En diciembre de 1967, la
revista venezolana
Zona Franca publicó en su Nº52,
la siguiente entrevista.
Alejandra Pizarnik: A
usted, Roberto Juarroz, corresponde decidir acerca de la probable o
improbable validez de un diálogo sobre la poesía, que consista en
preguntas (lleven o no los signos convencionales de interrogación) y
en respuesta.
Roberto Juarroz: Creo
que un diálogo sobre la poesía debería estar hecho de preguntas y
presencias, no de preguntas y respuestas. La poesía es pregunta y
llamado. Tal vez sería preciso inventar un diálogo de preguntas, o
por lo menos un diálogo de llamados y presencias. Pero ¿cómo
encarnar un diálogo de esta índole? De la misma forma en que se
puede encarnar lo poético. Así, podríamos también sospechar,
acaso, que el hombre, en general, más que hacer preguntas, en última
instancia formula llamados, llama a alguien o a algo. Un diálogo de
esta clase se encarnaría, entonces, localizando o sintonizando
algunos núcleos donde sea posible concentrarse y entusiasmarse.
A.P.: Vivo
el poema como una explosión por debajo del lenguaje. Descubro aquí
cuatro elementos básicos: explosión, ser, lenguaje y debajo.
Podríamos acercarnos a ellos diciendo lo anterior de otro modo: el
poema es la expresión abrupta de una realidad fundamental que se
genera a través de las posibilidades subyacentes de la expresión
verbal y no solo por medio de su capacidad significativa inmediata.
Destaco este párrafo de “La poesía, la realidad, la poesía” ,
pues alude a un proceso espiritual que al tiempo que se halla a igual
distancia de la inconsciencia poética que del “laboratorio” de
los poetas circuladores, recuerda el título artaudiano de un ensayo
que usted publicó hace unos diez años: “Aproximación
a un lenguaje total”.
Esta es mi pregunta: ¿de qué manera no separa eso que llaman fondo
y forma?
R.J.: La
realidad nace aquí, en el espacio poético, con la forma. En cuanto
al título de mi ensayo –Una
aproximación al lenguaje total–
aún lo siento vigente. He meditado qué quise decir con ese título.
Un lenguaje sólo puede ser total, cuando equivale al ser. ¿Puede un
lenguaje equivaler al ser? Únicamente si engendra al ser. Permítame
citar otra línea del trabajo que acaba de mencionar: La realidad
está donde queremos que esté, donde somos capaces de engendrar una
forma.
A.P.: Entonces
usted, fervoroso de Nietzsche, creerá con él que se es artista a
condición de sentir como un contenido, como la cosa misma, lo que
los artistas llaman la forma.
R.J.: Es
así, perfectamente, y esto va mucho más lejos que Hebbel cuando
escribía, aún tímidamente: Hay también una profundidad en la
forma.
AP.: Sus
consideraciones acerca del lenguaje total implican una creencia
(también total) en los poderes de la palabra. Tanto esas
definiciones como el fragmento de “La
poesía, la realidad, la poesía”
formularían una suerte de profesión de fe religiosa, sólo que
usted se refiere a una trascendencia por el lenguaje, exclusivamente.
Esto convoca la conocida conjunción de los términos poesía y
religión, a la que recurre, cada vez más abusivamente, la crítica
literaria de nuestro idioma. Cabe recordar, sin embargo, que el
ejemplo más “salvaje” lo proporcionó Claudel al intentar
definir a Rimbaud.
R.J.: Conviene
insistir en lo siguiente: la santidad del poeta es su lenguaje. Pero
subamos otro escalón: la visión del poeta es su lenguaje. Otro
escalón: la salvación del poeta es su lenguaje. Otro escalón: la
divinidad del poeta es su lenguaje. El poeta sólo puede concebir un
dios verbal, que de ninguna forma es menos real que cualquier otro.
En cuanto a la definición de Claudel, es “salvaje”, en efecto,
pues para el místico Dios y su nombre son dos cosas distintas; para
el poeta son la misma cosa.
A.P.: Hemos
rozado la noción de santidad. ¿Encuentra correspondencia entre ella
y la poesía?
R.J.: Únicamente
con una paradójica santidad que fuera tan santa que se olvidara del
bien y del mal. Creo que no se debe confundir con cierta idealización
del mal que es otra forma de la ética convencional y utilitaria. Tal
vez la confusión reside en postular una ética del hacer y no una
ética del ser; y la única ética del ser es la intensidad.
A.P.: ¿Y
si alguien le preguntara qué entiende por intensidad del ser?
R.J.: Más
ser.
A.P.: ¿Y
cuál sería, aquí, la función de la poesía?
R.J. Engendrar
más ser a través del lenguaje. O sea una de las formas óptimas de
la ética del ser.
A.P.: Esto
nos lleva de nuevo, y siempre, al lenguaje.
R.J.: La
única fidelidad que se le puede exigir al poeta es la fidelidad a su
lenguaje. Lo que se llama estilo es la culminación de esa fidelidad.
Cada uno es su lenguaje.
