lunes, 24 de agosto de 2020

A 87 AÑOS DEL NACIMIENTO DE OLMEDO. Entrevista de Rodolfo Braceli.

 


Setiembre de 1986. El gran cómico tocado por la gracia de la Gracia me concede un reportaje en el que dice, absolutamente, lo que le da la gana. En realidad emerge un anti-reportaje. Muy al pasar, en algún recodo de la charla, Olmedo anticipa una imagen que tal vez prenuncia su muerte, su caída desde aquel décimo piso en Mar del Plata.


Hace veinte años, Alberto Olmedo tenía veinte años menos. De edad. Si esto queda claro, prosigo. Hace veinte años yo hacía esto, que llamamos periodismo, en Mendoza. Un día Olmedo bajó a la provincia: venía con un espectáculo para chicos, con su Capitán Piluso. Le hice dos entrevistas: una para la radio, otra para un diario. Entonces Olmedo no comportó como un pedante, ni como un histérico malhumorado pero, de todas formas, sentí que a este hombre los reportajes no le importaban un comino. En realidad, ni medio comino. Ahí empecé a admirarlo Debo confesarlo: las muy muy muy escasas gentes que se cantan en los reportajes-no sé bien por qué- me parecen seres superiores.

Veinte años después, un Olmedo ya convertido en personaje nacional afronta otro reportaje con un fastidio prodigioso. El sitio acordado: las canchas de tenis que hay debajo de las faraónicas autopistas de la ciudad de los Buenos Aires. Doce del mediodía. El sol raja el asfalto. Alberto Olmedo no ha llegado, según lo que nos prometió con un nada disimulado desgano. El barullo de los autos resulta infernal. A las doce y media, de repente aparece. Camina rápido, con un bolsito. Lo voy a saludar, pero mira a ninguna parte. No se aleja demasiado. Se sienta a medio metro, en la mesa de al lado. Me acerco a Olmedo y empiezo a explicarle que allí estamos para hacerle la entrevista ya convenida. Olmedo, sin el menor gesto, mira con la ambigüedad de un ciego. Me siento como si estuviera pedaleando sin cadena. Insisto:

- Perdón, Olmedo, Olmedo...

-¿Quién llama?

-Olmedo, escúcheme, vengo a hac...

-No, no estoy. Me fui esta mañana y no vuelvo hasta la noche.

(Hago lo que tengo que hacer: me doblo riéndome a carcajadas. Olmedo sigue mirando el cosmos. Cuando mi risa se calma, vuelvo a insistir...)

-Olmedo, usted dirá. Aqui estamos con el fotógrafo para hacerle lo más rápido posible un reportaje.

-Ah, disculpe. No había visto la máquina fotográfica. Ustedes son del diario.

-No, Olmedo, de ningún diario. Somos de una revista.

-Ah, qué bien. Metale entonces. Que yo tengo que ir a jugar al tenis.

- Así que usted juega al tenis acá? ¿Cómo hace para concentrarse en medio de este quilombo?

-Este es el lugar ideal para practicar tenis. Hasta Guillermo Vilas vino a entrenarse aquí. Quien consigue concentrarse aquí, es un campeón. Después le resulta una pavada conseguir la concentración en los torneos.

- ¿Así que jugador de tenis?

- Más o menos, más o menos. Si quieren divertirse me pueden ver enseguida.

(Olmedo se levanta con el bolso y entra en el rectángulo de piso de ladrillo. Allí saluda a su instructor y comienza a hacer ejercicios de precalentamiento. Esto promete ser desopilante. No puedo disimularlo. Ya me estoy riendo. Olmedo me mira y yo no puedo hacer nada. Haga lo que haga, este tipo hace reír. Olmedo completa sus ejercicios subiendo las piernas muy alto. Y empieza el peloteo y enseguida el partido de dobles. Enfrente de Olmedo están sus hijos. Lo que sucede a continuación, por un tiempo que casi redondea la hora, es increíble. Olmedo maneja casi todos los golpes: tiene potencia, tiene justeza, técnicamente es más que aceptable. Juega al tenis como juegan los que saben. Y con gran resto físico. Juega con el mismo ritmo de sus hijos, veinte años más jóvenes que él. En fin. Olmedo tenista me deja pasmado. Tras el fiasco, volvemos para retomar el reportaje. Me dice:)

-¿Y? Cuando quiera hágame las preguntitas para el diario.

