Todos admiramos a Leónidas Lamborghini y todos lo hemos copiado. Como ustedes saben los narradores copiamos a los poetas y no leemos al resto de nuestros contemporáneos. Leónidas definió una exigencia en relación con la lengua que es única en nuestra literatura; construyó un laboratorio arltiano para trabajar con la sintaxis y el fraseo y la música verbal de estas provincias.
Este
laboratorio de Lamborghini es el lugar donde se consume y se
entrevera la historia argentina de los estilos. "No
hay que dejarles la tradición a los tradicionalistas"
escribía Passolini. Y Leónidas es un ejemplo: todas las rupturas
son posibles, si uno está en la tradición. Lamborghini
renueva porque dice que reescribe, retoca, reinventa, hace versiones,
versos. No conozco a otro poeta tan consciente de la propia tradición
y a la vez no conozco en esta lengua un poeta que haya producido el
corte que produjo Leónidas. Este poeta escribe en todos los estilos,
en los estilos del pasado y en los que todavía no existen. Ha
inventado una sintaxis, una escritura entre las palabras, un tono
nuevo para volver a decir lo que la lengua dice.
Odiseo
confinado es
un cristal de esa destreza. Este libro pertenece a la serie de los
textos escritos por Lamborghini a coro, en varias voces:
"Pero
entonces, como ya en anteriores crisis habíame ocurrido, escuchar
parecíame esas Voces (...) y entre ellas mi voz —en paralelo
canto—".
La
parodia es el canto paralelo como ha enseñado Leónidas: se canta
entre dos. "Con su voz por mi voz" dice Cordero el
paródico. El poeta finge un estilo, habla como
si fuera otro.
El poeta es el cómico de la lengua y su risa disuelve la falsa
elegancia y la monótona solemnidad de la llamada palabra poética.
Desde la risa reacciona "contra el yo lírico, en favor del yo
dramático". Ahí se define una estética, con dos voces y una
"doble locura", con el que dialoga solo. Un dúo cómico
antes que un duelo, un dueto, la sombra de otra vez. Esa presencia de
la doble entonación ya está —secreta— en Martín
Fierro. En
todo el Poema parece ser uno solo el que dice. Y sin embargo hay unos
versos que intrigan desde siempre a los poetas. Son estos:
Que
cante todo viviente
Otorgó el eterno padre;
Cante todo el que
le cuadre
como
lo hacemos los dos,
Pues
solo no tiene voz
El ser que no tiene sangre.
¿Y
quiénes son esos dos si es uno solo el que canta? Éste enigma que
ha develado a los exégetas se entiende bien desde la poesía de
Leónidas: se canta siempre con otro. Un canto paralelo que, a veces,
imperceptiblemente, se hace ver. La poesía y su doble, el esquizo y
su voz, el sabio blanco y el sabio negro, la payada solitaria.
En Martin
Fierro y en
el Fausto está
ese doble fondo y también En
la más médula y
en Los
poemas de Sidney West:
la voz de otra clase, la voz del pentotal, la voz extranjera. Esa
duplicación prolifera en Lamborghini y ahí su maestría es
única.No hay nadie como él para ser otro.
Por esa polifonía
además Lamborghini, como Hernández, es un gran poeta
político.
Habitualmente los problemas del estilo son separados de
los problemas de la política. Lamborghini por supuesto los ve como
una sola cuestión. Su voz entona, al mismo tiempo, los tonos de la
lengua y los pesares del pueblo. Pero no solo los pesares. También
la comicidad y esto es algo que Leónidas ha sabido leer de entrada
en la gauchesca. La política como un género cómico
político. "Comiqué" por
"comité" escribía, infalible, Hernández. La risa resiste
y la ironía desata el sentido. "Los (aqueos) están en los
supermercados".
