Por Santiago Marelli, Guido Guaragna y Sergio Marelli
Es capaz de hacer aparecer ante nuestros ojos mundos enteros. Cada nuevo libro de Leila Guerriero es un banquete, una pradera interminable de sensaciones y matices y misterios. “Opus Gelber. Retrato de un pianista”, su más reciente libro –o concierto-, publicado por Anagrama, no es una excepción. El protagonista es el pianista argentino Bruno Gelber, considerado uno de los cien mejores pianistas del siglo XX. A propósito del libro, conversamos con esta cronista que escucha para escribir y calla para saber.
Pregunta: ¿Por qué Bruno Gelber? ¿Qué fue lo que a priori más te atrajo de él como para dedicarle un libro?
Leila Guerriero: En realidad, yo llegué a Bruno planteándo hacerle una entrevista para una revista, un perfil. Por supuesto, conocía a Bruno como lo conocemos todos, es una persona sumamente conocida en Argentina, también muy popular por sus apariciones en television. Había leído algunas entrevistas que había dado y en las cuales hablaba de lo que él hace con una especie de fervor casi monacal, de entrega a la música, a la interpretación, una serie de conceptos acerca del sentido de la música que me parecieron muy atractivos. Era casi como escuchar una persona encendida, incendiada por el arte y con una lucidez impresionante. Más allá de eso, siendo uno de los cien mejores pianistas del siglo XX, no faltaban muchas excusas más. Entonces me enteré de que, además, vivía a muy pocas cuadras de mi casa- unas veinte cuadras- y vos sabés que hacer un perfil de un gran pianista o de un gran tenista es una maravilla para un periodista, pero está la dificultad del acceso (esta gente no es muy accesible) y además, se pasan la vida viajando. Y Bruno, de pronto me entero , desde 2013 vive en Argentina - sin dejar de hacer giras, pero radicado acá-. Me pareció una gran oportunidad. Llegué con la idea de hacer un artículo y creo que a la tercera o cuarta entrevista, me di cuenta de que Bruno era absolutamente irreductible a un artículo, por toda su complejidad, distintas aristas, matices, contradicciones que necesitaban de cierta sutileza -y la sutileza necesita espacio-; entonces, en ese momento me di cuenta que había un libro y no dudé un minuto de que la figura de Bruno Gelber sostenía un libro.
P.:Vos lo describís en el libro como un conversador ingenioso e histriónico, ¿es siempre así o solo en sus mejores momentos?
L.G.: Yo creo que en el libro- lo seguí un año- no están nada más sus mejores momentos; sería una pésima periodista si hubiera dejado en el libro solo sus mejores momentos. Tiene momentos más evocativos, tiene momentos menos chispeantes por estar cansado. El libro no es un libro que esté todo el tiempo allá arriba ni es un libro celebratorio de su buen humor o cosa por el estilo. Intenté, por lo menos, recorrer todos los matices. Él tiene mucho sentido del humor y tiene una armonía, una estabilidad, no es una persona lábil; no es que un día podés encontrarlo de pésimo humor y al otro podés encontrarlo de buen humor y al siguiente otra vez de pésimo humor. Además, es una persona sumamente educada y dentro de esa educación, cuando entra en confianza, se permite cosas como nos permitimos todos cuando entramos en confianza.
P.: Ya que estás hablando de entrar en confianza, ¿te resultó difícil adentrarte en su intimidad?
L.G.: Sí y no. Me parece que siempre entrar en la intimidad de la gente toma un tiempo. Pienso que no me lo planteo en términos de dificultad, creo que la conversación empezó a fluir muy rápidamente y muy rápidamente él entró en confianza para que pudiéramos conversar sin defensas, al menos, relativamente -uno siempre habla con cierta defensa hasta con una pareja-. Fue muy generoso y se abrió muchísimo, aunque hay preguntas a las que yo no llegué, porque Bruno es una persona también críptica, muy reservada; entonces, en toda esta apertura que tuvo, también hay una cosa muy paradojal y es que yo creo que en el fondo el único que sabe cómo es Bruno es él mismo.
