jueves, 26 de marzo de 2020

ENTREVISTA DE MIGUEL BRIANTE A JUAN RULFO


                                       
  

                        JUAN RULFO. EL silencio interrumpido

El miércoles 26 de junio de 1968, Miguel Briante —prosecretario de Confirmado— llegó a la ciudad de México con un solo propósito: entrevistar a Juan Rulfo. Reynaldo Orfila Reyna –director de la Editorial Siglo XXI —se limitó a mostrar un mensaje garabateado en un sobre, con e l que Rulfo contestaba al cable previamente enviado desde la Argentina: “Estoy enfermo. Le agradezco su preocupación. Ya le avisaré cuando todo esté bien”. Era el jueves, de mañana. Por la tarde, un mensaje lacónico comunicó: “Estaré listo para la entrevista mañana a las nueve de la noche”. A las 21,30 del viernes, en el domicilio de Orfila Reynal, el poeta Gabriel Zaid dijo: “Ya me parecía, no viene”. A las 21,34 el novelista Fernando Del Passo miró hacia la puerta que se abría y dijo: “Buenas noches maestro, tanto tiempo”. Aquí va la nota de Miguel Briante.


                                                                      LA HISTORIA (I)

Hay un amanecer o una noche, en la vida de Juan Rulfo, que se define por la llegada de un cuerpo cruzado sobre un caballo, “y envuelto en un petate”. Hay varias muertes más a su alrededor, y tal vez las cuente y tal vez no las cuente a lo largo de esta charla. Hay, antes, un abuelo terrateniente y después un padre que administraba una hacienda, “pero que en realidad no era gente de campo”, y hay una abuela que presentía la muerte. Pero él, para la síntesis prefiere contarlo así:

Nací en un pueblo del Estado de Jalisco, nombrado San Gabriel, más o menos al sur de Guadalajara, la capital del estado. Y viví allí hasta los diez años. Es uno de esos pueblos que han perdido hasta el nombre. Ahora se llama ciudad Venustiano Carranza. Ahí viví, con una abuela mía; y mis hermanos, hasta que mataron a mi padre. (Hasta poco después que su padre, ese cuerpo envuelto en un petate, llegara, cruzado sobre el caballo, muerto por la espalda). De ahí pasamos a un orfanatorio y allá estuve hasta la edad, más o menos, de 16 años. Es decir, hasta que estalló la huelga de la universidad. Quiero decir: hasta los 14 en el orfanatorio, hasta los 16 en Guadalajara. La huelga estalló casi el mismo día que entré yo, y duró como año y medio. Debido a eso me fui a la ciudad de México, a proseguir los estudios. Se suponía que iba a estudiar la carrera de abogado, que mi abuelo era abogado, y alguno tenía que usar su biblioteca. Pero había pasado mucho tiempo, y algunas materias las había olvidado. No pude pasar el examen extraordinario a que nos sometían. Así que tuve que trabajar.

Eso fue por 1936. Rulfo había nacido en mayo de 1918.

                                                                           LOS LUGARES

La verdad, Juan Rulfo rehúye las preguntas sobre su obra. Como si quisiera taparla, como si no le importara. Parece capaz de hablar horas y horas, vigilando el grabador de reojo, sorteándolo. Cuando enfrenta el micrófono, no hay manera de hacerle preguntas directas; se entiende que ya no caben preguntas sobre estructura o lenguaje, sobre técnica literaria. Los lugares y los hombres son la carne de Rulfo, su armazón; de eso puede hablar horas, soltarse por ese rumbo con la palabra justa, campesina, y el gesto irónico, el adjetivo casi mortal. Se le puede preguntar, por ejemplo: “¿El día que mataron a su padre —Rulfo tenía seis años— fue la primera vez que usted vio la violencia de cerca?”. Y ahí está Juan Rulfo, el narrador:

Bueno, yo ya la había visto. Fue, es una zona, hasta hace poco tiempo, una zona violenta. En realidad, casi toda la tierra caliente del país es violenta ¿no? Ahora, nada más se ha quedado un poco concentrada en el Estado de Guerrero. Pero antes, Michoacán, Jalisco, otros estados, los sitios por donde cruza la tierra caliente, eran zonas de mucho conflicto. Hay explicaciones. En primer lugar, son zonas muy aisladas. La tierra caliente le da una característica a la persona muy especial, en donde importa muy poco la vida. Por lo general, las gentes que viven en ese suelo tienen “el mal del pinto” —allá le llaman Chiriua—, tienen las manos pintas. Entonces, eso mismo les crea un complejo de que…, pues, son tipos que no les importa que los maten en cualquier momento ¿no? Y al mismo tiempo el clima, siempre caliente, porque es una zona que está entre el altiplano y la sierra. Es tierra baja, sin brisa. Y el calor, el bochorno, la misma miseria que sufre esa gente, pues creo que causan el carácter violento. A menos, no hay otra explicación ¿no? La otra razón es que ésa es zona despoblada; la gente o se ha ido hacia la costa o se ha ido hacia el altiplano. O ha emigrado a los Estados Unidos. Así son esos pueblos de la tierra caliente, los de Jalisco. Y así los hombres, pues, así son.

