Fotografía: Manuel M. Mateo |
Alexis Díaz-Pimienta es el mejor decimista del mundo, ya lo dijo Joaquín Sabina, si aquí lo repetimos es por el orgullo de saberlo un integrante de nuestra revista. Despierto o dormido, tiene una capacidad sobrehumana para el repentismo y la precisa arquitectura de octosílabos que al llegar a diez fulguran de manera única. Casi con un pie en la escalerilla del avión que lo llevará a Colombia y Puerto Rico –a dar talleres, presentar una de sus novelas, y participar como jurado-, nos envió esta nota que nos permite asomarnos a la vertiginosa trastienda de sus creaciones.
Por Alexis Díaz-Pimienta
¿Se acuerdan de Matrix, aquella distopía cinematográfica protagonizada por Keanu Revees y Laurence Fishburne, en la que Revees (Neo) era capaz de moverse “muy lentamente”, excesivamente lento, para transmitir la sensación de que lo hacía excesivamente rápido, más rápido imposible? A veces aplico esta técnica Matrix para analizar las improvisaciones: verla en cámara muy lenta, de-cons-truir-la muy lentamente para que percibamos “lorápido” que ocurre todo en la mente del poeta.
Eso haré ahora, para que vean cómo improvisé un pie forzado, que, además, ocurrió en sueños, uno de esos episodios de repentismo onírico que tanto llaman mi atención y que algún día estudiaré a fondo. ¿Cómo nuestro cerebro —el de los repentistas—, mientras dormimos, es capaz de armar décimas perfectas a gran velocidad, tan bien o mejor que en la vigilia?
Lo primero que debemos tener en cuenta, para no perdernos ni un detalle, es el esquema más completo de la décima improvisada —creado por mí—, y así evitamos los equívocos. De manera lineal el esquema de la décima improvisada (estándar) es este:
[1a-2b-3b-4a-(.)/5a-6c-7c-8d-9d-10c]8c
o sea, una estrofa de diez con sistema de rimas abbaaccddc, versos octosílabos (el 8 supraíndice) y rima consonante (la “c” supraíndice), que además lleva una pausa tras el cuarto verso para ser espinela, que es el tipo de décimas con el que improvisamos; un esquema que colocado de forma vertical se traduce en:
1……………………..……………………8ca
2……………………………………………8cb
3……………………………………………8cb
4……………………………………………8ca (.)
5…………………………………………....8ca
6……………………………………………8cc
7……………………………………………8cc
8…………………………………………....8cd
9…………………………………………….8cd
10…………………………………………...8cc
Veamos, entonces, el caso que les traigo: una décima improvisada por mí con el pie forzado “alcohólico empedernido”, pero insisto, ¡en un sueño!, por lo tanto, este es otro caso de “repentismo onírico” (casi un subgénero), que analizaré con efecto Matrix para que veamos cómo se improvisa un pie forzado cuando hay técnica y oficio, tanta, que hasta en sueños se aplican para salir airoso.
Comienzo.
Ayer soñé con Marcelo, con mi hermano Marcelo, el otro poeta, el que murió en 2018 dejándome con todo tanto encima. Con tantos versos, que es lo que más pesa. Y en mi sueño, Marcelo no estaba solo. Lo acompañaba Horacio, nuestro vecino Horacio, el basurero del barrio que también era poeta. O el poeta del barrio que trabajaba en el camión de la basura. Qué más da. Horacio, que recitaba de memoria a Machado y Rafael de León y a Pesa y a Buesa, que se ría en el Caballo Blanco y se sentían sus carcajadas en la Virgen del Camino. Sí, el viejo Horacio, con nombre y cara de poeta griego. Y Marcelo y Horacio estaban en mi sueño como siempre los vi en vida: sentados en el muro de la casa de Horacio, bebiendo alcohol peleón, “cayéndose a poemazos” y riéndose. Eran, no sé, las diez de la noche. Ahora que lo pienso, yo no sé qué hacía yo a las diez de la noche, allí, en el Caballo Blanco, adonde hace mil años que no voy. Cierto que allí viví toda mi adolescencia, pero aquello para mí es Comala, yo no voy: están muertos.
