido, permanecerá vacía, apenas un sonido hueco dentro de una retórica políticamente correcta. Soñaba con un socialismo en libertad, izando bien alto la bandera de Rosa Luxemburgo: “No hay socialismo sin democracia, ni democracia sin socialismo”. Un sueño en permanente rebeldía contra este mundo de irracionalidad y consumismo egoísta. Fue un auténtico héroe del pueblo, en el sentido dado por Romain Rolland:
“Yo llamo héroes sólo a aquellos que fueron grandes de corazón”. Creíamos que era eterno. Y lo es.
Estoy tentado de contar muchas anécdotas compartidas con él en más de 30 años de amistad; pero sería un pecado imperdonable ser autorreferencial con un hombre que vivió su yo en función de los demás, de los humillados y ofendidos por el Poder. Sólo voy a decir que fue una alegría incluirlo en la película "El Quijote del Caribe", que hicimos con Raqui Ruiz y Osqui Aguerre, dedicada al poeta cubano Roberto Fernbández Retamar; y recordar este poema que dije en la presentación de una de las innumerables charlas que tuve el honor de organizarle aquí en La Plata.
OSVALDO DE LOS SUEÑOS COLOR DE LA VIDA
Marinero timonel, hijo del horizonte,
padre de todos los sueños,
abuelo con la barba enredada de mariposas,
niño aturdido de mundo.
Cómplice del amanecer,
insurgente de la ternura,
ángel de los injusticiados,
pastor de una lenta majada de recuerdos.
Sembrador de panes y de rosas,
vengador de peones fusilados,
Quijote de la anarquía,
novio de Marlene Dietrich, amante de todas
las utopías.
Fogonero de asambleas,
agua del sediento,
árbol con alas
y nidos y cantos transparentes,
gigante con alma de colibrí.
(Yo lo vi llorar
abrazado a una ausencia,
al humillado en sus sueños,
al derrotado en sus huesos.
Yo lo vi reír
por todo lo que cabe bajo una gota de rocio)
Luz en las mazmorra,
bondad de pecho abierto,
maestro de pulso levantisco,
sutil cazador de palabras,
ira que llena de amor el grito.
Agitador de quietudes,
calma en el vendaval,
poeta de su pueblo,
dignidad de estas tierras,
hermano de los que no tienen hermanos,
sombra de los que perdieron la suya.
Amigo, siempre,
amigo.
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