jueves, 21 de marzo de 2019

MARTÍN CAPARRÓS. UN CRONISTA DE INDIAS




Novelista, periodista, futbolero, viajero. No sé si ese es el orden que Martín Caparrós prefiere para describir sus prioridades, pero de todas esas pasiones- y seguramente otras- está hecho el autor de tantas novelas y libros de crónicas periodísticas.  Comenzó haciendo periodismo a los 16 años, en el diario Noticias, a las órdenes de Rodolfo Walsh, y desde entonces no ha dejado de hacerlo de una manera polémica, lúcida, feroz, irónica, furibunda,  capaz de abrir preguntas que están a la vista de todos pero que muy pocos quieren ver, como ésta que hace en su monumental libro “El hambre”: "¿Cómo carajo conseguimos vivir sabiendo que pasan estas cosas? (Que en el mismo mundo donde se produce comida de sobra haya 900 millones de personas que pasan hambre; que entre 8 y 10 se mueran cada medio minuto por sus causas)". Conversamos largamente con él sobre el oficio de periodista,  que en sus mejores momentos es capaz de poner al lector en la piel de otro.


Pregunta: En uno de tus libros decís que el azar y no el destino te hizo periodista. Entonces no había un destino manifiesto, sino una pasión que se fue despertando gracias a un conjunto de circunstancias permitidas por el azar.

Martín Caparrós: No creo mucho en el destino para empezar. La idea del destino supone que hay algún orden en alguna parte que ya está establecido y que, entonces, te hace ir en alguna dirección predeterminada. Yo no creo en eso, ni tampoco en ningún orden superior. Pero, efectivamente, fue por azar que empecé a hacer periodismo de muy chico, a los seis años; aunque de entrada yo quería ser fotógrafo y de casualidad, un día que no había nadie, en una redacción semivacía donde estaba trabajando de cadete, hacía falta que alguien redactara una noticia, me preguntaron si podía hacerlo, lo hice y ahí empecé.

P.: Vos sos periodista y escritor y, quizá por encima de todo, lector. ¿Por qué hay tanto periodista que no lee?

M.C.: Eso a mí me sorprende mucho y últimamente lo estoy diciendo bastante, porque me parece que tratar de escribir sin haber leído -o hablar o pensar sin haber leído- es inverosímil. Es como tocar la guitarra y no haber escuchado nunca música. Y, sin embargo, hay mucha gente que lo hace. Te encontrás con muchos que trabajan en medios y que no tienen ningún placer por la lectura, no les interesa o no les parece que sea necesario. En algunos casos se justifican diciendo que ellos de todas maneras no tienen que escribir. Yo creo que no solo para escribir es necesario leer -y haber leído mucho-, sino también para poder ordenar un discurso, para poder pensar ciertas cosas o poder leerlas.

P.: Hay periodistas que no leen y también hay novelistas que han hecho muy buen periodismo como Tomás Eloy Martínez o Gabriel García Márquez, vos sos periodista pero también has escrito algunas novelas, ¿crees que se potencian esas dos condiciones?

M.C.: Yo escribí cuatro novelas antes de publicar mi primer libro de periodismo. Yo nunca me pensé como un periodista que escribió algunas novelas sino al revés. Más que creer que se potencian, pienso que son parte de lo mismo. Cuando trato de pensar en lo que hago, cosa que intento hacer lo menos posible, pienso como un escritor que a veces escribe ficción y otras veces no ficción, pero en definitiva lo que uno hace es muy parecido cuando cuenta una historia que pasó o una historia que se imaginó. Se trata de contarlo de la mejor manera posible - que en cada caso puede ser distinta, depende de los temas o las situaciones-, y encontrar la forma que se adecue a cada uno de esos temas o situaciones aquellos relatos. Pero, en ese sentido,  no hago ninguna diferencia entre el trabajo del novelista y el  del buen periodista.

P.: Nombramos recién a Tomás Eloy Martínez, ¿cuál es la marca más fuerte que dejó en el periodismo y en tu vida personal?

M.C.: Yo empecé a leer a Tomás antes de saber que lo leía, porque en los primeros medios de prensa que me fascinaban cuando yo era chico -con nueve o diez años- eran los números de una revista que se llamaba Primera Plana que salía a mediados de los años sesenta y que fue muy decisiva en esa época, marcó una forma de hacer periodismo, de contar el mundo, de imponer ciertas tendencias, etc. Yo la leía con mucho placer, un placer bastante ingenuo, pero me gustaba mucho la forma en que  contaban, yo creo que eso me influyó mucho. Muchos años después, me enteré que esa revista era aun más delirante que lo que yo suponía en ese momento porque había dos personas, dos jefes de redacción, que la reescribían prácticamente entera. Era una revista reescrita por dos personas, por eso tenía esa seriedad de estilo, lo que se llamó el “estilo Primera Plana”. Una de esas personas era Ramiro de Casasbellas y la otra, Tomás Eloy Martínez. Era una revista en la que nada estaba firmado porque todo estaba de algún modo firmado por la revista.

P.: ¿Cuándo dejó el cronista de ser el escalón más bajo en la escala zoológica del periodismo?

