martes, 1 de diciembre de 2020

TESTIMONIO DE LA NOVELA por Ernesto Sábato -texto inédito de 1966-.




No hay otra manera de alcanzar la eternidad que ahondando en el instante, ni otra forma de llegar a la universalidad que a través de la propia circunstancia: el hoy y aquí. La tarea del escritor sería la de entrever los valores eternos que están implicados en el drama social y político de su tiempo y lugar.

Vivir es estar en el mundo, en un mundo determinado, en una condición histórica, en una circunstancia que no podemos eludir. Y que no debemos eludir, si pretendemos hacer un arte verdadero. Pues, como Dostoievsky afirmaba, no sólo el arte debe ser fiel a la realidad sino que no puede ser infiel a la realidad contemporánea, bajo pena de no ser verdadero.

Y en cuanto a nosotros se refiere, no dudo de que las únicas obras que pasarán a la historia son aquellas que fueron escrita con sangre, sufriendo el drama de su época y de sus contemporáneos. Es así que la literatura argentina ha señalado con obras esenciales las grandes crisis de la nación. Es el caso de Martín Fierro. Esta filosofía de la literatura relega a un segundo plano, evidentemente, todo tipo de creación esteticista o bizantina. Pero eso no implica que favorezca a la llamada literatura “social”.

Los propagandistas de este producto atacan a la literatura “psicológica”, como perniciosa y contrarrevolucionaria. Creo que el paralogismo es así: lo psicológico es lo que por excelencia pertenece al individuo, el individuo solitario es un egoísta (hay huelgas por ahí, a él no le importa, preocupado por sus complejos), etc. Esos teóricos pasan por alto el pequeño detalle que el individuo no existe solo nunca: existe rodeado por una sociedad, inmerso en una sociedad, sufriendo en una sociedad, luchando o escondiéndose en una sociedad. No ya sus actitudes voluntarias o vigilantes son la consecuencia de ese comercio perpetuo con el mundo que lo rodea: hasta sus sueños y pesadillas están producidos por ese comercio. Los sentimientos de ese caballero, por egoísta y misántropo que sea, ¿qué pueden ser, de dónde pueden surgir sino de su situación en el mundo en que vive? Desde este punto de vista, hasta la novela más extremadamente subjetiva es “social”, y de una manera más o menos tortuosa, más o menos sutil, nos da un testimonio sobre el universo en que su personaje vive.

En suma, toda novela es social. ¿Cómo podría no serlo? Y lo que esos críticos demagógicos llaman “novela social” (las comillas son filosóficamente inevitables) es una manera externa y superficial de la literatura. No sabemos que escritores “sociales” hubo en la época de Gogol o Tolstoi, porque si existieron no tuvieron la suficiente importancia para trascender a la historia. Al revés, juzgado desde ese estrecho punto de vista, un Kafka es un mal escritor.

Ahora bien: si los personajes de una novela son profundos, tienen fatalmente que revelar en sus propias crisis las grandes transformaciones del mundo en que viven. Pues los cataclismos colectivos (las guerras, las revoluciones, las transformaciones catastróficas o totales) ponen al hombre al borde de lo que Jaspers llama sus situaciones límites: la locura o la muerte, la soledad, los grandes y últimos dilemas de la condición humana. Son estos grandes dilemas los que describe precisamente un gran novelista y, de paso, dejará para las generaciones futuras el mejor y más profundo testimonio de la sociedad en que esos seres dilemáticos vivieron, amaron y sufrieron.

Por eso prefiero la palabra “testimonio” a “compromiso”, demasiado vinculada a tonterías, malentendidos y superficialidades demagógicas. El testimonio de la novela es, además, el más completo e integral. Crítico también puede serlo un pensador, pero el pensador da una crítica puramente conceptual de una realidad, mientras que la novela da el testimonio total del mundo humano: su faz conceptual, diurna, y su faz nocturna, arcaica, irracional.

Como testigo de su tiempo, un gran novelista es un auténtico mártir, si atendemos al sentido etimológico del vocablo. Y si no es así, no es un gran escritor. Es otro de los motivos por los que desasosiega, inquieta. Después de leer El Proceso quedamos angustiados, no somos más la misma persona que éramos antes: las grandes ficciones son aquellas que transforman al escritor (al hacerlas) y al lector (al leerlas). Por eso la palabra “agrado” o la palabra “placer” no tienen nada que hacer con esta clase de literatura. El hombre, dijo un gran poeta inglés, marcha desde la cuna hasta la sepultura como dormido. Una de las misiones trascendentales de la literatura, a mi juicio, es despertarlo de ese sueño metafísico, enfrentarlo con su condición mortal, hacerlo asumir su drama. Ese es el único comportamiento que tiene un escritor verdadero. ¿Les parece poco? ¿Les parece cómodo?


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