Sin embargo, allí estábamos los tres, ellos bebiendo y diciéndose poemas, Horacio fumando y Marcelo moviendo como aspas sus enormes manos. Yo me acerqué, risueño, y no sé por qué dije —ni siquiera sé a cuál de los dos se lo dije—: ¡coño, bróder, estás hecho un alcohólico empedernido! Y no suelo ir yo por ahí ofendiendo, o dando sermones moralistas sobre los ritos báquicos ajenos, por eso me extraña y por eso lo cuento; yo fui el primer sorprendido. Y entonces el viejo Horacio se levantó —era altísimo—, me miró fijo con sus ojos vidriosos —siempre me llamaron la atención sus ojos: como si hubiera acabado de llorar lágrimas negras—, y me dijo:
—Arriba, ahí lo tienes. ¡Alcohólico empedernido!
Yo miré a Marcelo y Marcelo sonrió como si sus labios se frotaran las manos.
—¡Arriba, que tú puedes! —me dijo el viejo Horacio, y repitió en voz más alta, casi deletreándolo—: ¡Alcohólico empedernido!
Solo entonces me di cuenta. Era un pie forzado. ¡Un pie forzado! Horacio y Marcelo —creo que no lo he dicho— eran junto al viejo Jesús, mi padre —o después que él, para ser justo— mis mayores admiradores como repentista. Para Marcelo yo era Dios, así, sin metáforas. Y nada le gustaba más a Horacio y a Marcelo que juntarse en el barrio a recordar mis improvisaciones, entre trago y trago, entre carcajada y carcajada. ¡Pulvis!
Bueno, sí, algo les gustaba más: retarme. Retarme a improvisar, así, desprevenido. El culpable era yo, dijo Marcelo: por soltar un octosílabo así, a bocajarro. Y tenía razón. “Alcohólico empedernido” era un octosílabo perfecto.
Y acepté el reto, claro. Repetí el verso en voz alta y me dispuse a complacerlos.
Los conozco muy bien. Yo sé que ellos esperan, con ese verso, que haga una décima contextualizada: que hable del alcohol, de los amigos y parientes borrachos (ellos), con un poquito de humor y algo de burla. Pero yo pienso de otra forma. Voy a darle “el cambiazo” al enfoque temático, para sorprenderlos. Esta es una de las técnicas más eficaces para los pies forzados: salir por donde no te esperan, “mover el verso”.
Me acerco a ellos. Pienso. Necesito algo, un elemento que pueda asociarlo al alcoholismo sin hablar de él directamente. Y lo primero que recuerdo es que los borrachos se joroban, se tuercen al andar; pensé entonces hacer la décima sobre un árbol, a un tronco jorobado “como si fuera o estuviera borracho”. Bien. A la vez me di cuenta de que “alcohólico empedernido” era un verso “sin determinante”, por lo tanto, tendría que encabalgar en el bajante: “el / alcohólico empedernido” o “un / alcohólico empedernido”. Bien. Listo. Me decanté por “un”. Encabalgando en el verso 9d terminaría diciendo “un / alcohólico empedernido”. Y entonces la simple e inocente partícula “un” hizo el resto.
“Un” como rima (9d) atrajo a “zunzún” como rima (8d). ¡Zunzún! Me encanta la palabra zunzún. Y el pajarito. Entonces, cambié el árbol o el tronco jorobados que iban a actuar como borrachos en mi décima por un zunzún. Decidido: mi borracho sería un zunzún. Ahora necesitaba aspectos del zunzún que se asociaran al borracho. Metafóricamente, podía decir que el zunzún estaba jorobado, como el tronco del árbol, por qué no. Pero me di cuenta de que si el zunzún volaba, como todos los zunzunes, entonces el zunzún de mi décima podía venir dando tumbos por el aire, como los borrachos. Y entre “dando tumbos” y “un” la métrica hizo el resto. Ya tenía el verso 9d completo: “dando tumbos como un” (un símil, una de las figuras retóricas más fácil y más usadas por los repentistas). Y tenía el pie forzado (“alcohólico empedernido). Y la rima del verso 8d: “zunzún”. Ya tenía en mi cabeza, entonces, esto:
…………………zunzún
dando tumbos como un
alcohólico empedernido.