Y se le puede preguntar: —Usted se acuerda de la muerte de su padre —como para que siga hablando.

Y él dirá:

Me acuerdo, sí, me acuerdo —como para no hablar más.

                                                       LA OBRA: EL LLANO EN LLAMAS.

Hay fragmentos de la historia de Rulfo que promueven a las preguntas directas; como ese recuerdo suyo que ubica una guerra —la de los cristeros— en sus años del pueblo. La guerra de los cristeros me tocó a mí, parte en mi pueblo y parte en Guadalajara, entre el 26 y el 29. Las primeras guerrillas me tocaron en el pueblo.

Y enciende uno de los negros a mitad de camino entre el cigarro de hoja y el cigarrillo —como si ya previera la pregunta—. “Lo que usted ha escrito pertenece de algún modo a la experiencia que usted tuvo durante esos años”, como si ya estuviera empezando a contestar:

Fíjese usted: nada pertenece a nada. Se le quita todo, nomás, y queda el mero fondo. No, es que no son vivencias personales —hace como que miente—, son todas imaginaciones. Pertenecen hasta un cierto punto la ubicación de los lugares ¿no? Quizá usted habrá observado: no tienen fisonomía los personajes. Y no están caracterizados porque no los conozco. Nunca he visto a esas personas. No sé exactamente cómo tienen la cara.

¿Para usted forman parte del paisaje?

Forman parte de una conciencia, de un modo de pensar, de una mentalidad que tal vez existe ¿no? Pero no la logro localizar bien.

Usted, Rulfo, empezó a escribir a los 18 años, ya en México. ¿Qué fue lo primero que rescató de su obra?

Bueno, entonces escribí una novela más o menos larga, sobre la soledad y esas cosas. Pero no me gustó, no creo haber rescatado nada de eso. Parece que una revista, hace muchos años, publicó un fragmento, como un cuentecito, de todo eso. Pero lo demás lo tiré. Yo lo primero que publiqué fueron cuentos, en una revista que hacíamos con Arreola, donde pagábamos cada cual su colaboración. Ahí publiqué: “Nos han dado la tierra”; y luego “Es que somos muy pobres”. Esos pasaron a El llano en llamas.

El libro está organizado de alguna manera especial; ¿de acuerdo al tiempo en que los escribió, por ejemplo? El cuento que lo inicia, “Macario”, ¿por qué época lo escribió?

Fue más o menos de la primera época. Fue al principio como podría haber ido al final; en realidad lo organizaron los editores, creo.

¿Había algún autor que usted prefiriera, por aquella época?

Sí, los escritores rusos de la literatura presoviética o casi soviética. Ya había leído a Dos Passos, pero los norteamericanos —Poe sí, claro— no se conocían por entonces. Pero lo que yo elegía eran Knut Hamsun y Lord Dunsany esos Cuentos de un soñador.

En ese tiempo, muy pocos escritores habían logrado arribar al lenguaje que usted consiguió, digamos “mexicano”, o americano. ¿El de ustedes era un movimiento literario?

Mire, no sé si sería un movimiento. Creo yo que era una idea. Yo, personalmente, escribía de una forma muy rebuscada, casi declamatoria ¿verdad? Y traté de evitar ese idioma, y me ejercité en la forma del lenguaje que había oído hablar cuando era muchacho. Pensé que debía ejercitarme para defenderme de la retórica, llegar a lo simple. Y utilizar personajes que tengan un lenguaje muy reducido, que no me exigieran frases de esas rebuscadas, ajedrezadas ¿no? Y caí en lo simple, digo que caí en la simpleza, total. Y ahora, pues, no puedo salir de ahí. Creo que me estaba llenando de retórica por andar en la burocracia. Me estaba empapando de ese modo de hablar, de ese modo de tratar todas las cosas.

