jueves, 30 de mayo de 2019
JUAN RULFO RECUERDA A JOSÉ MARÍA ARGUEDAS
“¿Quién ha cargado a la palabra como tú, Juan, de todo el peso de padeceres, de conciencias, de santa lujuria, de hombría, de todo lo que en la criatura humana hay de ceniza, de piedra, de agua, de pudridez violenta por parir y cantar, como tú?”, preguntaba el peruano José María Arguedas, en su Diario, al mexicano Juan Rulfo, seguramente sintiendo, en él, su mismo olor de indio, ese hálito amado de la bayeta sucia de sudor. Ese hijo de blancos criado por indios veía en Juan Rulfo a un igual. Ambos –como dijo Eduardo Galeano- nunca escribieron sobre los vencidos, sino desde ellos. En este texto inédito, Juan Rulfo rememora a José María Arguedas.
En un Congreso de escritores realizado en Acapulco, asistí a Arguedas cuando intentó arrojarse por una ventana. El nunca lo admitió ante mí y, en cambio, decía que la había abierto porque la refrigeración le hacía mucho frío.
Yo estaba en la planta baja de la administración del hotel donde se alojaba Arguedas cuando se comprobó que algo raro pasaba en su habitación, porque así lo indicaban los controles del aire acondicionado.
Corrimos a ver qué pasaba. José María se excusó diciendo que no se sentía bien y que por eso había forzado los ventanales, que son muy difíciles de abrir. Consulté un médico de la delegación y le recetaron Valium, pero él no lo quería tomar. Alegaba que le hacía mal al estómago. Entonces, todas las noches se lo molía y lo echaba a escondidas en esas sopas de tomate que tanto le gustaban. A la mañana siguiente protestaba diciéndome que se sentía extraño, aunque tranquilo y con sueño. Me preguntaba si no le estaba dando el medicamento en forma disimulada y yo lo negaba. Le decía que tenía sueño simplemente porque dormía poco y le mostraba un frasco con otro remedio indicándole que ahí podía ver cómo los comprimidos continuaban sin ser usados. Así pasamos sus diez días de depresión. El durmiendo a base de comprimidos y yo moliéndoselos a escondidas con un cuchillo.
Tiempo después, su mujer, una distinguida limeña, se sintió muy ofendida porque José María se había enamorado de una chilenita, como ella decía. Lo obligó a separarse y a llevarse con él a sus hijos. Además, por su elección, nadie hablaba en Lima con José María. Sabiendo lo que pasaba logré que se le enviara un pasaje para él y después otros para su nueva mujer y los chicos. Le había conseguido trabajo en una comunidad indígena donde José María podría encontrar el ambiente que siempre amó. Pero nunca se decidió a trasladarse a México.
Mucho después, durante un congreso literario en Chile, donde José María residía por entonces, se trasladó hasta Santiago para que nos viéramos. Ahora lo estoy recordando y siento que con José María hemos sido como hermanos, siempre nos sentimos muy identificados. Fue en Santiago que intenté convencerlo para que dialogara con algunos de los escritores que lo admiraban y querían acercarse a él. Pero fue inútil. No quería otra cosa que permanecer aislado. Se sentía profundamente amargado. Por mi parte, sabía que había intentado, no hacía mucho, suicidarse cortándose las venas…Y allá quedó todo. Pues nunca más volveríamos a vernos.