Por Rodolfo Braceli
Poeta, periodista, dramaturgo, cuentista, guionista, ensayista, Rodolfo Braceli es baqueano en todos los territorios de la palabra, como lo demuestra más de treinta libros publicados –traducidos desde el coreano al quichua-. Es autor de obras fundamentales como “ El último padre”, “Don Borges, saque el cuchillo porque he venido a matarlo”, “Escritores descalzos –que reúne algunas de sus entrevistas más célebres: García Márquez, Woody Allen, Ray Bradbury y Juan Gelman, entre otras-, “Argentinos en la cornisa”, y “Células de identidad”, por citar solo algunos títulos. Su última obra –aún inédita-, “Inventario de corazones”, cumple la epopeya de intentar el relevamiento del mayor misterio que habita la tierra: el corazón humano. A la manera de los folletines en que se publicaron algunas de las mayores obras literarias del siglo 19, “Caliban”, irá publicando esta obra maestra de la literatura argentina que aún busca editor.
Prólogo / UMBRAL
ESQUIRLAS DE CONDICIÓN HUMANA
Decimos el corazón.
La tajoquenosparió: ¿no será tiempo por fin de preguntarnos por qué no decimos la corazón?
Lo más equitativo sería decir lo corazón; pero, para domesticar este modo faltan varios milenios, con todos sus siglos, con todos con sus días y sus noches; esto, en el supuesto caso de que varios milenios nos queden con aires para respirar.
Por ahora, claudicamos a la costumbre y adoptamos para nombrarlo el bendecido masculino.
Corazón es, por lejos, la palabra más usada en cualquier idioma.
Más allá de la palabra, el corazón es un músculo voluntarioso; y es un sinónimo (de esfuerzo, de temple, de núcleo, de ánimo, de meollo, de alma, hasta de patria). Muy servicial como músculo y como sinónimo. Considerado desde los atriles de la intelectualidad y desde el sumo púlpito de la literatura, el corazón padece estigma; arrastra un prestigio al revés, desdichado: se lo asocia pronto al sentimiento y enseguida al sentimentalismo. Y se lo condena a la renovada sospecha de ser inevitable protagonista de la maldita literatura menor.
Este libro intenta inventario de sucesivos corazones distintos. Algunos de ellos laten en carne viva, otros soterradamente. Algunos hasta parece que nunca latieron. Por eso este libro estuvo tentado a cobijarse bajo otros títulos como: Variaciones sobre el corazón; o Sólo corazones solos; o Sobre corazones solos.
El caso es que, no hay vuelta que darle: aquí no se encontrará otra cosa que corazones. Qué voy, qué vamos a hacerle: lo admito, estoy condenado de antemano por los eternos prejuicios reinantes.
Gozosa víctima, a por ellos, los corazones, voy. Con el mío, no puedo impedirlo, entusiasmado.
ADVERTENCIAS, POR LAS DUDAS
Uno de estos corazones podría ser el tuyo, es decir, el mío. Con eso te digo todo.
Tener un corazón es algo que le puede suceder a cualquiera.
Les puede suceder, incluso, a los más débiles y a los muy desguarnecidos y a los fracasados y a los héroes y a los poderosos y a los hediondos. Y –si pudiera concebirse– a los infatigablemente “buenos” y a los infatigablemente “malos”.
Le puede suceder a cualquiera, eso de tener un corazón, en pleno día en plena noche.
No está de más tenerlo presente.
–En algún momento de la revinagre vida, en la mitad de cualquier noche, yo y tú, ellos y nosotros, al apagar la luz, nos quedamos mirando sin parpadear y le descubrimos venitas a la oscuridad.
Ahí es cuando empezamos a escuchar sus latidos…
parecen ser los primeros.
Aunque no, parecen ser los últimos, esos latidos.
