martes, 23 de julio de 2019
NUDO EN LA GARGANTA
Por María Solá Oteyza
"Sufro porque jamás tendré una voz bonita
para cantarte una balada lenta.
Ni una familia unida
a la que te quiera presentar.
Jamás podrías decirme
“Me encantan tus ojos”;
no te creería.
Sufro porque no tengo premios para enseñarte,
y parece que he perdido todo
en lo que un día estuve a punto de destacar.
Así, todas las cosas que quería expresar,
se han quedado por el camino.
Te miro mientras recoges mi ropa,
te devuelvo las llaves de la casa.
Yo no era para tanto y tú lo sabías,
pero no me conformo con tan poco;
entonces tú eras para nada.
Se me acentúa de pronto,
ese hueco pequeño al que llaman “lo personal”
está en alguna parte y de cualquier manera,
entre un puño lleno sangre y la frágil espina dorsal.
Llevo ese calor prendido,
como un hoyuelo chiquito,
que fue a esconderse al alma
y al que finalmente di caza
en las noches que tú no estabas,
por las que decidiste sin mí,
lo que no íbamos a ser.
No puedo creer que hayas elegido esto.
Me he quedado en Madrid a cuarenta grados,
con los dedos fríos y el cuerpo bajo cero.
Y lo único en lo que no puedo dejar de pensar,
es que jamás tendré una voz bonita
para nombrarte en una balada lenta,
y que he perdido todo,
en lo que un día estuve a punto de destacar.
Vuelvo a mi lugar llorando por dentro,
la ciudad me disloca el cuerpo
y remarca, poco a poco, lo que escribo:
la marea estaba alta…
Pero estúpido,
te estaba construyendo un pedestal,
y tú estabas dormido.
Me castiga el ego,
porque intenté, de primera mano,
formar parte de tu equipo.
Pero me sentaste en el banquillo,
y únicamente cuando andabas escaso de opciones
me sacabas a jugar.
Después decidí formar el mío
y ganamos algún que otro partido.
Pasé bastante miedo cuando caí del nido,
pero el nudo en la garganta me hizo volar.
No me retiro todavía.
Cambié de papel,
busqué otro hoyuelo propio,
y cuando por fin creía
que había encontrado el lugar,
llegó otra poeta de barrio,
mejor,
más sabia,
soberbia y profesional.
Y así voy.
Me hice una bolsa llena de piedritas
que cargo con emociones
que arrastro aquí y allá.
Y quien fui yo para creerme
que el campo iba a ser mío,
que el egoísmo era una batalla
que yo podía ganar.
Niño, me he quedado en Madrid
a cuarenta grados, con los dedos fríos.
Y lo único que no he podido parar de pensar,
es que jamás tendré una voz bonita para cantarte
una balada lenta,
ni una familia unida a la que te quiera presentar.
Jamás podrás decirme que te encantan mis ojos;
no te creería.
No tengo premios para enseñarte.
Y he perdido en todo,
conformándome con el segundo lugar.
Nunca fui tan poco importante como ahora,
me pasó por confiar en la vida,
creí que ella me debía algo,
y cuando crecí me di cuenta
de que todo, todo era mentira;
que los golpes de suerte,
las bienvenidas,
y las primeras veces,
no se pueden reservar".