Pero claro, yo soy un repentista con técnica. Y sé que puedo –debo– colocar un codo sintáctico al principio del verso 7c, el que antecede al verso terminado en “zunzún”. Y sé que los codos más frecuentes y socorridos —por lo tanto, los más cómodos— son “y”, “porque”, “pero” y “aunque”. Y sé también que de estos cuatro, “y” es el más usado, y el primero que viene a la cabeza del improvisador, no me pregunten por qué. Así que pongo “y” al principio del verso conector, que, no lo olvidemos, debe rimar con el pie forzado, por lo tanto, debe acabar en “-ido”. Y ya tengo en la cabeza esto:
y……………………-ido
…………………zunzún
dando tumbos como un
alcohólico empedernido.
Entonces, una vez más se imponen el oficio y la técnica: las palabras principales (elementos X) del verso 10c son “alcohólico” (sustantivo) y empedernido (adjetivo). Y de las dos, la principal-principal es “alcohólico” (sustantivo). Y es ella la que “tira de mi cerebro” para que este le busque pareja y complete el puzle. Así es como llega a mi cabeza la palabra-rima “bebido”, para llenar el hueco del final del verso conector (7c). Entonces ya tengo en la cabeza esto:
y……………………debido
…………………zunzún
dando tumbos como un
alcohólico empedernido.
e inmediatamente, rapidísimo llené los huecos que quedaban, dejando en mi cabeza esta redondilla final (ya veremos cómo):
Y de tanto haber debido
Llega a mi casa un zunzún
dando tumbos como un
alcohólico empedernido.
¿Cómo y por qué esta combinación? “Bebido” tenía algunas combinaciones posibles: dejarlo como adjetivo añadiéndole un sustantivo delante (“hombre bebido”, “zunzún bebido”, “pájaro bebido”); o usarlo como verbo: “he bebido”, “ha bebido”, “haber bebido”. Me decanté por esta última, “haber bebido” (supongo que por pragmatismo métrico: tenía cinco sílabas, más la “y” del codo, seis: ya casi tenía el octosílabo. Así que ya tenía medio verso.
Y………. haber debido
No me fue difícil completarlo, la verdad (además de repentista, hice muchos crucigramas desde niño): “de tanto” encajaba perfectamente, “de tanto haber” daba un juego perfecto para quien bebe mucho (el personaje alcohólico del verso 10c). Y así quedó el verso:
Y de tanto haber debido
Y con el verso 8d, paso algo parecido. Ya tenía esto:
Y de tanto haber debido
…………………… zunzún
dando tumbos como un
alcohólico empedernido.
así que el complemento para el verso 8d, el del zunzún, podrían haber sido varios: “pasó a mi lado un”, “vomitó mucho un”, “llega a mi patio un”, “llega a mi casa un”, y escogí este, el de mi casa. ¿Por qué? Pragmatismo supongo: un complemento de lugar siempre da más “veracidad” al discurso, y de todos los lugares posibles, la casa es lo más íntimo y cercano, más nuestro, familiar, teniendo en cuenta que mis o interlocutores eran mi hermano y mi vecino. O sea, mi cerebro no es tonto: había que “acercarlos”, implicarlos. Así que me quedó en la cabeza esta redondilla completa y “perfecta”:
Y de tanto haber debido
llega a mi casa un zunzún
dando tumbos como un
alcohólico empedernido.
Entonces, ya tenía la redondilla final de mi décima, la parte más importante. Qué hacer ahora. ¿El puente, y seguir subiendo? ¡No! Soy un repentista con técnica, con oficio. Así que sabía que tocaba dar el salto al principio, al bloque I de la décima, y “amarrar” el principio con el pie forzado. Recordemos que los oyentes —el ponente Horacio, mi hermano Marcelo, y algunos vecinos— solo conocían el verso 10c, el pie forzado: “alcohólico empedernido”. Y ahí estaban, expectantes. Y recordemos también que todo este proceso aquí descrito no ha consumido ni tres segundos, tal vez cinco, (para ser “humano”).
