Nació en Sinaloa en 1972, vive en México. Es poeta y cuentista. Recientemente ha ganado el PremioIiberoamericano de cuento Fundación Elena Poniatowska
Suena descabellado, pero la única explicación que encuentro es la magnolia que corté ayer en el parque. Se lo conté al ginecólogo y sólo me miró desconcertado. No sé qué me dio por acercarme al árbol y arrancar la flor, lo que sí recuerdo bien es que escuché ese leve grito como animalesco que brotó del tallo, o eso me pareció. Miré hacia todos lados, el parque estaba vacío. Era la hora de más calor. Me llevé la magnolia a la nariz y aspiré. Un aroma avainillado me inundó la boca, luego me bajó al estómago y me llenó de desasosiego. Fue un desasosiego sutil, pero duró muchas horas. El olor me quedó impregnado en los vellos de las fosas nasales y en los dedos. Ya no se quitó. De camino a casa, un señor me miró con impudicia y olió el aire detrás de mí. En la noche tuve fiebre. Soñé con el grito animalesco. Al despertar, noté que la boca me sabía a perfume, fui al baño y escupí en el lavabo. La saliva estaba llena de flores diminutas. Eran blancas. El desasosiego volvió de golpe. No tenía ánimos de ir al trabajo. Dejé correr el agua de la regadera. Cuando me pasé la pastilla de jabón por el cuerpo, descubrí que algo me estaba naciendo entre las piernas. Otra vez el grito animalesco, lo oí muy adentro de mi cabeza. Cerré la llave y salí, dejando huellas de agua por todo el piso, subí una pierna al taburete y me acerqué un espejo de mano. Pude ver un pequeño fruto de forma cónica y tres pétalos blancos asomando entre mis labios. Era una magnolia, no había duda.
El doctor dice que hay que esperar a ver cómo evoluciona la floración. Tengo que lavarme unas tres veces al día para atenuar la intensidad del perfume y no llamar la atención de la gente. No sé si tengo cura. Cómo diablos iba yo a saber que las malditas flores podían ser contagiosas.