P.: Eso lo planteas en distintas partes del libro incluso, pero más allá de esas defensas naturales que uno erige en todo diálogo, ¿hubo algún tema en particular en el que se mostrara elusivo?
L.G.: No, te diría que al contrario: él me decía “¿qué no me preguntaste que me quisieras preguntar? Preguntame a fondo.” Era muy intimidante eso, porque cuando alguien te dice así es porque en el fondo el subtexto es que hay algo que no sabés o una cosa a la que no estás llegando. Eso sí era muy perturbador. Yo hablé con Bruno de todas las cosas de las que quise hablar y que me parecieron pertinentes para el perfil. Creo que es una persona con mucha vida vivida, con mucha discreción y un hombre muy reservado en el fondo de algunas cosas- eso se ve en el libro- de las que él no aceptaría hablar tan abiertamente. Es un poco recurrente en sus temas. Yo creo que sí hay algo que yo se lo digo cuando me pregunta qué quisiera saber y, sin saber qué responderle, le digo una gran pregunta que tenía guardada y que no está respondida en el libro y es: ¿ por qué está viviendo acá, pudiendo vivir en París o en Mónaco o en cualquier parte de Europa?. Hay algunas explicaciones asomadas en el libro y no es un gran secreto, pero cuando yo le hice esta pregunta, Bruno me dijo: “Ah, mirá vos.” como diciendo que pregunta tan poco interesante (risas).
P.: No deja de ser algo muy llamativo porque él vivió muchos años en París, en Mónaco y en 2013 que vuelve a Argentina, y supongo que él te pudo haber dado una versión y vos también tendrás tus conjeturas.
L.G.: Digamos que Bruno le quita importancia a las razones por las que está viviendo acá. Yo no creo que sea una cuestión menor. Él me contesta: “Yo siento que estoy acá, pero que mañana puedo estar en Nueva York, pasado en París”, aludiendo a una especie de cansancio,”la gente cree que un pianista porque vive viajando vive fantástico y en realidad es cansador porque los aviones se pierden y se pierde la conexión, el aeropuerto no es cómodo, etc.” Creo que podrían jugar ahí algunas cosas, como un cansancio de esta vida de gira permanente que verdaderamente es muy cansadora, también a lo mejor el hecho de que el mercado de la música- en términos de gira- cambió mucho y el circuito elige más a otras figuras; hay también un tema generacional y muchas figuras emergentes o muy instaladas de pianistas más jóvenes, y se está mirando mucho más hacia el oriente: los pianistas orientales, coreanos, chinos que tienen una rapidez muy impresionante y Bruno es de otro mundo, es del mundo de la interpretación más romántica,etc. Creo que hay también una explicación por allí, como un cambio de viento en los tiempos que corren en cuanto a gustos musicales y, por supuesto, Bruno no va a cambiar su forma de interpretar solo porque a la gente ahora le guste otra cosa. Es un entregado a lo que hace, así que la explicación me parece que no es una sola , sino que hay varias, y un conglomerado de todas esas aristas da como resultado el hecho de que Bruno esté acá y muy bien, muy content. Es una persona que tiene absoluta ausencia de melancolía, no está lamentándose por todo lo que dejó, sino feliz por todo lo que vivió y por todo lo que pudo hacer. Eso también es raro: encontrar a ese tipo persona. Él dice que tiene algo que se llama resignación - él llama así a lo que yo creo es una capacidad enorme de adaptación, una inteligencia demencial para adaptarse a las diversas situaciones-.
P.: ¿Había temas a los que volvían una y otra vez?
L.G.: Sí, como queda claro en el libro, anécdotas que Bruno cuenta en muchísimas cenas conmigo, con otra gente, a mi sola de vuelta en una entrevista, etc. Generalmente eso y también hay preguntas que hace él que son un poco recurrentes, que tienen que ver con las relaciones de pareja, cómo se hace para estar con una persona mucho tiempo, se pregunta mucho qué significan para uno los celos, todo esto después lo termina aplicando a su propia experiencia. Efectivamente, es una persona que es recurrente en sus temas.