Y por mi técnica y mi oficio yo sé que las palabras principales del verso bloqye V (9d y 10c) son “alcohólico”, “empedernido” y “dando tumbos” (elementos X). Necesito ahora elementos Xn, “ondas rodarinas”: palabras relacionadas de cualquier manera con “alcohólico” “empedernido” y “dando tumbos”. También sé que “alcohólico” es la más importante, la más fuerte, por ser sustantivo y por estar en el verso 10c (código público). Así que tiro de ella: “alcohólico “alcohol” “borracho” “borrachera” “bar” “botellas”. Tengo donde escoger. Y selecciono las últimas dos, “bar” y “botellas”. ¿Por qué estas dos? No sé: todo no puede explicarse ni saberse; dejemos algún cabo suelto para que siga pareciendo magia. Escojo “bar” y “botellas” para viajar hasta “alcohólico empedernido”. Y entonces, en este momento juega un papel importante el hecho de que yo sea cubano y de la segunda promoción post-naboriana, o sea, neobarroco. Tengo “bar” y “botellas” en la punta de la lengua, pero tengo más abajo, esperando, a un zunzún que da tumbos, a un zunzún borracho. ¿Cómo alguien se emborracha? Bebiendo. ¿Y qué se bebe para emborracharse? Alcohol. ¿Y cómo es el alcohol? Líquido. Bien. Necesito líquidos para mi zunzún borracho. Y enseguida mi cerebro asocia: zunzún ave naturaleza aire libre jardín lluvia. ¡Bien! La lluvia es líquida como el alcohol. Un zunzún puede embriagarse bebiendo lluvia. Me entusiasmo con este feliz “hallazgo” (= asociación de ideas). Ya tengo entonces, “bar”, “botellas” y “lluvia”. Necesito algo más. Necesito una figura retórica que acerque un poco palabras tan distantes como “bar” y “lluvia”, “botellas” y lluvia”. Un nexo. Y de todas las figuras retóricas posibles a un repentista cubano de mi generación la que más fácil se le da es la metáfora. La más cercana, la más común, la más recurrida. Y de todas las metáforas posibles la que más usamos los repentistas, por ser la más fácil —tal vez se haya hecho fácil de tanto usarla— es la llamada “metáfora de complemento proposicional”. Entonces, solo necesito la preposición “de” y un complemento: “bar de” o “botellas de” para acercarme a “lluvia”. ¿Dónde nace la lluvia? En las nubes, en el cielo. ¡Bien! Ya lo tengo: “bar de cielo” o mejor “bar del cielo”. Metáfora perfecta, de cinco sílabas. Ya tengo entonces más de medio verso (“bar del cielo”), y las palabras “botellas” y “lluvia”. Tengo que completar el octosílabo, seguir armando el puzle (¡que el tiempo corre!: ¡2 segundos más!). Se me ocurre completar el primer verso con el sintagma “creo que en el…”. Podrían haber sido muchos otros, pero se me ocurre este y me gusta, tiene ritmo: “creo que en el” + “bar del cielo”. Y ya tengo un verso octosílabo completo y las palabras “botella” y lluvia” en la cabeza (y en la puntita de la lengua). Pero la palabra “lluvia” es pobre en rimas (infeliz), así que la desecho (oficio, técnica). Aunque no del todo. Estará “ahí dentro”, metafóricamente: la lluvia es el alcohol que llena las botellas del bar del cielo. ¡Bien! Tengo entonces esto:
Creo que en el bar del cielo
…………………..botellas.
Debo completar ahora ese segundo octosílabo, unir “cielo” y “botellas” (o mejor: “bar del cielo” y “botellas”). Entonces, la palabra “lluvia” juega su papel (fundamental) en este juego: si no va a servir como rima (papel fónico), ni como presencia léxica (papel métrico y sintáctico), al menos quiere ser útil como palabra significante (papel semántico). Ella es la lluvia, el alcohol metafórico que está dentro de las botellas que hay en el bar del cielo. Y sabe que, ahí debajo, lejos, pegado a la tierra, hay un zunzún alcohólico al que hay que hacer llegar su dosis de bebida. ¿Y cómo se saca la lluvia-alcohol de una botella? O se bebe, o se sirve, ¡o se rompe la botella! ¡Romper botellas!, piensa la palabra lluvia y se emociona, porque le parece poético. Y a mí también. Es poético. En mi generación casi todos los poetas repentistas rompen, rasgan, quiebran, parten, desgarran, destrozan infinidad de cosas abstractas y concretas. Es un signo estético generacional. Así que hay que romper esas botellas para que llueva alcohol y el zunzún beba. ¡Venga! (otro segundo consumido). Tengo esto:
Creo que en el bar del cielo
………….. romper botellas.