                                                                          HISTORIA (II)

-Así que tuve que trabajar. Dejé los estudios porque a mí no me jalaban las leyes. Empecé a trabajar como agente de inmigración, en la secretaría de gobernación. Sí, pescaba extranjeros. Perninicioooosos. Primero aquí, en la ciudad de México. Después tuve que salir: estuve en Tampico, en casi todo el país. Llegué a Guadalajara, otra vez. Los agentes de inmigración revisaban el documento de los extranjeros. Los que estaban ilegalmente en México, los que habían cometido algún delito. Entonces se los busca y se los deporta. Total: una tarea policíaca. Era molesto, pero la gente agradable. Además había mucha libertad, porque usted estaba comisionado en un sitio, pero de allí podía movilizarse fácilmente porque, como había columnas volantes, que abarcaban todo el país, uno se iba de una parte a otra. Fue un largo viaje de unos dos, tres años. En realidad, por aquella época, cuando vinimos de Guadalajara a México, no había trabajo. Todo era burocracia.

-Entonces Rulfo debió acomodarse a la burocracia ¿no?

-Entré a los 18 a Inmigración; después recién a los 32 años, entré en una compañía fabricante de llantas de hule.

                                                   LA OBRA: EL LLANO EN LLAMAS

Entonces se propuso eso: aproximarse al lenguaje hablado, alejarlo de la retórica. Buscar personajes a los que pudiera darles tratamiento más simple, dice. Y hubo un cuento clave: “Nos han dado la tierra’”. Hasta que llegó a “Macario”, que es otra cosa. Porque en todos los pueblos hay un loquito y entonces, entrar en el monólogo del personaje, significaba dar otra clave. A lo mejor buscaba un lenguaje más primitivo, aún, más elemental. No sabe. Sabe que le fue válido utilizarlo pero que al mismo tiempo descubrió que era demasiado fácil: Porque una vez que se entraba en una mente desquiciada se tenía demasiada libertad, se podían dar saltos y saltos totalmente arbitrarios. El se dio cuenta: había llegado a ser muy largo ese cuento. Corrigió; ¿qué busca Juan Rulfo cuando corrige?

-Llegar al tratamiento que me he asignado. No es una cuestión de palabras. Siempre sobran, en realidad. Sobran un qué o un cuándo, está un de o un más de más, o algo así ¿no?

-Y una vez que entró en la técnica, la desechó, por fácil. Porque una de las características de Rulfo es el rigor, que no es lo mismo que la pobreza. Basta leer sus cuentos, para darse cuenta. Le parece fácil, como en “Macario”, la fluencia del pensamiento, como le parece fácil cualquier estructura ya usada. Aunque él no se propuso eso de ser riguroso.

-Le puedo decir que los cuentos son casi espontáneos o naturales. Si no están desarrollados como están imaginados —cosa difícil, siempre— más o menos se puede decir, de la versión final, que eso era lo que yo quería decir.

-No hay ambigüedad en ninguna de las historias. A excepción de una que otra que tal vez no tenga importancia. A pesar de que ninguna debe tener importancia, en realidad. Él, de sus cuentos elige “Luvina”: porque allí el monólogo está hecho en otra forma; allí el monólogo se enfrenta ante un oyente, el hombre está hablando. Claro que el que escucha no interviene para nada; el que habla relata al que oye sus propios movimientos ¿no? —¿Y no es “Luvina” un anticipo de Pedro Páramo?

-Bueno, yo creo que sí. El clima ya está allí, un poco dado. Pero es que Pedro Páramo venía desde antes. Estaba, ya, casi se puede decir planeado. Pues, como unos diez años antes ¿no? No había escrito una sola página, pero le estaba dando vueltas en la cabeza. Y hubo una cosa que me dio la clave para sacarlo, es decir, para desenhebrar ese hilo aún enlanado. Fue cuando regresé al pueblo donde vivía, 30 años después, y lo encontré deshabitado. Los lugares (II) Es un pueblo que he conocido yo, de unos siete mil, ocho mil habitantes. Tenía 150 habitantes, cuando llegué ¿no? Entonces, las casas aquellas inmensas —es uno de esos pueblos muy grandes ¿no?, las tiendas ahí se contaban por puertas, eran tiendas de ocho puertas, de diez puertas— y cuando llegué las casas tenían candado. La gente se había ido, así. Pero a alguien se le ocurrió sembrar de casuarinas las calles del pueblo. Y a mí me tocó estar allí una noche, y es un pueblo donde sopla mucho el viento, está al pie de la sierra madre. Y en las noches las casuarinas mugen, aúllan. Y el viento. Entonces comprendí yo esa soledad de Comala, del lugar ése. El nombre no existe, no. El pueblo de Comala es un pueblo progresista, fértil. Pero la derivación de comal—comal es un recipiente de barro, que se pone sobre las brasas, donde se calientan las tortillas—, y el calor que hay en ese pueblo, es lo que me dio la idea del nombre. Comala: lugar sobre las brasas.

-Pero, ése es su pueblo.

-Sí, es y no es. Es el lugar. Pero no son las casas, no son las gentes. No son nada.

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