Del periódico “Propósito” del 18 de noviembre de 1971
En el número que la revista “Sur” dedicó a un examen de conciencia sobre nuestra realidad argentina, a propósito del sesquicentenario de la Revolución de Mayo, me referí al caso del levantamiento de Castro como rasgo típico del fariseísmo lingüístico que nos aqueja.
Las crisis no son cuestión de palabras sino de hechos, claro está. Pero se manifiestan o se disfrazan mediante palabras: palabras que han sido falsificadas, ahuecadas o rellenadas con semantemas tortuosos y hasta antitéticos. En nombre de la Libertad la revolución de 1955 torturó a obreros peronistas, y en nombre de la Democracia se proscribió de la vida política al pueblo trabajador. No sé cómo sería el lenguaje cubano en la época de Batista, pero aquí todo empieza con mayúsculas e invariablemente concluye entre comillas.
De esta delincuencia semántica, los últimos y más tristes ejemplos se refieren a la Revolución Cubana. Durante veinte o treinta años (ya ni la cuenta llevamos) un sangriento payaso torturó, usufructuó, diezmó y vejó al pueblo dominicano, con el apoyo monetario y espiritual del gobierno de los Estados Unidos, el silencio cómplice de los gobiernos títeres y la habitual hipocresía de la prensa grande y “democrática”. Pero bastó que un grupo de muchachos heroicos levantara en armas a un pueblo latinoamericano sumido en la esclavitud, para que instantáneamente aquel gobierno descubriera su vocación por los gobiernos democráticos, su odio a las tiranías, su desprecio por los hombres fuertes de América Latina, su sagrada furia en defensa de las libertades. Y lo más triste es que en esta demostración de fariseísmo, el gobierno de los Estados Unidos haya sido acompañado, a una sola indicación de su batuta, por el coro de veinte gobiernos latinoamericanos, entre los cuales (para que la farsa alcanzase su fisonomía más siniestra) el del general Stroessner. Y si como la befa todavía fuese poco marcada, el poderoso estado del norte ofrece la limosna de 509 millones de dólares a un continente que según la CEPAL requiere no menos de 20.000 para salir de su miseria, de su enfermedad y de la esclavitud en que yace, precisamente, por obra de ese mismo imperialismo que pretende ser nuestro hermano y, en realidad, es nuestro explotador. ¡Y después esos senadores norteamericanos de los que no se sabe si la tontería es mayor que la sordidez, o inversamente, se alarman ante el avance del comunismo en América Latina!
Vergüenza para todos los argentinos que nuestro gobierno haya sido uno de los lacayos en la conferencia de Costa Rica: tenemos que refugiarnos en el recuerdo de nuestra tradición de libertadores para no morirnos de deshonor.
Sin embargo, a los hermanos de Cuba, yo les digo que aquí en el otro extremo de la patria grande, la inmensa mayoría de nuestro pueblo, del pueblo que trabaja y sufre, sigue ansiosamente el proceso de la Revolución y ruega para que logre resistir en estos momentos decisivos. Momentos decisivos no sólo para ellos sino para todos nosotros, ya que la América Latina no llegará a ser lo que debe ser, sin su unificación y su rebelión total contra las potencias que la subyugan.
Así lo intuyeron Bolívar, San Martín y Martí. Así lo vemos hoy nítidamente nosotros.