Puedo usar “romper” o un derivado: “rompo”, “roto”, “he roto”, “han roto”, “ha roto”. Y me decanto por “ha roto”, tercera persona. “Ha roto botellas”. ¡Pero quién! No lo sé, pero me da igual: “alguien”. Y ya están en mi cabeza todas las piezas: “alguien ha roto botellas”. Ya tengo el bloque I de mi respuesta al pie forzado completo (1a y 2b). Y puedo empezar mi décima:
Creo que en el bar del cielo
alguien ha roto romper botellas.
Pero no. No es tan fácil. Cuando uno se llama Alexis Díaz Pimienta y tiene oficio y técnica y es cubano y está improvisando en el siglo XXI no lo va a hacer tan fácil, así no más: qué es eso de que ya tengo los dos versos y empiezo. No. Un repentista cubano de la segunda promoción postnaboriana —y no uno cualquiera, sino uno que ha estudiado el repentismo desde dentro y ha descubierto “cosas” y hasta les ha puesto nombre— conoce y puede poner en práctica la llamada “técnica del enroque”. Y lo hace. Es decir, lo hago. Es una técnica repentista con nombre ajedrecístico —nada casual— y consiste pensar los dos primeros versos (bloque binario entero), pero no decirlos, sino “enrocarlos”, reservarlos para el final de la primera redondilla. Y eso hago. O sea, convierto los que iban a ser mis versos 1a y 2b, en mis futuros versos 3b y 4a.
Así que ahora tengo en la cabeza esto:
1 ……………………………
2 ……………………………
3. creo que en el bar del cielo
4. alguien ha roto botellas.
y lo único que sé, por la estructura de las redondillas, es que el verso 1a debe acabar en “-ellas” y el verso 2b debe acabar en “-elo”. El resto es fácil (o me parece fácil). El propio lenguaje y la técnica hacen el resto. La palabra-rima “botellas” (en contubernio con la palabra-rima “cielo”) atrae a la palabra-rima “estrellas”, relacionada con “botellas” por la rima (campo fónico-rimal) y con “cielo” por el significado (campo semántico).
Entonces ya tengo:
1 ………………….. estrellas
2 ……………………………
3. creo que en el bar del cielo
4. alguien ha roto botellas.
Vamos, que se me acaba el tiempo. Tengo que terminar de “armar” la redondilla para empezar a emitir ya, porque Marcelo y Horacio se desesperan. Revisemos todas las piezas léxicas que tengo hasta ahora; en orden (del 1a al 10c): “estrellas”, “bar”, “cielo”, “alguien”, “roto”, “botellas”, “haber bebido”, “llega”, “casa”, “zunzún”, “dando tumbos”, “alcohólico”, “empedernido” (y la palabra “lluvia”, que está escondida dentro de la palabra “botellas”, disfrazada de “alcohol”). Y no olvidemos que los vocablos más importantes, los que más fuerza de atracción ejercen sobre otras palabras, son los sustantivos. En este caso: “botellas”, “bar”, “cielo”, “casa”, “zunzún”, “alcohólico” y la escondida “lluvia”. Entonces, estas son las palabras que tienen que tirar de otras palabras —ondas rodarinas, gravitación léxica— para llenar esos vacíos, para completar la redondilla inicial. Y así fue. La palabra lluvia atrajo a “llueve” (verbo, acción) y las palabras “bar”, “botellas” y “alcohólico” (con la colaboración inestimable de la palabra “lluvia”) atrajeron a la palabra “alcohol”. Así como lo oyen: a la mismísima palabra “alcohol”, la omnipresente (forma parte de “alcóholico”).
Y así nace el que sería el bloque I de mi décima (1a y 2b):
Llueve bajo las estrellas
Y cae alcohol en mi pelo
un hexadecasílabo que da pie a la formación de una redondilla binaria (2+2), terminada en el bloque ya pensado (rimas “estrellas”-“botellas” y “pelo”-“cielo”). Y canto entonces, con seguridad:
Llueve bajo las estrellas
Y cae alcohol en mi pelo
Creo que en el bar del cielo
Alguien ha roto botellas.
¿Por qué “pelo”?, dirá entonces el listillo de la clase, o el más curioso, sin darse cuenta de que la palabra “pelo”, aquí, pese a ser la palabra-rima, es la menos importante del verso —puede hasta darse el gusto de rimar, que pasará inadvertida—. Aquí las palabras fuertes, las determinantes son el complemento “cae alcohol”, que entronca semánticamente con el resto de la décima aunque Horacio y Marcelo aún no lo sepan. Este complemento entronca con “bar”, “cielo”, “botellas” y (fundamentalmente) con “alcohólico”.