AQUELLAS PREGUNTAS, ESAS PREGUNTAS
¿Hubo hay habrá en la Tierra de los humanos
al menos un solo corazón,
uno,
que ahogándose de soledad no haya llorado alguna vez
en la interminable noche
adentro de la oscuridad?
¿Quién puede asegurarnos¬
que, siempre,
cada uno de nosotros tiene un corazón?
¿Alguien, alguien entre ustedes,
al mirarse en el espejo pudo comprobar si tenía
el corazón justamente ahí donde dicen que lo tenemos,
a la izquierda del candor?
¿Alguien entre ustedes podría decirnos
qué tan fuerte suenan los latidos,
si dejan ecos
si quedan en la memoria del aire?
No, no traten de mirar para otro lado:
¿alguien, alguien entre ustedes,
tuvo el coraje de ponerle el oído a su propio pecho,
el coraje de darse cuenta que su corazón avisaba que estaba vivo?
Pero,
¿y si resulta que el mentado corazón
es sólo una expresión
de deseo?
De todos modos, piedad para la sed de nuestro vértigo: admitamos que quien más quien menos, por el solo hecho de haber sido arrojado a la intemperie de esta absurdidad, quien más quien menos merece llevar puesto en el pecho o en donde seaun corazón. Que es como decir una campana de sangre.Y merece saber que ese corazón es cierto; y que no nos abandonará ni en las buenas ni en las malas, aun cuando nos vea desnudos y derrotados y descalzos condenadamente desolados durante esta irrevocable intemperie.
ESQUIRLA -SEMILLA- MEMORIA
Se encontrarán en este inventario hilachas de gastados retazos humanos que están lejos de merecer un sitio en los catálogos de lo aceptado como estelar o como lo primordial. Pero me permito contradecir las convenciones de todo catálogo. Creo –o quiero creer–que hasta en lo vulgar de la mera anécdota, hasta en el recodo más imbécil de la banalidad podría llegar a alojarse alguna especie de esquirla y, adentro de ella, la semilla de un germen reanudador de vida. Las semillas al voleo suelen estallar sorpresas. Felizmente, las semillas son de incontrolable destino, siempre.
Esquirlas somos. Si decimos que esquirlas somos, damos por aceptado que no estamos, que ya fuimos. Esas esquirlas de condición humana tal vez, en algún perdido instante, en el desmesurado océano del futuro, ¿servirán para coagular nuestro próximo eslabón perdido? El eslabón entre nosotros y algo que, por ahora, denominamos vida y que, en el futuro, vaya a saber con qué palabra nos será denominado.
¿Es presuntuoso o ingenuo imaginar o suponer esto del eslabón hacia adelante?
¿Es de soberbio o de pavote esto de presentir algo reanudante después de atravesado el umbral del apogeo del autoexterminio?
¿Es descabellado, es delirante, es patético, es de inefable pensar y sentir que el abismo puede ser sembrado? ¿Que el final tiene un después y el después un luego?
Presuntuoso, ingenuo, soberbio, pavote, descabellado, delirante, patético, inefable, quién sabe…
Quién sabe si en el moco hecho costra de un humano analfabeto y hambriento, desgajado, acaso late un germen, una tenaz bacteria de memoria que reanudará la rueda de la vida en el después del final consumado. Quién sabe.
El caso es que uno, alzado por el siempre inexplicable entusiasmo, se aferra a la suposición de que tal vez somos portadores de esquirlas destinadas.
A esta altura del desastre, no hay más remedio que afrontar las preguntas:
¿Esquirlas de qué, esquirlas de quién?
Demasiada pregunta. Pero, tarde para huir:
¿puede una esquirla devenir semilla escondida?
Imposible disimularlo: la pregunta esconde afirmación, es decir, irreparable esperanza. (Disculpen, no era la intención.)
¿Así que esquirlas de la condición humana?
¿No será demasiado pretencioso considerar que ya no somos, que fuimos?
Lo cierto es que caemos en la tentación y pronto nos encontramos en la búsqueda de esos momentos menudos pavorosamente insignificantes.