M.C.: Eso es algo que yo comento en Lacrónica porque en este escalafón que tenía el estatuto del periodista- que tiene un escalafón muy definido- en el que efectivamente el cronista era el puesto más bajo en el que uno podía tener en una redacción. El cronista era el tipo que tenía que salir a la calle y conseguir la información y volvía con todo anotadito y se lo pasaba a otro que se llamaba redactor, justamente porque redactaba, y era el que tenía derecho a escribir eso. El cronista, en ese orden de las cosas, ni siquiera escribía; solamente iba y recuperaba la información que podía para que otro, que se supone más preparado, sí la redactara. Eso ya es un orden que prácticamente no funciona. De todas maneras, fue una de las razones por las que en el año 1990/91, cuando tuve que pensar una serie de historias más o menos largas de no ficción, me dieran ganas de llamarlas crónicas.

P.: Una denominación que se  usaba muy poco en ese momento.

M.C.:  Fue una manera de situarse en el margen. El cronista era el último orejón del tarro o el último escalón de la escala zoológica periodística, entonces me daban ganas de ponerme de ese lado. Pero yo creo que ese orden se perdió hace mucho tiempo.

P.: El libro “Lacrónica”  empieza con una crónica de Bolivia en la época de Paz Zamora y entonces contás una curiosidad: conociste a un Evo Morales que apenas había pasado los treinta años. ¿Volviste a Bolivia en la era Evo?

M.C.: SÍ, donde fui hace dos o tres años fue a Santa Cruz y es cierto que Santa Cruz es y no es Bolivia. Yo si pienso en Bolivia, pienso en el Altiplano básicamente o como mucho en Cochabamba y todo lo que hay a su alrededor. Esa es una zona a la que no volví porque es un poco mi límite: yo la paso muy mal en la altura. De hecho, cuando fui a hacer esa crónica que incluí en ese libro, la pasé pésimo. Terminé con un tanque de oxígeno que me hizo entender cuán necesario es eso para la vida humana porque me habían dejado realmente knockout. Entonces no volví a La Paz y a la zona del Altiplano. Sí fui a Santa Cruz a dar un par de charlas, pero Santa Cruz es el contra Evo, un sector totalmente distinto, antropológica, económica y políticamente. Es un mundo totalmente opuesto al de la Bolivia de Evo Morales.

P.: ¿Tenés alguna táctica para iniciar una entrevista?

M.C.: No, no tengo una táctica. Me pasa mucho que entrevisto o escucho a gente que no suele ser entrevistada, por ejemplo, para El Hambre debo haber escuchado- por lo menos- cientos de personas en lugares muy recónditos;  en La India, en muchos países africanos o de América Latina: gente pobre, que pasa hambre y que no suele ser escuchada, por lo tanto, no tienen el hábito de ser entrevistados. Entonces es una situación sin prejuicios en sentido estricto; puedo empezar a preguntar por sus vidas o por circunstancias de su infancia.

P.:¿Qué crees que hubiera pasado si Jorge Lanata te hubiese aceptado como crítico gastronómico en Página/30?

M.C.: (Risas) No lo sé, de hecho no creo que conté esa parte de la historia. Yo cuento que me propuse como crítico gastronómico y él me rechazó, y me dijo si no quería hacer estas notas un poco largas, que después llamaríamos crónicas, y en ese entonces llamábamos territorios por influencia de una revista de los ochenta que se llamaba El Porteño. La continuación de la historia es que al cabo de un año más o menos me pidió que me hiciera cargo de la revista. Yo traté de negarme porque estaba encantado de hacer notas por ahí  y entonces me dijo que no era una propuesta sino la única opción que tenía. O me hacía cargo de la revista o no seguía haciendo esas notas. Entonces acepté, me hice cargo de la revista y mi primera medida como editor de Página/30 fue nombrarme crítico gastronómico. Lo que pasa es que fui con un pseudónimo, porque como era el editor no podía además hacer la crítica de los restaurantes, pero lo fui durante un año y la pasé muy bien.

P.: Quizás si te lo hubieras tomado más en serio ahora tu próximo libro de crónicas sería de crónicas gastronómicas y estaríamos hablando de recetas de cocina.

M.C.: Por un lado, yo publiqué una novelita que se llama “Comí”, que habla un poco de eso, donde trato de pensar nuestras relaciones con la comida y con el hecho de comer y todo lo que decimos y pensamos sobre eso. Por otro lado, tengo un libro secreto-  en la medida en que sólo fue publicado en México- que me acabo de olvidar cómo se llama. Un libro que recopila textos sobre comida,  gastronomía y  cosas por el estilo.

P.: ¿Cómo cocinero qué te sale mejor?

M.C.: Soy bastante bueno eh, siempre digo con orgullo que yo no cocino como los hombres, que quieren un plato o dos platos que los hacen en veladas extraordinarias o a lo sumo hacen el asado o tienen su especialidad para los grandes momentos. Cocino como una mujer;  si estoy en casa, cocino todos los días y me da mucho gusto. Así que hago muchas cosas y es un momento que me resulta particularmente agradable.

P.: ¿Qué es lo más importante para cocinar una crónica?

M.C.: Para mí lo más importante es mirar y escuchar. Eso es claramente lo que a mí más me importa y lo que más me gusta. Es un privilegio. Soy una persona bastante hosca, poco sociable, pero cuando estoy en esas situaciones me da muchísimo placer sentarme con alguien y que me cuente su vida ,y  pasarme horas escuchando ese momento de confianza extrema de alguien que no conocés y probablemente nunca vuelvas a ver, en el que te cuenta quién es, cómo vive, a qué teme o qué piensa. Eso para mí es crucial: saber escuchar y saber mirar. Después hay que buscarse la vida y ver cómo uno pone en palabras eso que ha visto y escuchado, pero eso es más una cuestión técnica: se aprende. Lo que es más difícil de aprender es a buscar lo que vale la pena de ser visto o de ser escuchado.

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