Ernesto Sábato tenía 36 años, ya se había doctorado en ciencias físicas y matemáticas en la Universidad de La Plata, había trabajado en el Laboratorio Curie,y hacía tres años que había abandonado la ciencia porque “llevaría al mundo al desastre”. Un año antes había publicado su primer libro “Uno y el universo” y faltaba un año para que publicara su primera novela: “El túnel”. En el número 6 de la revista “Realidad, de noviembre de 1947, Ernesto Sábato escribió el siguiente ensayo sobre “Cuadernos de la cárcel”, de Antonio Gramsci.
Antonio Gramsci, fundador del Partido Comunista Italiano y diputado, fue detenido la noche del 8 de noviembre de 1926. Acusado de conspiración contra el Estado, de instigación a la guerra civil y de propaganda subversiva, fue condenado a veinte años de cárcel. Las condiciones de su celda y su debilidad física dieron un resultado previsible: en 1931 tuvo los primeros vómitos de sangre; en 1933 comenzó a sufrir alucinaciones y desvanecimientos y tuvo ya el presentimiento de su fin; pero se negaba (y se negó hasta el fin) a hacer un pedido de gracia, mediante el cual, según le aseguraban, el gobierno fascista accedería a trasladarlo a un sanatorio; empeorando constantemente, prosiguió su trabajo intelectual, aunque la falta de una pluma adecuada y de luz suficiente, así como la creciente debilidad de la memoria, impidieron la sistematización de sus investigaciones; hacia 1936 su fin estaba ya próximo y hombres de todo el mundo, desde Romain Rolland hasta el Arzobispo de Canterbury, protestaron ante Mussolini, más o menos por la época en que Churchill no había descubierto todavía que el dictador era un payaso sino un eminente político defensor de la civilización occidental.
Cuando Mussolini decidió mandar a Gramsci a un sanatorio era demasiado tarde; el 27 de abril de 1937, después de diez años de cárcel, dejaba de existir. En esos diez años no había visto ni a su mujer ni a sus dos hijitos; al menor ni siquiera lo conocía, porque había nacido cuando él ya estaba en la cárcel.
El Premio Viareggio de 1947, concedido en forma póstuma a sus Lettere dal cárcere Ed. Einaudi, Torino, 1947), no sólo es el reconocimiento del valor literario y humano de este libro sino el reconocimiento, por la nueva Italia, de uno de sus más puros héroes civiles.
El que lea esta colección de cartas familiares se maravillará y se emocionará ciertamente por el coraje y el temple de este hombre físicamente débil; pero más se sorprenderá de su carencia de odio, de su imparcialidad, de su invariable sentido crítico, de su amplitud filosófica, de su falta de sectarismo.
En las cartas hay de todo: desde recomendaciones a su hijo mayor para cazar y amaestrar lagartijas, hasta notables juicios literarios y filosóficos. Gramsci era un humanista que manejaba una cantidad de lenguas muertas y vivas y que se había propuesto ese plan de trabajo en la prisión (cuando cándidamente creía que tendría papel, plumas y luz suficientes):
1-Una investigación sobre los orígenes y desarrollo de la intelectualidad italiana
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2-Un estudio del teatro de Pirandello (Gramsci fue el primero antes que Tilgher, en llamar la atención sobre Pirandello);
3-Un ensayo sobre la literatura de folletín.
La enfermedad le impidió finalmente el desarrollo sistemático de este plan, pero dejó indicaciones sueltas de gran valor.
Gramsci, aunque sardo, descendía de albaneses, como Crispi. Su espíritu es, sin embargo, esencialmente italiano, aunque supongo difícil discernir qué es lo que puede haber de albanés en el espíritu de nadie. En todo caso, eran claramente italianos su finura y claridad intelectuales, su sentido de la ironía y del humor, la precisión de su prosa. D´Annunzio ha hecho olvidar a mucha gente que el pensamiento italiano tiene estas cualidades, a mucha gente que parece ignorar que fuera de D´Annunzio existen otros italianos como Dante, Bocaccio, Galileo, Leonado, Maquiavelo, Vico, Manzoni, Croce, Pirandello.
