martes, 25 de junio de 2019

ANTES DE LA GRIETA: LA RELACIÓN ENTRE JORGE LUIS BORGES Y LEOPOLDO MARECHAL.




Fueron compañeros en la revista Martín Fierro, y compartieron la bohemia de los años 20, la pasión por la literatura y la necesidad de crearle una mitología de Buenos Aires. El peronismo los alejó tajantemente. Pero el 26 de junio de 1970, Jorge Luis Borges fue uno de los pocos escritores que fue a darle el último adiós al autor de “Adán Buensoyres”. Aquí publicamos la reseña que en 1925 Leopoldo Marechal escribió sobre el segundo libro de Jorge Luis Borges –en el número 26 de la revista Martín Fierro-, y la carta que Borges, al año siguiente, le escribió al autor de “Días como flechas”.



                                                        . . .

Querido Leopoldo: La felicitación pública por tus Días como flechas la hará (según decisión de Evar) nuestro gran don Ricardo [Güiraldes; alude a un comentario a publicarse en Martín Fierro]; y no quiero dejar de felicitarte privadamente. Tu libro, tan huraño a mis preconceptos, teorías y otras intentonas pretenciosas de mi criterio, me ha entusiasmado. No te añado pormenores de mi entusiasmo, para no plagiarte, pues todavía estoy en el ambiente de tus versos leídos y releídos.

Sin embargo ¡qué versos atropelladores y dichosos de atropellar, qué ventura para la sentada poesía argentina!

Vuelvo a felicitarte y me voy.

Jorge Luis
. . .

No soy un crítico: la actitud del hombre que, lupa en mano, analiza una obra de arte me parece ridícula e innecesaria. Una obra debe juzgarse por su capacidad de sugestión; su valor finca en la mayor o menor intensidad de esa virtud evocadora.

Un libro me entusiasma o me produce indiferencia, y en los dos casos no busco el por qué ni el cómo. “Luna de enfrente” ha sido el último libro de mi entusiasmo: quiero decir su elogio, forma de gratitud hacia Borges por el magnífico regalo de belleza que nos hace.

Creo que la lectura de este volumen es el mejor argumento contra las viejas teorías de Lugones. He ahí que, entre la actual garrulería musicante, sobre la oquedad de nuestros poetitas afeminados, late su pulso de hombre, alza su fuerte voz de hombre que sabe el pasado y el porvenir, y para quien la vida es un fruto que se desgaja, en la tristeza o en el júbilo, pero siempre con manos de varón.

Borges define así su conducta en “Casi juicio final”: “He dicho asombro del vivir, donde otros dicen solamente costumbre”.

“Frente a la canción de los tibios, encendí en ponientes mi voz, en todo amor y en el pavor de la muerte. He trabado en fuertes palabras ese mi pensativo sentir, que pudo haberse disipado sólo en ternura”.

O si no en “Mi vida entera”:

“He persistido en la aproximación de la dicha y en la privanza del dolor. Soy esa torpe intensidad que es un alma”.

Definición de hombre-poeta que se sabe eco agrandado del mundo; porque el verdadero poeta es la rama única donde fructifica el árbol del mundo.

En esa profunda estima del vivir ha hecho su libro: en la doliente singladura del tiempo; en el espacio que se encorva como un león; en la distancia tendida como un arco a la soledad y en el amor que debería persistir contra la distancia, el espacio y el tiempo.

Borges ha sentido la angustia del tiempo; y es una nota que se repite en él hasta el dolor.

En “Dualidad de una despedida”, dice:

“El tiempo inevitable se divulgaba sobre el inútil tajamar del abrazo.”

En “Jactancia de quietud”:

“El tiempo está viviéndome.”

En el poema a Cansinos Assens:

“Es trágica la entraña del adiós como de todo acontecer en que es notorio el Tiempo.”

Luego en “Patricias”:

“Quiero el tiempo allanado:

El tiempo con baldíos de ansias y no hacer nada.

Quiero el tiempo hecho plaza,

No el día picaneado por los relojes yanquis

Sino el día que miden despacito los mates.”

Y por último, la exaltación de cosas amigas de Eternidad:

“Impenetrable como de piedra labrada, persiste el mar ante los ágiles días.”

“He visto un arrabal infinito donde se cumple una insaciable inmortalidad de ponientes” (Singladura, Mi vida entera).

La noción Distancia, con su dolor de ausencia, resalta en el poema a Cansinos Assens, realizado en noble madera de amistad y uno de los más emotivos de la obra:

“Noche postrer de nuestro platicar, antes que se levanten entre nosotros las leguas.

Aún el alba es un pájaro perdido en la vileza más lejana del mundo.

Ultima noche resguardada del gran viento de ausencia.

Es duro realizar que no tendremos ni en común las estrellas.”

Como dije en párrafos anteriores, el amor, en Borges, aparece vinculado al tiempo y al espacio. Sabe que no persiste y que es necesario saquearle, para que sus frutas de recuerdo sean sostén de los días futuros.

“Prodigábamos pasión juntamente, no a nosotros tal vez sino a la venidera soledad.

Yo iba saqueando el porvenir en tus labios aún no amados de amor.”

Así dice en “Dualidad de una despedida”.

Ahora consideraré el otro aspecto de Borges, quizá el más interesante y promisor; es un criollismo nuevo y personal, un modo de sentir que ya estaba en nosotros y que nadie había tratado.
Borges ha visto Buenos Aires, con sus calles que dan a la pampa, sus patios de sol, sus casas y sus almacenes. Ha fabricado un pequeño universo con todas estas cosas, asociándolas a su vida sentimental y haciéndolas carne de su poema.

Ya lo dice en el primero del libro:

“No he mirado los ríos ni la luna ni la sierra

Pero intimó conmigo la luz de Buenos Aires

Y yo amaso los versos de mi vida y mi muerte

con esa luz de calle.

Calle grande y sufrida,

Sos el único verso de que sabe mi vida.”

Las cosas adquieren un valor humano en contacto del hombre; las cosas tienen el alma que les hemos regalado y que nos devuelven cuando queremos. Un portón humilde es arco de triunfo si por él asomaban dos ojos de novia; y un “tango antiguallo” nos rinde todas las monedas que le prestó nuestro vivir.

Así, en la vagancia y el recuedo, Borges mentó sus calles; a su paso las cosas se animan y hablan; en cada umbral hay una sombra, y toda calle es una aorta por donde se desangró el ayer.
Luego la llanura, honrada en su pobreza; el solar de los mayores, donde la vida fue un largo amanecer; el pasado de Buenos Aires; el General Quiroga que va en coche al muere y entra al infierno, escoltado de almas rotas. Todo en un lenguaje que nos es querido porque es el que hablamos de verdad, sin enaguas de retórica.

La criolledad de Borges no es un chauvinismo detonante ni una actitud decorativa: es el sabor hallado en cuatro buenas cosas del terruño:

“Pampa:

Yo te oigo en las mañeras guitarras sentenciosas

Y en altos benteveos y en el ruido cansado

De los carros de pasto que vienen del verano.”

Quise dar una idea de “Luna de enfrente”. No lo he conseguido. Hay que entrar en el libro, suerte de floresta, rica en árboles, pájaros y frutos; hay que entrar, pero con el corazón mañanero y los ojos limpios de legaña. El que así lo hiciere encontrará un mundo de cosas grandes o chicas, pero siempre cordiales y de hombre.

                                                                    Leopoldo Marechal