jueves, 18 de marzo de 2021

JUAN RULFO SEGÚN AUGUSTO MONTERROSO

 


Juan Rulfo nace, al parecer, en Sayula, estado de Jalisco, hacia 1918, y entra en la literatura fantástica por un camino propio y singular. En México no hay hombres-lobo, ni seres reconstruidos en una mesa de operaciones, ni vampiros. Pero abundan los fantasmas que se pasean en los cementerios y en las calles de los pueblos perdidos por la miseria, o por la violencia de la Revolución de 1910. Y hay un fantasma que recorre la obra entera de Rulfo en forma de viento, polvo, desolación y tristeza. Se la atmósfera de la que hablan los retóricos es un elemento fundamental en las narraciones fantásticas, las atmósferas creadas por Rulfo son tales que en ocasiones bastan para producir más de un estremecimiento, querámoslo o no.

Curiosamente, cuando hice en México una especie de encuesta entre conocedores del género fantástico, varios de ellos opusieron fuerte resistencia a considerar fantástica esta literatura de Rulfo, sustentada en seres no venidos del más allá, sino en pobres almas no desprendidas aún del todo de su condición terrena, tumbas a medio cerrar e insinuaciones de muerte en cada página. Tal vez su argumento en contra se basara, una vez más, en que en México las cosas “son así”. Y bueno, cada quien tiene los fantasmas que puede. En cuanto a los de Rulfo, difieren ciertamente de los norteamericanos o los europeos en que, en su humildad, no tratan de asustarnos sino tan sólo de que les ayudemos con alguna oración a encontrar el descanso eterno. Sobra decir que son fantasmas muy pobres, como el campo en que se mueven, muy católicos y, sobre todo, resignados de antemano a que no les demos ni siquiera eso. En pocas palabras, lo que ocurre con los fantasmas de Rulfo es que son fantasmas de verdad. ¿Significa eso que les neguemos también este último derecho, el derecho de pertenecer al glorioso mundo de la literatura fantástica? Sucede asimismo que hace años se creyó equivocadamente que Rulfo era realista, cuando en realidad era fantástico, y nuestra buena crítica estaba convencida de que lo fantástico se hallaba en las vueltas de tuerca de Henry James o en los corazones reveladores de Edgard Allan Poe. Entonces se planteaba también la dicotomía campo-ciudad como el ámbito o los ámbitos posibles de la narración mexicana, y en algunos sectores había como la necesidad de escoger tajantemente la ciudad en oposición a los problemas del campo, demasiado usados ya: la ciudad o nada. Rulfo resistió heroicamente esa demanda absurda y, para bien, se dedicó a escribir lo suyo.




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