Lamborghini lee en la Odisea una teoría del
robo y de la influencia: una genealogía de la voz poética. Podemos
imaginar dos grandes historias de la construcción de una identidad,
dos mitos paralelos y opuestos. Una es la de Edipo, enfrentado con el
secreto y el enigma, con la historia familiar y el poder personal. La
otra es la de Ulises, el errante, que se construye en otro lugar,
fuera de su tierra, en la deriva, en el cruce de todas las
fronteras. Dos
grandes héroes de la subjetividad: Edipo, atado al secreto del
origen; Ulises, el que se va, el viajero, atado a la nostalgia de la
tierra perdida. Y ese es, por supuesto, el héroe de Leónidas, el
exiliado, en tierra ajena, el forastero, confinado ahora, con un
finado, que navega en el mar de la cultura de masas, entre las islas
y los signos tipográficos. Ulises es el extranjero que busca el
camino y trata de orientarse en una tierra desconocida y se guía,
como en un mapa, con las letras y los nombres de una cultura que
trata de entender y de hacer suya. Entre este Ulises, fecundo en
ardides, y las diabluras de un pájaro de historieta mexicana, se
juega el juego de la identidad. ¿Hijo de quién? La pregunta de
Edipo es dicha aquí de otra manera.
Permítanme citar a Roberto
Arlt: "Cualquier
estado de ánimo que pudiera expresar, cualquier trama que imaginara,
la habían compuesto anteriormente a mí muchas generaciones de
artistas, infinitas veces. Y si era así...entonces mi Obra...¿Qué
era mi obra?...¿Existía o no pasaba de ser una ficción colonial,
una de esas pobres realizaciones que la inmensa sandez del terruño
endiosa a falta de algo mejor?"
La
pregunta del escritor fracasado recorre la literatura argentina.
Leónidas la retoma en clave cómica: él escribe en la comparación
y (literalmente) sobre ella, en los márgenes que quedan libres entre
un texto y el otro, y allí se ríe. Una aflicción colonial.
"Y
un día un Bernárdez y otro, un Homero;
y un José Hernández,
otro, y un otro un Garcilaso;
y otro un Eliot y un Lugones,
otro;
y un Pound un día y otro, un Discépolo;
y otro un
Virgilio y un Quevedo, otro;
y otro día un Del Campo y otro, un
Dante y otro un Macedonio;
y un Apollinaire otro y un Borges, otro
día;
y un otro un Boscán y un Marechal, otro,
volví a
sentirme:
en grotesca, infernal —así lo juzgo
ahora—
mescolanza".
Odiseo
confinado es
un gran libro escrito a partir de la risa que produce la ambición de
querer escribir un gran libro. En ese modo de escribir la ambición
poética Odiseo
confinado es
una obra maestra cómica. Como en el Fausto se
toca la cultura ajena con la guitarra criolla: se trata de acriollar,
decir con acento, tartamudear, tergiversar, traer aquí. La parodia
es una apropiación. Se hace lo que hace el modelo, con destreza e
ironía, para ser y no ser como él. Claro que querer ser como un
gran poeta no garantiza nada. Hace falta además, algo más.
El
otro día le comentaba a Leónidas un libro que yo estaba leyendo: la
autobiografía de Esperanza Mandestam, la mujer de Ossip
Mandestam, Contra
toda esperanza,
un libro sensacional, escrito por una viejita rusa, filóloga de
profesión, que atravesó varios infiernos acompañando a su marido,
el gran poeta.
Mandestam cayó en desgracia porque escribió un
poema cómico contra Stalin en 1933 y se lo leyó a sus más íntimos
amigos, entre los que, por supuesto, había un agente de la policía
que le recitó de memoria el poema a Stalin. Mandestam murió en un
campo de concentración. Cuando le conté la historia, Leónidas hizo
el gesto de unir los dedos junto a la oreja y comentó que no se
puede resistir el murmullo de un poema que comienza a imponerse.
Como
el zumbido de una mosca el poema es una runrun que
suena, una música que no se puede dejar de oír. Aunque no le
convenga a nadie, decía Leónidas, y te ponga contra todos. "El
impulso inicial de esa música,
escribe Esperanza Mandestam, me
ha sorprendido siempre por su carácter categórico. No se puede ni
fingir ni estimular". La
poesía vive en el oído del poeta: inesperada, contra toda
esperanza, trágica, sarcástica, frágil. El
zumbido de la mosca llega siempre. Desde El
saboteador arrepentido hasta Odiseo
confinado esa
música no ha dejado nunca de oírse en la voz de Leónidas
Lamborghini.