Es difícil dar un juicio sobre un conjunto de cartas de contenido tan variado como el del libro de Gramsci. Parece preferible transcribir algunos de los trozos más representativos sobre hombres, libros y teorías.
Sobre el estilo de Croce: “Se ha dicho que Croce es el más grande prosista italiano posterior a Manzoni. La afirmación me parece correcta, con esta advertencia: que la prosa de Croce no deriva de Manzoni sino de los grandes prosistas científicos y especialmente de Galileo”.
Sobre H.G. Wells, en una carta a su hijito, que le habla con entusiasmo de una novela suya: “El más grande escritor de la Antigua Grecia fue Homero y el escritor latino Horacio escribió que también Homero a veces dormitaba. Por cierto que Wells duerme al menos trescientos sesenta días al año, pero puede ser que en los otros cinco o seis días (cuando el año es bisiesto) esté despierto completamente y haya escrito algo agradable y resistente a la crítica”. Gramsci es, sin embargo, siempre justiciero y en una carta a su hermano Carlo vuelve a Wells y le reconoce el mérito de haber popularizado la idea de que la historia antigua no es de exclusiva propiedad de Europa: también existieron los chinos, los hindúes, los mongoles. No le gusta nada, en cambio, esa especie de preámbulo paleontológico y zoológico de la historia humana. Y con razón, ya que nada tiene que hacer la historia humana con la historia natural; pero el cientificismo siglo diecinueve de Wells (ese cientificismo que muchos profesan en el siglo veinte queriendo parecer modernos) no podía evitar la irresistible tentación de comenzar la historia del hombre con ese prólogo darwiniano. Por lo demás, Gramsci lo juzga prejuicioso respecto a la Iglesia Católica y considera que su anglicanismo le hace ver deformado el papel desempeñado por ésta en el desarrollo de la civilización occidental (y esto muestra el admirable espíritu crítico y la amplitud intelectual de Gramsci).
Sobre Chesterton:”…ha escrito una delicadísima caricatura de los cuentos policiales, más que cuentos policiales propiamente dichos. El Padre Brown es un católico que toma en broma el modo mecánico de pensar de los protestantes y el libro es fundamentalmente una apología de la Iglesia Romana contra la Iglesia Anglicana. Sherlock Holmes es el polizonte protestante que halla el hilo de la madeja criminal partiendo del exterior, basándose en la ciencia, en el método experimental, en la inducción. El Padre Brown es el cura católico, que a través de las refinadas experiencias psicológicas de la confesión y de la casuística de los padres, aún sin desdeñar la ciencia y la experiencia, pero basándose esencialmente en la deducción y en la introspección, vence plenamente a Sherlock Holmes, lo hace aparecer como a un muchachito pretencioso, pone de manifiesto su angostura y su mezquindad. Por otra parte, Chesterton es un gran artista, mientras que Conan Doyle era un mediocre escritor, aunque hubiera sido convertido en barón por sus méritos literarios; por eso, en Chesterton hay un desapego estilístico entre el contenido, la intriga policial, y la forma; y, en consecuencia, una sutil ironía hacia la materia tratada, que hace más agradables los relatos”.