Así que esta es una primera redondilla perfecta, eficaz para responder este pie forzado. Y, resumiendo, ya tengo, entonces:
Llueve bajo las estrellas
y cae alcohol en mi pelo.
Creo que en el bar del cielo
alguien ha roto botellas.
y
Y de tanto haber bebido
llega a mi casa un zunzún
dando tumbos como un
alcohólico empedernido.
O sea, tengo las dos redondillas completas, aunque Horacio y Marcelo no lo sepan: ellos, después de escuchar esa primera redondilla improvisada, solo saben que tengo, una primera redondilla y el verso pie forzado. Ante sus ojos y oídos, solo hay esto:
Llueve bajo las estrellas
y cae alcohol en mi pelo
Creo que en el bar del cielo
alguien ha roto botellas.
……………………….
…………………………..
…………………………
………………………….
……………………………
alcohólico empedernido.
Me falta el puente (5a-6b), pieza fundamental para que una décima sea una buena décima (sobre todo si es improvisada). Necesito un verso de desarrollo (5a) y otro de enlace (6c), con la rima “-ido”, por supuesto. La rima del verso 5a tiene que ser “-ellas”, y la del 6c, “-ido”, ya lo he dicho, y ya lo saben Horacio y Marcelo y los demás, que esperan ansiosos.
Para el verso de desarrollo no me rompo la cabeza: ¿Una rima con “-ellas”? Pues, “ellas” misma. Ya está. Y nace un verso muy efectivo, de tan sencillo ( un verso a la vez dubitativo y sugerente):
No sé qué han hecho con ellas…
Y lo complemento con un verso 6c que recupera una palabra (“roto”), recuperación enfática, y apuesta por la palabra-rima “ruido”,
Se han roto sin hacer ruido
Y no es por nada, pero también es muy atinada esta rima, por el juego ligeramente aliterativo con la palabra “roto” (el juego de las “r”), que, de paso, crea una ligera onomatopeya (nos recuerda el ruido de las botellas al romperse). En fin, que queda un puente de alto nivel (un “puente de ingeniero”, digo yo):
No sé qué han hecho con ellas.
Se han roto sin hacer ruido.
Nótese que es un puente en dos pasos (1+1), nada habitual, y esto le añade fuerza. Así que Horacio y Marcelo —que aún no saben, ojo, que el borracho empedernido de mi décima es un pequeño zunzún y que lo que está cayendo del cielo es lluvia de verdad, no alcohol— empiezan a emocionarse sin sospechar que la sorpresa mayor bien ahora, en el bloque IV (7c-8d), cuando el zunzún alcohólico haga su entrada triunfal en el poema.
Solo entonces, a la altura del verso 8d, llega el golpe maestro, la jugada que convierte esta décima (gracias al timonazo del enfoque temático) en una décima de calidad superior a la media. Y sorprende. Y emociona. Sorpresa y emoción provocadas por la ficcionalidad improvisada, pero también por la estructura narrativa de la estrofa (un microrrelato). Y canto el resto de la décima, los dos bloques finales, y todos ya han escuchado la décima completa:
Llueve bajo las estrellas
y cae alcohol en mi pelo
Creo que en el bar del cielo
alguien ha roto botellas.
No sé qué han hecho con ellas.
Se han roto sin hacer ruido.
Y de tanto haber bebido
llega a mi casa un zunzún
dando tumbos como un
alcohólico empedernido.
Entonces, Horacio y Marcelo se levantan y se abrazan, eufóricos, como si la décima la hubieran improvisado ellos, no yo, y a mí ni me miran. Se abrazan, sonrientes, beben un trago de ron (que me parece lluvia), dejan sobre el muro sus respectivos vasos y Horacio solo dice, hablando de mí, pero sin mirarme:
—Es el caballo.
Y Marcelo le responde, sin mirarme también, pero en voz alta para que yo lo oiga:
—¡Pulvis!
Y yo no puedo más. Me despierto entre feliz y molesto. Feliz por la buena décima; molesto por la hora. No ha sonado mi despertador esta mañana. Miro hacia afuera a través del cristal de la ventana. Está lloviendo.