Época de derrumbes la nuestra –basta echar una mirada a esta Argentina de constructores de ruinas, para confirmarlo de la manera más lúgubre-. Este texto –nunca publicado en libro-, de Macedonio Fernández es una ajustada crónica política.
En los vendavales lo primero que vuela, sin desanimarse, con toda regularidad, son los techos; más fácilmente cuando la población termina por todos los rumbos en casas. Si no hubieran sino edificios centrales, muy mitigado sería este desorden. Así es como cosa segura que la supresión de la delantera de los autos imposibilitaría a los transeúntes de darse contra ellos y estos vehículos serían usados solo por dentro.
Sin ninguna pretensión difundo estas informaciones. Pero sí es cierto que me halago de poder comunicar lo siguiente:
En cierta localidad por influencia de un municipal cuyo nombre no os perdono equivocar pese a mi modestia, organizóse tan bien el orden de partida y de llegada de los techos en las tempestades que todo perjuicio se anuló, pues si bien es cierto que no pudo impedirse que estos preciosos adornos de las habitaciones se alistaran, como siempre de los primeros en el desorden, o subversión del viento, se les había podado con medida tan exacta los aleros anualmente, junto con la poda de árboles y por el mismo personal municipal tan experto, que las azoteas expedicionarias ofrecían el espectáculo de un trabajo inútil, dado que iban cayendo sobre las casas cuyo techo acababa de volar, reemplazándolo tan bonitamente que la familia ocupante no notaba interrupción alguna en el servicio de techados.
Cuando la circulación de techos se daba por terminada, quedaba, naturalmente, destechada la primera fila de casas y descasada la última línea de techos, algunos de los cuales podían haberse asentado sobre una vaca o un peral, sin provecho comparable al que procuran cubriendo casas. Entonces por un movimiento municipal envolvente se hacía girar los techos dispersos, en una hermosa curva hacia atrás hasta que cayeran sobre las filas de las casas destapadas; a veces una tormenta del opuesto cuadrante lo hacía todo. Sólo una vez se tuvo inconveniente con esta preparación sabia; y fue que los techos de aquel municipio eminente volaron injustificadamente, engañados por un remesón de terremoto que creyeron vendaval y usurpando por error el turno de los cristales, que son los que deben romperse y desordenarse en los días en que corresponde terremoto.
La hábil fórmula de municipal preocupación que rememoro, tuvo particular premio por obra de un vecino rico y agradecido, quien regaló a la urbe un bosque; la municipalidad dispuso dotarlo inmediatamente de arbolado, pues nuestra comuna no aprobaba otro decorado, con fondos oficiales, que el constituido por plantas y no era congruente que el bosque, nuevo bien municipal gratuito y valioso, careciera de este ornato invariable de calles, plazas y jardines.