Sobre la educación de los niños: Era la época de la “libre iniciativa”; su mujer y su cuñada eran adoradoras del nuevo dios. Como se sabe, la libre iniciativa consiste más o menos en lo siguiente: permitirle al chico que toque el piano si quiere tocar el piano, pero quitarle un cuchillo de la mano si tiene el propósito de asesinar al hermano (supongo yo, pues los partidarios de este culto no serán tan fanáticos como para aceptar el asesinato del hermanito en mérito de la teoría); lo que, en otras palabras, significa que el niño goza de libre iniciativa salvo cuando no goza de libre iniciativa. La mujer de Gramsci, que vivía en Rusia y era entusiasta partidaria de todo lo nuevo y de todo lo que sonara a “científico” ( como si la ciencia no fuera, sobre todo, cosa probada, es decir, antigüedad), se había entregado a extraños experimentos con el hijo mayor, con resultados sorprendentes. He aquí una carta de Gramsci a propósito de estos resultados:
“Recibi las dos fotografías y el manuscrito de Delio. No he comprendido absolutamente nada y me parece inexplicable que comience a escribir de derecha a izquierda y no de izquierda a derecha; estoy contento que escriba con las manos: ya es algo. Si se le hubiera metido en la cabeza la idea de comenzar a escribir con los pies hubiera sido ciertamente peor. Ya que los árabes y los turcos que no han aceptado la reforma de Kemal, los persas y algunos otros pueblos escriben de derecha a izquierda, la cosa no me parece muy seria y peligrosa; cuando Delio aprenda el persa, el turco y el árabe, el haber aprendido a escribir de derecha a izquierda le será sumamente útil. Una sola cosa me llama la atención: la lógica del sistema. ¿Por qué haberlo obligado de chiquilín a vestirse como los demás? ¿Por qué no haberle dejado también libre su personalidad en la forma de vestirse y haberle obligado a este conformismo mecánico?. Habría sido mejor dejarle alrededor los objetos de uso y esperar que él eligiese espontáneamente: las bombachas en la cabeza, los zapatos en las manos, los guantes en los pies, etc..”
Sobre diversos libros. Gramsci leía en la cárcel, además de los libros que podía recibir, los libros que se encontraban en la biblioteca de la prisión. Su insaciable curiosidad por todo lo humano le hacía leer a veces libros curiosísimos, al lado de otros de valor. Esta es la lista de los leídos en una semana típica, con los juicios que le merecen: 1) Coletta, Storia del Reame di Napoli (muy bueno); 2) Alfieri: Autobiografía; 3) Moliere: Commedie scelte, traducida por el señor Moretti (Traducción ridícula); 4) Carducci, dos volúmenes de las obras completas (muy mediocres, entre los peores de Carducci); 5) Lévy, Napoleone íntimo (curioso, apología de Napoleón como “hombre moral”); 6) Gina Lombroso: Nell´América Meridionale (mediocrísimo); 7) Harnach: L´essenza del cristianísimo; 8) Brocchi: Il destino in pugno, novela (hace asustar a los perros); 9) Gotta: La donna mia (menos mal que es suya, porque es fastidiosísima.
Sobre el marxismo. Su admiración hacia Croce aparece muy disminuida al hablar de una polémica tenida en Oxford entre el filósofo italiano y Lunacharsky, sobre la posibilidad de una estética marxista. Se sabe que Croce en su juventud aceptó el marxismo “como un canon de investigación histórica” y que luego, a medida que fue avanzando en sus concepciones fue abandonando paulatinamente su simpatía por la doctrina de Marx. Por aquel tiempo, Gramsci dice en una de sus cartas: “Ahora Croce sostiene, nada menos, que el materialismo histórico significa un retorno al viejo teologismo…medieval, a la filosofía prekantiana y precartesiana.” Y agrega más adelante: “Que muchos llamados teóricos del materialismo histórico hayan caído en una posición filosófica semejante a la del teologismo medieval y hayan hecho de la estructura económica una especie de “dios desconocido”, es quizás demostrable, pero ¿qué significaría? Sería como querer juzgar la religión del Papa y de los jesuitas y hablar de las supersticiones de los campesinos.”
En el número de julio de 1947, de los Quaderni della Critica, dice Croce, refiriéndose a Gramsci:
“Recomendaba años atrás a los jóvenes comunistas napolitanos, armados de un catecismo filosófico escrito por Stalin, levantar los ojos a las estatuas que hay en Nápoles de Tomás de Aquino, Giordano Bruno, Tommaso Campanella, Giambattista Vico y de los otros grandes pensadores nuestros y dedicarse a llevar la doctrina comunista, si podían, a aquella altura y empalmarla a aquella tradición. Pero ahora les señalo no una estatua de mármol sino un hombre conocido en persona por muchos de ellos, y cuyo recuerdo deberían mantener vivo por algo mejor que el vacuo sonido de su nombre…”