-Para la revista.

-Para donde sea, déle. Eso sí, no me venga con que me quiere hacer un "reportaje diferente". Ya me los hicieron todos. Todos.

-¿Todos?

-Todos. Falta que me hagan una nota en bolas. Aunque no, ya me escracharon en bolas. Hasta eso.

--Pero nunca, Olmedo, le habrán hecho una nota en la que aparece tocando el violín con una guitarra.

-No vaya a creer... Me parece que hasta me hicieron tocando la flauta. No la flauta dulce, sino la flauta salada.

-No hace falta ser muy agudo para darse cuenta de que usted está un tanto aburrido de las entrevistas.

-Aburrido no, ipodrido!

-En tal caso, Olmedo, haga o diga lo que se le dé la gana. Para que voy a preguntarle esto o aquello.

-Bueno, si me da la oportunidad de decir lo que me da la gana, aprovecharía la ocasión para preguntar yo.

-Adelante. Usted tiene la palabra

-Mire, escuche, acerque el grabador: estoy harto, repleto, podrido de que vengan los periodistas y me pregunten siempre lo mismo: Olmedo, por qué los programas cómicos no se renuevan? “Señor Olmedo, ¿por qué la televisión tiene tan bajo nivel? Señor Olmedo, ¿por qué no surgen y se le dan oportunidades a los nuevos libretistas?" Y ahora, ya que me viene al pie, soy yo el que hago las preguntas: señores periodistas: ¿por qué los diarios y revistas hacen siempre las mismas notas a los personajes?... ¿Por qué siempre joden y joden a los mismos tipos y tipas?... ¿Por qué no hay ideas nuevas?... ¿Por qué no hay periodistas nuevos?... ¿Por qué no se retiran y dejan que les pasen por encima las generaciones nuevas?... ¿Por qué, de vez en cuando no se van a mismísima mierda? Éstas son las preguntas que yo hago en el santo día de la fecha. Adelante. Cambio.

--Fenómenas sus preguntas, Alberto. Pero, ¿cómo respondería a las que se refieren a la televisión y a su profesión?

- (Lanza una carcajada-graznido.) Más cerca su grabador, por favor. Yo respondo así: a las nuevas promociones, a las nuevas generaciones de actores, de comediantes o de lo que sea... ¡esta para ellos! Nosotros seremos unos inservibles, de acuerdo, pero tenemos que seguir prendidos al queso hasta que Dios lo permita, así pasen ochenta años, así pasen cien años. No, señor ¡nada de dar oportunidad a los jóvenes que vienen detrás! ¡Ni por error! (Otra vez larga la risa-graznido, con los ojos desorbitados. Y se acomoda una corbata ilusoria.) .

-A la vista está: intentar otro reportaje con usted es algo que huele a ridículo. Me rindo.

-No son las preguntas, no son los reportajes, no son los tipos que vienen lo que me molesta.

-Agradezco su esfuerzo por ser cordial, Olmedo. Pero, si no le molestan las preguntas y los entrevistadores, ¿qué es lo que en el fondo le molesta?

-En el fondo, y en el living también, me pasa esto: cada vez que acepto un reportaje lo siento como un trabajo. Como otro trabajo. Un trabajo que, además, nadie paga. A ver si me explico: encima de que me hacen trabajar fuera de mi trabajo, sin tirarme una moneda, encima vienen y me obligan a pensar, ja pensar!

--Eso es imperdonable.

-Muy imperdonable. Imagínese, yo tengo la cabeza quietita, en poso absoluto, y viene una entrevista y tengo que ponerme a pensar. ¿Es justo hacer eso con un cristiano?

- Tiene razón, es un crimen. Ante tal evidencia, Olmedo, le digo otra que me rindo. Y no le hago más preguntas. Hablemos de cualquier cosa... –



-Hablemos de cualquier cosa.

-¿Qué le parece el vino tinto Carrascal, de Weinert, de Luján de Cuyo?

-A ver... creo que alguna vez se cruzó en el camino. Aprobado. Con el vino tengo épocas. Ahora estoy con los borgoñas, que no me raspan la garganta. Pero son épocas. Etílicamente, nunca digo la última palabra.