A.P.: Borges
ha escrito que la realidad no es verbal…
R.J.: Prefiero
el comienzo del Evangelio según San Juan: En el principio era el
Verbo…
A.P.: Mucho
se habla de la soledad en la literatura argentina. Acaso se hable
demasiado de la soledad. No obstante, más cerca de lo real se
hallan, a lo menos para mí, estasfrases de un poema de Michaux:
Je suis habité; je parle a
qui-je
fus me parlent (…)
On n’est seul dans sa peau
fus me parlent (…)
On n’est seul dans sa peau
R.J.: La
soledad es un engaño. O una forma de soledad. El ser sano no está
solo. Pensar no es soledad. La poesía no es soledad: no hay poesía
sin presencias. En una ocasión, Antonio Porchia me dijo:” La
compañía no es estar con alguien sino en alguien”.
A.P.: También
es cierto el revés de la frase. Nadie menos encerrado en la soledad,
por ejemplo, que el eremita en el desierto, puesto que en él reside
una presencia que no cesa de estar (o de ser) presente.
R.J.: Así
es. En cuanto a la poesía, sería una forma de estar en el mundo y
de reconocer el mundo en uno. Y más: la poesía está acompañada de
una profunda sensación de participar del mundo y del mundo
participando en uno.
A.P.: ¿Al
punto de cambiarlo?
R.J.: Lo
real no cambia. Sólo nos muestra distintos aspectos, siempre. Por
eso me seduce profundamente la idea de Klee de que lo visible en
relación con el mundo total es sólo un ejemplo de lo aislado.
A.P.: Usted
nombró a Klee y yo voy a preguntarle acerca de las conexiones entre
la poesía y la pintura. Para mí, se trata de una correlación
evidente; y lo es porque entre otras cosas, el poeta comparte con el
pintor la necesidad ineludible de hacer existir los objetos de su
espíritu (imágenes, representaciones), los cuales exijen, a fin de
existir con entera plenitud, la máxima precisión. De ahí la
imposibilidad, tanto para el poeta como para el pintor, de prescindir
de la contemplación.
R.J.: Siento
que el poema consiste en dejar que una imagen produzca ondas en uno
como si la imagen poseyera una iniciativa que es preciso no vulnerar.
Por eso alguna vez me he referido a la fidelidad, al núcleo de
visión del cual nace un poema. Cada núcleo de visión tiene sus
leyes propias. Pienso que Octavio Paz se refería a algo de esto
cuando, hace poco, comentando un poema que le enviara, me escribió
que él lo llamaría concéntrico. Por eso es fundamental la
contemplación de la imagen a que usted se refiere. Ahora bien: la
imagen no sólo sería exclusivamente la reunión de dos elementos
provenientes de la fantasía o de la sensibilidad sino también el
encuentro imprevisto entre dos ideas, puesto que hay una plasticidad
propia del pensamiento así como hay una plasticidad de lo pictórico.
A.P.: Prosiguiendo
con el mismo asunto, conviene completar la figura dialéctica. La
poesía (Hegel la ubicó perfectamente en relación a las demás
artes) reside en el tiempo. O, más precisamente, el tiempo es la
sustancia de que está hecha (en esto nos parecemos a cualquier
poema). Es obvio que los objetos espirituales a que antes me referí
no están como yacentes en espera de que los eternicen en alguna
“naturaleza muerta”, sino que fluyen, y distintamente, es decir
según el ritmo de cada poeta. Por supuesto que al decir ritmo no
quiero decir música ni rima ni Verlaine. En fin, le pregunto acerca
del tiempo del poema, del tiempo en el poema.
R.J.: Así
como la ciencia ha accedido por fin a una noción que trasciende las
habituales categorías de espacio y tiempo y nos habla de un
espacio-tiempo, la poesía, y con ella todas las artes, son otra
forma de relativizar esas nociones. Por eso yo preferiría hablar del
espacio-temporalidad del poema, parecida a la de los sueños. Para
comprender esto tendríamos que responder a preguntas como: ¿cuál
es el espacio del pensamiento? ¿cuál es la duración de la
distancia? ¿cuál es la memoria del olvido?
A.P.: Una
vez oí que un niño preguntaba a dónde va el tiempo que pasa. ¿Qué
le hubiera respondido?
R.J.: A
jugar que fue.
A.P.: Su
referencia a los pensamientos visuales –y, sobre todo, su propia
poesía –declaran que usted es un poeta que vive el pensar. Pero
también la conjunción entre el pensar y la poesía sugiere toda
suerte de asociaciones mentales confusas, sobre toda en la literatura
de nuestro idioma, donde raramente se discierne la sutil distinción
entre pensar y pensar. ¿Qué le sugiere esto?
R.J.: Justamente,
nuestro amigo Julio Cortázar aconseja, en sus “Instrucciones para
subir una escalera”, acerca de la conveniencia de no confundir el
pie con el pie, si en verdad se desea subir una escalera y arribar al
término de ella. Y Heidegger, por su parte, ha escrito:” La
ciencia no piensa”. Creo que ambos suscribirían la afirmación de
que la poesía piensa, lo cual se complemente con una frase de
Lichtenberg que usted me dijo alguna vez: “Debería decirse
“piensa” así como se dice “relampaguea”. Pienso que por allí
andaba también Macedonio Fernández con su “poesía del pensar”.
A.P.: La
última pregunta. ¿Por qué los poemas que usted viene publicando,
sea en revista o bien en libros, llevan el título unánime de Poesía
vertical?
R.J.: Pensé
en una dimensión del pensamiento tan concreta como si tuviera peso,
tan distante del discurso intelectivo como un cuerpo de un fantasma.
La poesía es lo contrario de la abstracción, tal vez el
cumplimiento de aquella línea de uno de mis poemas: Hay pensamientos
que debieran culminar en un gesto de su misma sustancia.