¿Y a qué viene esta obsesión?
A que la esquirla menos pensada puede ser portadora de una íntima semilla.
Con la siguiente secuencia caemos en la tentación de la ilusión. Pero lo dicho: podría ser que ciertas esquirlas aniden ciertas semillas; y en esas ciertas semillas palpite una gota de memoria. De porfiada memoria que no se resigna.
Esas gotas, ¿querrán por un acaso vadear el apocalipsis conseguido?
Precisamente, estas esquirlas, anidando semillas memoriosas, ¿serán el coagulante de lo desconocido y diferente que nos vendrá?
Démosle una chance más al azar de las esquirlas. Vaya uno a saber cuál de esos momentos, encarnados en corazones menudos, obstinados, caprichosos, deviene semilla. A esa posibilidad, ¿quién puede afirmarla y quién negarla?
Con un puñado de estas esquirlas de condición humana (con las tuyas, con las nuestras) se podría suponer, ya consumado un futuro espantoso y vacío –espantoso, además, por vacío–, suponer, digo, una cantidad de porfiados corazoncitos caprichosos poblando una especie de pesebre reanudante de Vida, o de algo que la remplace en el desmesurado cosmos.
¿Cuándo?
Lo dicho: después del final consumado, después de la ceniza, en el pleno ni de la Nada.
Aunque la respuesta a tanto desvarío fuese un NO rotundo, no hay caso, ya la pregunta brotó y anida insoslayable esperanza.
(Disculpen nuevamente. No era la intención.)
DIOS, ¿ANIDA CORAZÓN?
Cuando pronunciamos esquirlas, estamos hablando de la insinuación de atisbos. En este inventario, las certezas estallan descuartizadas antes de semillar. Es muy escaso, paupérrimo, lo que podemos dar por seguro. Entre esas fugaces certezas, algunas como la siguiente:
Que no hay corazón que al comienzo y al final del día no esté solo.
Que todos los corazones son iguales; pero no hay un solo corazón solo que sea igual a otro.
Que no sabemos si Dios existe, pero aun admitiendo la cómoda certeza de esa existencia, nunca terminaremos de saber si el supuesto Dios incluye corazón.
En fin, vamos viendo: en todo caso certezas preñadas de incertidumbre, como esta, nos derivan en más y más absurdidad:
si en verdad Dios anida corazón, Dios no existe. Porque,¿cómo haría Dios para compatibilizar el corazón con los desquicios, con las atrocidades que le suceden a la Vida de este mundo?
((
La posibilidad del suicidio, y un vaso de agua, no se le niegan a nadie.
Resulta que estamos encarnizados en conseguir-nos el apocalipsis, o, si se prefiere, el Sumo Holocausto. Tal vez en esto consista nuestra postrera y gran contribución a la ecología del cosmos; porque el cosmos ha de tener su código para darse la suprema armonía, lo que le falta y lo que le sobra.
¿Será que nosotros, los humanos, le estamos sobrando al universo?
¿Será que emanamos una hediondez moral incompatible con lo otro que flota y sucede en la inconmensurable vastedad?
¿Será que hacemos bien en desaparecer del Gran Mapa?
No hay caso, no podemos hacer pie en las certezas, enseguida las certezas nos estallan en las narices; salvo una que resulta muy difícil de negar: y es que estamos emperrados en la autogestión de otro Big Bang.
¿Dije ya que las esquirlas póstumas podrían esconder, atesorar, semillas?, ¿y que ciertas semillas podrían ser portadoras de gotas de memoria?, ¿de memoria para reanudar, en el abismo desfondado de un futuro descabellado, la rueda que suponíamos sumamente eterna, la rueda del vivir?
Sé que lo dije, y sé que impunemente lo estoy repitiendo.
Nuevamente: piedad, sepan perdonarme la esperanza.
De corazón lo escribo: no fue adrede; juro que esta vez la esperanza me salió sin querer.
))