-Nunca hay que decir de este vino no beberé.

-Eso jamás. Todo vino merece respeto. El vino y el champagne ¡las dos cosas más nobles de la tierra!

-Usted se lleva bien con el vino. Así dicen las buenas lenguas.

-Tomo vinito, pero siempre al final del día. Al mediodía, jamás. Si pruebo el vino al mediodía, me desmayo. Pero a la noche unos vasitos no faltan.

-Unos vasitos.

-(Risa-graznido). Vive Dios, ¿qué tratáis de insinuar?

-Nada trato de insinuar. Sólo una mente perversa podría suponer que Alberto Olmedo bebe más que unos vasitos.

-Comprensivo estáis. Así es. Cuando estoy en casa no me da por exagerar... dos, tres vasitos. Y punto. Con amigos es otra cosa. Además cuando hago teatro el ir a comer con vino es mi sortija, es mi premio Por ejemplo, pronto voy a actuar en Michelangelo... si se te llega a escapar ponelo en la nota... bueno, voy a actuar en Michelangelo y cada noche, tras el arduo trabajo, iré a comer con los amigos, a tomar unos vinitos, a ganar mi sortija. Es humano no?

-Humano es. Y ejemplar.

-Que el ejemplo cunda, para bien de las promisorias juventudes y de las palomitas blancas que ya se vislumbran.

-A propósito: ¿Y ahora qué se tomaría Olmedo?

- Agua mineral. Estoy en mi día de limpieza.

-Coraje.

-Tengo una curiosidad. Antes de venir, ¿qué pensaba preguntarme?

-Nada en particular. Quería ver cómo era en realidad Alberto Olmedo.

-Soy distinto a lo que se ve en la televisión. No tengo una mierda de gracia, no soy veloz, no tengo reflejos, no soy simpático... No, no soy un ogro tampoco, pero cuando no estoy trabajando, detrás de las cámaras, la mayor parte del día y de los días los paso aletargado, con el cerebro en absoluto reposo... Será porque se quedó helado en Rosario.

-¿Cómo es que el cerebro se le heló en Rosario?

-Alguna vez, allá lejos y hace tiempo, yo cargaba barras de hielo, y las afirmaba sobre mi cabeza. Entonces se habrá producido la congelación de mi cerebro. Por eso no me gustan las entrevistas. Me veo obligado a descongelarlo para pensar, como ahora. Es duro.

-Olmedo, el actor, ¿sueña con algo, tiene algún proyecto escondido?

-No sueño con nada. Alguna vez se habló de la posibilidad de que yo hiciera Discepolín. La idea me gustaba. Pero eso ya pasó. Ya no me zumba nada.

- ¿Nada de nada? -Bah, si me zumbara algo no te lo iba a decir a vos. -Gracias. -De nada. -Estamos hechos unos pícaros.

-Con este sol.

-Usted tiene idea del momento en que nació como actor cómico?

- Es difícil responder eso. Va usted a hacerme estallar la cabeza. Creo…creo que mi primera actuación cómica fue cuando tenía 10, 11 años. Estaba en Rosario, frente a una iglesia, en la esquina de Pichincha y Catamarca, enfrente había una verdulería... allí estaba y entonces le canté a mi prima una estrofa de algo.

-¿Imaginaba ser esto que es actualmente?

-No. Para nada.

-Entonces, ¿con qué soñaba?

-Con nada.

-Olmedo, con algo soñaría.

-Bah, sí, entre los 12 y 17 quería una sola cosa: no quería marcar tarjetas. Solamente eso. No quería ser cómico, no quería ser famoso, quería tener plata. Supongo que quería ser libre.

-; Y cómo se siente ahora con dinero y tan famoso?

-Me siento igual que a los 18 años. Ni demasiado mal ni demasiado bien.

-Y a su carrera de cómico, ¿cómo la valora, cómo cree que le van las cosas?

-Me debe ir muy muy muy bien. Puedo deducirlo fácilmente.

-¿Cómo lo deduce?

-Uno anda bien en la medida que el periodismo te rompe las pelotas.

-Definición antológica la suya, Olmedo.