P.: Eso en cuanto a los temas personales, pero con respecto a su carrera, ¿de qué etapa te habló con más entusiasmo?
L.G.: A Bruno no le gusta hablar de su carrera ni de la música. Es un caso extraño porque es un músico que no habla de música. Él habla con tanto entusiasmo y con tanta risa de algo que le pasó en Holanda, en Austria como de algo que le pasó en Tucumán el año pasado. No hay un entusiasmo específico puesto en algún momento, nunca mira ensoñadamente y dice “qué maravilla cuando toqué con tal orquesta en tal lugar”; a lo mejor, se puede acordar con más deleite evocativo de un restaurante en tal lugar donde probó la sopa X –en la que se deshacían los honguitos en la boca-. Yo creo que tiene una sensación de muchísima satisfacción interna con todo lo que hizo y con todo lo que hace. No hay algo que destaque por sobre lo demás, de hecho, yo le pregunté muchas veces qué recordaba del momento en que tocó por primera vez en el Colón o cuando tocó en el concierto de Bramhs que hizo exclamar a la crítica de Alemania que estaban en presencia de un milagro y, de pronto, de lo del Colón, contestaba con soltura: “Bien, porque tenía una entrada muy difícil y la hice bien”. Es muy asombroso eso también. A mí me asombraba mucho cómo Bruno esquivaba hablar de cualquier cosa que tuviera relación técnica con la música o con los compositores. Él prefería hablar de la vez que se tragó un mosquito dando un concierto al aire libre en España o cuando estuvo en una Embajada con la princesa Manchú y a la princesa se le escapó un eructo. Todo ese anecdotario que ha llenado ya páginas y que él cuenta una y otra vez entre sus amigos y que es muy celebrado - y por eso lo cuenta, si nadie le dijera nada o nadie se riera seguro que no lo contaría-. La verdad es que siempre agrega datos distintos, es muy gracioso a la hora de contar esas cosas.
P.: Mencionas su humor a la hora de contar anécdotas, pero también aludís en el libro a cierto aspecto de ferocidad que puede adoptar su humor. ¿Con qué blanco se vuelve más feroz su humor?
L.G.: No sé. Yo creo que es una persona que puede ser feroz todo el tiempo. Su humor es un humor muy mordaz. En muy pocas ocasiones tiene un humor cándido, que pueda reírse de un chiste de Jaimito. Creo que Bruno tiene un humor muy endiablado todo el tiempo. No es un señor inocente, su humor yo creo que se define todo el tiempo por la ferocidad.
P.: Él alguna vez te preguntó “¿qué pensás de mí ahora que me conocés?” y yo te pregunto: ¿qué pensás de él ahora que lo conociste?
L.G.: Creo que es una persona sumamente compleja, honesta y generosa. Me parece que tiene algo del todo no resuelto con la cuestión afectiva, con tener una pareja, que el tema lo preocupa porque también es un tema sobre el cual vuelve, pero, sobre todas esas cosas, creo que es una de las personas más fuertes que he conocido en mi vida. En pocas ocasiones he estado con una persona con ese grado de fortaleza fuera de toda norma de Bruno Gelber. Bruno tuvo polio a los siete años y tiene una pierna que no la puede mover, camina pero no lo puede hacer con rapidez, y cuando estás con él jamás tenés la percepción de estar con una persona que tiene algún tipo de dificultad física. Es una persona fuerte, alguien sumamente noble, incluso capaz de pelearse con algún amigo y después reflexionar, enterarse que ese amigo está mal, llamarlo, ocuparse. Creo que es una gran persona y un tipo que en un aspecto es mayormente terrenal y voraz con todos los placeres de la carne, de una forma casi decimonónica o romana: la abundancia, la casa super pintada y decorada.
P.: Toda la modalidad de la desmesura.
