Sabemos poco de ella: vive en Málaga, es autora de unos cuantos libros –“El enjambre”, “Más dura será la caída” y “La mujer menguante”, por nombrar sólo algunos-, y tiene un blog –“Desiderata”-. Por textos como éste, creemos que vale la pena conocerla.
Creo que la sociedad me está embruteciendo. Bueno, no todo el mérito es suyo, a decir verdad, yo pongo bastante de mi parte. Las falacias, las prebendas, los halagos, los insultos, las pollas…todo suma. Un torrente de verborrea, una catarata de palabras bajo la que yo me refocilo descuidada y desnuda como en un anuncio de Fa. Peligro, danger, achtung…
No soy consciente de los cantos de sirena que me llevan, si no al abismo, sí a la mediocridad. La pátina de aceite que me recubría tiene huecos sin untar donde estoy dejando, voluntariosa, que la piel absorba el pegamento de la “etiqueta”. Sutiles, poco importantes, casi casi se diría que, por mi bien, pero…en este precioso y preciso instante abro los ojos como platos y digo: ¡Oh!
Y es que se me hace muy pesado soportarme, entender mi causa –que no es la vuestra-, pensarme más allá de las pupilas que alimentan el ego de manera falaz. Ya me he bañado en esas aguas tibias, ya me he convertido en reina por un día, he sentido el poder como una corriente eléctrica atravesando mis pulsos…
¡A quién se le ocurre ir a buscar mares embravecidos con lo bien que se está en esta tranquila orilla! Con las olas acariciando mis posaderas en un ciclo sin fin, el sol dorando mi piel, morir en cada ocaso y renacer como diosa rediviva. Siempre etérea, siempre idolatrada, siempre la misma…
Nutrirme de manjares me está empezando a dar ardor de estómago, así que he decidido estrellar el plato contra la prístina pared y salir de expedición. Llevaré en mi mochila: una lata de atún, algunos libros y una linterna (la necesitaré al principio hasta que mis ojos se vuelvan a acostumbrar a la luz azulada y mágica de la noche).
Tranquilos, cuando note que mis historias se convierten en fábulas con moralina, llenas de condescendencia y superioridad, será hora de cambiar de camino. La complacencia va aparejada al éxito y yo lo que quiero es escarnio. La lucha me tonifica los músculos, el malestar es el acicate que necesito. Quiero mares embravecidos que me mareen, que me hagan vomitar por las esquinas. Quiero que mi cuerpo sea mi templo, que sea profanado mil y una veces. Que mis poemas sean una porquería pero que un día escribí un verso que os acompañará toda la vida.
¿Es vuestro cerebro capaz de discernir los instrumentos en una filarmónica? ¿Separar, aislar el sonido del chelo, de la clave? ¿Reparar de pronto en un objeto de saldo en las rebajas? ¿asimilar el odio, necesitarlo en vuestras vidas? ¿ver belleza en la decrepitud, en el dolor? ¿abrazar la muerte y follarte a la vida? Yo sí. ¿Me hace eso mejor? No lo considero siquiera. Es algo intrínseco, sólo eso.
Quedarse en una perenne primavera no está hecho para mí. Podría pasar periodos más o menos largos y cómodos, pero, a la larga, llegarían el hastío y el estío. Venid los desharrapados, los ansiosos, los zafios y vulgares…venid en noches sin luna, en mañanas glaucas y en días de cielos abrasados. Venid a zaherirme que yo me enzarzaré en vuestros encomios.