--Ve? Usted me está haciendo pensar. ¿Es justo hacer eso con uno? Ybue. Qué le voy a hacer. Estoy en esto. Me la tengo que comer. Caramba, ¿pero qué he dicho? Cómo es esto de... "me la tengo que comer..." No no. A ver si cuidamos nuestras expresiones. Cuidado con lo que dice Juan, con lo que dice Perico, con lo que dice Olmedo. Yo me la como, tú te la comes, él se la come. Cuidemos el vocabulario. No nos volvamos todos comilones. Hablemos con propiedad. Si a alguien no se le ve la lágrima en los ojos, que no diga cosas sospechosas, que no diga “me la tengo que comer". Cuidado con el decir.

(Olmedo emite un bostezo interminable. Y después otro. Se rasca la cabeza. Amenaza con volver a su mirada ambigua. Otra vez bosteza.)

-Cuando se acuesta a dormir, ¿se duerme fácil?

-Sin ninguna dificultad. Duermo bien. Sobre todo cuando estoy en la televisión, grabando. Allí me entra una modorra especial y en cualquier rincón me tumbo y me duermo.

--¿Recuerda sus sueños?

-Sueño variado. A veces en colores, en blanco y negro, depende

-¿Qué tal son sus sueños?

-Nada del otro mundo. Antes, hace muchos años, sonaba seguido que me caía en pozos muy profundos. Ahora hace mucho que no me caigo a un pozo soñando.

-¿Cómo se lleva con su pelada?

-Bien. Hace unos años se me dio por usar peluca, pero estaba en el Caribe, me miré bien al espejo y se ve que hice foco: ¡me vi! ¡me vi con la peluca!

-¿Y?

-Un asco. Busqué una hojita de afeitar usada y termine peluca. Nunca más. Pero ojo, no estoy en contra del que la usa. Bah, yo no estoy contra nada. ¿Qué carajo gano estando contra algo?¿Quién soy yo para estar en contra de algo? Soy uno entre cuatro gatos

-En relación con su carrera, ¿tiene alguna clase de preocupación?

-Me preocupo si no estoy gracioso. Creo que cuando hago la cosas sin gracia hago daño.

--Cosas como la vejez, ¿lo obsesionan?

-No, no me preocupan. Mi mente adormecida por la barra de hielo tiene un latiguillo: "Dios proveerá".

- ¿Y Dios provee?

-Este año al menos, se ve que Dios está muy ocupado conmigo.

- ¿A qué le tiene miedo?

-No sé. No tengo miedo de nada.

-Varias veces durante esta charla lo he visto tocarse la garganta. ¿Qué le pasa?

-Me pasa lo que me suele pasar cuando desperezan a mi cerebro.

-Pero es que usted se está tocando a la altura de las amígdalas...

-Será porque las extraño.

-¿Qué? ¿Se las extirparon?

-No. Suele suceder que en estos casos las tengo... por el piso

-Tengamos cuidado de no pisarlas, Olmedo. Eso sería grave.

-Doloroso sería.

-Olmedo, presiento que ahora su felicidad está en mis manos.

-A mí también me parece eso.

-Procedo a hacerlo feliz: le pregunto una cosa más y lo dejo en paz.

-¡Eso! ¡Albricias! ¡Tierraaaaaaaaa!

- Dígame, Olmedo, usted tiene conciencia de la suprema gracia de su gracia?, ¿se ha puesto a pensar lo que sería usted si, por ejemplo, hubiera nacido en Francia?

-Sería francés. Sabría dos idiomas.

-¿Pero se ha puesto a pensar lo que Olmedo sería si fuera francés?

-No, por favor. ¿Qué es eso de pensar y pensar? ¡Un poco de reposo para nuestro cerebro! Además, qué me voy a poner a pensar si yo hubiera nacido en Francia... Están bien las cosas así... Por otra parte, ¡mirá si no hubiera nacido!

(Alberto Olmedo ya está de pie. Se empieza a despedir con cierto afecto. Con más júbilo que afecto. Con las amígdalas en su sitio. Se está yendo Olmedo, pero se vuelve, y me dice algo inesperado:) .

-Hace un momento por ahí te dije que yo no tengo miedo a nada... Bue, para ser exacto te digo: yo creo que no tengo miedo. Pero no estoy seguro.




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