L.G.: La desmesura, y, por el otro lado, un monje, porque es un sujeto que está entregado por completo a la música. Bruno termina la cena más chicharachera -por usar una palabra ridícula-, a las tres de la mañana y llega a su casa y se pone a estudiar el piano hasta las ocho. Sale de darle clase a un alumno, y antes estaba tocando Chopin, y cuando termina esa clase sale encendido del estudio, con un deleite que te lo trasmite, como sumido en una epifanía. Entonces creo que en él se mezclan esas cosas. También, por momentos, puede ser una persona tiránica, un poco caprichosa, controladora. A él le encanta dar consejos, pero es de la clase de personas que da consejos y si no le haces caso no te da bolilla nunca más. Es como si siempre estuviera buscando el bien del otro, de sus amigos y las personas que quiere, pero también quiere ser obedecida.
P.: ¿Cómo es tu relación con la música?
L.G.: No me defino como una persona sumamente musical. En realidad yo estudié guitarra clásica hasta los 18 años, tengo la sensibilidad de la música clásica. Me gusta también el rock, mucho menos el pop, el jazz directamente no me agrada. Soy una persona musical hasta ahí, no puedo escuchar música todo el tiempo porque me desconcentro. Me resulta mucho mas vital lo visual -cine, series, documentales-, que lo auditivo. La música no es el arte con el cual tengo relación más estrecha.
P.: Entremos a la pieza de los cachivaches de la memoria, para que vuelvas a jugar cuando eras niña. Juguemos a que te dan la posibilidad de elegir a un artista del siglo XX para hacerle un perfil.
L.G.: El siglo XX es uno de mis favoritos. Podría decirte David Foster Wallace.
P.: ¿ A qué momento de tu infancia te gustaría volver?
L.G.: No me gusta volver a nada, a ningún momento. Mañana es mejor, tengo recuerdos súper bonitos, pero no volvería a esos ni por asomo.
P.: ¿Cuáles eran las cosas que te provocan más fantasía en tu infancia?
L.G.: Leer y ver películas. Tenia como un novio cowboy por fin de semana, era muy fantasiosa. Me encantaba Clint Eastwood. A partir de lo que me leían me quedaba enroscada, cualquier cosa que me provocaba emoción me resultaba un disparador. Ambas cosas me siguen alimentando el día de hoy, eso no ha cambiado en absoluto.
P.: ¿La poesía te sigue conmoviendo?
L.G.: Fuertemente, cuando la leía en la infancia, era maravillosa pero más obvia. De a poco fui llegando a otros clásicos más difíciles y ya en la adultez me metí de lleno en una poesía que a mí me resulta muy interesante y es variada, con poetas que no son tan evidentes pero que me encantan. Uno se va educando con el tiempo, muchas veces poetas te llevan a otros poetas, leo poesía todo el tiempo, todos los días.
P.: Contanos algo de tu encuentro con Nicanor Parra.
L.G.: Era muy feroz, te atemorizaba. Era realmente un dragón, fue la persona más críptica que entrevisté en mi vida, en el sentido de que no había manera de entrar en él. Por supuesto que era maravilloso, con un talento increíble, pero muy duro y blindado, te intimidaba.
P.: Aludiste a tu afición a las series televisivas, ¿cuál fue la última serie que te enganchó?
L.G.: Me alegro de no haber visto en su momento Mad Men, yo decía qué me importa a mi un grupo de publicista en New York. En su momento vi unos capítulos hace unos años y no me interesaron en lo más mínimo. Y de pronto, ahora, necesito ver como ocho capítulos por día. De las más nuevas, Peaky Blinders me gusta pero no me volvió loca. Me pareció muy cómica el Método Kominsky, es fantástica. Homeland ,me encantó. Te digo estas pero soy capaz de mirar cualquier cosa, como The Walking Dead. Miro muchas series y muchas películas que las bajo y las miro en los aviones, es un gran cometiempo. El libro necesita de otra atención.
P.: ¿Alguna vez hiciste un perfil de un político?
L.G.: Me parece que no, de empresarios si. Pasa que me parecen personas muy atrapables, no hay mucho hábito en el país de hacer perfiles con esa paciencia, están acostumbrados a entrevistas de quince minutos.